—No es justo —jadeó él tras patinar con esfuerzo para alcanzarla.
Se puso atrás de ella otra vez y Romina redujo su velocidad para aplastarse sobre su cuerpo masculino. James suspiró cuando tuvo su culo en su pelvis, causándole estragos de los que nunca podría recuperarse.
A James le fascinó lo buena que era para jugar, para seducirlo y llevarlo a órbitas desconocidas.
La joven se recostó completa en su pecho y cerró los ojos cuando sus manos masculinas recorrieron su abdomen por encima de la ropa.
Se abrazaron por primera vez, sintiendo sus cuerpos agitados por lo que se causaban.
La mano de James subió por su pecho y con suavidad la tomó por la barbilla para atraer su rostro al suyo y besarla.
Romina sintió las emociones subiéndole por la garganta, le quemaban por dentro.
Angustiada por lo que James le causaba, se puso mano en la barriga. James supo que esa acción significaba algo importante para ella y la acompañó poniendo su mano sobre la suya, respaldándola con dulzura.
Romina no pudo sentirse más contenida entre sus brazos. Se dejó llevar por su boca apasionada y sus besos que la agitaban cada vez más.
Perdida en sus labios y sus brazos fuertes que la contenían, no sintió la lluvia mojándole el rostro.
Solo los gritos de los demás patinadores los alertaron de que todo el lugar estaba empapándose por una lluvia inesperada que cayó sobre todos.
Estaban tan acalorados que, cuando se separaron y se miraron a las caras, se descubrieron empapados.
El cabello les escurría sobre la cara y se rieron sorprendidos al ver que, el mundo podía desmoronarse a su alrededor y ellos no eran conscientes de nada.
Solo de ellos.
James ayudó a Romina a salir de la pista de patinaje sin sufrir ninguna caída. Recogieron sus cosas y se prepararon para partir, pero al llegar a las calles principales, se encontraron con el caos de todas las personas buscando huir de la lluvia.
En la mitad de su huida, James se quitó su abrigo grueso y lo puso sobre los hombros de Romina para protegerla. Romina se vio atrapada bajo su aroma masculino y le tomó unos instantes recuperarse.
Caminaron buscando un taxi, pero todos iban llenos, por lo que James decidió lo mejor para ella. No quería que cogiera un resfriado y pasara una navidad en cama.
Quería que Romina estuviera bien.
—¡Podemos subir y secarnos! —gritó James.
Los cláxones de los coches repiqueteaban por todas partes, dificultando la comunicación.
Romy le miró liada. Se cubría la cara con la mano para poder mirarlo y para poder ver las calles empapadas.
—¡¿Subir a dónde?! —También tuvo que gritar para que él la escuchara.
Estaba enredada por las palabras de James, puesto que sabía que el pent-house de Rossi estaba al otro lado del Central Park y miró hacia el cielo negro, tratando de orientarse aunque fuese un poquito.
Llovía aún más fuerte. Podía sentir el agua golpeándole en el rostro y la espalda.
—¡A mi apartamento! —respondió James y Romina arrugó el ceño—. ¡Vivo aquí! —James señaló el edifico tras ellos.
Romina miró el edificio con atención y luego se esforzó por mirar al otro lado del parque, donde el pent-house de Rossi se encontraba.
Supo que no lo lograrían y, aunque los nervios la dominaron completa, no le quedó de otra que aceptar su ofrecimiento.
Tenía opciones reducidas: o caminaba hasta el pent-house de Rossi o se quedaba bajo la lluvia, helándose y esperando un taxi.
Ninguna opción le gustó, así que no le quedó otra que aceptar el ofrecimiento de James.
—¡Está bien! —gritó—. ¡Pero solo hasta que deje de llover! —añadió jadeante y temblorosa.
James asintió y la ayudó a atravesar la calle. Los coches y taxis se peleaban por avanzar aunque fuese un par de centímetros entremedio de todo ese caos nocturno.
James le abrió la puerta del edifico y la invitó a caminar por la recepción. Temblando, Romina caminó a su lado, admirando la elegancia de su entorno.
Cuando James llamó el elevador, Romina supo que era real y se tensó al imaginarse en su privacidad.
Se subieron al elevador sin decir ni una sola palabra. La joven vio que Dubois presionó la última tecla y contó los pisos uno a uno, temblando y respirando entrecortado.
Se dijo a sí misma que era por el frío, pero en el fondo sabía que tiritaba por los nervios de estar en su territorio.
Supo que estaba entrando a la cueva del lobo sin siquiera pelear.
Fijó sus ojos intensos en él. Estaba empapado completo. Lucía perfecto. Romina lo miró con poco disimulo. La camisa blanca se le pegaba al pecho. Notó cosas que no había visto antes.
La boca se le secó al imaginarse perdida entre sus piernas.
—Lo planeó todo, ¿verdad? —preguntó ella, jadeando por todo lo que habían corrido para protegerse de la lluvia—. Traerme aquí, a su apartamento... —insinuó traviesa.
James puso los ojos en blanco.—Sí, cariño, por supuesto, incluso hice que lloviera para traerla aquí —respondió él y ella le miró ladina.Las puertas de elevador se abrieron y James la invitó a bajar primero. Romina pisó con desconfianza, sabiendo que, una vez adentró, no volvería a salir de allí.El lugar estaba en completa oscuridad. Los cristales amplios mostraban el Central Park a sus pies y la lluvia mojando toda la ciudad.Dubois la dejó recorrer su intimidad sin poder quitarle sus ojos de encima. Estudió cada uno de sus movimientos con agudeza. No pudo negar que le gustó verla en su sala.James se paralizó los primeros minutos. Muchas ideas invadiero
Dubois tomó ropa seca de su armario personal y se aseó en el cuarto de baño para invitados, sin dejar de pensar en Romina. Estaba en su ducha, en su cuarto. Usaría sus toallas y dormiría en su cama.Sufrió como un loco, pero no dejó que un poco de locura le ganara. No quería asustarla ni hacerla sentir incómoda en su primera noche juntos, por lo que tuvo que obligarse a actuar como un caballero decente.Cuando terminó de prepararse, descubrió que Romina aun continuaba en la ducha y se atrevió a entrar a su cuarto, a su baño y a recolectar toda la ropa empapada de Romina, incluida sus bragas y las llevó al cuarto de lavado.Sí, se sintió tentado a revisarlas, olerlas, colgarlas en un muro para admirarlas, pero eligió el camino de la caballerosidad y las empuñó fuerte para no sucumbir en sus más perversos deseos.Dejó la ropa mojada por la lluvia en el cuarto de lavado y regresó a la cocina.En el pasillo se olió la mano, para ver si la fragancia de su coño se le había quedado atrapada
James se rio travieso detrás de ella, conforme masajeó su culo redondo a gusto. Los labios inflamados le brillaban por la excitación que la dominaba y ansioso por saborearla y conocer su aroma, acercó todo su rostro a su centro.A Romina la exaltó la tibieza de su respiración, su lengua degustándola y sus besos apasionados. Se tuvo que inclinar buscando respirar mejor, porque pensó que iba a desmayarse, pero James bien supo manejar su cuerpo femenino y de rodillas a sus pies, le comió el coño en la cocina. Empapado y satisfecho de toda ella, se levantó para volver a su culo, el culpable de su sufrimiento de las últimas horas.Se arrancó los pantalones holgados y se agarró el miembro duro por la base para frotarse entre sus nalgas con los ojos cerrados. Se encontró el glande humedecido.La excitación que Romina le causaba había ido en aumento y ya no podía contenerse.—Ah, m*****a sea —gruñó cuando se deslizó entre sus nalgas con suavidad y halló tanto placer que no pudo parar.Adelan
Le fascinó su tamaño, su largor, tanto que terminó sonriendo entre sus labios.Romina se armó de valor y tomó la iniciativa. Supo que tenía que hacerlo. James ya había derrumbado el primer muro que los separaba y le tocaba contribuir con la causa.Además, había promedio ser sujeto de prueba y necesitaba experimentar para obtener resultados positivos.Llevó a James a la sala. Él la siguió idiotizado entre la oscuridad. Caminó a su lado agarrándose la polla erecta, masturbándose para calmar la angustia que sentía.Cuando estuvieron frente a frente, Romina lo empujó suavemente por el pecho y sin palabras le pidió que se recostara en el amplio sofá.James obedeció sin chistar y gustoso la recibió cuando ella se montó a horcajadas, pero al revés.—Maldita sea, Romina... —reclamó él cuando tuvo su culo sobre su abdomen—. Quieres matarme, ¿verdad? —jadeó excitado.Romina se rio mirándolo por encima de su hombro y con su mano guio su polla endurecida a su abertura humedecida.Se lo engulló co
A Romina siempre le pesaban las decisiones impetuosas que tomaba.Era como una condena.Lo sabía, por supuesto que sí, llevaba lidiando consigo misma por casi tres décadas. Se suponía que era tiempo suficiente como para aprender a hacer las cosas bien, o al menos intentarlo, pero ahí estaba, otra vez, con las mejillas rojas y las voces de su cabeza diciéndole que sus acciones acarrearían consecuencias.La tortuosa voz mental que le hacía creer que, sus arrebatos, la conducían por el camino de la humillación: Salté sobre él en nuestra primera cita. No volverá a llamarme. Regresará a Francia con la peor opinión de las latinas. Una vergüenza al apellido López. Al menos Lily se hizo de rogar un poquito. Incluso Vicky sabría darse más valor.Eso de sobrepensar las cosas era un tema de familia y así como Lily se ponía en miles de escenarios que nunca iban a ocurrir, Romina también llegaba a esos extremos.Por suerte James supo ver las señales de humo a tiempo y acudió a ella sin que Romina
—¿No lo dice para hacerme sentir mejor? —preguntó divertida, con ese tono juguetón con Dubois empezaba a adorar.El hombre bufó.—¿Qué quiere qué haga para que me crea? —bromeó él—. Puedo colgar unos de esos anuncios en la ciudad para que sepa lo mucho que me interesa...—¿Anuncios? —rio Romy y empezó a soltarse otra vez.Dubois sabía cómo apagar las estúpidas voces que no la dejaban en paz y las que la castigaban por ser quién era.—Sí, ya sabe... “Te amo, culona” o “Nunca te olvidaré, culona. Vuelve, te extraño” —dijo él con tanta seriedad que Romina se ahogó con una risotada—. Tengo un cliente que podría ayudarme.Dubois se unió a sus carcajadas atiborradas de alegría y se asió de sus muslos con fuerza masculina, justo la contención que ella necesitaba en ese momento de duda y miedo.—Le creo —dijo ella, sonriente—, y quisiera decirle que no necesito uno de esos anuncios para saber cuánto le intereso, pero nunca nadie ha hecho algo romántico para impresionarme —susurró dejándole ve
James se rio masculino y lentamente la besó en la mejilla. Romina cerró los ojos al sentir sus labios tibios sobre su piel. Tuvo el impulso de besarlo en los labios, pero se arrepintió rápido.—¿Y cuál es el problema? —Él fue directo. Ella no supo qué responderle—. Créame, si no tuviera que regresar a la clínica, la subiría a un avión con destino a Las Vegas, para hacerla mi esposa y luego la secuestraría para llevarla a alguna isla desierta donde nadie me la pueda quitar... —¡No puede hacer eso! —chilló ella, riéndose por las locuras del hombre—. ¡No es legal! —exclamó sorprendida.James se carcajeó sarcástico y la cogió por el mentón con los dedos de forma posesiva.—¿Quiere ponerme a prueba? ¿Quiere saber de lo que soy capaz? —preguntó desafiante, y con tono arrogante le dijo—: Puedo hacerlo legal si quiero...Romina exclamó sorprendida, puesto que le fascinó lo posesivo que era y sintió que le entraba calor por todas partes.—No se casaría conmigo —respondió ella, traviesa, sabie
Julián miró la hora en el reloj de la cocina y suspiró por milésima vez.Con mueca entristecida sacó el pavo del horno y lo llevó a la mesa, para que todos cenaran en familia. Con congoja miró el puesto vacío de Romina y volvió a suspirar.—Ya, papito —Lily intentó consolarlo—. Ella está bien.—Dubois la está tratando bien —dijo Rossi para calmar los aires.—Sí, lo sé... —Julián dijo y acomodó el pavo en el centro de la mesa—. Solo me preocupa... ¿Habrá comido? Ella no se perdería este pavo por nada del mundo.Chris miró a su prometida sin saber qué decir. No quería que fuera una cena triste. Él había hecho un gran esfuerzo para que Romy pudiera acompañarlos en esa semana navideña. No quería que las ilusiones de su suegro se hicieran añicos.—Papito, Romy no va a pasar hambre, si eso piensas —refutó Lily, ofreciéndole un cuchillo largo a Rossi para que cortara el pavo—. Se pone de mal humor y tú lo sabes.—Cierto. —Julián se oyó más calmo.Rossi puso atención a sus palabras.—¿Es algo