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Christopher se terminó de desnudar. Estaba erecto desde que habían salido de las dependencias de Revues. Puso su polla entre sus manos atadas y se masturbó entre ellas sin dejar de mirarla a los ojos.

A Lily le encantaba lo imaginativo que era. Siempre encontraba una forma de masturbarse con cualquier parte de su cuerpo. Todas le resultaban seductoras cuando se trataba de ella.

Su piel era suave y su carne siempre lo recibía con gusto.

Si alguien le hubiera hablado a Christopher Rossi de los placeres de la carne, se habría declarado carnívoro mucho antes.

Sentía que, hasta ese momento solo había vivido de las sobras, pasando hambre con mujeres delgadas, pero no bonitas.

Lily no era delgada, pero, m****a, era hermosísima.

Le metió un dedo en la panti negra que vestía y la rasgó lentamente, sintiendo como el hilo se rompía al jalarla más y más.

Lily sonrió traviesa cuando supo lo que estaba haciendo. No tuvo que mirar, solo sentir. Sus dedos despedazaron los hilos de sus pantis elegantes hasta que alcanzaron su coño.

Sabía que la encontraría empapada, lista para recibirlo. Ni siquiera le preocupaba la idea de haber mojado sus bragas.

Empezaba a aceptar su sexualidad, el deseo que él encendía en ella; la locura, el frenesí, la adrenalina. La falta de raciocinio, el abandono del pudor.

Christopher se deslizó entre sus labios empapados con sus dedos largos. Se hundió en su coño lentamente con dos dedos. Ella se contrajo a su alrededor, mirándolo a los ojos de forma traviesa.

La sorprendió de sobremanera cuando levantó los dedos hacia su pelvis, buscando esa zona inflamada que ya había explorado. Sus paredes se tensaron cuando sus dedos acariciaron magistralmente su punto más sensible.

A Lily le hacía cosquillas, pero siempre le resultaba efectivo y terminaba en aguas.

Se rio cuando supo que cada vez era más fácil llevarla a todos los extremos del placer. Christopher adoraba su sonrisa, más la traviesa que aparecía solo para él.

Desde su lugar, montado sobre ella, le acarició los labios enrojecidos con el pulgar.

Saboreó en su imaginación el sabor de sus besos, su lengua.

—Esos labios... —murmuró él, deseoso por tenerla—. Esos labios son míos... —Le metió el pulgar por los dientes y le rozó la encía con la boca abierta—. Esos labios se verían perfectos envueltos en mi polla... y susurrando mi nombre... —Se levantó agitado y la llevó con él a la alfombra.

De rodillas, ella lo recibió en su boca.

Aun con las manos atadas pudo disfrutarlo hasta el fondo de su garganta. Ni siquiera le importó chorrearse el mentón con la saliva espesa. Lo disfrutó mirándolo a los ojos y susurrando su nombre, justo como él lo quería.

La tomó por la nuca con suavidad y la ayudó con movimientos lentos.

Podía apostar que nunca se cansaría de algo tan deleitoso, pero el deseo rápido lo hacía explotar y no quería correrse en su boca. Tenía cientos de sitios favoritos que aun soñaba con marcar.

Se tumbó en la cama, totalmente desnudo y erecto y con gesto seductor le mostró a ella lo que quería que hiciera.

La muchacha se subió encima de él por sus piernas; tuvo su polla endurecida entre sus manos y su cuerpo masculino perfecto a su merced.

—Ven aquí —le pidió él de forma dulce y la ayudó a montarlo—. Puedes con todo, ¿verdad? —le preguntó con un tono arrogante.

Ella se rio y le rodó los ojos.

—Sabes que sí —le respondió siguiendo su juego—. Tampoco es para tanto —añadió coqueta y Christopher se clavó en ella completo, con dureza y rudeza—. ¡Oh, dios mío! —hipó ahogada y con las manos atadas se sostuvo de su pecho para no caerse.

—¿Decías? —bromeó él con su mueca seductora y se aferró de su culo para sentirla más.

Lily se acomodó y se movió lento hasta que todos sus fluidos la ayudaron a resbalar mejor.

Tenía una mueca seductora que él adoró y, aunque a veces no se sentía cómoda en esa posición, porque él podía admirar todo su cuerpo desnudo y ver en primera fila todas sus imperfecciones, Christopher la hacía sentir como si fuera jodidamente perfecta.

Los ojos azules se le pusieron más cálidos conforme disfrutó con ella encima. Se mecía tan lentamente que, el pobre de Rossi sentía que era una tortura. Lo hacía lento, pero con un entusiasmo que le aclaraba lo que buscaba.

Acarició sus muslos aun envueltos en las mallas negras rasgadas, los rollitos de su cadera, los que se le formaban por la posición y sus hombros redondos.

Para ella fue fácil ser arrastrada al orgasmo. Su miembro siempre llegaba a los lugares correctos y la hacía caer en ese espiral de placer que ni siquiera se esforzaba por evitar.

Iba con gusto a él, con los brazos abiertos; mientras más rápido mejor, mientras más veces mejor.

Solo con Christopher había entendido el verdadero significado de: más es mejor. Aunque en su mundo literario, eso era redundar, m****a, a ella le encantaba redundar sobre esa polla gruesa.

A Rossi le cautivaba que ella tuviera sus momentos. Podía apostar que nunca le había preocupado tanto el placer ajeno, como le preocupaba que Lily sintiera hasta la más ínfima cosquilla.

Mientras Lily se corría y se movía sobre su pelvis de forma profunda, ondulante y repetitiva, Chris tomó la punta de su corbata y la envolvió en su garganta; le cortó el aire, mientras le besó los pezones y la sostuvo por la espalda.

Esperó con gusto a que terminara y cuando supo que ya tenía su premio, se levantó con ella entre sus brazos, la tumbó en la cama y le agarró por las piernas para voltearla.

En cuatro patas terminó de arrancarle las mallas negras y las bragas rojas de encaje que ya estaban empapadas.

Antes de arrojarlas por la alfombra, las olió con los ojos cerrados.

Se rio cuando reconoció ese aroma que lo había embrujado. Tal vez era cierto lo que decían de las latinas.

Los coños latinos sabían de brujería, porque, demonios, él estaba bajo un hechizo poderoso, un hechizo sellado con sangre, con deseo y el corazón. Nadie, jamás, lo rompería.

Le agarró el culo macizo y con la polla empapada de toda ella, se masturbó entre sus pliegues. Su culo siempre sabía recibirlo bien. Le gustaba ponerle el glande inflamado y empapado de líquidos preseminales en el ano y sentir la presión que había en esa zona estrecha que nadie había marcado.

Algún día, él la marcaría.

Lily se entregaba a él lentamente. Solo era cuestión de tiempo antes de que toda ella le perteneciera. 

Él tenía tiempo.

Desde su posición y sin dejar de disfrutar la suavidad de su culo, le quitó el sujetador que se le cerraba en la espalda.

Aunque en un principio de su relación, ella poco había cedido con la desnudez y prefería siempre tener sexo con ropa, la confianza había hecho de las suyas y ya no le importaba mostrarle su cuerpo tal y como era.

Lila Steph

Lamento no venir antes, estaba tirada en mi cama con influenza. C&C

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