—¿Café con leche batida o...? —Romina apareció de la nada, con una botella de leche en la mano y su m*****a sonrisa que lo llevaba a otras galaxias.
Su voz lo hizo aterrizar. Su sonrisa lo hizo calmarse.
Los gemelos se exaltaron al escucharla. Dubois estaba pálido y las rodillas le tiritaban.
—Entonces vieron a la niña calva en una cafetería, donde murió un señor...
—Sí, y aparecieron los agentes federales y mataron a todos...
Los gemelos hablaron lo primero que se les ocurrió.
—¿Todo está bien? —Romina estaba confundida.
Los miró a los tres con curiosidad.
La cara de James era un poema.
—Sí, sí... los gemelos me están hablando de... —Los miró pidiendo ayuda.
—Una serie de televisión —dijo el gemelo mayor y se acomodó las gafas en el puente de la nariz.
El otro gemelo sonrió falso para Romina.
Odiaban mentirle.
Romina supo que algo extraño estaba ocurriendo y asintió calma. Volvió a mirar a James, a la espera de que respondiera su pregunta.
James reaccionó al ver la leche en su mano.
—¿Leche? —preguntó confundido—. No, no... café negro... —jadeó nervioso—. Por favor... —pidió después, cuando entendió que, todo se podía ir al demonio en cualquier segundo.
—Negro como su alma —fastidió su empleada en español.
Los gemelos se rieron, pero tensos.
Romina sonrió y se dio la media vuelta para terminar de preparar el café.
James suspiró sintiéndose fatal. No quería mentirle a Romina, no después de una noche tan perfecta. Si Romina lo descubría, no iba a perdonarlo. Al menos, él no se perdonaría por algo así.
Había planeado una semana en Montana con otra mujer. Tenía que decírselo, pero hablarle de eso involucraba también hablarle de los perritos calientes.
Pensó que, si Ruby aparecía por el ascensor en ese segundo, se moría.
Sí, se moría. Su cuerpo no iba a resistir tanto.
Vio a Romina regresar a la cocina abierta y preparar el café con una sonrisa relajada en los labios. M****a, le fascinó verla ahí. Se veía perfecta, bajo la luz de la mañana y el indiscutible aroma de las tostadas francesas.
Pain perdu, pensó sonriente, embobado.
—¿Señor Dubois? —Los gemelos lo llamaron. Él estaba perdido—. Tierra llamando al patrón... Dubois...
—Sí... yo... —jadeó nervioso—. M****a... —Se frotó las sienes con angustia.
Los gemelos se miraron con grandes ojos al escuchar esa mala palabra.
—Sí, María —respondieron ellos y James los miró más confundido—. No podemos decir la palabra con M, así que decimos María.
James se quedó boquiabierto unos segundos y, aunque consideró que era lo más estúpido que había escuchado nunca, se terminó riendo por las estupideces que esos jóvenes decían.
—María, triple María... ¡Maldita María! —gritó James, maldiciendo al estilo de esos gemelos y se rio más fuerte.
Desde la cocina, su empleada lo miró con la boca abierta; a su lado, Romina estaba encantada tostando el pan y poniéndole canela extra. Hasta suspiraba corazones.
—¿Alguna vez escuchó la historia de ese hombre que le arrancó la cabeza a un murciélago con sus dientes? —preguntó la empleada, de la nada.
Romina enarcó una ceja y la miró con cierta confusión.
—¿Ozzy Osbourne? —respondió ella con otra pregunta.
La empleada asintió con convicción.
—Siempre me imaginé así al patrón y siempre creí que, cuando mis gemelos le hablaran, él les arrancaría la cabeza...
Romina se rio fuerte por las ocurrencias de la empleada de James y, todo estuvo bien hasta ese momento.
Pero, de la nada, las campanillas del elevador anunciaron que no estaban solos.
Dubois se puso más pálido, como si eso fuera posible y corrió al elevador para detener a la vaca... a Ruby, antes de que enredara toda su romántica mañana.
Los gemelos corrieron con él, para respaldarlo, pero se sorprendieron al ver al administrador del edificio allí. Jadeaba exaltado y parecía sobresaltado por una razón que nadie conseguía entender.
—Señor Dubois... —El hombre dejó el elevador con mueca preocupada—. Lamento interrumpirlo de este modo, pero no logré comunicarme con usted de otra forma.
Dubois apretó el ceño.
Recordó haber olvidado por completo su teléfono en cuanto había llegado a la casa de Rossi. Romina se había robado toda su atención. De seguro su teléfono estaba descargado en el fondo de algún bolsillo de su abrigo.
—No se preocupe. —Fue lo único coherente que pudo responder. Los gemelos le jalaron la ropa, uno a cada lado. Querían decirle algo, pero él aun entendía que estaban allí para ayudarlo—. ¿Todo está en orden?
—Una mujer insistió en subir, alegando que era su novia y le negamos el acceso, pero... —El hombre lo miró complicado. Dubois tragó duro—. Se escapó por las escaleras de emergencia y no la encontramos en ninguna parte...
Dubois sintió que le faltaba el aire.
—María bendita —suspiró un gemelo.
—¿Novia? —Romina preguntó.
Dubois apretó los ojos al escuchar su voz detrás de él y tuvo que armarse de valor para voltear y enfrentarla.
No tuvo que hacer mucho. Los gemelos salieron en su defensa:—Ella cree que es su novia.James se quedó con la boca estirada. Pretendía decir algo en su defensa, como buen abogado, pero descubrió que tenía dos defensores.—Nunca formalizaron su relación, de ninguna forma. —El otro gemelo parecía tan seguro de sí mismo.Romina los miró con las cejas en alto, sorprendida de escuchar a los gemelos hablando por él.Con desconfianza la joven fijó sus ojos en el abogado y esperó a que se justificara.—Señor Dubois... —Llamó cuidadosa.—Sí, así me llamo —respondi
Todo apestaba a hogar.—Dios mío, no puedo romper mi ayuno con esta atrocidad —dijo ofendida, mirando las tostadas francesas con horror.Romina bufó.—Por supuesto... —Romy musitó hastiada—. ¿Qué quieres comer? —preguntó cansada.—¿Qué tienes? —preguntó Ruby, burlesca.Romina miró la cocina y enumeró:—Pan blanco, miel, huevos, leche, café, chocolate, dulces de anís...Ruby se puso peor.—Mi dieta no incluye nada de eso... ¿Acaso no tienes otra cosa? —insistió insoportable.
James nunca había contenido a nadie; difícil le fue entender que tenía que abrazarla.Pronto recordó su abrazo con su empleada y rememoró lo bien que se había sentido corresponderle a otro cuerpo cálido y tembloroso; ofrecer calma y consuelo sin esperar nada a cambio.Abrazó a Romina por la espalda y encontró que se sentía diez veces mejor; era diferente, por supuesto. No deseaba a su empleada; a Romina sí, de todas las formas que un hombre podía llegar a imaginarse.Frente a él, los gemelos le decían con gestos animados que tenía que abrazarla y besarla. Algunos gestos fueron más obscenos que otros, pero a Dubois le hicieron entrever que tenía que actuar.Se armó de valor para cogerla
Hasta ese momento, ella creía que el Coco asustaba a los niños, jamás se habría imaginado que podía hacerlos reír.Supo que sería una navidad maravillosa, cuando vio a sus hijos sonreír otra vez y disfrutar de un desayuno con otras personas.Tal vez, se había acabado la soledad para ellos.—¡No puedes apagarlos! —gritó Romina, riéndose fuerte y se levantó para luchar con James.—¡Deben tener un interruptor! —gritó James, enloquecido y buscó debajo de sus axilas—. ¡Un interruptor de reinicio!Los cuatro se vieron rápido en el piso, enrollados y luchando, riéndose y buscando ganarle a ese enorme hombre de fuerza incon
Se besaron y se acariciaron mirándose diferente. Les costó un poco separarse. Sus pieles se buscaban naturalmente; cada roce, beso y mirada fue nuevo para los dos.Pocas horas habían pasado, pero las suficientes para saber que estaban dispuestos a dar ese gran paso juntos.Sin decir mucho, usaron el cuarto de baño juntos y se prepararon para salir.No les costó hallar un ritmo de pareja. James fue el más sorprendido, porque nunca había dejado que una mujer llegara tan lejos.Utilizaron el mismo cepillo de dientes y, mientras ella se puso su desodorante masculino en las axilas y vistió su ropa interior, él se retocó la barba con una cuchilla, tan torpemente que se cortó la mejilla.—A ver, d&
James sonrió.—Secreto profesional —susurró él con tono juguetón. Ella rodó los ojos y quiso decir algo, pero James se le adelantó—: quería que encontrara a los receptores de los órganos de su hijo.Romina sabía la respuesta, aun así, necesitaba escucharla.Ella escondió la mirada. Aun le dolía y fue terrible descubrir que la herida seguía allí.—Ya veo... —susurró abatida—. ¿Y cómo llegó a la clínica?James se rio.—Curiosidad —sinceró—. No encontré ninguna foto suya. Quería saber cómo lucía.
Cuando se bajaron del taxi, encontraron las calles totalmente nevadas, pero nada los detuvo de seguir con sus planes.Se cogieron de las manos para caminar sin resbalar y James la condujo hacia un edifico que Romina miró con una ceja enarcada.—¿Una sala de destrucción? —preguntó ella, confundida por esa “salida” no tan “especial”.James sonrió y después se rio.—Una sala de ira —corrigió él con suavidad. No quería que se ofendiera—. Vamos a romper algunas cosas...Ella se sobresaltó aún más al escuchar aquello.—¿Con qué fin? —preguntó un poco negativa.
Rossi ayudó a Lily a terminar con algunas decoraciones navideñas. No estaban muy convencidos con las nuevas guirnaldas, así que las pusieron en todas las ventanas, para ver mejor el panorama.La familia Tronquitos en su jaula de cristal tuvo también sus propias decoraciones. Lily y Sasha habían preparado un árbol diminuto para ellos que decoraba el centro de su casa con elegancia.Sasha estaba ilusionada. Era su primera navidad en tierras americanas y estaba muy sorprendida por todas las tradiciones que los acompañaban, ni hablar de la comida.Con Julián había aprendido tantos platillos nuevos que, no sabía cuál de todos era su favorito.—Ponche, querida. —Julián le ofreció algo para beber.