82

Christopher tuvo que llevar a Lilibeth a los miradores de Revues para que cogiera un poco de aire fresco.

Y no solo eso. Quería hablar con ella en donde nadie pudiera escucharlos. Si Lily quería derrumbarse y llorar para soltar todo lo que su madre le había ocasionado, frente al cielo nublado de Manhattan podría hacerlo con total libertad.

—Se marchará —le dijo Rossi con seguridad—. Se encargará de que tu padre conozca la verdad y de que Victoria no vuelva a amenazarlas con eso...

—Dios mío —hipó Lily, compungida.

Estaba reteniendo mucho dentro de su pecho. Los recuerdos de infancia, las navidades, los cumpleaños. Todo se desmoronaba con tanta fuerza que, aunque luchara por mantener los muros de su castillo en pie, ya no le quedaban fuerzas para contenerlos.

Era ella sola contra una demolición inminente.

—No creo que se atreva a pedir indemnización, pero me preocupa la casa —le informó Christopher con la mente fría.

Y le costó hacerlo. Ver a Lily derrumbarse le caló profundo. Nunca pensó que le dolería tanto el pecho al ver sufrir a la mujer de la que se había enamorado.

—¿La casa? —preguntó ella, confundida.

—Si tu padre intenta venderla, ella querrá un porcentaje, pero...

—Por supuesto que lo querrá —se le adelantó Lily. Bien conocía a su madre—. Todos estos años... —Suspiró cogiéndose la frente con los dedos—. Siempre esperó conseguir algo a cambio —pensó en voz alta.

Era duro enfrentarse a una realidad que había disfrazado por tantos años. Jugar a la familia feliz le había hecho creer que, si tenía una.

Era duro aceptar que nunca lo habían sido.

—Puedo arreglarlo, si me permites hacerlo —susurró Chris y se atrevió a romper el espacio que los dividía.

Y es que ya no pudo soportar estar lejos. Quería contenerla y limpiarle las mejillas llenas de lágrimas.

Lily le sonrió y con seguridad se recostó sobre su pecho. Él le acarició el cabello negro con mucho cuidado y asimiló lo bien que se sentía ser el pilar de alguien tan importante en su vida.

Nunca se imaginó estar en ese lugar. Nunca se imaginó con el corazón así de arrebujado.

Lily aceptó que, últimamente, era una damisela en aprietos.

—¿No te cansas de solucionarme los problemas? —le preguntó y desde su posición le miró a la cara.

Christopher se rio y la besó en la frente con los ojos cerrados.

—Nena, soy hombre que resuelve —le respondió coqueto.

Ella se rio fuerte y lo abrazó por la cintura.

—¿Y qué tienes en mente? —preguntó.

Bien sabía que, aunque Chris había hecho sus amenazas y había jugado sus cartas, su madre querría una tajada del esfuerzo de su padre.

Siempre había sido una aprovechada.

Chris le sonrió malicioso y aunque no se sentía orgulloso de sus ideas, se sentía orgulloso de su capacidad para idear planes para proteger a Lilibeth.

Todo se trataba de ella.

Siempre.

—Haré algunos arreglos con el banco. Tu déjamelo a mi...

—¿Nada ilegal? —Lily se preocupó.

No quería que Christopher tuviera problemas por su culpa.

—Nada ilegal. —Le guiñó un ojo.

Lily se rio y no vaciló en alzarse en puntita de pies para besarlo en los labios.

Él respondió gustoso a sus besos dulces. Le encantaban, porque le había enseñado otra forma de besar, desear y vincular.

La tomó por la nuca con las dos manos y se perdió en su boca por un largo rato.

Caminaron abrazados hasta el elevador para regresar a su piso a trabajar. Christopher recordó lo último que Lily le había dicho e indignado le preguntó:

—¿Acaso crees que haría algo ilegal?

Ella le miró divertida y se rio. También negó, pero ahogada con un ataque de risa.

—Yo, no lo sé... —La muchacha se rio más fuerte.

—Dios mio, soy un Rossi, y sé que tengo una reputación que cuidar, pero nunca con cosas ilegales... —se defendió—. Bueno, no tan ilegales...

Lily se rio más fuerte.

Se montaron en el elevador riendo.

—¿Y el contrato? —le recordó ella y se puso las manos en las caderas para enfrentarlo—. Estoy segura de que ese contrato es ilegal.

Rossi entrecerró los ojos y se llenó de satisfacción al recordar ese bendito contrato.

—El contrato es legal, señorita López —le confirmó firme—. Y me alegra que lo mencione. —Le sonrió malicioso—. Hay una cláusula en particular que me gustaría discutir con usted. —Lily se tensó. Él se mantuvo de piedra. Que bien se le daba manejar ciertos asuntos—. Reserve un salón privado en Hutong para la cena de esta noche.

Lily se mostró sorprendida al saber que la llevaría a Hutong, a degustar la gastronomía de Hong Kong.

Las puertas del elevador se abrieron en su piso y Rossi abandonó el ascensor pisando firme. Ella se echó a correr detrás de él y con curiosidad le preguntó:

—¿Esta noche? —Christopher la miró severo y asintió—. ¿Iremos a cenar? ¿Juntos? —insistió confundida.

Christopher se detuvo antes de entrar a su oficina para continuar con su trabajo.

—Cena de negocios, Señorita López —le dijo con ese tono que a ella la ponía a tiritar—. Negociaremos una nueva cláusula en su contrato.

Los ojos azules fríos la tocaron de forma diferente e, inexplicablemente, le fascinó.

Era su rigidez, su mirada despreciativa y su arrogancia, las que la hacían empapar sus lágrimas.

Estúpidas cataratas del Niágara.

—¿Tendré que sentarme en sus piernas? —preguntó inocente.

Rossi sonrió astuto. Como le volvía loco esa inocencia que él corrompía cada noche.

Más dura se le ponía la polla cuando descubría que aún tenía mucho por corromper.

—En mis piernas, señorita López y desnuda —le ordenó y con descaro masculino la miró de pies a cabeza.

Ella se ruborizó de golpe y no creyó sentirse tan intimidada bajo su mirada varonil.

Dios santo, si le conocía lugares que ni ella sabía que existían. La había explorado más que su ginecólogo. La había visto tan desnuda que, había llegado a creer que jamás volvería a sentirse así bajo sus ojos.

Pero allí estaba, otra vez, desnuda bajo su mirada azul fría y esa estúpida arrogancia que, sin embargo, Lily aborrecía, pero también la enloquecía.

Que sentimientos tan opuestos.

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