Algunas semanas atrás...
El hombre dejó su oficina temprano ese día.
Quería pasar un par de horas en el gimnasio y cumplir a su cita con el médico.
Llevaba semanas postergándolo, porque, en el fondo sabía la verdad de sus problemas y no estaba listo para enfrentarse a ellos.
Llevó su coche a lavar y esperó dentro del auto para seguir trabajando. Su asistente se había tomado un par de días libres porque su hijo había enfermado por tercera vez en menos de un mes.
Encendió la computadora y trabajó mientras le enceraron y pulieron la carrocería de su mercedes.
La constante ausencia de su asistente estaba jugándole en contra, así que, cansado de ella, escribió una carta de despido y, mientras respondía correos atrasados, publicó un nuevo aviso de trabajo. Necesitaba una nueva asistente.
Encerrado en su coche y ahogado por problemas que lo volvían loco, para más inri, recibió una llamada de Christopher Rossi.
Suspiró cuando vio su nombre en el teléfono.
Era un maldito dolor de cabeza. Un niño rico malcriado que creía que con el dinero que su madre fallecida le había heredado, podía hacer y deshacer a su antojo.
—Habla Dubois —saludó frio, sin dejar de teclear en su computadora.
Tenía asuntos más importantes que atender que los caprichos de un millonario.
—¿Mal momento? —preguntó Rossi con buen humor.
James miró por los cristales mojados y resbalosos por el jabón y, asfixiado por el encierro respondió:
—Aun en la oficina.
Siempre mentía. Fingía que su trabajo era lo más importante, porque, en realidad, no tenía nada más de lo que preocuparse, ni nada con lo que llenar el vacío que lo consumía.
—Necesito que me hagas un favor. —Rossi fue directo al grano.
—Claro... —James respondió sin darle mucha importancia.
Se imaginó que le pediría algún arreglo frívolo con alguna modelo. Alguna transacción fraudulenta o...
—Quiero los registros de donantes de órganos de niños y sus receptores...
James se paralizó cuando escuchó aquello.
—Te volviste loco, eso es im... —James intentó oponerse a una idea tan descabellada.
Rossi resopló.
—Trabajo contigo porque, la primera vez que nos vimos, me dijiste que para ti no existía ni un maldito imposible —refutó Chris antes de que James se negara—. Sucedió hace un año, aproximadamente. La madre del niño se llama Romina López. Busca sus registros...
James suspiró y de un golpe cerró su computadora. Pudo sentir el ojo derecho palpitándole. Ya no aguantaba más.
Gruñó enojado. Rossi solo significaba problemas.
—Maldita sea, Rossi... ¿En qué estás metido? —James reclamó nervioso—. Por favor, no digas tráfico de órganos...
Christopher se rio y fue comprensivo. Le había dado tantos malos ratos a ese abogado que, de seguro, el hombre siempre pensaba lo peor cuando era él quien llamaba.
—No te traerá problemas y no, maldición, no tráfico órganos. ¿Qué crees que soy? ¿Un monstruo? —bromeó—. Solo soy un niño rico...
James rodó los ojos y trató de ser claro con él:
—Eso es confidencial, sus padres podrían demandarnos...
—No me acercaré a ellos, no hablaré con ellos, solo quiero saber sus nombres, cuántos son, cómo siguieron sus vidas después de la donación —insistió Chris, pero James no se mostró muy convencido, así que Rossi le dijo—: la madre de ese niño perdió a su hijo... aún no se recupera, intentó terminar con su vida y... —jadeó compungido. James lo escuchó con atención. Era la primera vez que lo oía actuar como un humano—. Quiero... m****a... —gruñó sentimental—. Quiero que ella vea lo que su hijo logró... quiero que vea toda la vida que su hijo dio.
James suspiró y no pudo volver a negarse.
—No sé quién eres o qué hiciste con el maldito Christopher Rossi —dijo James y los dos se rieron. No le quedó de otra que ceder y le explicó—: Necesito un par de días. No es un registro fácil de conseguir.
Rossi estuvo de acuerdo y terminaron la llamada.
James tomó su agenda y en una página en blanco escribió ese nombre que jamás pensó que removería tanto dentro de él:
Romina López.
Terminó el día de pie frente a la consulta de su médico. Cobarde, se dio la media vuelta y regresó a casa. No quería abrir los ojos ante la verdad, porque, sabía cómo mejorar la vida de todos, pero no la suya.
En casa se encontró con la mujer que limpiaba y cocinaba.Apenas salió del elevador, los hijos de su empleada corrieron a saludarlo. Él caminó sin siquiera mirarlos, mientras ellos gritaron a sus pies y le hicieron preguntas que no le interesaba responder:—¿Encerró a mucha gente hoy?—Mi mamá dice que usted siempre gana. ¿Es Dios?—No, mejor que Dios...—Dios era pobre.—No de espíritu.—El espíritu no paga cuentas.Dubois caminó hacia la mujer y con agudeza le repitió:—Te dije que no los quiero aqu&ia
Dubois pestañeó cuando la vio y volteó en su silla para mirar la ciudad tras el cristal.Solo se iluminaba por las luces y las primeras decoraciones navideñas que ya asomaban en los rascacielos.Genial, navidad. La aborrecía.Era una de esas fechas en las que todos se reunían en familia o viajaban a sus hogares para pasar las fiestas acompañados.Él no. Él se quedaba solo, porque no tenía a nadie con quien compartir.Cerró la computadora sin decir ni una sola palabra, cogió el archivo y se marchó sin mirar atrás.Cuando regresó a casa, vio los abrigos de los hijos de su empleada colgando en la recepción, pero lo niños n
Se marchó de mala gana, no muy convencido por los resultados de su investigación, y rodeó el hospital conforme pensó cómo abordar la situación sin levantar sospechas.Pero estaba atado de manos. No podía hablar de un tema tan delicado con el director del hospital. Era ilegal y poco ético lo que estaban haciendo, y no quería meter en problemas a Rossi, así que no le quedó de otra que asumir la verdad: tenía que olvidarse de esa investigación.Aunque había conseguido todo lo que Rossi quería, se sentía derrotado, como si hubiera fracasado.En la esquina del hospital se compró un perrito caliente y lo bañó en mostaza. No había desayunado. En realidad, había olvidado la última vez que había
Escondidas aun en el armario, Lily y Romy terminaron con su ataque de risa y se miraron cómplices por unos instantes, mientras se recuperaron y entendieron lo que juntas estaban viviendo.Era nuevo. El resurgimiento de las hermanas López.Romy tuvo que hacer mea culpa y ser consciente de sus capacidades. Fue duro convencerse de su fortaleza, porque su lado impostor siempre sobresalía para decirle lo contrario.Con un nudo en la garganta y un peso en el corazón, le reconoció parte de su dolor a su hermana:—Cuando Marcus me dejó, embarazada y se llevó el dinero de nuestro hijo, me derrumbé... porque no lo entendía... era nuestro hijo...Lily le recordó lo que al parecer había olvidado:—Marcus era un imbécil.Romina sonrió.—Lo es y ahora lo sé —explicó consiente de que ella no tenía la culpa—. Me dijo que ningún hombre iba a aceptarme con un hijo y, por unos instantes le creí... —susurró dolida—, pero luego pensé en mi hijo y... —se rio emocionada—... y supe que ese era todo el amor q
Antes de salir, miró a su hermana y le preguntó:—Si dijo que las flores eran para mí, ¿verdad? —Lily sonrió—. ¿No lo imaginé?Lily se carcajeó.—Las compró para ti y son rosas julietas.Romy enarcó una ceja.—No sé qué mierda significa eso.Lily sonrió y enamorada le dijo:—Te falta romanticismo, hermana. —Sonrió traviesa y le dio una palmada en el culo—. Mueve tu culo gigante y hace feliz a ese pobre hombre.Romy giró la manija y se detuvo antes de atreverse a salir.—¿Qué tiene de pobre? —preguntó demorando la situación a la que iba a enfrentarse.No podía negar que estaba cerca de un colapso. El corazón le latía tan fuerte que, en un punto, pensó que iba a desmayarse.Lily rodó los ojos. Bien sabía lo que su hermana estaba haciendo, aun así, le siguió el juego un poco más.—Siempre parece desdichado —respondió Lily y no tardó en añadir—: y no es cortés hacer esperar a un caballero. Eso podría empeorar su sufrimiento.Romy sonrió y asintió para atreverse a salir.Apenas James la vi
Estaba corriendo entre dos extremos que no pensó conocer en tan pocos segundos. Tensa, pero con las rodillas tembladoras. Agitada, pero no había corrido nada. Acalorada, pero estaban en invierno.—Le traje flores, y le seré sincero... —Los dos se miraron con agudeza. Romy supo lo que era: un golpe de adrenalina—. No sabía cómo acercarme a usted. Tal vez en mi afán por verla, actué de forma impetuosa o...—No, fue perfecto —refutó ella y James apretó el ceño cuando escuchó aquello—. Ahora entiendo... —Le miró coqueta—. Ahora entiendo porque salió corriendo esta mañana.James sonrió.—Son para usted. —Le ofreció las flores—. Prometo que en nuestra primera cita, si es que usted acepta salir conmigo, después de esta cena, bueno, si me deja comer con usted, bueno, comer y cenar... —Sacudió la cabeza—. Rossi dice que puedo quedarme, pero... su padre no parecía muy convencido... le traeré... le llevaré... —Se le enredó la lengua—. Mierda... —Suspiró ahogado.Romy se mordió el labio inferior
No se pudo negar que la tensión perduró un largo rato.Si bien, todos se reunieron en la sala a charlar y a compartir con soltura y confianza, a James le costó un poco adaptarse a esa calidez familiar.No la acostumbraba y, si alguna vez la había gozado, ya la había olvidado. Tal vez, tantos inviernos en encierro, lo habían congelado; tal vez, tantos años sin amar le habían hecho desconocer ese sentimiento tan regocijante.Ver a las hermanas López con su padre removió escombros que pensaba enterrados y, aunque trató de mantenerse ajenos a ellos, supo entonces cuánto extrañaba amar y ser amado.—Papito, te trajimos un obsequio especial... —dijo Romy cuando su padre regresó de la cocina junto a Sasha.Habían servido chocolate caliente y galletas para su invitado especial y también para Rossi, quien adoraba disfrutar del chocolate caliente junto a la chimenea, con sus calcetines de polígonos y cintas navideñas.Julián sonrió emocionado y rodeó el sofá alargado para acercarse a ella con l
Se rieron maliciosas antes de lanzarlo al fuego. Lo hicieron juntas, quitándole la carga a su padre.Todos se quedaron boquiabiertos cuando la lana ardió frente a sus ojos y se rieron emocionados cuando terminaron de quemar el pasado.Literal.Fue entonces cuando James supo que se había equivocado.Se levantó con sobresalto, con la cara pálida y con un nudo en la garganta por el terrible error que había cometido; sin dudarlo mucho les dijo:—Si me disculpan...Y avergonzado volvió a salir por la puerta que conducía a las escaleras de emergencia.—Señor Dubois... —Lo llamó liada.—¡Dubois! —gritó Chris, tan perplejo como el resto de su familia.Romy se quedó paralizada al verlo partir tan inesperadamente. Le dolió, por supuesto y también se cuestionó, pero no dejó que nada de eso le afectara.No iba a cargar con ningún sentimiento de culpa. Nunca más.Lily miró a Christopher de forma desconfiada y el pobre de Rossi no puso qué decir para compensar lo que acababa de ocurrir. Todo pasó t