James le dio una mirada a su empleada y ahogó un suspiro antes de decirle:
—Te espero en mi oficina.
La mujer agachó la cabeza y asintió obediente.
Los gemelos se espantaron al escuchar esas palabras y se alejaron asustados. No pensaron que sus ocurrencias arruinarían todo ese día.
—James... —Romina lo llamó preocupada y lo miró con pavor—. ¿Qué va a hacer? —preguntó con voz suavizada, más al ver a la empleada caminar hacia una habitación al final del recorrido.
James suspiró y con mueca entristecida le acarició los labios y la barbilla. No quería que ella lo viera como a un monstruo. Sabía que podía ser mejor que eso.
—Pensé en nuestro abrazo de anoche... —musitó dolorido—. En lo que me hiciste sentir. —La miró a los ojos—. No quiero seguir siendo un egoísta...
Romina hipó compungida. Sus palabras se oyeron tan doloridas que tuvo que abrazarlo, tuvo que darle un poco de consuelo. Recostó su cabeza en su pecho y espero pacientemente a que él la abrazara.
A James le tomó unos cuantos segundos reaccionar, pero al entender que debía responder a ese abrazo, James la envolvió con dulzura por la espalda.
Se sintió tan bien entre sus brazos femeninos que sonrió.
Romina se quedó con los gemelos y James fue tras su empleada.
Se puso una bata para hablarle más seriamente. No quería que se llevara una impresión equivocada.
—Señor Dubois, si hubiera sabido que usted... —La mujer quiso excusarse, pero cuando le vio la cara se tragó todas sus palabras—. Lo lamento muchísimo —se disculpó—. Al menos espero que pueda recomendarme...
Dubois la miró con una ceja enarcada y no dijo nada. Solo abrió un cajón de su escritorio alargado y tomó su chequera y escribió algunas cosas que ella no pudo ver.
—No voy a recomendarla, porque no voy a despedirla —dijo él y la mujer le miró con evidente confusión—. Tome... —Le ofreció el cheque—. Tómese la semana y disfrute de su navidad.
La latina lo miró con desconfianza y con timidez aceptó el cheque.
—¿Va a descontármelo de...? —Quiso saber.
—No —respondió él, guardando todo otra vez en el cajón—. Es un bono navideño.
—¿Un bono qué...? —Ella estaba muy aturdida.
—Un bono navideño —repitió él. Ella seguía perpleja—. Un regalo para que disfrute de su navidad con sus... hijos —explicó más abiertamente—. Cómpreles algo bonito...
A la mujer se le aguaron los ojos y recitó palabras en español que Dubois poco pudo entender. En su arrebato de emociones, se abalanzó encima de él para darle un gran abrazo de agradecimiento.
Dubois estuvo tieso los primeros segundos, pero rápido recordó el abrazo de Romina y supo lo que tenía que hacer.
Le correspondió con respeto.
Temblando la mujer se separó de él y le dijo:
—Muchas gracias por su generosidad, pagaré el alquiler, porque tengo un mes de atraso y...
—¿Qué? —Dubois se sintió peor al escuchar eso—. No, no... —Sacudió la cabeza—. Esto es para que disfrute de su navidad.
La mujer sonrió llorando y con tono humilde le dijo:
—No puedo darles una navidad en la calle a mis hijos, Señor Dubois. Una debe saber elegir... —Sus ojos estaban brillantes—. Ellos entenderán... yo sé que sí...
—¡Maldita sea, mujer terca! —gritó él, fuera de sí. Ella se asustó—. No me diga esas cosas, porque... —Se tocó el pecho con angustia.
La mujer lo miró con pavor cuando lo vio derrumbándose.
—Señore Dubois, ¿se siente bien?
Él respiró fuerte, sosteniéndose del escritorio y se calmó antes de que ella saliera a llamar a Romina y todo se fuera a la m****a.
—Sí, solo... —Apretó los ojos y pensó muy bien en las cosas, mientras respiró para calmarse—. ¿Cuánto debe de alquiler? —preguntó tras recomponerse.
La mujer negó liada y con tristeza miró el cheque. Todo ese dinero. Se imagino comprando pavo, un poco de ponche, pan fresco, obsequios para sus gemelos... pero también necesitaban un techo, protección.
Sus hijos la necesitaban.
Dubois no necesitó una respuesta. La supo cuando vio su mirada. Supo también que no llevaba a sus hijos a su apartamento para fastidiarlo, ni le comían toda la comida porque querían hacerlo enojar.
Lo hacían porque no tenían otra opción.
Volvió a abrir su cajón y escribió un nuevo cheque para ella.
—Por favor, deles una navidad a sus hijos —ordenó, entregándole un segundo cheque.
La mujer lo aceptó llorando y temblando aferró el documento sobre su pecho.
Dubois sintió la mirada nublándose, pero se mantuvo fuerte.
La mujer no pudo contenerse y, pese a que su relación era nefasta y nunca habían congeniado de ninguna forma, volvió a abrazarlo en gesto de agradecimiento.
Dubois le correspondió por segunda vez, pero, en esa oportunidad, la abrazó fuerte, dejando de lado todos los problemas superficiales del pasado.
Cuando James y su empleada dejaron atrás la oficina en la que habían hecho las “paces”, encontraron el apartamento en completo silencio.Romina y los gemelos ya no estaban en ninguna parte.James y su empleada se miraron liados y recorrieron el lugar sin decir mucho.—Qué extraño... —murmuró James con el ceño apretado y buscó a Romina en los cuartos que aún no estaban terminados.Encontró cajas con expedientes de sus casos, apiladas una sobre otra, hasta el techo.—Mis gemelos —jadeó su empleada cuando, con el pasar de los minutos, no los encontró en ninguna parte; empezó a registrar otra vez todas las habitaciones con desesperación—. ¡Mis gemelos! —chilló histérica y corrió a los brazos de Dubois a clamar por su ayuda.Dubois se quedó paralizado. Le costó reaccionar. Realmente no sabía qué decir, ni cómo actuar. No entendía qué demonios estaba ocurriendo. Muchas cosas se cruzaron por su cabeza.Muchas ideas contradictorias: ¿por qué Romina huiría y con gemelos? ¿Por qué se llevaría a
—¿Café con leche batida o...? —Romina apareció de la nada, con una botella de leche en la mano y su maldita sonrisa que lo llevaba a otras galaxias.Su voz lo hizo aterrizar. Su sonrisa lo hizo calmarse.Los gemelos se exaltaron al escucharla. Dubois estaba pálido y las rodillas le tiritaban.—Entonces vieron a la niña calva en una cafetería, donde murió un señor...—Sí, y aparecieron los agentes federales y mataron a todos...Los gemelos hablaron lo primero que se les ocurrió.—¿Todo está bien? —Romina estaba confundida.Los miró a los tres con curiosidad.La cara de James era un poema.—Sí, sí... los gemelos me están hablando de... —Los miró pidiendo ayuda.—Una serie de televisión —dijo el gemelo mayor y se acomodó las gafas en el puente de la nariz.El otro gemelo sonrió falso para Romina.Odiaban mentirle.Romina supo que algo extraño estaba ocurriendo y asintió calma. Volvió a mirar a James, a la espera de que respondiera su pregunta.James reaccionó al ver la leche en su mano.
No tuvo que hacer mucho. Los gemelos salieron en su defensa:—Ella cree que es su novia.James se quedó con la boca estirada. Pretendía decir algo en su defensa, como buen abogado, pero descubrió que tenía dos defensores.—Nunca formalizaron su relación, de ninguna forma. —El otro gemelo parecía tan seguro de sí mismo.Romina los miró con las cejas en alto, sorprendida de escuchar a los gemelos hablando por él.Con desconfianza la joven fijó sus ojos en el abogado y esperó a que se justificara.—Señor Dubois... —Llamó cuidadosa.—Sí, así me llamo —respondi
Todo apestaba a hogar.—Dios mío, no puedo romper mi ayuno con esta atrocidad —dijo ofendida, mirando las tostadas francesas con horror.Romina bufó.—Por supuesto... —Romy musitó hastiada—. ¿Qué quieres comer? —preguntó cansada.—¿Qué tienes? —preguntó Ruby, burlesca.Romina miró la cocina y enumeró:—Pan blanco, miel, huevos, leche, café, chocolate, dulces de anís...Ruby se puso peor.—Mi dieta no incluye nada de eso... ¿Acaso no tienes otra cosa? —insistió insoportable.
James nunca había contenido a nadie; difícil le fue entender que tenía que abrazarla.Pronto recordó su abrazo con su empleada y rememoró lo bien que se había sentido corresponderle a otro cuerpo cálido y tembloroso; ofrecer calma y consuelo sin esperar nada a cambio.Abrazó a Romina por la espalda y encontró que se sentía diez veces mejor; era diferente, por supuesto. No deseaba a su empleada; a Romina sí, de todas las formas que un hombre podía llegar a imaginarse.Frente a él, los gemelos le decían con gestos animados que tenía que abrazarla y besarla. Algunos gestos fueron más obscenos que otros, pero a Dubois le hicieron entrever que tenía que actuar.Se armó de valor para cogerla
Hasta ese momento, ella creía que el Coco asustaba a los niños, jamás se habría imaginado que podía hacerlos reír.Supo que sería una navidad maravillosa, cuando vio a sus hijos sonreír otra vez y disfrutar de un desayuno con otras personas.Tal vez, se había acabado la soledad para ellos.—¡No puedes apagarlos! —gritó Romina, riéndose fuerte y se levantó para luchar con James.—¡Deben tener un interruptor! —gritó James, enloquecido y buscó debajo de sus axilas—. ¡Un interruptor de reinicio!Los cuatro se vieron rápido en el piso, enrollados y luchando, riéndose y buscando ganarle a ese enorme hombre de fuerza incon
Se besaron y se acariciaron mirándose diferente. Les costó un poco separarse. Sus pieles se buscaban naturalmente; cada roce, beso y mirada fue nuevo para los dos.Pocas horas habían pasado, pero las suficientes para saber que estaban dispuestos a dar ese gran paso juntos.Sin decir mucho, usaron el cuarto de baño juntos y se prepararon para salir.No les costó hallar un ritmo de pareja. James fue el más sorprendido, porque nunca había dejado que una mujer llegara tan lejos.Utilizaron el mismo cepillo de dientes y, mientras ella se puso su desodorante masculino en las axilas y vistió su ropa interior, él se retocó la barba con una cuchilla, tan torpemente que se cortó la mejilla.—A ver, d&
James sonrió.—Secreto profesional —susurró él con tono juguetón. Ella rodó los ojos y quiso decir algo, pero James se le adelantó—: quería que encontrara a los receptores de los órganos de su hijo.Romina sabía la respuesta, aun así, necesitaba escucharla.Ella escondió la mirada. Aun le dolía y fue terrible descubrir que la herida seguía allí.—Ya veo... —susurró abatida—. ¿Y cómo llegó a la clínica?James se rio.—Curiosidad —sinceró—. No encontré ninguna foto suya. Quería saber cómo lucía.
Último capítulo