134

Cuando James y su empleada dejaron atrás la oficina en la que habían hecho las “paces”, encontraron el apartamento en completo silencio.

Romina y los gemelos ya no estaban en ninguna parte.

James y su empleada se miraron liados y recorrieron el lugar sin decir mucho.

—Qué extraño... —murmuró James con el ceño apretado y buscó a Romina en los cuartos que aún no estaban terminados.

Encontró cajas con expedientes de sus casos, apiladas una sobre otra, hasta el techo.

—Mis gemelos —jadeó su empleada cuando, con el pasar de los minutos, no los encontró en ninguna parte; empezó a registrar otra vez todas las habitaciones con desesperación—. ¡Mis gemelos! —chilló histérica y corrió a los brazos de Dubois a clamar por su ayuda.

Dubois se quedó paralizado. Le costó reaccionar. Realmente no sabía qué decir, ni cómo actuar. No entendía qué demonios estaba ocurriendo. Muchas cosas se cruzaron por su cabeza.

Muchas ideas contradictorias: ¿por qué Romina huiría y con gemelos? ¿Por qué se llevaría a esos malcriados y no a él?

Empezó a tener un ataque de pánico cuando las puertas del elevador se abrieron y las risas de los gemelos hicieron eco por todo el apartamento.

Cuando Romina vio las caras que James y la empleada tenían, supo que no se lo habían tomado muy bien.

—¡Mamá! —Los jóvenes corrieron a mostrarle las cosas geniales que Romina les había comprado—. Romina nos llevó a una confitería.

—Nos compró bastones y chocolates...

—Y te trajimos algunos.

Dubois tuvo que recomponerse a la fuerza, aun cuando sentía que se desvanecía más y más. Romina pudo verlo y se acercó cautelosa.

Con voz suave le habló, porque pudo intuir que algo malo estaba ocurriendo con él:

—Mi padre nunca dejó que escucháramos discusiones de adultos cuando éramos niñas, y no quise que sus hijos oyeran sus problemas de madre... —Lo miró dulce desde su baja estatura—. Así que los llevé a comprar dulces y aproveché de traer algo para el desayuno. —Le enseñó las bolsas con compras.

James respiró profundo y se apaciguó. Sonrió travieso cuando la vio vestir uno de sus abrigos. Le quedaba enorme, aun así, lucía perfecta.

—Te ves hermosa —musitó acariciándole las mejillas.

Ella sonrió y quiso besarlo, pero los gemelos los rodearon con sus miradas divertidas y los interrumpieron. Traían las bocas con dulces y masticaban con energía.

Dubois se los imaginó pegajosos y con olor azúcar y los quiso lejos, pero ellos querían hablarle:

—Señor Dubois, tenemos algo que decirle...

—Sí, algo muy importante.

Los gemelos insistieron, le guiñaron un ojo muchas veces y señalaron el otro extremo del salón.

Querían llevarlo lejos para hablar con él en privado.

Con mueca disconforme, James aceptó. Los jóvenes corrieron cuando tuvieron su atención y él rodó los ojos.

Romina se carcajeó, se levantó en punta de pies para besarlo en los labios y se alejó para preparar el desayuno.

Dubois caminó tras los gemelos arrastrando los pies. No tenía ganas de hablar con gemelos entrometidos, menos sin haber probado una gota de café.

Debía ser ilegal lidiar con jóvenes alocados tan temprano y sin café.

—Hablen ahora o callen para siempre —ordenó James con mala cara.

Tenía poca paciencia.

Los gemelos miraron a Romina y esperaron pacientemente a que ella se diera vuelta para chillar enloquecidos:

—¡La vaca con la que sale está alla abajo!

—¿Vaca? —preguntó Dubois, perdido.

—Sí, la que come pasto —respondió el otro gemelos.

—¿Pasto? —Dubois no entendía nada.

Los gemelos rodaron los ojos al mismo tiempo, tan sincronizados que James supo que jamás tendría gemelos. ¡Jamás!

Lo volvían loco.

—La vegetariana —respondió un gemelo con claro fastidio.

—Oh... —James pensó y recordó su viaje a Montana con Ruby, la modelo perfecta y vegetariana con la que salía a veces.

Solo a veces.

—¡Estaba ofendida en vaca preguntando por usted!

—¡Quería subir!

—¡Aquí!

—¡¿Aquí?! —Dubois supo que tendría una crisis.

Tres, dos...

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo