66

Salieron de allí muertos de la risa. Lily podía sentir un chichón en la coronilla de su cabeza, pero le dijo a Chris que sería el recordatorio de ese almuerzo tan especial.

Prometieron volver y al camarero les dijo que los estaría esperando con todo gusto.

Llegaron a la torre de Revues con el tiempo a su favor. En el elevador ya entraron en sus papeles de jefe editor y asistente.

Lily le leyó su agenda; detalló cada reunión que tenía por la tarde, pero todos sus planes se cancelaron cuando July les anunció que un abogado los estaba esperando.

Lily se tensó cuando oyó que era el representante de Victoria, su hermana y palideció al imaginar lo que estaban planeando. Sus sentimientos afloraron cuando la recordó en prisión, en invierno, en vísperas de navidad.  

Christopher rápido comprendió lo que estaba ocurriendo y tuvo que actuar antes de que Lily cediera.  

Rossi lo invitó a pasar a su oficina de forma cortés y cerró la puerta para hablar con Lily.

—Necesito que vayas a por un café, lleva a July o a alguien con quien te sientas segura...

—Contigo —le dijo ella con los ojos llorosos.

Chris suspiró y, aunque todos los estaban mirando, la tomó por las mejillas y con firmeza le dijo:

—Ha enviado a su abogado aquí para sabotearte, porque sabe que eres corazón antes que mente y quiere que caigas en su maldito juego. —Ella le miró a los ojos con dolor—. No quiero que cedas, ella no lo merece...

Lily asintió y pensó en Romy. Se le estrujó el corazón al recordar todo lo que habían vivido desde que había perdido a su hijo y volvió a ese estado de furia en el que Chris la quería.

—Tu eres mente —le dijo ella, jadeando por los nervios—. No dejes que gane —le suplicó.

—Nunca, mi amor.

Lily sonrió y se marchó por el pasillo.

Invitó a July a por un café. Ella aceptó emocionada y, aunque no solía comer nada durante sus horas de trabajo, porque su dieta era asquerosamente estricta, se sintió tan a gusto con Lily que tuvo que comerse un pastelillo de avena.

Mientras ella y July compartían un café y una charla divertida, Chris se enfrentó al abogado de Victoria.

Desde la puerta lo miró con hostilidad. Le resultó desfavorable que tuviera el atrevimiento de jugar sus cartas así, en su territorio y con sus reglas.  

Entró a la oficina con firmeza, dejando atrás al niño malcriado que todos veían.

Con fuerza le habló:

—Debió solicitar una reunión con mi abogado.

—Señor Rossi... —El abogado de Victoria se puso de pie.

Era un joven que no pasaba los veinticinco años. Chris supo que era mucho menor que él y que, posiblemente, ese era su primer caso serio.  

—Le concederé tres minutos solo porque su cliente es la hermana de mi novia. Considérelo un maldito favor —le dijo con tanto desdén que el abogado tragó duro.

Rossi se plantó frente a él, apoyándose con confianza en su escritorio de cristal.

Su maldito reinado.

El abogado no supo si sentarse o quedarse de pie. Temblando abrió el maletín y tomó los documentos en los que había trabajado con victorita.

—Tres minutos —le recordó Chris y cogió un reloj negro con arena blanca.

Lo volteó y volvió a clavar sus ojos en el abogado.

El joven tragó duro otra vez y se armó de valor para empezar.

Ver la arena caer con rapidez lo volvía loco.

—Sé que debí reunirme con su abogado primero, pero mi cliente insistió y al tratarse de un caso familiar quería ofrecerle su declaración.

Chris alzó una ceja cuando lo escuchó tan tiritón y con receló aceptó la supuesta declaración de Victoria; le dio una rápida miradita para ver el nombre del bufete al que representaba, pero no la leyó.

No iba a malgastar su tiempo ni su energía en eso. 

—¿Algo más? —preguntó Chris con claro sarcasmo.

El abogado le miró con el ceño apretado.

—Ella quiere que la lea —insistió el joven.

Chris se rio.

Agarró los papeles y los rasgó con rabia, una y otra vez hasta que los hizo picadillos frente a sus ojos.

—No voy a caer en su maldito juego y tú tampoco deberías. —Chris se oyó tan amenazante que el supuesto abogado se tensó y no supo qué decir—. Voy a suponer que aún no te gradúas, que eres el mejor de tu clase y que la profesora Arlotta te ofreció una pasantía en su bufete.

El joven abrió grandes ojos y balbuceó liado.

—Usted conoce a Arlotta...

—Por supuesto, también fui a la m*****a Harvard —le escupió él con poco tacto—. Créeme, niño, no querrás meter el prestigio de Arlotta en esto... —El joven frunció los labios—. Puedo llamar a Arlotta ahora, decirle que estás aquí y que estás usando el nombre de su prestigioso bufete para representar a una joven que te prometió sexo a cambio de esto.

El joven se puso pálido.

—¿Cómo sabe eso? —preguntó el estudiante con clara vergüenza.

Chris se rio y con soltura caminó alrededor de su escritorio.

—Conozco a las mujeres como ella. Son hermosas por fuera, pero están podridas por dentro. —Le miró divertido—. Cuando tengas a una mujer así, huye en sentido contrario. —Se rio—.  Te lo digo por experiencia propia.

El estudiante de leyes se derrumbó en la silla y con vergüenza se agarró la frente para pensar.

—¿Qué se supone que haga ahora? —Pensó en voz alta.

Chris caminó hacia él con la misma firmeza de antes y le dijo algo que le hubiera gustado que le dijeran cuando su camino se había visto perdido en la universidad.

—Regresa a la universidad, estudia y deja de pensar en sexo.

Tras eso, lo invitó a marcharse.

El abogado se fue avergonzado, dispuesto a seguir los consejos del señor Rossi.

Christopher bajó a buscar a Lily; la encontró tranquila en un divertida conversación con July.

Para disimular y mostrarle a Lily que todo estaba en orden, se sentó con ellas a disfrutar de un café.

Lily suspiró aliviada cuando vio en sus ojos el triunfo y no hablaron hasta que estuvieron a solas en la oficina de Rossi.

—Envío a un estudiante.

—No lo puedo creer —se rio Lily, totalmente sorprendida.

—Está desesperada —dijo Chris—. Ese fue su último recurso: manipuló a un estudiante para que la representara a cambio de sexo.

Lily se sintió terrible. No podía creer que tuviera una hermana capaz de hacer algo así: de maquinar y manipular con tanto profesionalismo.

—Eso es caer bajo —pensó ella en voz alta—. ¿Y qué esperaba que ocurriera?

Chris frunció los labios y pensó muy bien en las jugadas que Victoria tenía como alternativa.

—Que leyéramos su declaración, que sintiéramos compasión y que retiráramos los cargos —pensó Chris.

—¿Y qué decía la declaración? —preguntó Lily con muecas doloridas.

Estaba muy angustiada.

Chris le sonrió con dulzura.

—Mi amor, no la leí.

Lily suspiró y se sintió peor al imaginar lo que su hermana quería decirles.

»Consideré que era lo más sano para los dos —dijo él.

Lily asintió y notó que estaba siendo puro corazón.

—Divide y vencerás —susurró ella.

—Exacto —se rio él, pero notó que Lily no estaba conforme y con congoja la miró y le suplicó—: dime en qué piensas.

Lily apretó los labios y sin poder mirarlo a la cara le dijo:

—En que soy una m*****a masoquista.

—Dime en qué piensas —exigió él con un tono más firme.

Lily suspiró y le dijo toda la verdad:

—Quiero visitarla en prisión. Quiero escuchar su estúpida declaración. —Los ojos se le llenaron de lágrimas.

Christopher no pudo entenderlo y solo hizo una pregunta:

—¿Por qué? —En su rostro se leía la confusión.

—Porque quiero terminar de desengañarme, quiero que se ría de mí una vez más, por última vez, para que este estúpido corazón que ama, empiece a razonar de una buena vez —lloró desconsolada agarrándose el pecho, donde el corazón le quemaba por el dolor.

A Christopher le dolió. Los ojos se le llenaron de lágrimas y, pese a todo, fue capaz de comprenderla mejor que nadie.

No iba a comparar su corazón con el de Lily, eso era descabellado, pero le sucedía exactamente lo mismo con su padre. Mientras más duro era el latigazo con el que su padre lo castigaba, él más se arrastraba.

El corazón de Lily aún se enternecía cuando escuchaba que su hermana estaba en prisión. Se olvidaba de todo el mal que les había causado y sus sentimientos por ella la saboteaban.

Su hermana lo sabía y no había dudado en jugar con su corazón de esa forma tan cruel.

Esa tarde, Christopher se reunió con su abogado y acompañaron a Lily hasta la prisión.

Ella sabía a lo que iba. Estaba dispuesta a que le rompieran el corazón. Estaba lista para el dolor, para la decepción.

Iba tan tranquila que Christopher estaba preocupado.

Le mostró su apoyo en repetidas veces, hasta que ella se rio y con firmeza le dijo:

—Ya deja de preocuparte, voy a estar bien.

No dudó en besarlo en la mejilla para despedirse y caminó junto al abogado.

Su hermana estaba detrás de un muro de cristal, vestida de anaranjado y con mueca tan destrozada que, por pocos segundos, pudo engañar a su hermana.

Lily levantó el teléfono para hablar y su hermana rápido la imitó. Sabía que no tenían mucho tiempo.

Apenas tuvo el teléfono en la oreja le gritó:

—¡¿Cómo pudiste hacerme esto?! —Lloró—. ¡Me traicionaste, soy tu hermana! ¡Me traicionaste por un hombre! ¡Un maldito como Rossi!

Lily alzó las cejas al escuchar su drama, la forma en que la culpaba y cuando su hermana se calmó le preguntó:

—¿Terminaste? —Las hermanas se miraron con tensión—. Solo vine porque supe de tu declaración, la que enviaste con tu abogado. No tuve oportunidad de leerla, porque el abogado de Rossi la tiene y quería saber que decía.

Vicky creyó que su juego había funcionado y rápido imaginó que su hermana estaba allí para perdonarla y liberarla.

Entró otra vez en su papel dramático y llorando le dijo:

—Todo fue culpa de mamá. Ella abrió el sobre, vio que era un cheque y me preguntó por tu vieja credencial... —Lily se mantuvo tranquila mientras su hermana habló—. Me obligó a que lo hiciera. No me quedó otra opción.

—Pudiste negarte y decírmelo.

—No, no tenía opción, es que tú no lo entiendes —lloró con desconsuelo—. Eres la hija perfeta, la preferida de papá...

—Vicky, el papá nos quiere a todas por igual.

—¡Tú no lo entiendes! —gritó Victoria, descontrolada—. Yo no soy su hija... —sollozó exagerada. Lily abrió grandes ojos y se quedó perpleja—. Ella me amenazó con decírselo... dijo que era una intrusa en su familia.

—¿La mamá? —preguntó Lily, confundida.

—Sí, sabe que ese es mi punto débil... el cariño del papá es todo lo tengo, no puedo perderlo —gimoteó.

Lily pensó detenidamente en sus palabras. Algo no le calzó, pero actuó normal.

—¿Tienes pruebas? —preguntó seria.

Vicky negó.

Lily frunció los labios y tuvo que sonreír cuando su historia de huerfanita no logró convencerla.

—Hay algo que no entiendo. —Pensó Lily en voz alta. Vicky la miró con rencor—. Sí fue la mamá la que engañó al papá, se acostó con otro hombre y le mintió para hacerle creer que tú eras su hija... ¿por qué te amenaza a ti? Tú no tienes la culpa de eso.

Vicky se rio y su rostro cambió drásticamente. Dejó el llanto dramático y las muecas de engreimiento aparecieron.

—Si pusiste atención a la historia —le dijo Vicky con sarcasmo.

—A cada estúpida palabra —le respondió Lily tan aliviada que, el brillo en los ojos no se le fue—. Nos vemos en el juicio, Vicky. —Se preparó para partir.

Vicky empezó a gritarle y Lily colgó el teléfono para no seguir escuchándola.

La joven mujer le gritó descontrolada y golpeó el vidrio con los puños.

—No te escucho —le dijo Lily con sarcasmo, aun cuando a través del cristal pudo leer sus labios:

“Me follé a Rossi”.

Lily recordó sus propias palabras y calma respiró para partir, repitiéndoselas una y otra vez: divide y vencerás.

Vicky no iba a vencerla.

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