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Lily estaba tan impaciente por sentarse en las piernas de Christopher otra vez que, cuidó cada detalle delicado de su cuerpo.

Se depiló, se lavó con cuidado y escogió ropa interior muy pequeña.

Se rio traviesa cuando se vio en el reflejo del espejo.

Jamás, ni en sus más locos sueños se habría imaginado usando algo tan ajustado, transparente y que insinuara tanto.

Era un premio especial para Christopher.

De su renovado armario escogió un vestido largo que se cerraba con un simple lazo. Lo escogió porque sabía que se lo podría quitar fácil.

Y todo para darle en el gusto al hombre del que estaba enamorada.

Quiso darse algunos retoques de maquillaje, pero era tan mala para eso que, una vez más, le hizo falta la ayuda de Romina.

Cómo la extrañaba. No podía negarlo. Era su otra mitad y ya ansiaba que pudiera cumplir con su recuperación y empezar a vivir después de tanto sufrimiento.

Se pintó los labios de un rosa brillante y abandonó su cuarto para encontrarlo a él, el hombre que la hacía trepidar con una mirada.

La estaba esperando en el mimo lugar en el que lo había dejado. Su padre estaba junto a él. Los dos sonreían y conversaban aun con las copas de champagne en la mano.

—¿Lista? —le preguntó Christopher en cuanto la vio radiante.

Lucía preciosa con ese vestido largo, pero le tocó aguantarse la sonrisa siniestra. Su suegro estaba allí. No podía dejar que viera las perversidades que se le antojaban hacerle a su hija. Lo traumaría y ya estaba viejo para mandarlo al manicomio.

—Disfruten de su cena —se despidió Julián y agitó su mano cuando los vio alejarse hasta el elevador.

—¡Tú también disfruta, papito! —le gritó Lily antes de que las puertas del elevador se cerraran.

Julián se carcajeó y se apresuró en buscar su abrigo para salir. Iría a visitar a Romina para darle las buenas noticias de su divorcio exitoso. Ya era hora de disfrutar su vida y hacer con ella lo que nunca había podido por hacer feliz a Nora.

Encerrados en el elevador, Rossi revivió sus mejores recuerdos con López.

La tensión fue fuerte, aun después de meses juntos. Ella contuvo la respiración cuando tuvo su mirada perversa recorriendo cada curva de su cuerpo.

—¿Qué? —le preguntó ella y se mordió una esquina del labio cuando el hombre la miró más penetrante.

Rossi suspiró fascinado y dio un lento y seductor paso hacia ella, hasta cerrar todo ese espacio burlesco que los separaba.

Con mueca traviesa le escarbó en el escote del vestido y no se detuvo hasta que encontró ese bonito par de senos que siempre saboreaba a gusto.

La ropa interior terminó de encenderlo.

—Lo sabía —dijo victorioso y bajó sus manos para cogerla por el culo y montársela a horcajadas.

Lily había adquirido increíbles habilidades gracias al dominio de Christopher en el sexo. La hacía sentir tan segura que, no le importaba en lugar ni la hora.

—La escogí especialmente para ti —susurró ella y con suavidad envolvió sus piernas en su espalda baja.

Christopher buscó la mejor posición para sostenerla sobre sus piernas y poder ir más lejos.

El vestido apenas asegurado por ese lazo en la cintura se abrió para él, mostrándole lo que tanta curiosidad le causaba.

Le vio el coño envuelto en una braga diminuta. Era ridícula.

—Se olvidó de las bragas, señorita López —bromeó él y con la punta del dedo se la hizo a un lado—. Oh, no... aquí está —se rio y le pasó los dedos por entremedio de los labios congestionados—. Dios mío, está empapada... —jadeó al sentirla muy mojada.

—A Dios no le gustan esas frases, evite mencionarlo cuando habla de mi coño —le dijo ella, muy seria.

Rossi se metió en su cuello y le pasó la lengua por esa piel suave que lo chiflaba.

No aguantó y de reojo miró el panel. Tenía unos cuantos pisos para un poco de acción.

Un juego previo antes de llegar al restaurante.

Se abrió la cremallera y se agarró el miembro por la base con la mano, para guiar su camino hacia su centro apretado. Gruñó terriblemente excitado cuando entró hasta el fondo, rozándose con la braga que tenía encajada entre las nalgas.

Le fascinó penetrarla allí, con las bragas aun puestas y de pie en el elevador.

Lily se aferró fuerte de su nuca y hombros firmes y con frenesí lo besó en la boca, pasándole la lengua por los labios y el mentón afilado.

Dos meneos profundos le bastaron para que ella explotara. Su mente le había jugado una mala pasada.

Rossi suspiró cuando ella gimió alocada sobre su pelvis, con los ojos cerrados y le apretó la polla con todos los espasmos que significaron ese primer orgasmo violento e imprevisto.

—Ohhh... —rugió Rossi al sentirla perdida en el placer, confundido, por supuesto, no sabía que había ocurrido—. ¿Eso fue...? —Tenía la garganta seca.

Ella asintió con los ojos cerrados, sosteniéndolo por la nuca y con su frente sobre la suya, piel contra piel.

—Sí —le dijo ella con la voz entrecortada—. Perdóname, por favor... —suplicó con las mejillas rojas.

Estaba muy avergonzada.

—Perdonarte ¿por qué? —se rio Rossi, sosteniéndola por el culo con las dos manos.

—Por ser tan precoz —se rio Lily, avergonzada de haber llegado al orgasmo con dos embestidas.

—Como una eyaculadora precoz —se rio él sobre su boca y se besaron con vehemencia.

—Estaba muy caliente... —Ella se avergonzó por haber tenido pensamientos tan oscuros mientras se alistaba para la cita.

De seguro eso había adelantado la detonación de sus sentidos.

—Interesante —susurró él sobre sus labios y con cuidad la regresó al piso—. Espero ser el causante de esa “calentura”.

Estaban cerca del piso cinco. Ya no tenían más tiempo. Con apresuramiento, Rossi le arregló el vestido sobre los hombros y en la cintura. Luego se acomodó lo suyo dentro del pantalón, con dolor y ardor, pero tuvo que hacerse la idea y soportar.

—Por supuesto que es usted. ¿Quién más sería el causante de algo así? —preguntó ella, ofendida—. Es solo que...

El elevador se abrió en el piso uno y una pareja formal apareció frente a ellos. Esperaban su turno para montarse en el elevador.

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