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Jadeó agotado en cuanto supo que la discusión terminó y, aunque se sintió terriblemente mal por haberle hablado así a la madre de la mujer a la que quería, no podía permitir que nadie se atreviera a tocarla, mucho menos a lastimarla.

Apenas se dio la media vuelta para regresar, se encontró de frente con Lily.

Ella le estaba esperando con los ojos llorosos.

No tuvieron que decir nada para entender lo que estaban sintiendo. Ella vio el dolor en su mirada y se arrojó a sus brazos para consolarlo.

Podía entender el vacío que sentía respecto a una madre y no quería que sintiera abatimiento por su culpa, menos por los errores de su familia.

—Lo lamento mucho —susurró ella escondida en su pecho, aferrándolo fuerte contra su cuerpo.

Christopher sonrió y la agarró por la cabeza con su mano. Sus dedos se perdieron en sus cabellos negros. Besó su coronilla con los ojos cerrados, mientras armonizó todos sus sentimientos.

Hasta ese momento, Lily había sido la única en entender lo que sentía, pero que era incapaz de comunicar.

Ella era la única capaz de leerlo, aun cuando había reforzado su armadura para que nadie pudiera entrar.

Lily lo había conseguido.

—Yo lo lamento más —susurró él y le acarició los cabellos con los dedos.

Rápido el padre de Lily intervino. Se notaba muy preocupado.

—Señor Rossi, lamento mucho la situación. Hemos irrespetado la paz de su hogar y no puedo sentirme más avergonzado. —Sentía culpa.

Él conocía su sentimiento. Lo había enfrentado con sus padres, cuando lo ponían al medio en sus discusiones familiares.

Rossi suspiró y rodeó a Lily por la espalda.

—No tiene que sentir vergüenza por algo que usted no hizo —respondió Christopher, tratando de estar lo más calmado posible mientras asimilaba su pasado—. No fue usted el agresor.

El señor López se frotó las mejillas y soltó un largo suspiro.

Rápido recordó a Sasha y volteó para consolarla. Ella estaba desconcertada. Se sentía incapaz de comprender los hechos.

Lily tomó a Chris por la barbilla y con su suavidad le pidió que la mirara.

—Gracias —le suspiró sobre los labios y le regaló un dulce beso.

Chris se rio y no pudo guardarse lo que sentía.

—No puedo mentirte, Lily. Tenía muchas ganas de gritarle y sacarla a patadas, desde que se perdió el cheque y te culpó por eso. —Dejó entrever que era un niño travieso. Ella se rio al entender sus secretos—. Sé que es tu madre y me arrepiento mucho porque te dio la vida y, m****a, eres lo más hermoso que he tenido nunca, y sé que debería estar agradecido porque llegaras a mi vida, pero... —Lily no lo dejó continuar.

Lo tomó por las mejillas y lo besó con locura, aun con la presencia de su padre y Sasha.

Cuando se ponía nervioso, hablaba sin parar y a ella le resultaba lo más adorable del mundo.

Les costó trabajo retomar el día. Todos estaban tensos, aun sobre pensando en la discusión, repasándola una y otra vez.

Lily y su padre estuvieron callados el resto del día. La vergüenza no quería soltarlos. También se castigaron por todas las cosas que no habían dicho, por todo lo que se habían guardado por tanto tiempo y toda esa porquería que habían soportado para hacer feliz a otros.

Cuando, a los otros, nunca les había preocupado su felicidad.

Sasha, por otro lado, se sentía culpable por no haberse defendido. Estuvo encerrada en la cocina limpiando y organizando las despensas, creyendo que así podría darles calma y orden a sus pensamientos.

Christopher fue espectador, una vez más, de cómo la familia se fragmentaba.

Había visto esa película antes, con su propia familia, y conocía el final.

Quiso encerrarse en su estudio toda la tarde e ignorar la tensa situación a la que todos se enfrentaban, pero, por primera vez, supo que no quería quedarse de brazos cruzados.

Salió abrigado y sin decirle a nadie.

Lily se percató de ello una hora después, cuando fue a su estudio a mostrarle las ideas para la portada del especial navideño y no lo encontró allí, ni en ninguna otra parte.

Se quedó de pie bajo el umbral de su estudio, con una extraña sensación dentro del pecho y preguntándose muchas cosas. Revisó su teléfono decenas de veces, creyendo que tal vez le había dejado un mensaje.  

Pero no había nada.

Le dolió, por supuesto, más al creer que su desaparición era por su culpa y todos los estúpidos problemas que su familia acarreaba.

Caminó hasta los cristales amplios para despejarse un poco con la maravillosa vista de toda la ciudad. Afuera el caos navideño empezaba.

Suspiró cuando se obligó a entender que cada pareja necesitaba su espacio. Tal vez Christopher necesitaba respirar, alejarse de todo lo que le hacía mal.

—Lo entiendo, necesitaba su espacio para... pensar, tal vez —dijo en voz alta.

Se rio al ver a Tronquitos mirándola con grandes ojos.

Se sentó a los pies de su casa de cristal y se acordó de que era un importante filósofo.

Christopher se bajó del elevador en ese momento y la encontró sentada en el piso, con su mascota.

—¿Qué me diría el gran filósofo Tronquitos ahora? —preguntó y pasó su dedo por el cristal. Chris se acercó con paso sigiloso—. Se fue, Tronquitos, se cansó de mí, de los problemas que me persiguen como una maldición... —resopló angustiada—. ¿Y si no regresa, Tronqui? —le preguntó compungida—. ¿Qué hago si no regresa? —Se estaba ahogando—. ¿Significa qué es el final?

Miró a Tronquitos con desesperación. Creía que el hámster le iluminaría los pensamientos.

Christopher la había escuchado hablar con su mascota. Se había contenido las risotadas, porque le resultaba adorable verla y sentirla tan preocupada por su breve ausencia.

Allí supo que, lo que sentía, era real.

—Llegará el momento en el que creas que todo ha terminado... —le dijo Christopher con firmeza. Ella se levantó apenas lo escuchó y trató de recomponerse—. Ese será el principio de todo —añadió sonriente y caminó hacia ella cargando bolsas en las manos.

Lilibeth se iluminó al reconocer la frase del filósofo griego y tuvo que decir su nombre en voz alta:

—Epicuro...

—Un genio, como Tronqui —unió Chris y Lily se rio—. Me gusta “Tronqui”...

Lily se rio coqueta y se arregló el cabello negro detrás de las orejas.

—Entonces... no es el final —especuló nerviosa.

Chris le sonrió.

—Mi amor, me fui por cuarenta minutos ¿y ya crees que te abandoné? —le preguntó él más fascinado que nunca.

Nadie lo había extrañado tanto en tan poco tiempo.

—Los peores cuarenta minutos de mi vida —susurró ella, dando pasos lentos hacia él.

—Me preocupa saber que temes que te abandone, pero me consuela saber que me extrañarías —susurró él y con cuidado dejó las bolsas con compras en el piso.

Lily recapacitó sobre lo sucedido y entendió que sus inseguridades iban a volverla loca. Necesitaba domarlas o iba a volverse loca.

—Es complicado, yo... —Ella mostró su frustración.

—Lo sé —susurró él—. Tengo el mismo miedo. —Se plantó frente a ella con decisión—. ¿Qué sería de mí si me abandonas, Lilibeth? —le preguntó mientras sus manos se metieron por su cuello—. He pensado en la respuesta muchas noches. —Tomó sus mejillas con suavidad—, pero siempre llego a la misma conclusión.

—¿A la misma? —le preguntó ella con los ojos brillantes.

Suave lo abrazó por la espalda. Quería sentirlo tanto como él la sentía a ella.

Chris asintió y con total franqueza le confesó:

—No quiero perderte, Lily. No quiero que te vayas, por eso escribí ese contrato, para que nunca me dejes. —Se miraron a los ojos con dulzura—. Sé que era retenerte contra tu voluntad, pero ¿qué más podía hacer?

Ella se rio y se levantó en la puntita de sus pies para abrazarlo por el cuello. Él le correspondió, por supuesto y se abrazaron un largo rato.

Les costó soltarse y cuando lo hicieron fue de forma recíproca.

Ella no pudo negar que el contrato era lo más tóxico a lo que se había enfrentado nunca; tampoco quería justificar sus actos atiborrados de inseguridad, pero, m****a, ella sí quería que Christopher la retuviera y no le importaba si era contra su voluntad.

Si existía un lugar en el que quería quedarse para siempre, era a su lado.

—Traje la cena —le dijo Christopher con una sonrisa—. Y traje esos croissant que tanto te gustan.

—¿La cena? —preguntó ella, bastante descolocada.

Chris asintió y suspiró antes de abrirle un poco más las puertas de su corazón.

Puso su mano en su hombro y mirándola a los ojos le confesó:

—Quiero que cenemos todos juntos. —Ella apretó el ceño. No entendía mucho—. Vi a mi familia romperse muchas veces, Lily. Discusión tras discusión, siempre parecía que nos quebrantábamos un poco más, hasta que el cristal explotó y no hubo vuelta atrás. Nada ni nadie pudo unir los fragmentos rotos... —Tuvo que esconder la mirada breves instantes para recomponerse y luego continuar—. Hoy lo vi otra vez, con esta nueva familia que formamos y... —Frunció los labios.

No supo cómo continuar.

Lily tenía los ojos bien abiertos. Había escuchado y sentido cada palabra y, pese a que un nudo amargo se acentuaba en su garganta, tuvo que decirle lo que sentía en ese momento:

—Nuestra familia. —Se miraron ilusionados. Lily se aclaró la garganta y con una sonrisa juguetona le dijo—: me parece muy valiente de su parte que quiera proteger a su familia, señor Rossi.

—¿Sí? —Él se mostró seductor.

—Sí —le confirmó ella—. ¿Y sabe en qué lo convierte eso? —Le miró a los ojos con intensidad. Él negó—. En el hombre de la casa, señor Rossi.

Christopher separó los labios al escucharla y no pudo aguantarse. Se hinchó de algo desconocido, de algo que se le metió por debajo de la piel y que lo hizo sentir orgulloso de: “en quién se estaba convirtiendo”.

Le gustó ser el hombre de la casa, más si era ella quien lo decía.

Prepararon la mesa para cenar, entre risas divertidas que atrajeron al resto de la familia.

El Señor L apareció curioso y sus muecas tristes se esfumaron cuando vio a su hija sonreír feliz, ser libre y disfrutar de sus carbohidratos sin preocupaciones.

Lily fue a buscar a Sasha y le pidió que se olvidara de todo. Las palabras ofensivas no importaban, porque no la definían.

Se reunieron los cuatro, pero Christopher puso un quinto puesto en la mesa y nadie pudo entender sus razones.

Cuando estaban comiendo, Chris puso un croissant relleno de jamón serrano, verduras y quesos en el puesto vacío.

—Cenamos con fantasmas —se rio Julián.

Chris le sonrió.

—En realidad, es el puesto que espero que Romy ocupe pronto —confesó con soltura, pero con una seguridad que a Lily le tocó profundo.

—Christopher... —hipó ella aguantándose los sollozos.

Por encima de la mesa, sin miedo a nada, él cogió su mano y le dedicó un suave beso en los nudillos.

Su beso fue calmante para lo que sentía en ese momento y se rio aliviada cuando vio a su padre alzar su copa y brindar.

Comieron, se rieron y se olvidaron del mal rato que Nora les había hecho pasar con su egoísmo.

Curaron las brechas esa noche y supieron que no podrían romperlos con tanta facilidad.

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