58

A Lily se la comieron los nervios. Anheló miles de veces reunirse en privado con Christopher para que le dijera lo que pensaba de su columna, pero cada vez que encontraba un momento para estar a solas, eran invadidos por importantes rostros del mundo en el que Rossi se desenvolvía.

Las horas se fueron volando y la joven empezó a perder las esperanzas, peor se sintió su corazón cuando Joel apareció para saludarla.

Aun recordaba lo descortés que había sido antes, dejándolo olvidado en la subasta. 

—Recibí tu correo —dijo el hombre y con formalidad añadió—: Aprobamos la sesión. Creemos en la armonía producto y exposición.

Lily sonrió agradecida. Se lo estaba haciendo fácil, cuando podría haberle sacado muchas cosas en cara.

Era un caballero.

—Me alegra saber que la han aprobado —le dijo sonriente—. Será un éxito, estoy segura de eso.

Desde la distancia, Christopher los miró interactuar y respiró profundo para no perder la compostura.

—Será un éxito gracias a ti, Lily —reconoció Joel y estiró su mano para cerrar todo con un apacible estrechón.

Lily sonrió y no vaciló en entregarle su mano.

Se estrecharon con un par de sacudidas y risas que hicieron hervir la sangre de Rossi.

Claro, él no sabía cómo aceptar esos sentimientos que lo cegaban. Eran nuevos para él.

No los celos. Los había conocido por primera vez con su hermana, pero los celos que Lilibeth despertaba en él eran como un torbellino de calor que removían todas sus malditas inseguridades.

—Yo solo tuve una idea. Es el producto que representas el que posee todo para ser exitoso —dijo ella, haciéndolo sentir seguro.

Joel sonrió. Adoraba su humildad y sensatez.

Cuando notó que Christopher se acercaba, pasando de los invitados que buscaban hablar con él, se apuró y osado le dijo:

—Entiendo lo de Rossi. Siempre quise que me miraras como lo miras a él, pero cuando quieras, Lily... —La miró a la cara con una sonrisa—. Cuando quieras, estaré aquí para ti.

—Gracias. —Ella alcanzó a responderle.

Christopher se unió a ellos con vigor. Desprendía testosterona y llevaba una cinta métrica imaginaria en la mano. Ya quería medirse la polla y ganarle por un puño al pobre de Joel.

Ego de machos a las seis en punto.

—Joel, que bueno que asististe —dijo Christopher con evidente sarcasmo.

—Moda emergente, nigerianos y cultura naranja... no me lo perdería por nada. —Le sonrió.

Lily percibió la falsedad que había en su charla y tuvo que intervenir antes de que las cosas se desviaran y se pusieran peligrosas.

—Bueno, nosotros tenemos que encontrar al representante de Balenciaga —dijo, recordándole a Chris que tenían trabajo.

Chris sintió su voz como un bálsamo, como una anestesia.

Asintió y antes de partir le ofreció su mano a Joel. Quería estrecharlo y romperle todos los huesos de la mano, solo por atreverse a tocar a Lily.

Su pequeña demonio.

Joel sonrió y le respondió al estrechón, a sabiendas de lo que Chris quería. Aguantó como todo un macho valeroso, aunque tuvo que apretar los dientes cuando el heredero de Revues le estrujó los dedos como si fuera una tortura.

Jefe y asistente se dieron la media vuelta y caminaron con paso veloz para desaparecer.

Lily se apuró para colgarse de su brazo y con un susurró le preguntó:

—¿Qué fue todo eso? —Lo miró con exigencia.

Chris gruñó y la detuvo antes de que volvieran a invadirlos y no los dejaran conversar tranquilos.

—Yo. Celoso. —Fue tajante, firme, inmoderadamente masculino.

De pie frente a él, la jovencita se sintió intimidada por toda esa hombría saliendo a relucir.

Tal vez en el peor momento, o el mejor. Ya ni sabía.

Su mente, cuerpo y corazón eran puro caos.

—No sabía que se ponía celoso —pensó ella con mucha seriedad y luego se rio—. Usted es perfecto, ¿qué podría celarles a otros? —le preguntó mirándolo con firmeza.

Christopher enarcó a una ceja.

—A ti —le contestó con acidez—. Cómo lo miras... no lo sé...

—Qué curioso —susurró ella, acercándose un poco más—. Él dijo lo mismo...

—¿Qué dijo? —insistió Chris, con el ceño y los puños apretados.

Ella le sonrió y se levantó con mucho esfuerzo en la punta de sus pies.

—Joel dijo: “siempre quise que me miraras como lo miras a él” —repitió ella—. Tal vez, si usted cayera en cuenta de cómo yo lo miro, sabría que no tengo ojos para nadie más.

Se atrevió a besarlo en la mejilla, a sabiendas de que estaban rodeados de reporteros que aguardaban impacientes por capturar un momento de intimidad entre ellos.

Ella se los dio, así de fácil, así de rápido.

En minutos, su beso en la mejilla recorrió toda la isla.

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