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A Vicky se le rompió el corazón cuando el hombre que la había criado y la había visto crecer, dijo lo que sentía:

—Considero que le duele no poder conseguir las cosas por sus propios méritos, sino, que siempre ha usado su belleza u otras tácticas para conseguir lo que quiere.

—¡Eres un desgraciado! —gritó Nora desde el fondo y se echó a llorar con desconsuelo.

Por primera vez, a Julián no le afectó el llanto dramático de su exesposa. Fue allí cuando supo que se había desenamorado y desencantado.

El hechizo había terminado.

El juez puso orden y pudieron continuar tras algunos segundos de ruidos molestos.

—Continúe, por favor —le pidió el juez al abogado.

—Señor López. —El abogado lo miró con seriedad—. Háblenos de la dinámica entre hermanas. ¿Eran unidas, cercanas, amigas?

—Solo Lily y Romy, pero siempre protegían a Victoria, incluso en la escuela, pero...

Un incómodo silencio ocupó la sala.

—Entonces las hermanas mayores si incluían a Victoria en la dinámica, pero... —El abogado quería que continuara.

Julián tragó duro antes de hablar con tanta franqueza.

Era su familia la que estaba expuesta. Se puso nervioso, por supuesto, pero cuando vio a Lily con los ojos llorosos y a Sasha sosteniendo su mano, ofreciéndole todo el apoyo que merecía, supo que era hora de cerrar ese ciclo de una buena vez y decir las cosas como eran.

—A Victoria le avergonzaba que supieran que Lily y Romy eran sus hermanas mayores. Decía que eran feas y gordas. No quería que sus amigos populares supieran de ellas.

—Dios mío... —todos se sorprendieron.

Vicky escondió la mirada, terriblemente avergonzada. No solo iban a relacionarla con el robo, sino también como la gordofóbica que era.

Después de que Julián dejó el estrado, Nora se negó a entregar su declaración. Se retractó y sorprendió a todos.

Tenía miedo de quedar expuesta y que los abogados de Rossi terminaran de arrancarle la piel.

El juez la sancionó con una multa de cinco mil dólares y, tras eso, escuchó el resto de las declaraciones.

El juez escuchó a Lily con atención. No solo la seguía en las redes, puesto que todo el mundo hablaba de ella, sino que también sentía mucha curiosidad por ella y lo que había logrado gracias a sus habilidades.

Ni hablar de que se había quedado con el soltero más codiciado de la isla.

Él bien conocía a Rossi y sabía lo difícil que era. Eso era lo que más admiraba de Lilibeth.

Christopher fue el que terminó de darle la estocada final a Victoria:

—Cuando fuimos a recoger el cheque, supe de inmediato que ellas lo habían robado.

—¿Cómo podía estar tan seguro? —le preguntó el abogado que representaba a Victoria.

Chris sonrió y de reojo miró al juez.

En el juego de golf lo arreglarían todo.

—Usted sabe quién soy. —El abogado asintió—. Entonces sabe de mi reputación.

—Señor Rossi, no querrá que descartemos su declaración... —El juez intervino.

—Tengo un punto —se defendió él con una sonrisa.

—Pruébelo —ordenó el juez.

Al grano.

—Puedo reconocer cuando alguien ha cometido un delito. —Christopher bien sabía de delitos.

Sus padres lo habían salvado de muchas y gracias a su dinero y contactos nunca había puesto un pie en prisión.

—¿Quiere que confiemos en su intuición? —le preguntó el abogado defensor con fastidio.

—Yo no la llamaría intuición, abogado —se defendió él—. Su mirada lo decía. Se creía victoriosa y estaba tan segura... esa horrible arrogancia... —se rio sarcástico.

El juez miró a Victoria con curiosidad y dejó que Christopher siguiera ofreciendo su declaración sin interrupción.

Al terminar, revisó las exigencias de los demandantes y entregó la condena para poder ir a almorzar.

Rossi iba a pagarle el almuerzo en Casa Cruz y ya quería terminar con eso.  

—El tribunal emite la siguiente sentencia en el caso de Christopher Rossi contra Victoria López: después de considerar las pruebas presentadas y los argumentos de las partes, este tribunal encuentra al demandado, Victoria López, culpable de los delitos de fraude, robo, falsificación y difamación. —Victoria gruñó rabiosa y su abogado la miró con congoja—. Por lo tanto, el tribunal ordena lo siguiente: El demandado, Victoria López, es condenada a ciento cincuenta días de prisión por los delitos cometidos. —El juez carraspeó para continuar—. El demandado deberá restituir a una cuenta que será habilitada exclusivamente para su uso, la cantidad total de cien mil dólares, que fue robada como resultado de los delitos cometidos por el demandado. —El juez dio vuelta la página para seguir leyendo la condena—: Se impone una orden de restricción contra el demandado, prohibiéndosele acercarse o contactar al demandante o a cualquier miembro de su familia durante un periodo de seis años. Además de la pena de prisión y la restitución financiera, el demandado deberá completar trescientas horas de servicio comunitario como parte de su sentencia.

Aunque el juez terminó de dictaminar su sentencia, Victoria no dejó de gritar y de pelear. Todos la miraban con horror, sorprendidos de su altanería.

Reclamaba que no podría regresar el dinero, puesto que no tenía trabajo ni dinero y que no podía abandonar la universidad, puesto que era el sustento de su madre.

Al terminar, el juez la miró con cierto recelo y cansado de su quejumbrosa personalidad, le dijo:

—Debió pensar en eso antes de robar dinero que no le pertenecía. Tendrá que abandonar la universidad, conseguir un trabajo y restituir el dinero que robó. —Se puso de pie para salir de la sala.

La joven fue esposada otra vez y escoltada por dos policías.

Debía quedarse otros cinco meses en prisión y, aunque no era un tiempo justo para todo el daño que había causado, Rossi consideraba que era el tiempo perfecto para volverla loca y llevarla de regreso a su realidad.

En treinta días, sus amigos la olvidarían y encontrarían otra abeja reina a la que servirle.

En noventa días, la universidad cancelaría su registro y no podría regresar a estudiar. Le arrancaría su único logro.

Y en ciento cincuenta días, su belleza se corrompería y caería al piso en miles de pedazos y cuando por fin pudiera llegar a la libertad, al tan esperado día ciento cincuenta, estaría sola, pobre y fea.

Una dosis de su propia medicina.

O veneno.

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