Christopher se hizo a un lado para quitarse a la jovial muchachita de encima, la que le había saltado encima sin aviso, pero ella tenía agilidad y lo siguió con facilidad.
Estaba incómodo, no iba a negarlo y peor se puso todo cuando sus ojos azules fríos se encontraron con los de Lily.
Su mueca dolorida le dejó en claro todo lo que estaba sintiendo y se armó de valor para coger a Victoria por los brazos y quitársela de encima de una forma más brusca.
Esa era su primera vez deshaciéndose de una mujer. Era normal que se le colgaran del cuello, lo llenaran de besos y propuestas indecorosas. Estaba acostumbrado, pero por alguna extraña razón, su cercanía le causaba picor.
Como una alergia que debía calmar con distancia.
—Wow, que loco, estás aquí, en mi casa —dijo Vicky tratando de convencerse de lo que veía. Era real. El mismísimo Christopher Rossi, soltero y millonario, estaba en su casa—. ¿Y qué estás haciendo aquí? —preguntó riéndose—. ¿Me estás buscando a mí? —Le coqueteó descarada.
—Es mi jefe —la interrumpió Lily, haciéndose notar.
Vicky se hizo a un lado para mirar a su pequeñita hermana y se rio cuando creyó entender lo que ella le estaba diciendo.
Claramente no lo entendió. Era ilógico.
—¿En serio? —Se contuvo una carcajada—. Pero ¿y los pollos? —preguntó—. Tu pasión… —le dijo sarcástica, refiriéndose a que su hermana era una gran fan de los carbos y las grasas.
Su padre suspiró y no vaciló en intervenir.
—Lily ya no trabaja en el restaurante —la respaldó él y le dedicó un asentimiento a su hija—. Ahora es as…
—Escritora —dijo Rossi antes de que el padre de Lily anunciara que era su asistente—. Escribe una de mis columnas. En Craze… —Respiró entrecortado.
Estaba seguro de que nunca había hecho algo tan osado.
Al Señor Lopez le llamó la atención lo que decía y con desconfianza lo miró a través de sus familiares. Ni hablar de Lily, que se quedó boquiabierta, atontada por la forma en que Christopher acababa de ascenderla.
A Vicky la noticia la pilló por sorpresa y no lo disimuló ni un poquito.
—¿En Craze? ¡No lo puedo creer! —se rio Vicky—. Nos fuimos un par de meses y hay muchos cambios. —Miró a Christopher de pies a cabeza.
—Un año no son un par de meses —satirizó Lily y cuando su madre apareció por la puerta de la cocina, atraída por la charla, la miró y con desgano la saludó—: Hola, mamá.
Verla allí, adueñándose de lo que había abandonado, fue la cereza de su pastel.
Tras eso y con todos esos sentimientos confusos dentro de ella, se dio la media vuelta y subió las escaleras para encontrar calma al dolor que la agobiaba.
Ni siquiera le interesaba quedarse allí a sufrir mientras su hermana seducía a su jefe, y al que —por un segundo— habría creído que era su nuevo interés amoroso.
Subió cada escalón pisando firme, dejando entrever que estaba furiosa.
Christopher tuvo el impulso de seguirla, pero Vicky se le acercó con su bonita sonrisa y le ofreció ponerse cómodo.
—Ah… —balbuceó él y volvió a mirar las escaleras por las que Lily había desaparecido.
Tuvo un gran debate mental.
Miró el sofá. Miró las escaleras.
Ya la había cagado una vez y estaba allí, con los puños destrozados y la cara llena de golpes para conseguir el perdón de Lily.
Si la cagaba de nuevo, sería todo un récord.
—Gracias, pero tengo que hablar con Lilibeth. —Trató de ser lo más cortante posible, también lo más reservado y sin vacilar caminó decidido hasta las escaleras.
Fue el padre de Lilibeth el que lo detuvo antes de que se atreviera a subir.
—Señor Rossi. —Puso su mano sobre su pecho y con firmeza lo miró a los ojos—. ¿Está seguro de que quiere subir esas escaleras? —le preguntó—. Una vez que suba, no habrá vuelta atrás.
Christopher le miró con grandes ojos.
De fondo, Vicky miraba atenta la interacción entre su padre y Rossi.
Le extrañó, por supuesto, porque en su cabeza no entendía cómo era posible que su hermana: anti-moda, anti-estilo, anti-belleza, pudiera trabajar al lado de un hombre como Christopher Rossi.
—Lo sé y estoy seguro, señor —respondió Chris con firmeza.
El Señor López asintió y le dio un par de palmaditas en el pecho.
—No sé qué está pasando entre usted y mi hija —susurró, porque bien sabía que Vicky estaba atenta a cada palabra que decían—, pero más vale que no la lastime. —Lo miró con agudeza—. Si veo a Lily derramar una sola lágrima en su nombre, va a lamentarlo, Señor Rossi.
Christopher abrió grandes ojos al escuchar su amenaza.
Claro que era una amenaza, una que tal vez no pesaba ni significa nada, porque era evidente que la familia López no tenía contactos, poder ni dinero como para causarle daño, pero, por primera vez, Christopher temió el peso de un ultimátum.
La amenaza de un padre que estaba dispuesto a todo con tal de proteger a su hija.
El viejo Christopher habría respondido con la misma violencia. Habría hecho una amenaza de peso, cruel, humillante, pero tragó duro y se comportó a sabiendas de que ese era el padre de Lily y no podía lastimarlo ni mucho menos ofenderlo, porque si lo hacía, la lastimaba a ella.
—Señor, tal vez sí hallan lágrimas, pero prometo sostenerla cada vez que vaya a caer —respondió Christopher tratando de convencer a ese padre que, claramente no confiaba en él.
El Señor López lo contempló unos segundos con la cabeza inclinada y los ojos entrecerrados y cuando aceptó que, su contestación le parecía justa, la arregló el saco y lo dejó ir.
—Largo, Rossi —le dio una bofetada suave y esperó a que desapareciera en el fondo de la escalera.
No quería que Victoria interviniera. Bien la conocía. Era su hija, y la hija de la mujer que lo había engañado y abandonado.
Conocía a las de su tipo.
Christopher se tomó unos instantes para entrar al cuarto de Lily.Quiso llamar a la puerta y esperar cortés a que ella le dejara pasar, pero presentía que las cosas no se darían así.Tuvo que ser un poco más invasivo.Sí, llamó a la puerta, pero entró de inmediato y con paso lento.Cerró la puerta detrás de él y se quedó mirando la imagen de Lily con un nudo amargo en la garganta.A pesar de que la reconocía como una joven vivaz, brava y feliz, en ese segundo conoció su lado sensible, su lado más roto.Ella estaba acostada en la mitad de la cama, hecha un ovillo y aguantándose los sollozos con gran esfuerzo.
Lily se levantó enérgica de la cama y se calzó un par de converse negras y todo para salir a buscar un postre.Rossi alzó las cejas al verla.Aunque era contradictorio, considerando que usaba un vestido Dolce negro, por primera vez, Christopher halló la perfección en una mujer.Ni siquiera entendía cómo, pero la combinación de vestido y las zapatillas era deliciosa; natural y fresca.—Vamos a caminar y a buscar un postre —le dijo ella y agarró un pequeño bolsito negro que había comprado en una tienda de ropa usada.Christopher se quedó mirándola con la boca abierta y sin vacilar se puso sus zapatos elegantes y la acompañó por las escaleras.
Regresaron a la casa de Lily corriendo, aun con los dulces en las cajas individuales.El resto de la familia los estaban esperando. El taxi ya estaba allí y se las ingeniaron para viajar todos juntos en un coche y no separarse.Christopher se llevó a Lily sentada en su regazo, aun cuando Vicky insistió que ella pesaba veinte kilos menos.Lily nada dijo para defenderse. Christopher notó que era algo habitual hablar de su peso con tanta confianza y la alegría que habían sentido en la confitería se desvaneció por el egoísmo de su hermana.Lily escogió mirar por la ventana durante todo el viaje. Viajó tiesa, sintiéndose incómoda sobre las piernas del hombre y no podía dejar de repetirse lo que su hermana había
Vicky se rehusó a marcharse del hospital.Su madre se quedó con ella, sentada en el fondo de la sala de espera.—Puedes ir a casa. Te puedo pedir un taxi si quieres —le dijo Vicky a su madre.Su madre negó con mueca entristecida.—En esa casa me amargo —le respondió la mujer con orgullo—. Me acuerdo de la dueña de casa desarreglada que era y me deprimo.Vicky asintió y se levantó para conseguir un par de cafés.Compró también unas galletas que compartieron sin dejar de hablar sobre lo ofensivo que les resultaba lo que el psicólogo había hecho con ellas.Las había excluido de tan importante lista y las habían sacado a la calle irrespetándolas por entero.Aburrida de esperar, Vicky navegó en su teléfono. Primero revisó sus redes sociales. Era una chica popular, codeándose con ricachones de su edad. Siempre tenía citas, invitaciones y una larga lista de amigos de la que solía alardear.Cuando recordó la situación de Christopher y su hermana se metió al navegador y buscó el nombre del edit
Cuando Lily se levantó esa mañana, caminó descalza directo hasta la casa de “Don Tronquitos”. Quería saludarlo y ofrecerle agua fresca, pero se encontró a Sasha frente a la televisión, sosteniendo un limpiador en una mano y una botella con desinfectante en la otra, mientras se ponía al corriente con las noticias y la chica del momento.—Buenos días —la saludó Lily y Sasha la miró con los ojos bien abiertos.—Buenos días, señorita... —Se rio tímida.Lily metió su mano y acarició el pelaje suave de Tronquitos y de reojo miró la pantalla de la televisión. Se puso pálida cuando se vio a sí misma en las imágenes repetitivas.—¿Qué estás...? —Fue lo único que alcanzó a preguntar y con prisa se plantó frente a la pantalla colorida para mirar la verdad—. Dios mío, no... —Jadeó nerviosa y pensó que se desmayaba.—¡Usted es la chica del momento! —le gritó Sasha, emocionada.—¡No! —exclamó Lily, sin entender nada.Rápido leyó los titulares en rojo y sus imágenes en la pantalla. A eso se sumaron
Lily se echó a correr escandalizada cuando supo que el periodo le había hecho la visita del mes en el momento más incorrecto e inesperado de todos.¡¿Acaso podía ser más condenada?!Sintió tanta vergüenza que quiso enterrarse cien metros bajo tierra, pero Christopher la alcanzó con una embobada sonrisa en los labios y el pene enrojecido por toda ella.No sabía cómo explicarlo, pero se sentía especial.Había compartido la cama con unas cuantas decenas de chicas, pero ninguna lo había marcado así.Encontró que era lo más íntimo del mundo y se sintió suyo.—¡Qué vergüenza! —e
Lily llegó al hospital en el que su hermana se encontraba. Su padre seguía allí y ella corrió a estrecharlo en un apretado abrazo.El hombre lucía cansado. Las ojeras y los hombros caídos decían mucho sobre lo que había sucedido en las últimas horas.—No pude venir antes, yo... —Lily jadeó antes de hablar.No podía confesarle a su padre sus pecados, sus motivos para no haber estado allí a primera hora de la mañana.Su padre le sonrió dulce y le besó la mejilla.—No es tu responsabilidad, hija —la consoló él—. Los padres somos responsables de nuestros hijos, a cualquier edad.Lily se sintió peor cuando no encontró a su madre allí. Por supuesto que ella no aceptaba esa responsabilidad, al menos no como su padre, que sufría el mismo dolor de Romina.—Veré si consigo hablar con el psicólogo —dijo Lily, mirando a todos lados.—Ya vendrá —le comunicó su padre—. Vino a las seis y me dijo que Romina había despertado bien y que desayunara con ella.—¿Ya viste a Romy? —preguntó Lily con los ojos
Lily tuvo que abandonar la habitación en la que su hermana se recuperaba para llorar en solitario. No quería que su padre la viera derrumbarse a ella también.Explotó terriblemente y peor se puso todo cuando el psicólogo le indicó que debían retirarse. Su visita había desencadenado una crisis y lo mejor era que Romy recibiera contención cuanto antes, sin visitas que pudieran alterar sus emociones.Entendió entonces que no iba a poder solucionarlo ella sola; concibió que Romy no iba a superarlo con abrazos apretados de hermanas, escondiéndose a conversar en el armario y cubriendo la herida con comida y carbos.Razonó que necesitaba ayuda y tuvo que aceptar que no estaba mal pedirla, recurrir a otros cuando sentía que ya no podía más.Tal vez, era más valiente buscar una mano en la que contenerse que fingir que todo estaba bien, cuando su mundo y el de su hermana se caían a pedazos.Se armó de valor y llamó a Christopher.Él estaba en una reunión, pero en cuanto vio el nombre de Lilibet