133

James le dio una mirada a su empleada y ahogó un suspiro antes de decirle:

—Te espero en mi oficina.

La mujer agachó la cabeza y asintió obediente.

Los gemelos se espantaron al escuchar esas palabras y se alejaron asustados. No pensaron que sus ocurrencias arruinarían todo ese día.

—James... —Romina lo llamó preocupada y lo miró con pavor—. ¿Qué va a hacer? —preguntó con voz suavizada, más al ver a la empleada caminar hacia una habitación al final del recorrido.

James suspiró y con mueca entristecida le acarició los labios y la barbilla. No quería que ella lo viera como a un monstruo. Sabía que podía ser mejor que eso.

—Pensé en nuestro abrazo de anoche... —musitó dolorido—. En lo que me hiciste sentir. —La miró a los ojos—. No quiero seguir siendo un egoísta...

Romina hipó compungida. Sus palabras se oyeron tan doloridas que tuvo que abrazarlo, tuvo que darle un poco de consuelo. Recostó su cabeza en su pecho y espero pacientemente a que él la abrazara.

A James le tomó unos cuantos segundos reaccionar, pero al entender que debía responder a ese abrazo, James la envolvió con dulzura por la espalda.

Se sintió tan bien entre sus brazos femeninos que sonrió.

Romina se quedó con los gemelos y James fue tras su empleada.

Se puso una bata para hablarle más seriamente. No quería que se llevara una impresión equivocada.

—Señor Dubois, si hubiera sabido que usted... —La mujer quiso excusarse, pero cuando le vio la cara se tragó todas sus palabras—. Lo lamento muchísimo —se disculpó—. Al menos espero que pueda recomendarme...

Dubois la miró con una ceja enarcada y no dijo nada. Solo abrió un cajón de su escritorio alargado y tomó su chequera y escribió algunas cosas que ella no pudo ver.

—No voy a recomendarla, porque no voy a despedirla —dijo él y la mujer le miró con evidente confusión—. Tome... —Le ofreció el cheque—. Tómese la semana y disfrute de su navidad.

La latina lo miró con desconfianza y con timidez aceptó el cheque.

—¿Va a descontármelo de...? —Quiso saber.

—No —respondió él, guardando todo otra vez en el cajón—. Es un bono navideño.

—¿Un bono qué...? —Ella estaba muy aturdida.

—Un bono navideño —repitió él. Ella seguía perpleja—. Un regalo para que disfrute de su navidad con sus... hijos —explicó más abiertamente—. Cómpreles algo bonito...

A la mujer se le aguaron los ojos y recitó palabras en español que Dubois poco pudo entender. En su arrebato de emociones, se abalanzó encima de él para darle un gran abrazo de agradecimiento.

Dubois estuvo tieso los primeros segundos, pero rápido recordó el abrazo de Romina y supo lo que tenía que hacer.

Le correspondió con respeto.

Temblando la mujer se separó de él y le dijo:

—Muchas gracias por su generosidad, pagaré el alquiler, porque tengo un mes de atraso y...

—¿Qué? —Dubois se sintió peor al escuchar eso—. No, no... —Sacudió la cabeza—. Esto es para que disfrute de su navidad.

La mujer sonrió llorando y con tono humilde le dijo:

—No puedo darles una navidad en la calle a mis hijos, Señor Dubois. Una debe saber elegir... —Sus ojos estaban brillantes—.  Ellos entenderán... yo sé que sí...

—¡Maldita sea, mujer terca! —gritó él, fuera de sí. Ella se asustó—. No me diga esas cosas, porque... —Se tocó el pecho con angustia.

La mujer lo miró con pavor cuando lo vio derrumbándose.

—Señore Dubois, ¿se siente bien?

Él respiró fuerte, sosteniéndose del escritorio y se calmó antes de que ella saliera a llamar a Romina y todo se fuera a la m****a.

—Sí, solo... —Apretó los ojos y pensó muy bien en las cosas, mientras respiró para calmarse—. ¿Cuánto debe de alquiler? —preguntó tras recomponerse.

La mujer negó liada y con tristeza miró el cheque. Todo ese dinero. Se imagino comprando pavo, un poco de ponche, pan fresco, obsequios para sus gemelos... pero también necesitaban un techo, protección.

Sus hijos la necesitaban.

Dubois no necesitó una respuesta. La supo cuando vio su mirada. Supo también que no llevaba a sus hijos a su apartamento para fastidiarlo, ni le comían toda la comida porque querían hacerlo enojar.

Lo hacían porque no tenían otra opción.  

Volvió a abrir su cajón y escribió un nuevo cheque para ella.

—Por favor, deles una navidad a sus hijos —ordenó, entregándole un segundo cheque.

La mujer lo aceptó llorando y temblando aferró el documento sobre su pecho.

Dubois sintió la mirada nublándose, pero se mantuvo fuerte.

La mujer no pudo contenerse y, pese a que su relación era nefasta y nunca habían congeniado de ninguna forma, volvió a abrazarlo en gesto de agradecimiento.

Dubois le correspondió por segunda vez, pero, en esa oportunidad, la abrazó fuerte, dejando de lado todos los problemas superficiales del pasado.  

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados