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Julián miró la hora en el reloj de la cocina y suspiró por milésima vez.

Con mueca entristecida sacó el pavo del horno y lo llevó a la mesa, para que todos cenaran en familia. Con congoja miró el puesto vacío de Romina y volvió a suspirar.

—Ya, papito —Lily intentó consolarlo—. Ella está bien.

—Dubois la está tratando bien —dijo Rossi para calmar los aires.

—Sí, lo sé... —Julián dijo y acomodó el pavo en el centro de la mesa—. Solo me preocupa... ¿Habrá comido? Ella no se perdería este pavo por nada del mundo.

Chris miró a su prometida sin saber qué decir. No quería que fuera una cena triste. Él había hecho un gran esfuerzo para que Romy pudiera acompañarlos en esa semana navideña. No quería que las ilusiones de su suegro se hicieran añicos.

—Papito, Romy no va a pasar hambre, si eso piensas —refutó Lily, ofreciéndole un cuchillo largo a Rossi para que cortara el pavo—. Se pone de mal humor y tú lo sabes.

—Cierto. —Julián se oyó más calmo.

Rossi puso atención a sus palabras.

—¿Es algo de familia? —preguntó Chris y fue serio—. ¿Ponerse de mal humor si no comen? —insistió con el ceño arrugado.

Lily se rio.

—Es la adicción a los carbos, amor —respondió Lily—. Ya sabrás de eso...

—Mierda —pensó Rossi en voz alta—. Voy a terminar convertido en adicto... —Especuló, dándole un mordisco al bollo dulce que Sasha había horneado.

Lily se rio y lo cogió por las mejillas para besarlo, aun con la boca llena de bollo dulce y frutas confitadas. Le resultaba tan adorable que era incapaz de aguantarse.

Rossi trozó un pavo por primera vez. No tenía ni puta idea de lo que hacía, pero se esforzó y se convenció de que mejoraría en las siguientes navidades, porque sí, tendría muchas.

Todos tuvieron trozos de pavo apuñalados y deformes en sus platos, pero eso no les importó, solo ese momento en familia y del sabroso pavo que las hermanas López habían horneado.

El señor López pidió un trozo extra para Romina. Le iba a guardar un plato, como en los viejos tiempos, cuando trabajaba hasta tarde para ayudarlo a él con los gastos.

Se sorprendió cuando Rossi reservó un segundo plato con pavo apuñalado y deforme.

Julián lo miró con curiosidad, sospechando lo que hacía.

—Es para Dubois —explicó con mueca traviesa—. Me dijo que hace años que no celebra la navidad en familia...

—Dios mío. —Julián se conmocionó—. Cuánta soledad... —Pensó en voz alta y recordó su mirada triste—. Eso explica muchas cosas.

—Claro que sí —dijo Lily—. Siempre parece desdichado.

—Como el señor Darcy —unió Sasha y todos la miraron con atención—. Julián me enseñó la película —dijo dulce y miró a Julián para agradecerle con cortesía—. Y me dijo que tenías un libro... —Miró a Lily—. Me encantaría leerlo.

Ella se iluminó aún más. Adoraba introducir a las mujeres a la lectura. Era su pasión y mejor aún si estaba dispuesta a empezar con Jane Austen.

—Te va a encantar —dijo Lily, emocionada como pequeña niña en navidad—. Mañana iré a casa a buscarlo y... —Guardó silencio cuando entendió que, la que alguna vez había llamado “casa”, ya no lo era—. Tengo que traer toda mi colección —recapacitó y miró a Chris con grandes ojos—. ¿Crees que pueda...?

—Mi amor, ni siquiera tienes que preguntarme. —Se estiró para besarla en la mejilla—. Por favor, quiero que toda tu me invadas —dijo en su oreja con tono seductor.

Lily se rio coqueta y de una pasada miró a su padre y a Sasha, quienes le miraban con ternura.

Y es que eran adorables. Su romance contagiaba a otros.

Rossi los miró divertidos y alzó su copa para empezar con el primer brindis de esa noche:

—Por nuestra familia, que crece cada día más.

Julián enarcó una ceja. Sabía lo que eso significaba.

No le quedó de otra que bajar el fusil con el que apuntaba a cualquiera que se atreviera a amenazar a sus hijas y aceptar que Dubois entraba en su familia.

No le correspondía decidir si era o no bueno para su hija.

Eso tenía que hacerlo ella.

Mientras su familia disfrutaba de una cena de pavo, vino y ensaladas deliciosas, Romina preparó dos bocadillos de queso fundido en una sartén, en compañía de James, quien miró cada detalle con embelesamiento.

Romina fue la primera mujer en cocinar algo para él y, aunque fue un pan con queso de lo más simple del mundo, él halló grandeza en los pequeños detalles.

Se sentaron en la alfombra a comer y, si bien, James quiso brindar con vino, Romina le explicó que por su tratamiento no podía beber.

James fue comprensivo y preparó té de limón para acompañar esa improvisada cena.

—Me habría gustado tener chocolate caliente o un refresco —dijo él, un tanto avergonzado por la “pobreza” de su despensa.

—Es perfecto —respondió ella y alzó su taza con té para brindar.

—Los hijos de mi empelada... —Pensó él en voz alta, atrayendo toda la atención de la chica—. Se comen todo... le he dicho que no los traiga aquí, pero...

Romina se rio al imaginarse la familiaridad que James tenía con sus empleados.

—¿Y cómo se llaman? —preguntó ella, saboreándose el queso fundido de los labios.

Dubois enarcó una ceja.

—Ah... —Se sintió terrible—. No lo sé. —Escondió la mirada—. Nunca había pensado en eso...

Romina supo que James había vivido en una burbuja por mucho tiempo, pero no pudo cuestionarlo, porque no conocía sus motivos.

—No soy... —James no supo qué decir. Se sentía terrible al tener que aceptar que era un demonio con sus trabajadores—. Me pidió días libres, por la navidad... —No pudo mirarla a la cara.

No podía entender cómo una mujer de corazón tan bonito, podía estar con una bestia como él.

De seguro se iría después de esa noche y nunca más regresaría.

¿Quién lo haría?

—¿No se los dio? —preguntó Romina al entrever lo mucho que aquello le pesaba a Dubois. Él negó, cabizbajo, sumido en su amargura—. ¿Puedo saber por qué no? —quiso saber.

James suspiró y se armó de valor para mirarla a la cara.

Con valentía masculina asumió la verdad, aun cuando le quemaba en el fondo del pecho:

—Porque soy un egoísta. —Romina lo miró con los ojos brillantes, sorprendida por tan dura declaración—. Las últimas navidades las pasé en la absoluta soledad y quería que todos sintieran lo que yo sentía.

Romina sintió un nudo amargo en su garganta y lo miró con angustia. Dejó su emparedado de queso a un lado y gateó por la alfombra para acercarse a él.

Se acurrucó dulcemente entre sus piernas y ella tuvo que coger sus manos para mostrarle cómo debía abrazarla.

Cómo quería que lo hiciera.

A James le costó entender qué significaba aquello, pero cuando su calor y su aroma le hicieron compañía, la angustia que sentía halló un poco de relevo entre tanto dolor y soledad.

—Es navidad, y ya no está solo... —musitó ella en su barbilla—. ¿Qué siente ahora? —preguntó y con suavidad buscó su mirada.

James estaba esperándola. Sus ojos verdes brillaban sobre los suyos. Romina se atrevió a tomarlo por la mejilla para acariciarlo con dulzura. Notó las ojeras negras bajo sus ojos y se imaginó todas las noches sin dormir y en soledad a las que debió enfrentarse.

—Tranquilidad —musitó él en su oreja y la estrechó contra su cuerpo con anhelo—. Consuelo...

Romina sonrió y se recostó sobre su pecho para terminar su emparedado de queso mirando el Central Park y la noche estrellada.

Él adoró esa cena, más la habilidad de Romina para hallar momentos maravillosos en cosas simples, como un pan con queso o un abrazo en la oscuridad.

Ojalá alguien le hubiera dicho antes que un abrazo calmaría todos los miedos que no lo dejaban dormir por la noche, las cosas habrían sido muy diferentes.

A la medianoche se fueron a la cama. Romina se atrevió a invadir todo su espacio personal sin pizca de timidez y, después de muchas noches sin dormir, James descansó sin tener ni una sola crisis.

Por supuesto, al principio de la noche le costó concebir el sueño. Aun procesaba todo lo que había sucedido entre ellos. Los roces, las miradas, las risas, el sexo, la conexión, las confesiones e inseguridades que sentían. Todo era tan alucinante que llegó a creer que era de otro planeta.

Pero al verla dormir entre sus brazos, con su respiración serena y su cuerpo tibio, supo que era real y se rindió a esa calma que le hacía sentir.

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