No tuvo que hacer mucho. Los gemelos salieron en su defensa:
—Ella cree que es su novia.
James se quedó con la boca estirada. Pretendía decir algo en su defensa, como buen abogado, pero descubrió que tenía dos defensores.
—Nunca formalizaron su relación, de ninguna forma. —El otro gemelo parecía tan seguro de sí mismo.
Romina los miró con las cejas en alto, sorprendida de escuchar a los gemelos hablando por él.
Con desconfianza la joven fijó sus ojos en el abogado y esperó a que se justificara.
—Señor Dubois... —Llamó cuidadosa.
—Sí, así me llamo —respondió él, todo nervioso.
—¿Tiene algo que decir en su defensa? —insistió Romina, no muy convencida por la palabra de los gemelos.
James suspiró y valiente dio un amplio paso hacia ella, acortando la distancia fría que los dividía. No quería sentir ese frío, esa distancia cruel. Le gustaba su calidez, su ternura, su piel y sabía que necesitaba tenerla cerca para derretir los muros de hielo que lo rodeaban.
—No es mi novia —respondió firme, mirándola a los ojos—. No puedo negarle que salimos un par de veces, pero...
Guardó silencio cuando el elevador se oyó otra vez.
La empleada de James levantó la cabeza para mirar. Podía apostar que nunca había visto tanta actividad en ese abandonado apartamento. Mucho menos a tantas personas reunidas en un solo lugar.
Una mujer apareció jadeando por las puertas dobles y caminó hacia ellos con enojo.
—Ruby... —James supo que todo se empezaba a desmoronar—. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó incómodo.
Romina se alejó inquieta, más al ver a la mujer con la que James “salía”. Existía una gran diferencia entre ella y... esa mujer.
Con gesto despreciativo Ruby miró a los gemelos que se cruzaron en su camino y se acercó a James sin entender lo que estaba ocurriendo.
De reojo miró a Romina y luego a la empleada con evidente fastidio. Por supuesto que pensó que las dos eran empleadas del abogado. Las pieles tostadas se lo dijeron.
Ruby no entendía mucho. Era una mujer que, cuando llegaba a un lugar, los hombres corrían a sostenerle las puertas o a acomodarle la silla para que se sentara.
A ella le abrían puertas, no se las cerraban.
A ella la invitaban a entrar, no le negaban la entrada.
Así que, llegó a la conclusión de que todo se trataba de un simple error.
—James, tienes que quejarte —dijo, sacudiendo la cabeza—. Este hombre intentó negarme la entrada y me trató como si yo fuera una cualquiera. —Señaló al administrador con elegancia, pero mueca grotesca.
Su mirada fría y desdeñosa le restaba toda la feminidad que creía poseer.
—Señorita, las cosas no fueron así —refutó el administrador, cabreado por la insistencia de la mujer—. Nuestro reglamento interno prohíbe...
—Ay, basta... no quiero escuchar otra vez tu discurso...
—No seas irrespetuosa. Él solo está haciendo su trabajo —intervino Romina hablándole con tono marcado.
Ruby abrió grandes ojos cuando Romina la calló y ofendida miró a James y le dijo:
—BabyBu, tendrás que despedirla... no puede hablarme así.
Romina se rio y entre dientes se burló de ese apodo infantil: BabyBu.
—No deberías estar aquí —musitó James y de reojo miró a Romina.
Ella se sintió terrible, pero lo disimuló muy bien manteniéndose firme en su lugar.
Ruby se rio como siempre hacía, cuando buscaba conseguir algo o ganar, y miró la cocina con emoción.
—¡¿Preparaste un desayuno para mí?! —preguntó sobreexcitada y dio saltos felices hasta la cocina.
La empleada de Dubois probaba el café con relajo detrás del mesón, viendo todo el drama matutino y digno de telenovela con un puñado de chocolates en la mano.
—Atiéndeme —ordenó Ruby, mirando a Romina con superioridad, confundiéndola con la empleada.
Romina se quedó perpleja unos instantes, pero se rio con sarcasmo, sorprendida por la clase de mujer que era y fijó sus ojos oscuros en James.
—Romina, espere... —La cogió por el brazo para detenerla.
—No —refutó ella y se liberó de su agarre conforme avanzó a la cocina—, déjeme atender a su... novia —añadió con sarcasmo.
James bufó y caminó detrás de ella, queriendo explicarle las cosas.
Ruby se acomodó en la cabecera de la mesa alargada y a su lado se sentaron los gemelos para fastidiarla.
—¿En invierno no se te congelan porque son falsas? —preguntó un gemelo, mirándole los implantes de silicona.
—¿Te hiciste implante cerebral también? —preguntó el otro.
—¿Qué? —Ruby se mostró confundida.
—Claramente no —respondió un gemelo.
Mientras los gemelos se rieron de Ruby, James buscó acercarse a Romina para explicarse.
—No es mi novia. Solo salimos unas cuantas veces, pero nunca fue nada serio.
—No quiero saber —susurró Romina, tostando más pan con miel.
—María —suspiró James—. Ella es mi pasado... y quiero que usted seas mi futuro ahora...
—No quiero escucharlo ahora, deje que lo procese, por favor —suplicó ella con los ojos llorosos.
James negó dolido. No quería verla herida. No por su culpa.
Sin titubear, sin esconderse, le secó las lágrimas y asumió su culpa siempre.
—Es mi culpa, déjame hacer algo para...
—Por favor, deténgase —rogó Romina y se quedó quieta y con el corazón dolorido—. Usted es abogado defensor, ¿no? —preguntó. James asintió—. Entonces dirá cualquier cosa con tal de ganar, ¿o me equivoco?
James se quedó helado, dolido. No quería que ella pensara eso de él, porque él la dejaría ganar siempre.
—Jamás le mentiría —siseó acariciándole la mejilla.
Romina tragó duro. Por alguna estúpida razón, le dolía y su caricia calmó todas esas inseguridades que la estaban volviendo loca.
Pero más loca la volvía Ruby, con su actitud de princesa xenófoba.
Romina cogió los platillos con el desayuno que había preparado para él y para ella y con el corazón roto se lo sirvió a Ruby.
—¿Café con o sin leche? —preguntó Romina de mala gana.
Ruby la miró con horror. Todo apestaba a fritura y huevo; azúcar y leche.
Todo apestaba a hogar.—Dios mío, no puedo romper mi ayuno con esta atrocidad —dijo ofendida, mirando las tostadas francesas con horror.Romina bufó.—Por supuesto... —Romy musitó hastiada—. ¿Qué quieres comer? —preguntó cansada.—¿Qué tienes? —preguntó Ruby, burlesca.Romina miró la cocina y enumeró:—Pan blanco, miel, huevos, leche, café, chocolate, dulces de anís...Ruby se puso peor.—Mi dieta no incluye nada de eso... ¿Acaso no tienes otra cosa? —insistió insoportable.
James nunca había contenido a nadie; difícil le fue entender que tenía que abrazarla.Pronto recordó su abrazo con su empleada y rememoró lo bien que se había sentido corresponderle a otro cuerpo cálido y tembloroso; ofrecer calma y consuelo sin esperar nada a cambio.Abrazó a Romina por la espalda y encontró que se sentía diez veces mejor; era diferente, por supuesto. No deseaba a su empleada; a Romina sí, de todas las formas que un hombre podía llegar a imaginarse.Frente a él, los gemelos le decían con gestos animados que tenía que abrazarla y besarla. Algunos gestos fueron más obscenos que otros, pero a Dubois le hicieron entrever que tenía que actuar.Se armó de valor para cogerla
Hasta ese momento, ella creía que el Coco asustaba a los niños, jamás se habría imaginado que podía hacerlos reír.Supo que sería una navidad maravillosa, cuando vio a sus hijos sonreír otra vez y disfrutar de un desayuno con otras personas.Tal vez, se había acabado la soledad para ellos.—¡No puedes apagarlos! —gritó Romina, riéndose fuerte y se levantó para luchar con James.—¡Deben tener un interruptor! —gritó James, enloquecido y buscó debajo de sus axilas—. ¡Un interruptor de reinicio!Los cuatro se vieron rápido en el piso, enrollados y luchando, riéndose y buscando ganarle a ese enorme hombre de fuerza incon
Se besaron y se acariciaron mirándose diferente. Les costó un poco separarse. Sus pieles se buscaban naturalmente; cada roce, beso y mirada fue nuevo para los dos.Pocas horas habían pasado, pero las suficientes para saber que estaban dispuestos a dar ese gran paso juntos.Sin decir mucho, usaron el cuarto de baño juntos y se prepararon para salir.No les costó hallar un ritmo de pareja. James fue el más sorprendido, porque nunca había dejado que una mujer llegara tan lejos.Utilizaron el mismo cepillo de dientes y, mientras ella se puso su desodorante masculino en las axilas y vistió su ropa interior, él se retocó la barba con una cuchilla, tan torpemente que se cortó la mejilla.—A ver, d&
James sonrió.—Secreto profesional —susurró él con tono juguetón. Ella rodó los ojos y quiso decir algo, pero James se le adelantó—: quería que encontrara a los receptores de los órganos de su hijo.Romina sabía la respuesta, aun así, necesitaba escucharla.Ella escondió la mirada. Aun le dolía y fue terrible descubrir que la herida seguía allí.—Ya veo... —susurró abatida—. ¿Y cómo llegó a la clínica?James se rio.—Curiosidad —sinceró—. No encontré ninguna foto suya. Quería saber cómo lucía.
Cuando se bajaron del taxi, encontraron las calles totalmente nevadas, pero nada los detuvo de seguir con sus planes.Se cogieron de las manos para caminar sin resbalar y James la condujo hacia un edifico que Romina miró con una ceja enarcada.—¿Una sala de destrucción? —preguntó ella, confundida por esa “salida” no tan “especial”.James sonrió y después se rio.—Una sala de ira —corrigió él con suavidad. No quería que se ofendiera—. Vamos a romper algunas cosas...Ella se sobresaltó aún más al escuchar aquello.—¿Con qué fin? —preguntó un poco negativa.
Rossi ayudó a Lily a terminar con algunas decoraciones navideñas. No estaban muy convencidos con las nuevas guirnaldas, así que las pusieron en todas las ventanas, para ver mejor el panorama.La familia Tronquitos en su jaula de cristal tuvo también sus propias decoraciones. Lily y Sasha habían preparado un árbol diminuto para ellos que decoraba el centro de su casa con elegancia.Sasha estaba ilusionada. Era su primera navidad en tierras americanas y estaba muy sorprendida por todas las tradiciones que los acompañaban, ni hablar de la comida.Con Julián había aprendido tantos platillos nuevos que, no sabía cuál de todos era su favorito.—Ponche, querida. —Julián le ofreció algo para beber.
Mientras Romina se preparaba para tomar un baño con agua caliente, Lily la sometió a un interrogatorio profundo.Romina sabía que eso ocurriría, así que con soltura le habló sobre cada cosa romántica que había hecho junto a James, a donde la había llevado y como se había portado a la altura de un caballero.Tras hablar de su tarde de patinaje, mencionó lo de la lluvia y que para protegerse subieron al apartamento de Dubois.Lily tuvo que interrumpirla:—¿Te acostaste con él?Romina asomó su cabeza por la cortina de baño y con mueca traviesa le dijo:—Un par de veces.Lily chilló