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Rossi se hundió en ella otra vez. Lo hizo con los ojos cerrados, sintiendo las cosquillas en todo su largor. Se aferró de su cintura clavándole los dedos y la embistió con fuerza.

Los roces se tornaban cada vez más intensos, porque su centro también se contraía y eso lo orillaba más al orgasmo.

Se detuvo cuando decidió que no estaba listo para correrse. Abandonó su interior de golpe e inhaló profundo para calmarse.

Por encima de su hombro y en esa posición seductora, Lily lo miró con la boca abierta.

Tenía la mirada más oscurecida que de costumbre y las mejillas sonrosadas por lo impetuosa que se sentía. Su corbata marina aún estaba envuelta en su cuello, entrelazada con sus cabellos castaños.

—Te ves perfecta con mi corbata.... —susurró él y con suavidad la liberó para que pudiera respirar mejor.

Lily se rio y se acarició el cuello con los dedos.

Se puso de pie y pasó sus manos atadas hasta su nuca. Lo envolvió seductoramente y lo atrajo hacia ella. Compartieron un beso lento y profundo; Chris la sostuvo por la cintura, sus manos recorrieron sus curvas, su culo, sus senos.

A Lily le fascinaba como la tocaba. La llevaba a la locura. Tenía manos tan grandes que, se sentía pequeñita bajo su cuerpo dominante.

Se deshacía bajo su toque cálido; la respiración se le entrecortaba y la necesidad de tenerlo dentro, en el fondo del coño, se agravaba.

Chris levantó una de sus piernas con su brazo. Con esfuerzo levantó la otra y se la montó sobre la pelvis con facilidad.

Caminó con ella hasta el salón. La polla endurecida le dio golpecitos en las nalgas con cada paso apresurado.

Ella lo sintió llamando en la entrada del paraíso.

En el salón, las luces estaban apagadas. Los altos cristales mostraban la ciudad iluminada bajo sus pies. Tronquitos dormía en su mansión de cristal. Ni siquiera advirtió su presencia.

—No tengas miedo —susurró él sobre su boca cuando apoyó su cuerpo en uno de los cristales.

Estaban en el piso ochenta.

Si ese vidrio se rompía, caerían ochenta pisos al vacío y, peor aún, desnudos.

—Confío en ti —le dijo ella con los ojos brillantes y Christopher la miró cautivado.

Pudo apostar que nadie le había dicho algo tan valioso en toda su vida.

La confianza. Jamás se la había ganado. No era merecedor de algo tan invaluable.

Qué bonita sensación tuvo dentro del pecho cuando terminó de concebir que, no solo se había ganado el corazón de Lilibeth, sino también su confianza.

De pie frente al cristal, la embistió con suavidad.

La sostuvo con firmeza por las piernas y usó el cristal detrás de ellos para moverse mejor. Lily sintió el frio del vidrio en su espalda y las cosquillas se le metieron por todo el cuerpo. 

No le fue difícil dejarse llevar por las sensaciones lujuriosas que le entraban por el coño. Era el mismísimo pecado que llamaba a su puerta. Ella lo dejó entrar perdida en su cuello, besándolo lenta y húmedamente.

Su fragancia masculina se acentuaba en esos rincones y se convertían en un plus cuando el orgasmo se acercaba.

Lo recordaba en la oficina, detrás de ese escritorio imponente; siendo el hombre de la casa, el líder de su familia. Lo recordaba protegiéndola, haciéndola reír, amándola.

Explosionaba fácil alrededor de toda su masculinidad. Se deshacía en mil pedazos y se reconstruía entre sus brazos, mientras él resbalaba en su interior a gusto. Gimiendo en su oreja, mordiéndola en el cuello y poseyéndola como si no hubiera un condenado mañana.

Las sensaciones para él también eran sublimes. Su coño era perfecto para él. Como decían los refranes: la horma de su zapato.

Cuando entendió que ya no era capaz de soportar otro minuto, la embistió más duro. La posición era perfecta. Podía hundirse completo en ella, hasta el último milímetro y saborear en todo su extensor toda su mullida estrechez.

Agradeció todos los años de entrenamiento pesado, porque, en ese momento, levantó a Lily como si fuera una m*****a mancuerna de cinco kilos. La elevó sobre su pelvis y polla con facilidad, sin parar, hasta que la hizo explotar a sus pies.

Ella chilló excitada, sintiendo como se iba en aguas. Las piernas le tiritaban sin ningún control, pero él bien la supo contener para continuar embistiéndola con la misma rigidez.

Le enloqueció verle el coño inflamado, enrojecido por el creciente placer que le causaba. Se devoraba su polla completa. La envolvía con sus labios gruesos que lo empapaban en cada beso.

Se hundió más salvaje, hasta que llegó su momento. Le gustaba eyacular hundido en el fondo de su coño, perdido en su cuello, oliéndola y aferrándose de sus muslos gruesos.

La presionó con tal fuerza que, tras ellos, el cristal crujió y una gran marca se dibujó.

Una araña de múltiples patas largas apareció detrás de ellos, pero la ignoraron mientras se aferraron el uno del otro y disfrutaron de los últimos rozamientos de su espasmo compartido.

Chris recostó a Lily sobre su pecho. Ella envolvió sus piernas en su espalda y se besaron con vehemencia. Rápido descubrieron que estaban empapados en sudor, pero nada les importó en ese momento de reconocimiento.

Rossi la llevó hasta el sofá tras ellos y se sentaron en la misma posición, para continuar besándose y amándose.

Lily estaba agotada. Se recostó en su pecho para recobrar el aliento. Él la acarició con las dos manos. Le arregló las hebras de cabello por la espalda.

De pronto vio unos ojos brillantes que lo admiraban con intensidad.

—Maldita sea, Tronquitos perdió la virginidad —bromeó Chris al ver que el hámster los miraba desde su jaula de cristal con mueca horrorizada.

Lily se levantó apenas para mirar al hámster. Estaba parado en sus patas traseras y los admiraba con espanto.

—Se ve más asustado que impresionado —susurró ella, aun con la respiración trabajosa y Chris se tuvo que carcajear fuerte.

Se volvieron a abrazar. Para ese entonces Lily ya había perdido el amarre de la corbata y tuvo las manos libres para acariciar a su hombre.

Se acostaron en el amplio sofá desnudos y empapados en sudor.

—Lo disfrutaste, traviesa —susurró él acostado a su lado.

Lily aun intentaba recuperarse después de esa estremecida noche.

»Conté tres —susurró él, orgulloso de haberla llevado hasta tres orgasmos maravillosos.

Con una gran sonrisa le acarició los cabellos revueltos aun humedecidos y se los arregló detrás de la oreja.

Ella le sonrió con los ojos apenas abiertos.

—No creí que supieras contar... —bromeó ella, amodorrada.

Christopher se carcajeó fuerte, aun con energía dentro de su cuerpo y se acercó para cerrar todo el espacio que los separaba.

Envolvió sus piernas con las suyas y su espalda en sus brazos.

—Maldita seas, Lily —reclamó perdido sobre sus labios inflamados. La había besado tanto que, los tenía enrojecidos—. Dime porqué te amo tanto —le exigió.

Ella se rio y con determinación abrió los ojos para responderle:

—Porque somos como un rompecabezas... —Le miró sonriente—. Tu eres mi pieza perdida y yo soy la tuya.

—Mi romántica —se rio él con ternura y la besó con pasión—. Deberían darte un Nobel a la más poética, ¿sabes? —bromeó él.

Ella se carcajeó y se recostó sobre su brazo.

—Encajamos, Señor Rossi y usted sabe a lo que me refiero. —Le guiñó un ojo y se estiró un poco para volver a besarlo.

A él le gustaba besarla lento y no fue diferente en ese momento. Tenía memorizada la curva de sus labios. Aun con los ojos cerrados los reconocería.

Se durmieron abrazados, en la sala de su hogar, más enamorados que nunca.

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