Como siempre, a Lily le llegó el arrepentimiento tarde, cuando su jefe ya había sido registrado en fotografías escandalosas que, solo empeorarían el estado de su reputación.
Como si pudiera ser peor.
Entendió que todo se le había salido de las manos. El incendio no estaba entre sus planes, tampoco correr cien pisos con un hombre desnudo y erecto.
Reaccionó más rápido que Christopher y lo agarró de la mano para arrastrarlo de regreso al fondo de las escaleras, donde pudieron refugiarse unos minutos.
Los reporteros estaban más frenéticos que nunca y estaban preparados para atacar al heredero de Rossi con todo.
Cuando se vieron a salvo, con las luces rojas de emergencia tintineantes sobre sus cabezas, se miraron a los ojos y jadearon aliviados al saber que estaban vivos e ilesos.
Christopher miró sus manos enlazadas y, pese a que estaba furioso con ella, le gustó su contacto. Era tibio, delicado y espontáneo.
Por otro lado, a Lily le sobresaltó tanto el contacto que se deshizo de su mano con muecas de repulsión.
—Dios mío —jadeó nauseabunda.
Se horrorizó cuando vio a Rossi cogerse las bolas y la polla con sus manos, refugiándolas como si cuidara a un pobre niño desolado.
Lily se miró la mano con asco cuando supo que la tenía con polla de su jefe y la mantuvo lejos del resto de su cuerpo.
—Eh amo a a a… alola… —Rossi intentó hablar.
Lily lo miró con el ceño apretado.
—Mejor no hable, ¿sí? —le pidió ella amable y trató de pensar.
Se revisó los bolsillos y encontró que tenía su teléfono encima. Le marcó un par de veces a su hermana, pero ella no atendió.
Intentó después con su padre, pero él tampoco atendió. Era tarde y de seguro ya estaban dormidos.
—U-be… U-be… —repitió Christopher cómo pudo y se le chorreó la baba.
—¿Uber? —preguntó Lily, intentando adivinar sus palabras.
Él asintió sobreexcitado cuando por fin pudieron entenderse.
Lily buscó la aplicación en su teléfono y trató de solicitar un coche que los llevara hasta un lugar seguro, pero el problema era que la entrada estaba atestada de reporteros hambrientos y su jefe con la polla endurecida y desnudo.
Lily vestía un saco largo y pensó que, tal vez, a Christopher le quedaría bien. Así que se lo quitó y se lo ofreció para que se lo pusiera en la espalda.
—Tápese un poco —le pidió, ofreciéndole su ropa.
Ella se quedó con un top de tirantes que dejó en evidencia la simpleza de su cuerpo.
Para su sorpresa, Christopher duplicaba su tamaño y el saco ni siquiera le entró por los brazos.
Afligida, Lily se agarró la cara con las dos manos y ahogó un sollozo, porque las ganas de echarse a llorar no le faltaron.
Lo había arruinado todo.
Encontró que tenía un extraño aroma en la mano y chilló enloquecida cuando supo que, ahora también tenía polla en la cara.
—¡Le huele la polla! ¡Qué asco! —gritó enojada y, por más que se limpió la cara con la otra mano, el aroma a bolas lo tenía impregnado en todas partes.
Christopher la miró con aborrecimiento desde su lugar, pero no dejó que sus comentarios insultantes le afectaran.
Con el mentón en alto se sobajeó las bolas y se las olió. Puso una mueca divertida cuando descubrió que sí, que tenía un exquisito aroma a sexo masculino en sus genitales.
Y nada le dio más satisfacción que saber que ahora ella lo tenía también.
A su estilo e indirectamente la había marcado como suya, porque, le gustara o no, era suya por contrato.
—¡No puedo creer que se olió las bolas! —gritó ella, sorprendidísima y mientras pidió el Uber, aceptó que todo lo que le estaba pasando, era el karma vivo dándole su peor golpe.
Mientras escribía la información que la aplicación le solicitaba, de reojo le vio la polla endurecida y engrosada. Estaba ahí, con vida propia. Era un ente independiente del cuerpo de Christopher.
Frunció los labios al entrever que, el conductor de Uber no los aceptaría así, y cuando levantó la vista se percató de que Christopher la estaba mirando con una seductora sonrisa.
—E uta, ¿eda? —coqueteó él y la cara de Lily fue un poema.
Rodó los ojos y le miró con saña. Detestaba que él creyera, siquiera, que a ella le causaba algo.
Repulsión le causaba. Solo eso.
Aunque también un poquito de risa.
—Dígale a su monstruo que se calme —le ordenó.
—O uedo —respondió él, cada vez pronunciando mejor.
El efecto de la anestesia empezaba a irse.
—No podemos salir de aquí con esa cosa en pie. —Se lo miró otra vez brevemente—. Soluciónelo o el Uber no va a llevarnos.
—Auame —le pidió y la miró con las cejas alzadas.
Lily alzó las cejas también cuando entendió su requerimiento y, aunque le miró otra vez la rigidez, regresó rápidamente a su centro.
No iba a permitirle que la hiciera dudar ni un poquito.
—No me pagan lo suficiente para ofrecerle una paja, señor y aunque me pagaran miles de millones, ni en sueños tocaría sus bolas apestosas —le respondió sarcástica. Christopher se quedó boquiabierto. Nunca lo habían insultado tanto en una sola noche—. Soluciónelo usted solo. Ya está grandecito para enmendar sus errores.
Enojada se dio la media vuelta para que él hiciera lo suyo.
—E u uta, u uta. —Él quiso culparla, pero apenas podía pronunciar bien.
Suspiró rendido cuando supo que no tenía otra alternativa. Los reporteros no abandonarían sus trincheras y la única salida era la que tenían al frente.
Maldijo con la lengua torcida y se humedeció las manos para empezar.
Ladeó la cabeza para mirarle el culo a Lily y se masturbó mirándola a ella.
Aunque, claro, ella no lo sabía, porque si lo hubiese sabido, de seguro lo mataba.
Lily lo oyó gemir y se cubrió las orejas con las palmas de las manos. No quería tener esos recuerdos presentes. No quería materializarlo en su mente y soñar con ellos.
A él le encantó como el cabello negro le caía en la espalda, como el tirante de la blusa se le había aflojado por el brazo y pensó en cómo se sentiría saborear ese hombro expuesto, ese cuello… esa boca.
Se corrió cuando pensó en su boca.
Eyaculó salpicando el piso y el muro. Estaba tan excitado y duro que, cuando alcanzó el orgasmo, no se detuvo hasta que un segundo subidón de energía y calentura lo invadió.
—Leleeeee —rugió mientras disfrutaba del placer.
Por suerte ella no lo escuchó, o se habría sentido muy ofendida al saber que le había causado un orgasmo a su jefe.
Cuando terminó se vio empapado por su esencia blanquecina y tuvo que limpiarse las manos en el saco que Lily le había prestado para que se cubriera un poco.
Tras limpiarse como pudo, le tocó el hombro con la punta de los dedos.
Ella se quitó las manos de las orejas y le preguntó:
—¿Ya está listo?
—Sí —respondió Christopher jadeante.
Ella volteó cuidadosa. No quería encontrar al “ente” desmayado y baboso. Para su suerte, el hombre se había envuelto su saco sobre su pelvis.
—Le complale uno nuevo —dijo Christopher al ver las muecas de Lily.
Ya más recuperado del efecto de la anestesia.
Lily apenas sonrío. Solo se limitó a ver su saco arruinado con el semen del hombre.
—Era un regalo, de mi madre —musitó ella con mueca compleja.
Christopher recordó lo que antes ella le había dicho de su madre y añadió:
—Entonces supongo que está feliz de que lo arruinara.
Movió la boca y la lengua para empezar a recuperar su sensibilidad.
—Que atrevido es —contestó ella inmediatamente—. Amo a mi madre, es solo que estoy…
No pudo terminar.
Recibieron una notificación del Uber.
Los estaba esperando afuera, frente a las puertas dobles del gran rascacielos.
Se prepararon para salir juntos, a sabiendas de que, tal vez, las cosas no resultarían bien.
Christopher se agarró firme del saco de Lily y ella protegió “El libro” en su pecho.
—A las tres —dijo ella, antes de abrir las puertas de la escalera de emergencias en la que se estaban escondiendo.
El hombre asintió y esperó a que terminara de contar para correr detrás de ella.
El escape fue caótico. Los reporteros se alejaron para fotografiarlos mejor.
Lily luchó por esconder las fachas en las que su jefe iba, pero los reporteros se situaron a cada lado y captaron el momento de forma muy inteligente.
Se lanzaron en el interior del Uber y el conductor supo que estaban en problemas y aceleró por las calles despejadas sin preguntarles absolutamente nada.
El Uber los llevó hasta la casa de Lily. El hombre se recuperó del efecto de la anestesia y se calmó al saber que todo regresaba a la normalidad.
La muchacha le agradeció al conductor por su buena disponibilidad y paciencia, y también por llevarlos en esas fachas y esperó a que su jefe se bajara para continuar ella.
Cuando avanzaron por la calle helada, Christopher vio los números de la casa de Lily.
“666”.
—Genial… —suspiró Christopher—. Ahora todo tiene sentido —le dijo mirándola con fastidio.
—¿Qué cosa? —preguntó ella, buscando una forma de entrar sin despertar a sus familiares.
Había olvidado su bolso en el pent-house y no tenía las llaves.
—¡Seis, seis, seis! —gritó él—. ¡El número de la bestia! —le reclamó. Lily lo miró embrollada—. ¡Eres el maldito anticristo! —La acusó.
Lily miró el número de su casa y se largó a reír. Hasta le dolió la panza y se la tuvo que agarrar con las manos.
—¿Usted cree que yo soy el anticristo? —se carcajeó—. ¿Y qué hay de usted? ¡Usted es peor que el diablo!
Él la escuchó resentido, pero su risa le resultó tan contagiosa que se unió a ella y juntos se rieron fuerte en la entrada de la casa de la familia López.
Todo estuvo bien, incluso pudieron sentir la conexión que se negaban a aceptar, hasta que el padre de Lilibeth abrió la puerta y con fastidio los miró de pies a cabeza.
—¿Están borrachos? —preguntó enojado y Lily y su jefe se miraron divertidos y explotaron otra vez en una escandalosa carcajada.
Lamento los inconvenientes en el capítulo pasado. Soy nueva en esta app y estoy aprendiendo cómo funciona todo. Espero su comprensión, muchas gracias por el apoyo.
El señor Lopez los dejó pasar porque no entendía nada.Ver a su hija en pocas prendas en la mitad de la noche y a su nuevo jefe tapándose apenas las pompis con el saco de Lily, le hizo creer que se habían ido de copas y estaban tan animosos que habían acabado así, como dos borrachos callejeros. Lily llevó a su jefe hasta el cuarto de baño de la segunda planta y le ofreció una toalla limpia y un pijama masculino para que se duchara y se pusiera cómodo.Aunque Christopher tenía millones de razones para estar furioso con ella, en ese momento, se olvidó de todas. Solo le importó sentir el agua caliente y dormir a salvo.Mientras su jefe se duchaba y se quitaba la anestesia de las bolas, Lily habló con su padre. No podía dejarlo fuera. Su casa, sus reglas.—Tuvimos algunos inconvenientes. Pasaremos la noche aquí —le confesó nerviosa, aunque no toda la verdad. Omitió la más importante: todo era su culpa—. No te molesta, ¿verdad?Su padre la miró con el ceño apretado. Quería saber cuál era l
Lily se despertó escuchando un extraño ruido de fondo.Abrió los ojos con pesadez y se incorporó por igual, notando que todo el lugar seguía oscuro.De seguro aun no amanecía.Sollozó infantil al entender que le habían arruinado su sueño e hizo un esfuerzo por abrir los ojos y tratar de descubrir qué demonios estaba ocurriendo.Se pulió todo el rostro cuando vio una figura masculina al fondo de su cuarto.Cuando se percató de que era su jefe el que estaba allí, revisando sus pertenencias, se levantó de sobresalto.—¡Christopher! —le gritó en modo de regaño y él se levantó de golpe.
Tras terminar de comer, Rossi pidió uno de sus muchos trajes a domicilio. Estaba tan acostumbrado a hacerlo que, hasta conocía el número telefónico de memoria.Escogieron viajar en taxi para no llamar la atención de los reporteros, que de seguro estaban esperando su aparición del día y viajaron en silencio los primeros minutos, hasta que Christopher quiso romper el silencio.—Cincuenta mil dólares me costará la reparación del pent-house —le dijo él y la miró con agudeza.Lily lo miró también y con mueca temerosa le dijo:—Oops.—¿Oops? —preguntó él con sarcasmo—. ¿Incendiaste la clínica del odontólog
Lily se levantó de sobresalto cuando vio a su jefe caer al piso como un saco muerto y se acercó a él con paso desconfiado, puesto que no entendía qué estaba pasando.Cuando vio al hámster muerto a sus pies, supo entonces porque el hombre se había desmayado o infartado de la impresión.—Señor Rossi —lo llamó y con delicadeza lo tomó por las mejillas para revisarlo.Le levantó los párpados y buscó sus pupilas.Le dio un par de palmaditas en las mejillas para tratar de despertarlo.Cuando el hombre no reaccionó, le desabotonó el saco y puso su oreja sobre su pecho para escuchar los latidos de su corazón. No sabía nada de medicina. ni siquie
Con mueca de fastidio y la respiración ridículamente disparada, Lily se montó a su lado y no pudo mirarlo ni una sola vez a la cara.Se tuvo que resignar a mirarlo de reojo y, para su desgracia, el maldito de Rossi la miraba con orgullo con una amplia sonrisa de victoria.Lily se vio tan agitada que se acordó de esas inútiles clases de deporte que tomaba para ponerse en forma. Se acordó de cómo respirar para tranquilizarse, para nada surgió efecto.Su cuerpo era un traidor.—¿Qué? —le preguntó enojada cuando ya no pudo soportarlo y lo miró a la cara para enfrentarlo.Ser cobarde no era lo suyo.Rossi levantó la comisura de sus labios en una traviesa sonrisa y su mirada se oscureció cuando olió lo excitada y agitada que estaba.Se mantuvo fijo en su rostro y con atrevimiento cogió uno de sus mechones de cabello entre sus dedos.Lily pensó en detenerlo, en marcar límites, pero apenas pudo moverse. Estaba hipnotizada.De la nada, un calor abrasador la invadió entera y pensó que iba a gemi
Al otro día y a primera hora, Lily recibió un mensaje de su jefe. Se levantó corriendo. Se bañó corriendo y viajó hasta su pent-house tras comprar dos cafés en la cafetería favorita de Rossi.Se bajó del elevador a toda prisa y se lo encontró con muebles nuevos.Una alargada mesa ocupaba la sala. Christopher ya había distribuido todos los anuncios. Los había etiquetado y ya trabajaba en observaciones para el cierre del número antes de la impresión.Lily entró agitada y cuando vio a Christopher trabajando arduamente, una bonita sonrisa inundó todo su fresco rostro.Miró los anuncios, los reportajes y las investigaciones con los ojos brillantes y supo que sería un número incre&iac
Lily aseguró bien la puerta. No quería que él pudiera alcanzarla allí.Cuando se vio a salvo y lejos de su mirada intimidante, soltó todo el aire que había aguantado mientras él la sostenía por la nunca con su mano masculina y perfecta.El maldito hasta había hecho que se olvidara de respirar.Se pasó la mano por el cuello y cerró los ojos para respirar profundo.Aún podía sentir los escalofríos que sus dedos habían causado. Podía apostar que nunca la habían cogido así y, desgraciadamente, le había gustado.Se horrorizó cuando sintió el coño empapado y ofendidísima por ser tan “básica”, se bajó las bragas y se limpió con papel. No pretendía darle en el gusto a un gorila como él, aun cuando sabía que en el fondo se estaba engañando a sí misma.—Maldito, infeliz, es peor que su padre —reclamó entre dientes y cuando se oyó hablar en voz alta, notó lo exasperada que estaba.La voz le trepidaba y todo el cuerpo también.Se levantó del váter, se acomodó las bragas ya secas y se miró al espe
Con sobresalto, Lily se levantó del regazo de su jefe y espantada por lo rápido que todo había fluido, se alejó de él cuanto pudo.Era peligroso y, mientras más lejos lo tuviera de su cuerpo, más sano sería para su corazón.Se puso la mano en el seno estimulado y con las uñas se rozó el pezón que, con tanto descaro Christopher le había pellizcado. Incrédula por lo mucho que le había hecho sentir y con tan míseros roces, retrocedió cuánto pudo y, desde su silla Christopher le miró con satisfacción. La sonrisa de diablo no se le borraba con nada y, sin dudas, era la sonrisa de diablo más sugerente que Lilibeth había visto nunca.Sasha se limitó a coger los vidrios destrozados y a reunirlos sobre la bandeja. No los miró ni un solo segundo y, cuando todo estuvo limpio, desapareció apurada por la puerta de la cocina.—No me mires así, Lily, me haces sentir culpable —le dijo él ante el desgarrador silencio que había entre los dos.La sala enorme y fría no ayudaba en nada.—Pero lo es —le r