30

Lily intentó ser disimulada con el preocupante tema de sus bragas, y con esfuerzo y mentiras se quitó a Christopher de encima por un par de minutos.

Se escabulló al baño para quitarse las bragas. Las lavó con agua y jabón, porque, aunque le avergonzara reconocerlo, estaban impregnadas con el olor de su coño.

Intentó secarlas con papel, con una toalla, pero nada funcionó.

En los cajones buscó alguna secadora de cabello, pero nada halló, solo vacío blanco que la frustró.

Al salir de su extraño encierro, Christopher la estaba esperando de pie frente a la puerta. Con las manos en los bolsillos y una mueca seductora que la hizo contener el aliento.

—¿Qué estabas haciendo ahí, encerrada? —le preguntó cuando se miraron a las caras.

Ella se puso roja de golpe y el corazón se le aceleró de la nada.

Christopher bajó sus ojos hasta su mano. Lily llevaba empuñadas las bragas y con prisa las escondió en su espalda cuando se vio descubierta.

—Nada —murmuró sintiéndose extrañamente culpable y se escabulló antes de que él la encarara.

Culpable, porque, lo que su cuerpo le hacía sentir, era totalmente contradictorio a lo que su mente le pedía.

Christopher la agarró por detrás y con maestría agarró las bragas mojadas que con esfuerzo ella le ocultaba dentro de su puño.

—¡No! —gritó ella cuando el hombre las estiró sobre su cara y una mueca complacida se dibujó en todo su maldito y encantador rostro.

Sin disimulo el hombre fijó sus ojos azules y fríos en su entrepierna. Peor se puso todo para Lily. Pensó que el mundo le daba vueltas y que caería al piso en ese instante.

—Interesante… —musitó estudiando la prenda húmeda en sus manos y la entrepierna de Lily—. Entonces estás desnuda.

Su especulación causó estragos en la muchacha.

—Tal vez —contestó ella y decidida caminó a su lado con la frente en alto.

Christopher sonrió satisfecho. Podía apostar que nunca había sentido tanto placer al ver ruborizarse a una mujer.

No se quedó quieto. Cuando se trataba de Lily no podía. Siempre quería más. Era una m*****a droga a la que se había rendido por entero.

La muy condenada era adictiva, aun cuando ni siquiera la tocaba.

—¿Y por qué te las quitaste? —preguntó. Lily lo escuchó, pero lo ignoró. Arregló su bolso para salir de cacería. Se puso perfume detrás de las orejas y se ordenó el cabello—. Y las lavaste… —Christopher las analizó de pie detrás de ella—. Porque las ensuciaste, ¿verdad? —Lily se quedó muy quieta—. ¿Fue por mí? —Se atrevió a preguntar.

Lily se vio intimidada por su cercanía, por su voz entrándole por la espalda, causándole estremecimientos que se negaba a admitir.

—Si las lavaste y trataste de secarlas, es porque… —Christopher las abrió para inspeccionarlas más profundo—. Huelen a jabón…

—¡No las huela, por Dios, ¿qué le pasa?! —gritó ella enojada y corrió a quitárselas.

Una vez más, el hombre le ganó. Justo como había hecho con el contrato, las alzó por lo alto y ella no pudo alcanzarlas ni con brinquitos.  

—Estas bragas mojadas son mi premio —se rio él mientras las dobló en cuatro partes y las guardó en el interior de su saco.

Lily suspiró y, una vez más, tuvo que aceptar que el condenado de su jefe le había ganado.

Se subieron al elevador sin decir mucho. Lily estaba muy nerviosa, así que se limitó a mirar el panel luminoso y contar los pisos por los que pasaban.

Christopher la miró de reojo, sintiendo como la tensión se le metía entre las piernas. Era poderosa, excitante; empezaba a anticipar que esa era la caza más apasionante de la que había participado nunca.  

Se montaron en un taxi y viajaron hasta la fiesta que Revues ofrecía esa noche. Era una subasta de caridad convocada por su revista de ciencias. La recaudación era entregada cada año a las investigaciones de una prestigiosa universidad.

Christopher jamás había asistido a ese evento. Las científicas no eran de su agrado. Demasiado aburridas para su gusto.

En cuanto llegaron juntos, como jefe y asistente, los reporteros no vacilaron en interrogarlo. Las preguntas fueron variadas, enfocadas todas en su extraña desaparición, pero con prontitud se perdieron en el interior de la subasta.

Christopher se quedó boquiabierto cuando se encontró con bellas y sensuales mujeres, elegantes y, mejor aún, inteligentes. Fieles servidoras de la ciencia y la caridad.

Intentó un par de veces entablar una charla amistosa con las científicas presentes, pero el pobre tenía tan mala reputación que, las mujeres se le arrancaban como cucarachas a la luz.

—¿Y cómo le fue? —le preguntó Lily cuando él regresó a ella derrotado.

Rossi suspiró y, de reojo, se encontró con el representante de la marca de cosmética natural y sostenible con la que habían firmado.

Joel, el representante que se había osado a invitar a salir a Lily.

Por supuesto que intuyó porque estaba ahí, pero disimuló.

—No soy su tipo… —susurró empinándose en los labios un vaso con licor—. Es como si supieran que solo las usaré una noche.

Lily le miró con pasmo. El miedo de las científicas de tener a Christopher Rossi cerca era el mismo miedo que ella sentía.

No querían sentirse usadas por un playboy millonario.

—No se rinda tan fácil. Usted es el maldito Christopher Rossi. El millonario más cotizado —lo alentó. Él la miró con grandes ojos—. Las mujeres caen rendidas a sus pies…

—No todas —respondió él mirándola con dulzura—. La que quiero no cae rendida a mis pies. —Le tocó la barbilla con la punta de los dedos, pero Lily rehuyó de su caricia.

Joel estaba allí y no quería confundirlo.

Ella lo había invitado, porque confiaba en que su plan resultaría exitoso y que podría irse con él casa, mientras Christopher se llevaba a la cama a una de esas bonitas científicas. 

—Estoy segura de que la señorita de vestido rojo sí. —Lily ignoró las referencias coquetas de Rossi y con su sonrisa de un hoyuelo, apuntó a una bonita mujer que los miraba con atención.

—Tal vez lo intente —susurró Christopher y notó que Lily tenía el catálogo de la subasta de esa noche—. ¿Quieres pujar por algo?

Lily le miró descolocada.

—¿Yo? —se rio ella, toda nerviosa—. No, como cree. —Se mostró entristecida—. Bueno, es mi sueño, pero no tengo dinero para derrochar.

—No es derroche, es arte —respondió él y Lily lo miró con embelesamiento. Ese era el mismo pensamiento que ella tenía—. ¿Cuál te gusta? —le preguntó y cogió el catálogo para leerlo con ella.

Lily se esforzó por controlar su respiración cuando Christopher se acercó más de la cuenta y sus cuerpos se rozaron.

—Todos, pero mi afecto lo tiene “El beso”…

—Gustav Klimt, 1908 —dijo Rossi y la impresionó por entero.

Ella se rio y, por unos instantes, le coqueteó.

—No sabía que le gustaba el arte, señor Rossi.

Christopher la miró con embelesamiento. Ella estaba mirándole desde su baja altura, con esa sonrisa embriagante que tanto le gustaba.

Se osó a tocar su mejilla, donde ese único hoyuelo se dibujaba en su piel. Con suavidad le hundió el dedo en el exquisito agujero.  

—Si supieras —susurró mirándole la boca.

Por supuesto que Lily entendió su referencia y rompió el embrujó cuando clavó sus ojos al frente y se distanció de él muy fríamente.

Christopher pudo sentirlo, así que siguió las instrucciones de Lily y continuó con su caza por la fiesta.

Lily lo vio partir. Christopher se acercó a los organizadores de la fiesta y charló con ellos unos minutos.

Lily pensó en todo momento que estaba trabajando.

Tras eso, Rossi se acercó a la mujer del vestido rojo.

Tuvieron química inmediata y, de la nada, Christopher se olvidó que Lily estaba allí, mirándole desde la barra. O eso creyó ella.

La joven asistente lo agradeció y suspiró aliviada cuando supo que su jefe había encontrado un nuevo capricho con el que pasar la noche.

Todo mejoró cuando Joel se acercó y compartieron un trago y una charla tranquila.

Desde la distancia, Christopher los miró en todo momento con aborrecimiento. El corazón se le disparó cuando la vio sonreír y no pudo negar que le dolió cuando la vio coquetear con él, buscando su aprobación.

Empezó a volverse loco cuando el descarado de Joel puso sus manos sobre Lily.

¡Su Lily! Nadie tocaba a su Lily.

—Buena charla —le dijo a la científica con el vestido rojo. Ni siquiera recordaba su nombre—. Buenas noches. Que descanses. —Se despidió y se puso de pie para ir a por Lily.

La mujer lo detuvo y con una sonrisa coqueta le dijo:

—Pensé que iríamos a tu pent-house a divertirnos, como prometiste…

Rossi la miró con el ceño arrugado e inspiró profundo. No podía negar que la mujer era hermosa y que su química había sido impresionante.

Tuvo que tomar una decisión en pocos segundos.

Volvió a fijar sus ojos en Lily y la vio tan feliz que, decidió lo que era mejor para los dos.

Se fue con la rubia del vestido rojo al pent-house, pero antes de partir le envió un mensaje a su asistente.

«Iré al pent-house e intentaré sacarte de mi cabeza, pero recuerda que no puedes ir a tu casa esta noche.

Eres mía por contrato».

Lila Steph

No sé porqué, pero Rossi tiene algo que hace que una se... enamore jajajaja Es tóxico, sí; un tanto machista, sí, pero esa forma de querer a Lily... Ufff... Mucho para soñar. Gracias por seguirme, apoyarme, comentar y recomendar mi historia. Les deseo un feliz martes. Les envío abrazos.

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