33

Lilibeth abrió los ojos de golpe y se incorporó en la cama tan sobresaltada que, la cabeza le palpitó por el fuerte dolor que tenía.

—Resaca, genial —suspiró con los ojos cerrados y se puso las manos frías sobre las sienes calientes—. Ay, m*****a sea…

No se acordaba de mucho.

Tenía escenas poco claras entre sus recuerdos, que se mezclaban con sensaciones que se perdían entre sus piernas.

Se acordaba de la subasta. Del registro de puja. De haber dejado abandonado a Joel en la mitad de la fiesta.

M****a.

Se acordaba de haberse montado en el elevador y de haber discutido con Christopher. La tensión, el ritmo cardiaco descontrolado y la humedad entre sus piernas. Todo estaba presente y, mientras lo revivía, se agitaba completa otra vez.

Recordaba haber tenido una bolsa negra entre sus manos, pero desde allí, un vacío mental la anublaba completa.

Miró el entorno de su cuarto con curiosidad, buscando la bolsa negra de sus recuerdos, pero no la encontró a simple vista.

Las cortinas estaban cerradas. Estaba vestida con una camiseta blanca que no era suya y estaba acostada debajo de las sábanas, perfectamente acomodada entre dos almohadas.

Junto a su mesita de noche se encontró con un vaso de agua y dos tabletas para la jaqueca.

Supo entonces que Christopher había estado allí y, agitada por lo que sentía, se levantó de la cama cuando sintió que se ahogaba.

—Me vio desnuda —pensó con la respiración entrecortada y se tocó debajo de la sudadera.

No encontró ropa interior. Solo desnudez.

»Y me quitó la ropa —pensó y con vergüenza se cubrió el rostro con las dos manos—. Maldito pervertido, ya va a ver. —Gruñó arreglándose la ropa—. Ya va a ver quién es la m*****a y loca Lilibeth Lopez…

Salió del cuarto echando humo, imaginándose lo peor, pero en la mitad del camino se encontró con Sasha, la nueva empleada que trabajaba para Rossi.

La mujer le sonrió y se acercó a ella con un paquete entre sus manos. Era toda su ropa limpia y planchada.

—Buenos días, señorita Lilibeth. —Ella le sonrió apenas—. Le lavé toda su ropa. —Se acercó discreta y con un cuchicheo le dijo—: Anoche estaba borracha y la ayudé a cambiarse.

Lily abrió grandes ojos al escuchar aquello y, de fondo, notó que Christopher desayunaba escondido detrás de un periódico.

La muchacha supo que algo escondía. «¿De cuándo leía?» Pensó para sus adentros, más furiosa aun. «¿De cuándo leía el periódico?» A él no le importaba la economía global, ni nada. A él no le importaba la política, ni los temas sociales.

A él solo le importaba él mismo.

—Le preparé un desayuno completo. Proteínas e hidratación. —Sasha le habló cuando ella no pudo responder nada. Estaba perdida mirando a Christopher—. El señor Rossi dice que lo necesita, después de esa borrachera…

—¿El señor Rossi dice eso? —preguntó ella con cierto fastidio.

Sasha le sonrió y señaló la mesa para que se uniera a él. La verdad era que, Sasha no entendía porque su jefe quería que mintiera por él, pero como el trabajo era bueno, decidió ayudarlo. 

Al final, no era de su incumbencia la extraña relación y tensión que la pareja tenía.

Lily pasó saliva y avergonzada caminó en puntita de pies hasta la alargada mesa de cristal.

Rossi escuchó sus pisaditas, las mismas de la noche anterior y bajó el periódico para mirarle los pies.

Sonrió malicioso cuando más recuerdos llegaron para revivir su placentera noche y Lily se detuvo al ver esa sonrisa tan perversa.

—Buenos días, señorita Lopez —la saludó y cerró el periodo para dejarlo a un lado de la mesa.

No quería ser descortés con ella, no después del placer que le había causado con sus bonitos labios vaginales. Aun los recordaba inflamados, húmedos y palpitantes, fundidos con su polla gruesa y su glande enrojecido.

Perfecto.

—Buenos días, Señor Rossi —le respondió ella con cierta desconfianza, de pie frente a la mesa y sin saber qué decir o qué hacer.

Muy en el fondo, sabía que algo extraño estaba sucediendo, pero no entendía qué.

Por supuesto que lo averiguaría.

Christopher se levantó de su puesto al ver que ella no reaccionaba. Rodeó la mesa de forma cuidadosa y le movió la silla para que se sentara.

—Por favor —le dijo él, señalando la silla para ella.

Lily apretó el ceño y supo que toda esa caballerosidad no era normal. Asintió y se sentó sin dejar de mirarlo. Notó que estaba bañado, afeitado y con ese perfume masculino que la hacía tiritar. Vestía elegante y de negro.

Él le acomodo la silla y en una taza vacía le sirvió un largo chorro de café.

—¿Leche? —le preguntó malicioso y la miró a la cara con mueca traviesa.

Por supuesto que tenía su doble sentido, más después de haberla empapado con su leche tibia.

Él mismo la había limpiado cuidadosamente en la madrugada. Le había quitado la ropa para vestirla con su camiseta y la había acostado entre las sábanas, preocupado de que durmiera plácida.

—Bien batida, por favor —respondió ella mirándolo con los ojos entrecerrados.

Rossi se contuvo una risita y agarró la prensa francesa para agitarla y espumar la leche para ella.

Con una cucharada le puso la leche batida sobre su café negro y, al terminar, le pasó la lengua a la cuchara, llevándose a los labios todos los restos de espuma de leche.

A Lily le perturbó de sobremanera mirar su lengua así, rozándose con la cuchara y trató de borrar esas imágenes de su mente, pero eran sugerentes y le disparaban el ritmo cardiaco.   

Se limitó a agradecerle y a mirar su comida con mueca desconfiada.

Christopher le sirvió jugo fresco, huevos con tocino, un poco de pan fresco.

Cuando la muchacha vio los croissants supo que, el muy desgraciado, se traía algo entre manos.

—¿Pan? —preguntó ella y dejó todo para prestarle total atención—. Usted no come pan…

Rossi sonrió.

—Pero usted sí —le dijo él y añadió—: y te dije que te haría muy feliz —le respondió calmo.

Las pestañas de Lily se batieron sin control alguno y tuvo que quitarle la mirada para recobrar la compostura.

No podía permitirle a un hombre que la desestabilizara así, mucho menos con palabras que de seguro nunca cumpliría.

Palabras que se irían con la brisa de septiembre.

Valiente, firme y decidida le respondió:

—Se necesita mucho más que pan para hacerme feliz, señor Rossi.

Christopher no pudo negar que, esa firmeza era lo que más lo enloquecía y se perdió en sus mejillas enrojecidas y esos labios que se moría por besar de verdad.

—Lo sé —respondió él con satisfacción. Le enloquecía verla tensarse y ruborizarse. Le enloquecía saber que él era el causante de todo—. Sé que no eres superficial y que mis palabras no te bastan. Estoy consciente de que no voy a ganarme tu confianza de la noche a la mañana y que, aunque ponga el mundo a tus pies, tú no caerás rendida a los míos.

Lily contuvo la respiración durante todo su discurso y trató de mantenerse cuerda.

El maldito la volvía loca. 

—Que buen análisis de personaje, Señor —le dijo ella con cierto sarcasmo.

Bebió café y se esforzó por disimular lo agitada que de pronto estaba.

—Soy editor y, antes fui escritor. —Los dos se dieron una sonrisita tensa. Él se puso de pie para partir. Ella le siguió con la mirada con desesperación. No quería que se fuera—. Eres el libro de romance más adictivo que he leído nunca, Lilibeth.

Ella se ruborizó de golpe.

—Genial, ahora me va a comparar con un libro romántico cliché —le fastidió ella cuando lo vio ponerse de pie y arreglarse el saco que vestía.

Rossi le sonrió y se atrevió a tomarla por el mentón para responderle:

—Un cliché que merece un puto Nobel. —Le guiñó un ojo y, atraído por toda ella, se acercó para besarla en la mejilla.

Lily alcanzó a agarrarle la mano y sus dedos se entrelazaron con firmeza. Lily sintió que ya lo había sentido así antes, pero no pudo acordarse de la noche anterior, mientras llegaba al orgasmo entrelazada a su mano.

Cerró los ojos al sentir sus labios tibios en su piel y, aunque movió sutilmente la cabeza para buscar su boca, él se separó de ella con precisión, dejándola con ganas de más.

—Mi asesor de imagen vendrá a las diez —le dijo él de pie ante ella. Lily le miró con el ceño apretado—. Te ayudará con tu estilo.

—¿Qué? —preguntó ella, agitada. Ese beso la había dejado en llamas y había despertado algunos recuerdos de su noche apasionada—. ¿Y usted a dónde va? —insistió tensa y quiso levantarse para perseguirlo.

Pero no quiso ser tan evidente. No quiso evidenciar su desesperación.

—Visitaré a mi madre. Hoy es su aniversario —musitó él, acomodándose el saco con elegancia.

Lily formó una “o” con sus labios y muecas entestecidas se dibujaron en todo su rostro al imaginar el dolor y soledad que Christopher debía sentir cada vez que visitaba a su madre fallecida.

Asintió obediente.

Se sintió tentada de acompañarlo, pero no quiso irrespetarlo con su atrevimiento y con mueca angustiada, lo dejó ir.

Ni siquiera sabía por qué, pero le dolía verlo partir.

Lila Steph

Hola, chicas, muchas gracias por la paciencia, hoy les dejaré el maratón de cinco capítulos. Del 33 al 37. Que los disfruten. Recuerden comentar y dejar su amor.

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