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Hasta ese momento, ella creía que el Coco asustaba a los niños, jamás se habría imaginado que podía hacerlos reír.

Supo que sería una navidad maravillosa, cuando vio a sus hijos sonreír otra vez y disfrutar de un desayuno con otras personas.

Tal vez, se había acabado la soledad para ellos.

—¡No puedes apagarlos! —gritó Romina, riéndose fuerte y se levantó para luchar con James.

—¡Deben tener un interruptor! —gritó James, enloquecido y buscó debajo de sus axilas—. ¡Un interruptor de reinicio!

Los cuatro se vieron rápido en el piso, enrollados y luchando, riéndose y buscando ganarle a ese enorme hombre de fuerza incontrolable, pero nadie podía con él. Sus intensas tardes de remo en el club al que pertenecía mostraron de que estaban hechos sus brazos y su espalda.

Cuando la madre de los gemelos se acercó, llevando las prendas ya secas de Romina entre sus manos, James se levantó del piso como un niño descubierto en una travesura y recobró la compostura como por arte de magia.

—Pensé que tenían un interruptor de fábrica. —Se justificó avergonzado.

La mujer se rio.

—¿Usted tiene un interruptor de fábrica? —preguntó ella.

James rodó los ojos.

—Por supuesto que no —reclamó y se oyó un poco arrogante.

—Mis hijos tampoco —respondió ella con tono triunfante—. ¿Acaso no le enseñaron en la escuela de abogados como se hacen los bebés? —preguntó sarcástica.

James miró al cielo.

—No aprendemos eso en la... —Iba a responderle, pero pronto cayó en cuenta que estaba actuando como un adolescente petulante y que cada respuesta que salía de su boca se oía peor que la anterior.

Romina se rio y con dulzura cogió su mano. Estaba totalmente encantada con su personalidad juguetona, su forma divertida de llegar a los gemelos y de romper esos últimos muros que había edificado para que nadie viera su bondad.

—Gracias —dijo su empleada y le ofreció una mirada dulce.

Tras eso, le entregó sus prendas ya secas a Romina y se escabulló para dejarlos a solas y ver a sus gemelos. Tenía que contarles lo que el señor Demonio había hecho por ellos. Quería llevarlos a comer algo especial y a disfrutar de esa navidad.

—¿Gracias? —Se preguntó James y con confusión miró a Romina.

Ella le sonrió y se estiró en la punta de sus pies para besarlo en la mejilla.

—Hay mucho por lo que agradecer, ¿no crees? —preguntó ella y se lo llevó al cuarto para que se cambiaran. James seguía confundido. No entendía porque las mujeres hablaban en otros idiomas que él no podía entender—. Desayunaste con sus hijos, los hiciste reír... fuiste amable —explicó ella, desabotonándose la camisa con toda la confianza del mundo. James se quedó boquiabierto mirándola—. A veces, detalles pequeños nos dan gran felicidad.

James estaba aturdido. Romina estaba desnudándose, como si su confianza fuera sólida.

Y él queria que así fuera.

—Dios mío... eres preciosa —siseó él con la lengua entumecida.

Romina se rio y con la camisa entreabierta caminó hacia él con paso seductor.

James se sentó en la punta de la cama cuando la tuvo al frente para admirarla a gusto. Se sentía rendido, desestabilizado. La había soñado tantas veces, en sueños y despierto que, le costó comprender que era real.

Que todo había dejado de ser una fantasía.

Se aferró de su cintura desnuda con los ojos cerrados, buscando su piel tibia con premura y se quedó perdido en su abdomen un largo y silencioso rato, sintiendo su respiración que calmaba su ansiedad.

Romina lo acarició dulcemente en el cabello claro, el cuello, masajeó sus hombros.

Cuando James abrió los ojos, se encontró con esas líneas blancas que su embarazo dibujó en su piel. Sonrió al verlas. Supo que eran parte de ella y con dulzura las acarició con la punta de los dedos y, al final, las besó.

Estaba preparado para amarla completa, aun cuando ni siquiera sabía cómo hacerlo, pero estaba tan dispuesto que sus buenas intenciones eran todo lo que necesitaban en ese momento.

—Son recuerdos —murmuró ella con mueca entristecida.

—Los más hermosos —dijo él y se levantó de la cama para tomarla por las mejillas y besarla.

Romina fue la que se sintió desestabilizada después de ese beso.

Podía sentir el anhelo de James de tenerla y, aunque su corazón guardaba recelo por el pasado tortuoso que habían enfrentado, Romina no pudo negarse a ese anhelo sincero.

Supo que sería un acto de valentía entregarse a un hombre nuevo, pero sabía también que era un acto de amor volver a empezar.

Necesitaba volver a empezar.

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