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Se besaron y se acariciaron mirándose diferente. Les costó un poco separarse. Sus pieles se buscaban naturalmente; cada roce, beso y mirada fue nuevo para los dos.

Pocas horas habían pasado, pero las suficientes para saber que estaban dispuestos a dar ese gran paso juntos.

Sin decir mucho, usaron el cuarto de baño juntos y se prepararon para salir.

No les costó hallar un ritmo de pareja. James fue el más sorprendido, porque nunca había dejado que una mujer llegara tan lejos.

Utilizaron el mismo cepillo de dientes y, mientras ella se puso su desodorante masculino en las axilas y vistió su ropa interior, él se retocó la barba con una cuchilla, tan torpemente que se cortó la mejilla.

—A ver, déjame hacerlo —pidió ella y lo empujó con dulzura para que se sentara en el váter.  

Lo dominó todo con facilidad.

A James le gustó verse bajo su control femenino.

Era imponente, pero no había dureza en su trato, solo la más dulce llaneza.

—¿Lo ha hecho antes? —preguntó celoso, imaginándose que había afeitado a su ex.

Ella pudo leer los celos en su voz. Cualquiera lo habría hecho.

Romina se rio y se puso espuma para afeitar en los dedos. A James le fascinó su cercanía. Estaba tan quieta y concentrada que pudo ver detalles que no había visto antes. Labios preciosos, ojos marrones como corteza de árbol y pequeñas pecas sobre los labios.

—Mi padre trabajó cocinando toda su vida y hace algunos años tuvo que someterse a una cirugía por su artritis severa —explicó ella, mirándole la barba con el ceño apretado—. Tuve que aprender a usar navajas. —Le sonrió—. Él quería su rostro suave como bebé todas las mañanas. —Sonrió melancólica al recordar.  

James adoró que fuera tan perfecta y que le hablara de su vida y pasado con tanta franqueza.

Ella puso sus dedos en su barbilla y levantó su cabeza para mirar su garganta.

Continuó afeitándolo. Él ni siquiera sintió la hoja pasándole sobre la piel. Era tan delicada que, se imaginó esa escena cada día de su vida. Sabía que podía repetirla sin cansarse.

Y todo mejoró cuando bajó su mirada y la encontró en ropa interior.

Sonrió travieso.

—¿Puedo contratarla como mi barbera personal? —preguntó apenas moviendo la boca, mientras ella le repasaba los costados. Romina se rio—. Mi babero nunca me ha atendido en ropa interior.

Romina se rio y sacó las manos de su garganta para no cortarlo.

—Bueno, ya sabe que le daré un servicio personalizado —respondió traviesa; dejó la navaja en el lavamanos y cogió una toalla para limpiarlo—. Y puede recomendarme con sus amigos —dijo atrevida, mirándolo a los ojos y limpiándolo con la toalla.

James gruñó y la cogió por el culo con las dos manos. Ella dio un respingo al sentir sus dedos clavándose en sus partes más íntimas. Se quedó quieta, sintiéndolo conforme sus dedos se deslizaban bajo su ropa interior.

Respiró entrecortado sobre su rostro, sintiendo su dedo abriéndose paso por su coño apretado. Quiso cerrar los ojos, disfrutar de ese roce apretado y húmedo, pero se perdió por entero en sus ojos verdes.

La forma en que la miraba...

James la rodeó por la cintura con un brazo y se hundió más profundo. Romina gimió cuando su dedo salió de su interior y regresó con dos dedos. Los movió lentamente en su interior, mirándola a la cara y placiendo al verla disfrutar.

Le besó las costillas con los ojos cerrados y la masturbó hasta que Romina tembló entre sus brazos y llegó al orgasmo con roces que jamás pensó que la llevarían tan lejos.

Terminó rendida en su regazo, con sus manos en su coño y su boca adictiva en su nuca.

—¿Así va a pagarme siempre? —preguntó ella, sentada en su regazo, sintiendo sus besos en su espalda, los que la hacían tiritar por las cosquillas.

—Si usted quiere —musitó él, deslizándose aún por sus labios congestionados y sus pezones inhiestos—. Le dije que mis dedos eran capaces de mucho... —murmuró en su nuca, rozándole la punta de la nariz por esas zonas sensibles.

—Me alegra que pudiéramos comprobarlo —respondió ella, totalmente recostada sobre su pecho.

Le encantaba que pudiera contenerla. Que tuviera la firmeza para cargar con su peso, sus caderas anchas y la hombría para hacerla correrse tan fácilmente.

Se tomaron unos minutos para disfrutar del momento. Se besaron y se acariciaron. Hablaron con confianza y, al terminar, se levantaron para continuar preparándose.

A James le encantaron los resultados que vio en el espejo y no pudo negar lo buena que era con la cuchilla.

Hablaron unos minutos y se separaron para terminar de arreglarse. Ella terminó de vestirse y James se tomó unos minutos para enviar un correo al sitio al que quería llevar a Romina.

Tenía una petición especial que esperaba pudieran compensar.

Tras eso, se vistió y le pidió a su empleada que pidiera un taxi para ellos.

Cuando Romina salió del cuarto de baño, luciendo perfecta, él le mostró los dólares falsos que ella le había entregado en la clínica.

Se rio al verlos y los sostuvo con los ojos llenos de ilusión, reviviendo ese momento divertido con un poco de vergüenza.

—No puedo creer que los guardara —musitó sonriente y los tocó con congoja.

James suspiró.

—Todo este tiempo... Solo he pensado en usted. —Le acarició la barbilla con admiración—. Usted, sus perritos calientes, su locura, son mi conexión a la realidad —confesó él y ella le miró con grandes ojos—. Rossi me asignó su caso y a regañadientes seguí su investigación...

—A regañadientes —rio ella, mirándole divertida.

—Sí, tengo un poco de malhumor en el trabajo —dijo con las mejillas coloradas.

Romina se rio fuerte. Podía imaginárselo convertido en un ogro.

—Jamás se me habría ocurrido —dijo sarcástica. James se rio fuerte—. ¿Y qué quería Rossi que investigara? —quiso saber.

Tenía curiosidad de saber cómo se habían dado las cosas.

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