67

Christopher estaba esperándola con toda la calma del mundo.

En cuanto ella apareció por la puerta, escoltada por dos policías, respiró aliviado y caminó para recibirla.

—Estoy bien —le dijo ella para calmarlo.

También le regaló una sonrisa sincera.

Christopher asintió y tomó su mano para acompañarla, para mostrarle su apoyo.

Un coche privado los esperaba afuera.

Solo cuando estuvieron a solas, ella le dijo todo lo que había sucedido.

Christopher se quedó consternado escuchando su historia. Se hallaba perplejo, pensando en el peso de las confesiones de Vicky.

—¿Crees que dice la verdad? —preguntó Chris, rompiendo el silencio.

Era tenso.

Lily suspiró cansada.

—La verdad, no lo sé. —Estaba complicada. Solo podía pensar en su padre, en su corazón herido—. No quiero ocultarle algo así de grave a papá, pero tampoco sé si me corresponde a mí, como hija, decirle esto...

Christopher sacudió la cabeza de forma negativa.

—La única que puede hacerlo es tu madre —le dijo Chris, liberándola de toda culpa—. Ella es la única que conoce la verdad.

Lily sonrió y se apegó a él. La verdad era que, anhelaba una respuesta así, que la liberara de una carga y una culpa que no le correspondían.

Con dulzura se aferró de su brazo y se acomodó en su hombro para descansar.

Con un susurro suave le agradeció.

—Gracias por estar siempre para mí.

—Un placer, Lilibeth. 

Él la besó en la frente y la dejó descansar hasta que llegaron al pent-house.

El señor López los estaba esperando. Sasha se había marchado temprano; tenía algunos asuntos privados que resolver y el padre de Lily había pasado la tarde decorando el pent-house.

La víspera de navidad oficialmente había llegado.

—Me tomé el atrevimiento. Me disculpo si fui muy lejos —comunicó en cuanto Lily y Chris aparecieron por las puertas del elevador—. Si no le gusta, puedo quitarlo de inmediato y...

—Me encanta —balbuceó Christopher con los ojos brillantes.

Nunca había celebrado la navidad. Sus padres nunca conseguían ponerse de acuerdo para la cena, ni para el árbol y esas luces que encendían sus noches oscuras.

Todas sus navidades las había pasado en hoteles en Francia o Italia, persiguiendo a su madre en sus amoríos navideños, los que nunca duraban más de dos semanas y los que siempre terminaban el veinticinco en la noche.

Nunca estaba en casa, porque no tenía una.

El único árbol de navidad que recordaba y con gran ilusión, era el de un aeropuerto en Grecia. Su vuelo se había retrasado y terminó pasando la noche en un salón exclusivo, cenando solo junto a un gran árbol luminoso que lo acompañó hasta el amanecer.

—Es perfecto —susurró y se tuvo que reír cuando vio que Tronquitos tenía sus propias decoraciones—. Es perfecto —repitió firme en cuanto se recuperó.

Lily le miró con los ojos brillantes y tomó su manos entre las suyas con dulzura.

—Aún no he pensado en la cena, pero podríamos preparar un platillo especial de nuestras culturas —dijo el señor López con clara emoción.

Chris sonrió.

—Me parece perfecto —pensó en voz alta.

Poco podía decir. Las emociones no lo dejaban hablar.

Lily se acercó a su padre para besarlo en la mejilla como agradecimiento. Fue en ese breve espacio que Chris caminó taciturno hasta el árbol de navidad iluminado.

Se quedó de pie frente a sus ramas llenas de colores.

Desde la distancia, Lily lo miró con congoja. Estaba de pie frente a al árbol, cabizbajo, con los hombros caídos.

—Los dejo a solas —susurró el señor L para ofrecerles privacidad.

—Descansa, papito —le dijo Lily para despedirlo, aun con el pesar de lo sucedido en la prisión con Vicky.

Cuando su padre se marchó, Lily se quitó el abrigo largo y apagó todas las luces del gran salón.

Solo las luces brillantes y coloridas del árbol iluminaron el rostro de Chris.

Él giró un poco para mirar sobre su hombro y se encontró con la bonita sonrisa de Lily.

Ella caminó hacia él y lo abrazó por detrás. Pasó sus manos por su abdomen y lo estrechó contra su cuerpo con fuerza. Descansó su rostro en su espalda ancha y lo sintió derrumbándose entre sus brazos.

En silencio Christopher peleaba tantas batallas.

A Lily se le llenaron los ojos de lágrimas cuando lo oyó sollozar como un niño desconsolado.

—Estoy aquí —murmuró ella con la voz rota, abrazándolo más fuerte y anhelando quitarle todo padecimiento que lo atormentaba—. Siempre voy a estar aquí.

Chris sonrió aliviado al escucharla, más cuando sintió sus brazos fuertes conteniéndolo. Sabía que podía derrumbarse allí una y otra vez y que ella siempre estaría para él para contenerlo.

—¿Tienes hambre? —le preguntó ella y con alegría le dijo—: Sé preparar un arroz con leche y canela increíble.

—¿Arroz con leche? —preguntó él y tuvo que buscar su mirada por encima de su hombro.

La encontró, por supuesto; ella estaba ahí, esperándole, con su bonita sonrisa de un hoyuelo.

—Arroz con leche —repitió ella, riéndose tierna—. Y con canela.

—Qué carajos —se rio él y entre sus brazos volteó para tomarla por las mejillas y besarla—. ¿Cómo es posible que tengas la capacidad de hacerme tan feliz? —le preguntó llenándola de besos.

Ella se rio. Sintió las cosquillas de sus besos y se erizó completa.

—¿Te hago feliz? —le preguntó Lily y se colgó de su cuello.

—Jodidamente feliz.

Ella se rio emocionada y se colgó de su brazo para llevarlo hasta la cocina.

Prepararon juntos arroz con leche y canela.

Aunque Christopher consideraba que era imposible mezclar el arroz con la leche, terminó sorprendido cuando Lily le dio a probar una primera bocanada. El dulzor calmó su corazón y la canela le dio abrigo.

Ella agarró la olla y volvieron a la sala, donde las luces del alto árbol continuaban iluminando con sus colores vivos todo el salón.

Se pusieron cómodos en los sofás y disfrutaron cucharada tras cucharada del arroz con leche y ese intenso sabor a canela que a Rossi le encantó.

Lily se carcajeó fuerte cuando lo vio raspando la olla con la cuchara. Buscaba comerse hasta el último grano de arroz dulce. Lo había disfrutado tanto que, acababa de convertirse en uno de sus recuerdos y postres favoritos.

Dejaron todo en la alfombra y se estiraron en el sofá para admirar las luces tintineantes iluminando todo su hogar.

Christopher se recostó encima de ella, entre sus piernas.

Ella le acarició el cabello con los dedos. Lo cepilló delicadamente mientras escuchó paciente a su niño triste.

—Esta será mi primera navidad.

Lily apretó el ceño.

—¿Cómo? —preguntó liada—. No entiendo... —Buscó su rostro para entender las cosas.

—Con la familia, en casa, con una cena... —confesó él y desde su lugar le sonrió con melancolía.

Lily separó los labios mientras entendió sus palabras.

Quiso ser optimista. No quería que Chris se sumergiera en recuerdos dolorosos, anhelaba que viviera su presente.

 —A mi padre le encanta la navidad, es una de sus épocas favoritas del año, así que vamos a preparar una cena inolvidable y Santa te traerá tantos regalos que...

—Santa no existe —le refutó él con juicio.

Ella se rio y con sus piernas lo estrechó fuerte.

—Pensé que creías en su existencia —bromeó ella, aguantándose las carcajadas.

Chris bufó.

—Por favor, no soy tan iluso —respondió y Lily se rio fuerte.

Él la agarró por las piernas y se quedó atrapado en su cuerpo femenino hasta que se quedó profundamente dormido.

Lily se rindió a su lado también, pero unas cuantas horas después.

Ella se quedó con la carga de lo sucedido en la prisión, las palabras hirientes de Vicky y como hasta el final había buscado llenarla de inseguridades.

Pensó en sus gritos malévolos: “Me follé a Rossi”, una y otra vez y, aunque no pudo negar que su corazón se llenó de incertidumbre y miedo, tuvo que ser valiente y entender que, el pasado de Christopher no lo definía.

No quería saber si eso era cierto. La verdad era que ni siquiera le interesaba. Ya no quería ser la tonta masoquista que se quitaba el parche sin tener herida.

Lo mejor para ella, para su corazón y para su relación, era dejar el pasado atrás, porque su relación no se estaba edificando sobre el pasado, sino, sobre el presente que juntos creaban.

Se despertó otra vez cuando oyó unos tacones de fondo.

Los sentía sutiles y a la distancia.

Un llanto femenino vino después.

La voz de su padre, la de Christopher. Una extraña discusión.

Cabeceó porque estaba agotada, pero cuando sintió a Chris removerse entre sus piernas, abrió los ojos de golpe.

Suspiró cansada. Poco había dormido. Se había pasado la madrugada tomando decisiones. Razonando con el corazón.

Cuando se levantó, encontró a Sasha llorando en los brazos de su padre. Christopher estaba la teléfono y discutía en otro idioma, algo que la sorprendió.

—¿Qué pasó? —preguntó rascándose los ojos.

Su padre la miró con tristeza mientras le dio palmaditas delicadas en la espalda a la joven mujer.

—A Sasha le negaron su visa, van a deportarla —susurró su padre para ponerla al corriente de los hechos.

Lily apretó el ceño.

—Pero... ¿Cómo? —Estaba apenas despertando, no entendía nada.

—Le negaron presentar una petición y el Señor Rossi está peleando con el embajador ruso —cuchicheó el Señor L.

Lily abrió grandes ojos y miró a Chris con admiración. Suspiró enamorada, aturdida.

—Habla ruso —anheló fascinada y con una boba sonrisa en sus labios.

Su padre enarcó una ceja y la miró divertido.

Lily despertó de su letargo hormonal a la fuerza y se acercó a su padre y Sasha para darles consuelo.

—Tranquila, Sasha, vamos a solucionarlo —le dijo para alentarla, para que no perdiera las esperanzas.

La mujer lloró y reclamó en su idioma. Ellos no entendieron nada. Se miraron entre sí con lio. Solo supieron que estaba enojada.

Chris terminó su llamada y soltó un gran rugido de rabia. Con el teléfono empuñado en su mano caminó hacia ellos.

Lily le miraba con sus ojos negros brillantes.

—Es complicado —comunicó Rossi y todos le miraron expectantes—. Al parecer los registros que Sasha presentó en su entrevista no coinciden...

—Estaba muy nerviosa, ¡son terroríficos! —peleó ella con desconsuelo.

Lily sintió tristeza, más al ver a su padre tan preocupado.

Claro era que había forjado una bonita relación de amistad con Sasha. No se podía negar que tenía un interés romántico en ella, pero hasta ese momento no se había atrevido a ir más lejos. No quería irrespetarla de ninguna forma.

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Lily, sin saber cómo solucionar algo tan delicado.

Sentía que era algo que se le salía de las manos.

Pero no a Chris.

Él sabía que podía manejarlo, aunque el costo podía ser alto.

—Voy a almorzar con el embajador. Veré cuáles son sus exigencias —dijo con los puños apretados y, aunque esperó que todos se lo tomaran con normalidad, todos chillaron felices y se abalanzaron encima de él para celebrar.

Rossi se quedó tieso cuando tuvo a los tres a su lado, dando brinquitos por la alegría.

Lily lo abrazó fuerte y se levantó en la punta de sus pies para besarlo en la barbilla.

Hasta ese momento, todo le había parecido insuficiente y aunque poseía el mundo entero, seguía sintiéndose miserable.

Todo cambió cuando vio sus sonrisas y sus ojos brillantes atiborrados de esperanza.

Allí supo que, por fin, lo tenía todo en el mundo.

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