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Les fue difícil dormir esa noche.

Les fue difícil sobreponerse a todas las emociones a las que se habían enfrentado durante la fiesta de intercambios.

Dormir fue una hazaña que terminó uniéndolos en la sala.

Lily y Romy se levantaron y se encontraron con Christopher sentado junto al árbol navideño con sus luces brillantes encendidas.

Parecía encandilado, perdido en sus pensamientos.

—¿Amor, estás bien? —Lily lo llamó preocupada.

Chris sonrió al verlas y, si bien, quiso levantarse del piso para recibirlas, ellas no lo dejaron cuando se unieron a él.

La alfombra se sentía cómoda y abrigada; la chimenea encendida ayudaba y el árbol navideño con sus luces tintineantes les recordó la magia de la navidad.

—No podía dormir...

—Nosotras tampoco —dijo Lily y se acunó entre sus piernas con dulzura.

Romy cogió un par de cojines y se tumbó junto a ellos para mirar a los hámsteres dentro de su jaula de cristal.

—Creo que comí demasiados dulces —se rio Romy, sobándose la barriga y con la punta de los dedos acarició a Tronca que dormía plácida.

—Todo fue excesivo —se rio Lily y Rossi la besó en la sien en repetidas veces.

El salón era perfecto. Contenidos en una alfombra gruesa, rodeados de cojines, con el calor abrasador de la chimenea y el árbol iluminando su noche.

Conversaron sobre lo emocionante que les había resultado la fiestas y sobre lo mucho que se divertirían durante esa semana; se rieron hasta el amanecer.

Rossi disfrutó de su primera víspera navideña rodeado de su nueva familia.

De vez en cuando, mientras Romy y Lily revivían viejos recuerdos y se reían de sus locuras de niñas, Chris se perdía en la fotografía que su suegro le había obsequiado y el pecho de le hinchaba de vigor.

De masculinidad.

Era el hombre de la casa. El que proveía, el que resolvía. Ni siquiera en su época de conquista se había sentido tan macho como se sentía en ese momento.

—¿En qué piensas, amor? —preguntó Lily, tocándole la barbilla perfecta con claro enamoramiento.

Romy la miró con ternura. Nunca se la había imaginado en esa faceta romántica, de novia perfecta de un hombre soñado.

—En que está amaneciendo y no hemos preparado el desayuno —respondió y Romy se iluminó completa.

—Oh, cómo extraño los desayunos de papá —suspiró la joven y en la alfombra felpuda se arrodilló, lista para ir a la cocina.

Lily prendió con la emoción de su hermana. Rossi también. Era contagiosa.

Tal vez era la falta que les había hecho.

—Huevos, tocino... —Chris suspiró hambriento—. Pasteles rellenos de crema —dijo después, al recordar esos deliciosos pasteles que su suegro había preparado para toda la semana.

Se levantaron los tres como niños y salieron corriendo disparados a la cocina.

A las nueve en punto, Romy salió de la cocina, con el cabello revuelto, con los pies envueltos en calcetines navideños y un horripilante pijama de renos.  

Llevaba el pan recién horneado a la mesa.

En las afueras del elevador, se encontró cara a cara con un hombre que creyó reconocer.

Era el abogado de Rossi, pero ella no estuvo muy clara donde había visto su rostro antes.

Él tampoco había conseguido dormir nada.

Pasó toda la noche pensando en lo que había ocurrido y, aunque se negaba a aceptárselo en voz alta, en Romina López.

Por algo estaba allí, a las nueve de la mañana, durante las vacaciones de navidad.

La miró de pies a cabeza, tratando de explicarse porqué se sentía tan hechizado si era la joven más ridícula que había visto nunca, pero su naturalidad matutina solo empeoró lo que estaba sintiendo.

¡Por el amor de Dios! ¡Era absolutamente ridículo!

¡Se negaba! Se negaba a sentir algo por... esa cosa. Para calmar a su corazón, se decía que era lástima.

Sí. Eso era más fácil.  

Desconfiada por la forma en que el hombre la miraba, Romy dio un par de pasos hacia él, pero le resultó intimidante y el maldito pent-house tan grande que, el gran vacío distante que los separaba la puso más tensa.

—¿Puedo ayudarlo en algo? —preguntó cuando él nada dijo.

El silencio era incómodo.

James la miró con agudeza y no se atrevió a decirle nada.

Ni siquiera sabía cómo acercarse a ella. Todas las ideas que creyó buenas para tener su atención, eran ilegales.

No podía asustarla. Más.

Ya parecía atemorizada mirándolo con recelo.

Y, claro, esa cara de desquiciado que tenía, espantaba a cualquiera.

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