72

Los días siguientes, Christopher y Lily trabajaron arduamente en los números que debían lanzar. Tenían una sobrecarga de trabajo que les imposibilitó dejar las dependencias de Craze.

Trabajaron de sol a sol y, unas cuantas veces, el señor “L” los visitó para llevarles el almuerzo.

Al señor López no le gustaba la idea de que su hija y el señor Rossi se la pasaran comiendo comida envasada, así que, en casa y con la ayuda de Sasha, les preparaban la famosa “vianda”.

Ese día, no fue la excepción. El padre de Lily llegó y sin pizca de vergüenza, con arroz, frijoles y pollo; una limonada casera de sandía y un postre de natilla dulce que Rossi miró con curiosidad.

Christopher pudo apostar que nunca había visto una comida tan contundente, pero, apenas la tuvo en frente, la boca se le hizo agua.

Llevaba unos cuantos días comiendo frituras, comida china aceitosa y ensalada césar.

Un poco de comida casera le venía bien.

Partió a lavarse las manos para comer más a gusto el pollo y cuando regresó, encontró su oficina plagada de otros empleados de otros departamentos.

Se había puesto una servilleta en el borde de la camisa, estaba listo para comer, pero cuando los otros empleados lo miraron, se rieron al verlo así.

—Señor Rossi, le guardé un platillo —le dijo su suegro y lo invitó a ponerse cómodo en una esquina de su escritorio.

Rossi agradeció y carraspeó cuando se sentó frente a todos esos empleados que le miraban curioso.

Algunos se sintieron intimidados bajo su mirada azul intensa, pero se preocuparon de la deliciosa comida que el padre de Lilibeth les había servido.

Cuando Lily llegó, se quedó paralizada en la puerta. Su padre corrió a recibirla con todo gusto y la besó en las dos mejillas.

Bajito, su padre le cuchicheó:

—No pude decirles que no. Pensaron que era un cáterin o algo así. —Su padre parecía verdaderamente confundido.

Lily se carcajeó, atrayendo la atención de todos sus compañeros.

Muchos de ellos se habían atrevido a hablar a sus espaldas, a mirarla como si fuera menos y no podían sentirse más arrepentidos, más cuando ella solo había mostrado templanza y amabilidad.

Lily había demostrado que no iba a marcharse por lo que la gente decía de ella; poco le importaban sus opiniones sobre sus zapatos o su cabello de puntas abiertas.

Su enfoque era laboral, siempre estaba pendiente de cada detalle y jamás, en todo ese tiempo, la habían visto cometer un error, mucho menos la habían escuchado hablar mal de nadie.

Entendían que respetaba, por sobre todas las cosas, a sus colegas y empezaban a entender que ella merecía el mismo respeto.

Se mantuvieron cabizbajos, comiendo el platillo que el padre de la asistente les había ofrecido sin ningún problema.

Tuvieron vergüenza, por supuesto y se sintieron culpables. Fue la amabilidad del padre de Lily que les hizo entrever que se habían equivocado.

Lily agarró uno de los platillos y se sentó junto a Christopher. Él comía en silencio, analizando a todos esos trabajadores que invadían su oficina.

La asistente de Marlene pasó por las afueras de la oficina. Los cristales le permitieron ver todo el caos que se desarrollaba en ese lugar y, por supuesto, puso tan mala cara que Rossi supo que eso sería un problema.

Dos minutos después, el hombre recibió una llamada en su oficina.

Era ella... Rossi puso los ojos en blanco y con las manos llenas de pollo atendió.

—¿Hora de almuerzo? —le preguntó Marlene con cierto tono receloso en la voz.

—Los mortales tenemos que comer para vivir, Wintour —le respondió Rossi a la defensiva. Con una mujer como Marlene nunca se sabía, además, aun mantenía sus sospechas vivas—. Ojalá pudiéramos vivir de aire, como tu...

—Ja, muy gracioso —le respondió ella con una risa—. Y a los empleados que invitaste a comer... —insinuó—. ¿Cuál es el motivo? ¿Te sobaron la espalda, te pulieron los zapatos? —bromeó.

Rossi se rio y con la boca llena de frijoles fritos.

—Ja, muy graciosa —le respondió él exactamente como ella le había respondido—. Yo no los invité, si eso te calma... —añadió después—. Mi suegro trajo comida y...

—¿Suegro? —preguntó ella en francés y se levantó de su silla por la sorpresa—. Ver para creer.

Rossi se rio más fuerte. De reojo y sin dejar de disfrutar sus frijoles fritos, aguacate y salsa de cilantro, Lily lo miró curiosa.

—¿Es eso? ¿Quieres venir? —le preguntó Chris—. Si llamas para que te suplique... —burló—. Pensé que te alimentaban por sonda...

Marlene terminó la llamada. Se estiró el traje color cielo que Laurent había diseñado exclusivamente para ella y marchó con sus tacones color beige hasta la oficina del estúpido y vengativo editor en jefe.

Apenas atravesó la puerta el aroma a especias y ajo la golpeó duro. Puso mueca nauseabunda y jadeó alterada. Eran demasiados aromas para una sola nariz.

—No lo puedo creer... —suspiró al ver las repisas llenas de comida—. Te recuerdo que esta es una revista de moda, no... —El padre de Lily se le atravesó con un platillo—. ¿Qué es esto? —preguntó ofendida.

—Su almuerzo... —le dijo Julián con su sonrisa radiante, pero la mujer no reaccionó y él cogió una silla y la sentó.

Era tan delgada que, con un movimiento pudo controlarla.

Marlene se vio estúpidamente idiotizada por ese hombre que la atendió como si fuera una m*****a reina.

Le ofreció cubiertos limpios, servilleta y un vaso con limonada de sandía. Marlene pulió los cubiertos con una servilleta hasta dejarlos brillantes.

Rossi puso los ojos en blanco y con la mano se metió una presa de pollo a la boca.

Marlene miró el pollo, la cobertura frita y luego pensó en su manicura con bordes de diamantes. No, ella no metería sus uñas relucientes en pollo frito.

Intentó resistirse, pero el ayuno que hacía ya se extendía por casi dieciséis horas. La garganta se le secó cuando vio la limonada y tuvo que darle un primer sorbo.

Curiosa, su asistente apareció después y Julián la sentó también a comer. Lo divertido era verlas ceder tan fácil. Un pollo las volvía locas.

—Parece que tendré que venir más seguido, señor Rossi... está matando de hambre a estas hermosas mujeres —dijo él, con alegría y le sonrió a su bonita hija.

Ella comía tranquila, mientras analizaba las miradas indiscretas que Marlene le ofrecía a su padre.

Quien lo hubiera dicho... Su padre, un galán.

Marlene picó el pollo con mucho cuidado y comió pedacitos apenas perceptibles para el ojo humano. Se llevaba a los labios un frijol a la vez y lo degustaba lentamente.

Aunque parecía refinada, delicada y muy adinerada, había crecido exactamente como Lily. La presión de encajar y entrar al mundo que tenía a sus pies, la había hecho cambiar y, mientras más degustaba la comida de Julián, más revivía su pasado.

—A tu padre no le gustará esto —le dijo Marlene cuando el corazón se le ablandó un poco más—. Tal vez deberíamos habilitar la cafetería otra vez o...

Ella se tuvo que callar cuando Rossi entrelazó sus dedos y la miró con agudeza.

—¿Para servir más agua y manzanas a nuestros empleados? —bromeó él. Marlene le dedicó una mueca blanda—. Veré lo que hago...

Lily tuvo que intervenir.

—La comida no debería representar un problema. —Todos la miraron con intensidad. Para todos ellos, la comida era un problema grave—. El viernes pasado, una chica se desmayó en el baño... No había comido para llegar a talla “0” antes de la semana de la moda. No creo que eso sea normal, matarse de hambre —dijo firme. Su padre sonrió—. Antes de habilitar la cafetería otra vez, Señor Rossi, y lo digo con todo respeto, tal vez sería prudente que sus empleadas reciban una charla nutricional o psicológica.

Rossi entendió lo que Lily trataba de decirle y asintió calmo.

Marlene también lo entendió, pero había una fuerza más poderosa que ellos detrás:

—No puedes cambiar la industria, la industria te cambia.

Marlene bien sabía de lo que hablaba.

—Pero puedes reinventarla. —Lily se mantuvo firme.

Marlene sonrió cuando supo que la muchacha tenía razón.

Christopher se metió un pedazo de pan para terminar de comer.

—Empezaremos por cambiar las reglas del manual de Craze —dijo, con la boca llena—. Se prohíbe hacer cualquier tipo de dieta dentro de las dependencias de Craze —explicó, refiriéndose a la condenada regla 13, la que prohibía los carbohidratos—. Nadie me separará de mis malditos carbos...

Carcajeándose, Marlene le dijo:

—Suenas como un adicto...

Se rieron y terminaron de compartir un café al terminar el almuerzo.

Christopher redactó un largo correo al departamento de Recursos humanos y, después de casi treinta años de tradición, solicitó de forma tajante un cambio en el manual de trabajadores.

También solicitó charlas y talleres nutricionales para sus trabajadores. 

Bien sabía que todos esos cambios debían ser aprobados por su padre. Sabía muy bien a lo que se estaba ateniendo al escribir esos correos y entendía que un enfrentamiento entre Rossi’s estaba cerca.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo