Recuerdos

En casa se encontró con la mujer que limpiaba y cocinaba.

Apenas salió del elevador, los hijos de su empleada corrieron a saludarlo. Él caminó sin siquiera mirarlos, mientras ellos gritaron a sus pies y le hicieron preguntas que no le interesaba responder:

—¿Encerró a mucha gente hoy?

—Mi mamá dice que usted siempre gana. ¿Es Dios?

—No, mejor que Dios...

—Dios era pobre.

—No de espíritu.

—El espíritu no paga cuentas.

Dubois caminó hacia la mujer y con agudeza le repitió:

—Te dije que no los quiero aquí.

—Pero...

—Fuera. Todos. Ahora.

Fue tan autoritario que la mujer reunió a sus chicos y se los llevó antes de que el abogado perdiera la cabeza.

James se encerró en la habitación que había adaptado como oficina.

Su propio cuarto había terminado ensimismado por entero por su trabajo. No quedaba ni un solo espacio que no hubiera consumido.

Cerró las cortinas para oscurecer el lugar y se sentó a trabajar.

No comió, no durmió. No paró hasta que el despertar sonó otra vez y repitió la misma rutina de todos los días.

En su oficina en Manhattan, se encontró con los otros abogados que conformaban el equipo legal de Rossi y no vaciló en acercarse a ellos para deshacerse del caso que Christopher le había encomendado.

No tenía tiempo para insignificancias.

—Toma, resuélvelo —ordenó, entregándole el nombre de la investigación a otro de sus abogados.

El hombre miró el nombre de “Romina López” y se rio.

—¿Otra más? —preguntó riéndose y le pasó el papel escrito al tercer abogado.

—No jodas, ¿cuántas López más nos va a traer? —rieron.

Dubois los miró con agudeza y negó confundido.

—¿López? —preguntó liado.

No sabía de qué estaban hablando.

—Estamos con el caso de Victoria López y su madre... Nora... la compra de la casa, el divorcio, y la permanencia de la rusa...

Dubois les ofreció un gesto despectivo. A él poco le importaba la m****a que decían.

—No podemos resolver esto, James... —Le devolvió el papel con el nombre de Romina—. Rossi nos tiene trabajando en otros asuntos más importantes y urgentes.

—Yo tampoco puedo. Estoy cubriendo el maldito registro de los servidores y los derechos de autor de la revista digital —peleó.

Se negaba a ir a un hospital a investigar.

Los abogados se miraron entre sí y se negaron a hacer su trabajo.

—Todos tenemos trabajo, Dubois —dijo uno de ellos—. Christopher sabe que estamos atendiendo este asunto y es urgente, por eso te lo encomendó a ti...

Dubois gruñó rabioso.

—M*****a sea, malditos inútiles. —Se marchó reclamando entre dientes y se encerró en su oficina—. Maldito Christopher Rossi, m*****a... —Cogió el papel para leer su nombre. Ya ni siquiera lo recordaba—. M*****a Romina López.

Sintió el pecho oprimiéndosele y se derrumbó sobre la silla cuando un ataque de pánico lo aturdió por entero. Cada vez eran más constantes y no sabía cómo detenerlos.

Le tomó unos minutos recuperarse, pero apenas lo hizo, regresó a la carga de siempre. El estrés, la ansiedad, la rabia. El vacío que le quemaba. El camino sin final.

Investigó hasta que la oficina se quedó a oscuras y la señora de la limpieza abrió la puerta.

—Lo lamento, pensé que no había nadie —dijo la mujer, sin poder mirarlo, terriblemente arrepentida por haberse encontrado de frente con él.

Era un maldito animal sin sentimientos.

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