29

Con sobresalto, Lily se levantó del regazo de su jefe y espantada por lo rápido que todo había fluido, se alejó de él cuanto pudo.

Era peligroso y, mientras más lejos lo tuviera de su cuerpo, más sano sería para su corazón.

Se puso la mano en el seno estimulado y con las uñas se rozó el pezón que, con tanto descaro Christopher le había pellizcado. Incrédula por lo mucho que le había hecho sentir y con tan míseros roces, retrocedió cuánto pudo y, desde su silla Christopher le miró con satisfacción.  

La sonrisa de diablo no se le borraba con nada y, sin dudas, era la sonrisa de diablo más sugerente que Lilibeth había visto nunca.

Sasha se limitó a coger los vidrios destrozados y a reunirlos sobre la bandeja. No los miró ni un solo segundo y, cuando todo estuvo limpio, desapareció apurada por la puerta de la cocina.

—No me mires así, Lily, me haces sentir culpable —le dijo él ante el desgarrador silencio que había entre los dos.

La sala enorme y fría no ayudaba en nada.

—Pero lo es —le respondió ella con un nudo en la garganta—. Me acaba de meter mano usando como excusa un contrato alterado y…

—Creo que tienes un concepto errado de meter mano —le corrigió él, sin dejarla continuar—. Te toqué donde me pediste y el contrato es legítimo.

Lily separó los labios y mostró sus muecas de sorpresa.

—Que descarado es. Yo no le pedí nada —reclamó ella, tratando de recordar si había dicho o insinuado algo.

Se alteró más al recordar sus besos en su cuello y las cosquillas la invadieron de inmediato. Con un pequeño sacudón se las quitó, pero se expuso ante él, quien estaba aprendiendo a leer cada parte de su cuerpo.

—Según mi experiencia, y me atrevo a decir que poseo mucha, yo creo que lo disfrutaste. ¿O me equivoco? —La miró seductor de pies a cabeza.

La pobre temblaba completa. Las mejillas rojas y el calor en la cara no la soltaban.

—Que cerdo tan descarado es, señor —susurró ella, enojadísima, pero excitadísima.

Era innegable.

—Muchas gracias —le respondió Rossi, intacto ante sus insultos—. Ahora regresemos al trabajo. Tenemos que terminar y escoger el escenario de la portada.

Con una sonrisa se palmeó el muslo otra vez, invitándola a que regresara a su lugar.

Ese era el lugar que tendría por mucho tiempo.

Furiosa, la muchacha dio grandes zancadas hasta su abrigo y bolso. Los agarró con arrebato y furiosa caminó hacia la puerta, haciendo resonar sus tacones bajitos por todo el mármol.

—¡¿A dónde vas, Lily?! —preguntó él cómodamente desde la silla.

Enojada, ella volteó para gritarle:

—¡Renuncio! ¡Renuncio!

Con total calma y con la situación a su favor, él se levantó y caminó hacia donde ella se encontraba.

—Sección antecedentes, clausula tres, “contrato de naturaleza indefinida” —le dijo él de memoria, mostrándole el gran placer que le producía hablarle de su nuevo contrato—. Trabajas para mí de forma indefinida. Y no, no es una opción renunciar.

—Pero estoy en mi derecho —refutó ella y retrocedió un par de pasos más.

No lo quería cerca.

—En el contrato que firmaste, aceptas que nunca renunciarás —susurró él acercándose más y la cara de la muchacha cambió a caos—. Tampoco puedes salir de aquí a menos que yo te lo autorice.

Lily bufó.

—Déjeme adivinar —reclamó ella alterada—. Sección posesivo egocéntrico, clausula psicópata dominante, área de trabajo: sentada en su polla. —Estaba furiosa.

Christopher sonrío malicioso.

—No sabía que eras adivina, Lily —la fastidió e inhaló profundo, satisfecho.

Se miraron con agudeza. Christopher le dio unos segundos para que aceptara su destino y, cuando la vio acorralada, sin respuestas sólidas para refutar, se acercó a ella otra vez, cerrando todo el espacio que los dividía.

La muchacha se vio atrapada entre el muro tras ella y el imponente cuerpo de Christopher.

Quiso marcar distancia, pero cuando puso sus manos en su pecho para distanciarlo, la cosa le resultó peor, porque se encontró con endurecidos pectorales que solo la hicieron alucinar perversidades.  

Con furia lo enfrentó:

—Supongo que ahora que pretende retenerme aquí y contra mi voluntad, tendrá carbohidratos para hacerme feliz.

Christopher sonrió y se atrevió a acariciarle la mejilla.

Fue un roce que la alteró en demasía y, por supuesto, él pudo sentir bajo su tacto su acelerada respiración.

—Nena, te voy a hacer muy feliz.

Con un dolor terrible, la pobre Lily tuvo que aceptar su derrota. Dejó de luchar. Dejó caer los hombros y soltó un gran suspiro de pesadez.

—Volvamos al trabajo —siseó cabizbaja y regresó a la mesa, donde el proyecto del nuevo número los esperaba.

Tuvo que sentarse otra vez sobre su regazo, pero se mantuvo de piedra y Christopher también, aunque con disimulo le rozó el muslo una que otra vez.

No todo podía ser seducción. Debían aplicar seriedad o terminarían sin pan ni pedazo. Los dos lo sabían y, además, Rossi se conformaba porque, al menos, ya la tenía bajo su control.

Mientras Lily estudiaba las estadísticas de sus suscriptores para crear su propio artículo, Rossi se quedó abstraído en sus pensamientos. Desde su silla la miraba con los ojos entrecerrados y luchaba por explicarse qué le había hecho esa demonio de cabello frondoso y mal gusto para las faldas.

Intentaba encontrar una respuesta. Tal vez era su lengua viperina, la que siempre lo dejaba callado. Tal vez era su espontaneidad, su forma bonita de enfrentarse a la vida. O su maldito hoyuelo.

—Pequeño demonio —murmuró con rabia.

Lily levantó la vista de los números cuando lo oyó pelear entre dientes y, atenta como siempre, le preguntó:

—Disculpe, ¿dijo algo?

Christopher negó sin quitarle los ojos de encima.

Ella notó que algo lo perturbaba, pero como el hombre nada dijo, ella regresó a sus números y análisis.

Trató de concentrarse, pero entonces descubrió que su jefe no dejaba de mirarla. Tenía una mirada intensa, que la incomodaba.

Christopher pensó en las mejores mujeres que habían desfilado por su cama y trató de encontrarle una explicación a lo que le estaba sucediendo con Lily.

—Bueno, basta —le dijo ella de la nada y con calma lo miró firme. Rossi apretó el ceño, liado por lo que ella le pedía—. ¿Por qué me está mirando así? —le preguntó avergonzada.

Nunca pensó que se sentiría tan intimidada por un hombre, mucho menos uno como Christopher Rossi, el playboy del mundo editorial.

—Porque no puedo entender que me hiciste —le respondió él, sincero.

No iba a ocultar su obsesión por ella. Había despertado de la nada, acompañada de un revoltijo de tripas enloquecedor y una ansiedad por tenerla a su lado que ni el pobre hámster calmaba.

Lily sonrió y trató de ser objetiva. Se puso seria y buscó darle una solución a su problema.

—Vamos a ser sinceros. Yo a usted no le gusto, solo soy un capricho que se le va a quitar cuando tenga sexo con una supermodelo o cuando me vea desnuda —afirmó sonriente, tomándoselo con humor. Christopher frunció los labios, no muy convencido de lo que ella le decía—. Piense. Yo no encajo con el tipo de mujer que usted… frecuenta, muy por el contrario.

—¿Y qué sugieres? —insistió él sin convencerse.

Lily se levantó de su silla, triunfante, sintiendo que por fin iba a poder deshacerse de él y su extraña obsesión por poseerla.

—Le consigo la modelo que usted quiera, se acuesta con ella y yo desaparezco de sus pensamientos o lo que sea —dijo ella con mueca nauseabunda.

No se imaginaba metida en sus pensamientos. De seguro todos eran pornográficos.

Christopher estiró los labios, para nada tentado.

—No lo sé… —susurró mirándola y disimulando una sonrisa—. No sé si seas un capricho, Lilibeth. —La miró con picardía. Ella se agitó cuando lo oyó pronunciar su nombre completo y de esa forma tan perspicaz—. Probemos primero viéndote desnuda.

La cara de Lily cambió drásticamente. Inspiró antes de quedarse sin respiración y pensó lo más rápido que pudo para quitarle esa idea de la cabeza.

—Primero la modelo —porfió ella. Ni loca se desnudaba frente a Rossi—. Si cazar modelos no funciona, me ve desnuda, pero créame, voy a causarle pesadillas —se rio.

No se trataba de desprestigiar su cuerpo. La verdad era que, sus muslos regordetes y sus caderas anchas nunca le habían causado problemas, solo intentaba ser realista respecto a las proporciones con las que Christopher solía relacionarse y manosearse.

Las modelos poseían pesos y medidas perfectas. Ella sería una anomalía para él.

—Acepto —respondió Chris con mirada desafiante.

Lily se alegró en demasía, a sabiendas de que pronto terminaría su pesadilla.

—¡Genial! —exclamó feliz—. Esta noche hay una fiesta y, usted y yo, iremos de cacería.

Lila Steph

Me encanta ver a Lily cayendo lentamente por Rossi... ahora van de cacería, pero creo que se cazaran entre ellos. Las leo. Besos.

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