24

Tras terminar de comer, Rossi pidió uno de sus muchos trajes a domicilio. Estaba tan acostumbrado a hacerlo que, hasta conocía el número telefónico de memoria.

Escogieron viajar en taxi para no llamar la atención de los reporteros, que de seguro estaban esperando su aparición del día y viajaron en silencio los primeros minutos, hasta que Christopher quiso romper el silencio.

—Cincuenta mil dólares me costará la reparación del pent-house —le dijo él y la miró con agudeza.

Lily lo miró también y con mueca temerosa le dijo:

—Oops.

—¿Oops? —preguntó él con sarcasmo—. ¿Incendiaste la clínica del odontólogo a propósito? —investigó después, al recordar la historia que el padre de Lily le había contado.

Ella se rio.

—Tal vez —musitó perversa.

—Eres pirómana, ¿o qué? —preguntó Rossi, confundido.

—No, claro que no… —Lily se quedó pensativa—. Todo es coincidencia. No quise incendiar su cocina, lo juro. —Levantó la mano para jurar—. Tenía hambre y usted no tenía carbohidratos. Las palomitas no funcionaron en el microondas y luego las puse en la hornilla, pero se me olvidaron.

Rossi escuchó su historia con el ceño apretado e hizo una pausa antes de continuar.

—Vamos a reunirnos con mi agente. Te llevaré al nuevo pent-house y quiero que te encargues de remodelarlo y de establecer una oficina para los dos —le ordenó. Ella se puso seria porque supo que habían empezado a trabajar y sacó su agenda para apuntar lo que él le había especificado—. Te reenviaré un correo con las especificaciones de la ropa que debes solicitar con los diseñadores —añadió rápido—. Y compra la comida que te gusta.

Desde allí todo sucedió muy rápido.

Christopher y su agente la dejaron en el nuevo pent-house y se marcharon para disfrutar de un café en privado.

Lily se quedó sola en ese enorme, pálido y frio lugar. Caminó por todos los cuartos, tratando de usar su imaginación para rellenarlos todos, pero eran tantos que, pronto se vio sin ideas.

Se imaginó a Christopher solo en ese lugar y el corazón le dolió. Se imaginó a un niño deambulando por todas partes, sin poder dormir y tuvo que hacer algo para revertir tanta soledad.

Cogió la tarjeta de acceso y los códigos de seguridad y regresó a la calle.

Buscó la tienda de mascotas más cercana y caminó entre las vitrinas con una gran sonrisa.

—Busco una mascota que sea muy fácil de cuidar. Es para mi jefe, que no sabe ni cuidarse a sí mismo… —le dijo Lily a la dependienta del lugar.

La mujer la miró con horror y no supo qué decir.

Lily tuvo que añadir:

—Yo lo cuidaré también, soy su asistente.

La dependiente se quedó más tranquila y le ofreció un hámster.

Lily vio la vitrina de cristal repleta de cosas redondas peludas y lo único que pudo sentir fue ternura.

—¿Una rata? —Pensó Lily.

—Una subfamilia de los roedores —le corrigió la dependienta.

—No muerden, ¿verdad? —preguntó Lily y la mujer introdujo su mano en la vitrina para coger a uno de los pequeños roedores.

—Muerden solo como mecanismo de defensa —respondió la mujer y con suavidad le ofreció al animal entre sus manos. Lily lo cogió con nervio—. Pero no lastiman, son inofensivos.

—Genial, quiero uno —dijo Lily con emoción y escogió todo lo que el hámster necesitaba para estar seguro dentro de su pequeña casa de cristal.

Se llevó todo al pent-house nuevo en el que Christopher viviría y arregló su pequeña casita de cristal con mucha paciencia.

Le preparó una cama, su comida y agua. Limpió los cristales con esmero y le buscó el mejor lugar dentro del lujoso pent-house, donde la iluminación era perfecta.

Tras eso, revisó los juguetes que la dependienta le había recomendado y decidió usar la esfera de plástico transparente para que el hámster estirara sus diminutas patas.

Lo metió allí sin asegurarla bien y lo dejó correr por todos lados, mientras ojeó “El libro”.

Leyó las notas de Christopher con una bonita sonrisa, descubriendo que era un excelente editor y no pudo sentirse más orgullosa de él y de lo mucho que lograrían trabajando juntos.

Se olvidó del hámster y se enfocó en su trabajo.

Christopher regresó media hora después y, apenas atravesó la puerta, lo primero que hizo fue pisar al hámster y asesinarlo.

Lo reventó con su gran zapato de cuero negro y cuando miró el piso para ver qué había aplastado, vio la bola de pelos achatada y cagada.

Y por supuesto que se desmayó, porque no pudo con la impresión de haber aplastado a un animal.

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