35

Lily no pudo quitarse el dolor del pecho, peor se sentía al imaginar a su jefe solo, enfrentándose a su pasado doloroso y, pese a que la asesora de imagen de Christopher llegó a las diez en punto, Lily no pudo quedarse por mucho tiempo.

Claro, dejó que la midieran y que le realizaran la colorimetría y, tras entregar sus datos personales, se marchó, llevando un vestido negro que arrancó de las muestras que la asesora había llevado con ella.

Cogió un taxi y viajó hasta el cementerio en el que recordaba que la familia Rossi tenía un lugar especial. Lo había leído en lo periódico tras la muerte de la madre de Christopher y desde allí, nunca se le había olvidado.

Caminó apurada entre los mausoleos elegantes y, cuando lo vio a la distancia, completamente solo, apuró el paso para unirse a él.

Christopher estaba de pie, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida.

Ella se plantó a su lado sin decir palabra y con suavidad metió su mano por su brazo, mostrándole a su estilo cariñoso que estaba con él.

Christopher se exaltó cuando sintió su contacto cálido y desde su altura la miró con los ojos brillantes.

Lily le sonrió desde su baja estatura y los ojos del hombre se llenaron de calor y color.

Fue la primera vez que Lily pudo ver el cielo en ellos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó seco y tragó duro.

—¿De qué habla? —le preguntó ella, mostrándose liada—. Este es el lugar en el que tengo que estar —dijo firme y volvió a mirar al frente, aun cuando sus ojos azules celestiales le resultaron hermosos—. A su lado. —Volvió a mirarlo con dulzura—. Con usted.

Christopher no pudo negar lo mucho que le gustó tenerla a su lado, más en ese momento en el que siempre se reencontraba con la soledad.

—Justo le estaba hablando a Jazmín de ti…

—¿Jazmín? —preguntó ella con son bonita sonrisa de un hoyuelo.

—Mi madre —corrigió Christopher, sintiéndose contenido.

—No me diga —se rio Lily—. ¿Y qué le dijo? —se rio otra vez—. ¿Qué soy su némesis convertido en asistente?

Christopher estalló en una carcajada divertida.

—Némesis y apocalipsis juntos. —Se rieron los dos y se dieron pequeños empujoncitos que evidenciaron la complicidad que creaban—. ¿Quieres saber lo que le dije? —preguntó y la miró con agudeza.

La muchacha se sonrojó, más cuando él se plantó frente a ella y con timidez asintió, dispuesta a conocer la verdad.

Christopher asintió con mueca divertida y con valentía le dijo:

—Le dije que conocí a alguien y que me gusta. —Lily se señaló y él asintió, dejándole en claro que ella era ese “alguien”—. Que me gustaría que estuviera aquí para que pudiera ayudarme a conquistarte…

—No necesita mucho para conquistarme, Señor Rossi —le dijo ella con la respiración entrecortada—. Soy una muchacha con un corazón simple. —Le sonrió ilusionada.

Christopher sonrió calmo.

—Ese es mi problema —le confesó él y ella le miró con lio—. Solo sé cómo romper corazones, no sé cómo cuidarlos y no quiero lastimarte…

Lily alzó las cejas al escuchar su confesión y problema y, aunque le dolió en demasía el corazón, puesto que intuyó que, si daba un paso hacia él, dolería mucho, aceptó el riesgo.

—No querer lastimarme ya es una forma de cuidar mi corazón —le dijo ella y lo agarró del brazo para sacarlo de ahí. Era hora de partir—. Comprarme croissants frescos igual —se rio y Christopher supo que tenía oportunidades—. Y cuidarme borracha, aun cuando no recuerdo mucho de lo que sucedió, también es una forma de cuidar mi corazón.

Christopher sonrió y quiso negarse. Quiso decirle que todo había sido obra de Sasha, pero cuando la miró a los ojos, supo que no podía mentirle.

—Entonces voy por buen camino —especuló él, emocionado.

—Ya veremos —se rio ella y Christopher rodó los ojos.

Caminaron juntos, y Rossi la miró en todo momento a la cara, aun cuando ella iba mirando al frente, cuidando el camino que recorrían.

Salieron del cementerio cogidos del brazo, sintiéndose de formas muy diferentes.

El contacto de sus manos fue perfecto. Lo sintieron natural. Encajaban como si fueran dos piezas de rompecabezas.

—Gracias por venir, Lily —le agradeció él mientras esperaban un taxi para regresar.

—Un gusto acompañarlo, Señor —le respondió ella.

Se quedaron de pie uno al lado del otro. El viento del otoño les agitó las ropas y a Lily el cabello oscuro.

Christopher le arregló las hebras resueltas detrás de las orejas; con valentía tomó su mejilla para que lo mirara y le dijo:

—Usualmente no admitiría esto con ninguna otra mujer, porque perdería mi título de máquina sexual sin emociones, pero lloré como cachorrito.

Lily se rio y negó con la cabeza.

—¿Y por qué lo admite conmigo? —le preguntó ella con los ojos entrecerrados.

Quería mostrarle desconfianza, pero solo sentía química.

La más agónica y desesperante química.

—Porque eres mi lugar seguro, Lilibeth.  

Un taxi se detuvo frente a ellos y Lily apenas reaccionó para subirse a su lado.

El viaje de regreso fue tenso. La joven estaba aturdida con sus palabras y fuertemente se esforzaba por recordarse a sí misma que no podía permitir que unas pocas palabras bonitas terminaran de cegarla.

De reojo lo miró unas cuantas veces y por más que se esforzó, no logró entender porque un hombre como él se fijaría en una mujer como ella.

Eran tan opuestos como el día y la noche.

Aun así, la química era fuerte y no podía negar que le enloquecía la forma en que la miraba.

Se preguntó entonces como se sentirían sus manos sobre su cuerpo y giró descarada para mirarlo mejor. Miró sus manos gruesas, con esas venas se le marcaban cerca de sus nudillos. Los muslos gruesos, la quijada firme.

Lo miró con otros ojos, unos más oscuros y perversos. Se imaginó cosas que no podía decir en voz alta, porque le avergonzaban de sobremanera.

Llegaron a su destino y Cristopher la miró para indicarle que ya era hora de bajar, pero ella estaba boquiabierta mirándolo con liviandad.

Con suavidad, él puso su mano en su rodilla desnuda y fue apenas ese roce tibio el que despertó los recuerdos más húmedos que Lily había enterrado durante su borrachera.

Fueron flashes los que llegaron para advertirle que ese hombre ya la había hecho ver las estrellas, pero, como estaba tan lujuriosa mirándolo, creyó que era su imaginación la que le estaba haciendo imaginar cosas incorrectas.

O correctas. 

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