Cuando James y su empleada dejaron atrás la oficina en la que habían hecho las “paces”, encontraron el apartamento en completo silencio.
Romina y los gemelos ya no estaban en ninguna parte.
James y su empleada se miraron liados y recorrieron el lugar sin decir mucho.
—Qué extraño... —murmuró James con el ceño apretado y buscó a Romina en los cuartos que aún no estaban terminados.
Encontró cajas con expedientes de sus casos, apiladas una sobre otra, hasta el techo.
—Mis gemelos —jadeó su empleada cuando, con el pasar de los minutos, no los encontró en ninguna parte; empezó a registrar otra vez todas las habitaciones con desesperación—. ¡Mis gemelos! —chilló histérica y corrió a los brazos de Dubois a clamar por su ayuda.
Dubois se quedó paralizado. Le costó reaccionar. Realmente no sabía qué decir, ni cómo actuar. No entendía qué demonios estaba ocurriendo. Muchas cosas se cruzaron por su cabeza.
Muchas ideas contradictorias: ¿por qué Romina huiría y con gemelos? ¿Por qué se llevaría a esos malcriados y no a él?
Empezó a tener un ataque de pánico cuando las puertas del elevador se abrieron y las risas de los gemelos hicieron eco por todo el apartamento.
Cuando Romina vio las caras que James y la empleada tenían, supo que no se lo habían tomado muy bien.
—¡Mamá! —Los jóvenes corrieron a mostrarle las cosas geniales que Romina les había comprado—. Romina nos llevó a una confitería.
—Nos compró bastones y chocolates...
—Y te trajimos algunos.
Dubois tuvo que recomponerse a la fuerza, aun cuando sentía que se desvanecía más y más. Romina pudo verlo y se acercó cautelosa.
Con voz suave le habló, porque pudo intuir que algo malo estaba ocurriendo con él:
—Mi padre nunca dejó que escucháramos discusiones de adultos cuando éramos niñas, y no quise que sus hijos oyeran sus problemas de madre... —Lo miró dulce desde su baja estatura—. Así que los llevé a comprar dulces y aproveché de traer algo para el desayuno. —Le enseñó las bolsas con compras.
James respiró profundo y se apaciguó. Sonrió travieso cuando la vio vestir uno de sus abrigos. Le quedaba enorme, aun así, lucía perfecta.
—Te ves hermosa —musitó acariciándole las mejillas.
Ella sonrió y quiso besarlo, pero los gemelos los rodearon con sus miradas divertidas y los interrumpieron. Traían las bocas con dulces y masticaban con energía.
Dubois se los imaginó pegajosos y con olor azúcar y los quiso lejos, pero ellos querían hablarle:
—Señor Dubois, tenemos algo que decirle...
—Sí, algo muy importante.
Los gemelos insistieron, le guiñaron un ojo muchas veces y señalaron el otro extremo del salón.
Querían llevarlo lejos para hablar con él en privado.
Con mueca disconforme, James aceptó. Los jóvenes corrieron cuando tuvieron su atención y él rodó los ojos.
Romina se carcajeó, se levantó en punta de pies para besarlo en los labios y se alejó para preparar el desayuno.
Dubois caminó tras los gemelos arrastrando los pies. No tenía ganas de hablar con gemelos entrometidos, menos sin haber probado una gota de café.
Debía ser ilegal lidiar con jóvenes alocados tan temprano y sin café.
—Hablen ahora o callen para siempre —ordenó James con mala cara.
Tenía poca paciencia.
Los gemelos miraron a Romina y esperaron pacientemente a que ella se diera vuelta para chillar enloquecidos:
—¡La vaca con la que sale está alla abajo!
—¿Vaca? —preguntó Dubois, perdido.
—Sí, la que come pasto —respondió el otro gemelos.
—¿Pasto? —Dubois no entendía nada.
Los gemelos rodaron los ojos al mismo tiempo, tan sincronizados que James supo que jamás tendría gemelos. ¡Jamás!
Lo volvían loco.
—La vegetariana —respondió un gemelo con claro fastidio.
—Oh... —James pensó y recordó su viaje a Montana con Ruby, la modelo perfecta y vegetariana con la que salía a veces.
Solo a veces.
—¡Estaba ofendida en vaca preguntando por usted!
—¡Quería subir!
—¡Aquí!
—¡¿Aquí?! —Dubois supo que tendría una crisis.
Tres, dos...
—¿Café con leche batida o...? —Romina apareció de la nada, con una botella de leche en la mano y su maldita sonrisa que lo llevaba a otras galaxias.Su voz lo hizo aterrizar. Su sonrisa lo hizo calmarse.Los gemelos se exaltaron al escucharla. Dubois estaba pálido y las rodillas le tiritaban.—Entonces vieron a la niña calva en una cafetería, donde murió un señor...—Sí, y aparecieron los agentes federales y mataron a todos...Los gemelos hablaron lo primero que se les ocurrió.—¿Todo está bien? —Romina estaba confundida.Los miró a los tres con curiosidad.La cara de James era un poema.—Sí, sí... los gemelos me están hablando de... —Los miró pidiendo ayuda.—Una serie de televisión —dijo el gemelo mayor y se acomodó las gafas en el puente de la nariz.El otro gemelo sonrió falso para Romina.Odiaban mentirle.Romina supo que algo extraño estaba ocurriendo y asintió calma. Volvió a mirar a James, a la espera de que respondiera su pregunta.James reaccionó al ver la leche en su mano.
No tuvo que hacer mucho. Los gemelos salieron en su defensa:—Ella cree que es su novia.James se quedó con la boca estirada. Pretendía decir algo en su defensa, como buen abogado, pero descubrió que tenía dos defensores.—Nunca formalizaron su relación, de ninguna forma. —El otro gemelo parecía tan seguro de sí mismo.Romina los miró con las cejas en alto, sorprendida de escuchar a los gemelos hablando por él.Con desconfianza la joven fijó sus ojos en el abogado y esperó a que se justificara.—Señor Dubois... —Llamó cuidadosa.—Sí, así me llamo —respondi
Todo apestaba a hogar.—Dios mío, no puedo romper mi ayuno con esta atrocidad —dijo ofendida, mirando las tostadas francesas con horror.Romina bufó.—Por supuesto... —Romy musitó hastiada—. ¿Qué quieres comer? —preguntó cansada.—¿Qué tienes? —preguntó Ruby, burlesca.Romina miró la cocina y enumeró:—Pan blanco, miel, huevos, leche, café, chocolate, dulces de anís...Ruby se puso peor.—Mi dieta no incluye nada de eso... ¿Acaso no tienes otra cosa? —insistió insoportable.
James nunca había contenido a nadie; difícil le fue entender que tenía que abrazarla.Pronto recordó su abrazo con su empleada y rememoró lo bien que se había sentido corresponderle a otro cuerpo cálido y tembloroso; ofrecer calma y consuelo sin esperar nada a cambio.Abrazó a Romina por la espalda y encontró que se sentía diez veces mejor; era diferente, por supuesto. No deseaba a su empleada; a Romina sí, de todas las formas que un hombre podía llegar a imaginarse.Frente a él, los gemelos le decían con gestos animados que tenía que abrazarla y besarla. Algunos gestos fueron más obscenos que otros, pero a Dubois le hicieron entrever que tenía que actuar.Se armó de valor para cogerla
Hasta ese momento, ella creía que el Coco asustaba a los niños, jamás se habría imaginado que podía hacerlos reír.Supo que sería una navidad maravillosa, cuando vio a sus hijos sonreír otra vez y disfrutar de un desayuno con otras personas.Tal vez, se había acabado la soledad para ellos.—¡No puedes apagarlos! —gritó Romina, riéndose fuerte y se levantó para luchar con James.—¡Deben tener un interruptor! —gritó James, enloquecido y buscó debajo de sus axilas—. ¡Un interruptor de reinicio!Los cuatro se vieron rápido en el piso, enrollados y luchando, riéndose y buscando ganarle a ese enorme hombre de fuerza incon
Se besaron y se acariciaron mirándose diferente. Les costó un poco separarse. Sus pieles se buscaban naturalmente; cada roce, beso y mirada fue nuevo para los dos.Pocas horas habían pasado, pero las suficientes para saber que estaban dispuestos a dar ese gran paso juntos.Sin decir mucho, usaron el cuarto de baño juntos y se prepararon para salir.No les costó hallar un ritmo de pareja. James fue el más sorprendido, porque nunca había dejado que una mujer llegara tan lejos.Utilizaron el mismo cepillo de dientes y, mientras ella se puso su desodorante masculino en las axilas y vistió su ropa interior, él se retocó la barba con una cuchilla, tan torpemente que se cortó la mejilla.—A ver, d&
James sonrió.—Secreto profesional —susurró él con tono juguetón. Ella rodó los ojos y quiso decir algo, pero James se le adelantó—: quería que encontrara a los receptores de los órganos de su hijo.Romina sabía la respuesta, aun así, necesitaba escucharla.Ella escondió la mirada. Aun le dolía y fue terrible descubrir que la herida seguía allí.—Ya veo... —susurró abatida—. ¿Y cómo llegó a la clínica?James se rio.—Curiosidad —sinceró—. No encontré ninguna foto suya. Quería saber cómo lucía.
Cuando se bajaron del taxi, encontraron las calles totalmente nevadas, pero nada los detuvo de seguir con sus planes.Se cogieron de las manos para caminar sin resbalar y James la condujo hacia un edifico que Romina miró con una ceja enarcada.—¿Una sala de destrucción? —preguntó ella, confundida por esa “salida” no tan “especial”.James sonrió y después se rio.—Una sala de ira —corrigió él con suavidad. No quería que se ofendiera—. Vamos a romper algunas cosas...Ella se sobresaltó aún más al escuchar aquello.—¿Con qué fin? —preguntó un poco negativa.