25

Lily se levantó de sobresalto cuando vio a su jefe caer al piso como un saco muerto y se acercó a él con paso desconfiado, puesto que no entendía qué estaba pasando.

Cuando vio al hámster muerto a sus pies, supo entonces porque el hombre se había desmayado o infartado de la impresión.

—Señor Rossi —lo llamó y con delicadeza lo tomó por las mejillas para revisarlo.

Le levantó los párpados y buscó sus pupilas.

Le dio un par de palmaditas en las mejillas para tratar de despertarlo.

Cuando el hombre no reaccionó, le desabotonó el saco y puso su oreja sobre su pecho para escuchar los latidos de su corazón. No sabía nada de medicina. ni siquiera sabía cómo encontrar su pulso, pero hizo un esfuerzo y suspiró aliviada cuando supo que estaba vivo.

—Que susto, por Dios —suspiró mareada, pero muy aliviada.

Vio con tristeza al hámster muerto y se levantó para recoger su cuerpo ya inerte. Lo envolvió cuidadosa en papel y limpió el piso para que cuando su jefe se despertara, no encontrara rastros de su crimen.

Rossi se despertó en ese momento. Lo hizo de susto y se encontró a Lily limpiando el piso. Cuando ella volvió a mirarle, él cerró los ojos de golpe y siguió fingiendo que estaba desmayado.

Ella suspiró preocupada y pensó qué hacer. Se quitó la chaqueta que vestía y la dobló para ponerla debajo de su nuca. Como el hombre no despertó, lo cubrió con su gabardina larga y trató de mantenerlo tibio.

Lo miró a la cara con tristeza. No pudo negar su atractivo. Su cuerpo no reaccionaba bien cuando estaba cerca de él y no podía seguir actuando como si fuera inmune a sus encantos.

Se lamentó entonces por haber aceptado ese contrato con el padre de Christopher. Se sentía atrapada en un callejón sin salida de sentimientos contradictorios que se negaba a aceptar.

—Ya no podemos seguir así, Señor Rossi —le dijo dulce y con el dorso de la mano le acarició la mejilla—. O vamos a terminar matándonos. —Temblorosa le tocó la patilla y el mentón pronunciado con la punta de los dedos.

Christopher ya no pudo fingir.

Sus caricias le produjeron cosquilleos en todo el cuerpo y una sonrisita traviesa se le escapó entre los labios.

Lily lo miró con el ceño apretado cuando lo vio sonreír y lo estudió cuidadosa, sospechando que la estaba engañando.

Se mantuvo expectante a cada movimiento de su rostro y se acercó tanto que, Rossi aprovechó de su proximidad para agarrarla por la nuca y plantarle un apasionado y violento beso en los labios.

Lily se separó de él con bruteza y chilló horrorizada cuando supo que sus bocas se habían tocado.

Christopher se carcajeó aun en el piso.

—¡¿Por qué?! —le gritó enojadísima—. ¿Por qué hizo eso? —insistió furiosa, de rodillas frente a él.

Con una triunfante sonrisa, él se incorporó y la miró seductor.

Quiso demostrarle que poco le importaba, que solo era un beso más, aunque muy en el fondo, sabía que eso no era cierto, y con tono arrogante le dijo:

—Sabes que lo querías. Todas lo quieren… —La miró con perversión.

Lily frunció los labios al escucharlo hablar así y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Yo no soy como todas, Señor Rossi —le contestó con seriedad y le miró con decepción.

Rossi suspiró engreído.

Aun tirado en el piso, él le dijo:

—No te avergüences. Solo fue un beso. Considéralo un pago extra por tu… —No pudo continuar hablando.

Lily le dio una bofetada para callarlo. Estaba furiosa. Sus sentimientos y su forma de sentir eran muy diferente a la que él creía conocer.  

Cabizbaja y totalmente revuelta, ella le contestó:

—Debería aprender a considerar los sentimientos de los demás. —Se miraron con agudeza. Rossi dejó atrás sus sonrisa arrogante y se centró en ella—. Para mí, un beso significa una declaración de amor, pero usted no lo sabe, porque claramente nunca ha amado a nadie —añadió furiosa y se levantó para partir.

A Christopher le dolieron sus palabras. Más que la bofetada y todas las caídas que habían enfrentado juntos en esa primera semana de trabajo.

Fue un dolor nuevo, diferente.

—No, Lily, espera… —Él trató de detenerla.

Lily no lo escuchó.

Agarró su bolso y al pobre fallecido hámster entre sus manos. Lo acunó sobre su barriga con un nudo en la garganta y se aguantó su llanto para salir de allí.

—Voy a buscar un parque para sepultarlo, puede venir si quiere. Lo había comprado para usted —dijo ella con un tono frío.

Christopher sintió el corazón más dolorido, pero de una forma muy diferente a las que había sentido antes.

—¿Para mí? —le preguntó temblando y no vaciló en perseguirla por el enorme pent-house.

Lily llegó al elevador y presionó sus teclas para que las puertas se abrieran. Reclamó entre dientes en cuanto supo que tendría que esperar para marcharse.

Él agarró su gabardina también y se plantó a su lado.

Ella lo miró con enojo.

—Iré contigo al funeral de esa cosa —le dijo Rossi en respuesta a su mirada furiosa.

De reojo la miró con temor y un poco de cobardía.

Sentía temor de mirarla a los ojos y verla sonreír. Sentía temor de aceptar que, podía tener a todas las mujeres a sus pies y hacer alarde de eso, pero no a Lily.

A ella nunca iba a poder tenerla y eso lo abatía.

—¿Por qué me compraste un ratón? —preguntó Rossi, intrigado, queriendo romper el caos que su beso impetuoso había causado.

Lily se rio y sacudió la cabeza.

A él le dio gusto escucharla reír.

—Era un hámster —le aclaró.

—¿Y por qué? —insistió él.

Lily suspiró y evitó sentir la tensión a la que él la invitaba.

—No quería que estuviera solo en las noches —le confesó dolida y lo miró a los ojos—. Me duele mucho imaginarlo deambulando en este lugar tan grande, frio y triste.

Christopher se quedó mirándola embelesado. Podía apostar que nunca nadie se había preocupado por él de una forma tan dulce, tan tierna.

—Pero no estaré solo…

—No me refiero a sus compañeras sexuales de cada noche, Señor, me refiero a otra cosa —le refutó ella.

El elevador llegó a su piso y se montaron en la lujosa caja con más tensión que nunca.

—Yo también me refiero a otra cosa —le contestó él y ella apretó el ceño cuando no pudo entender qué trataba de decirle—. Me refiero a ti, Lily. —Ella alzó las cejas por la sorpresa de sus palabras—. Tú estarás conmigo.

Ella sacudió la cabeza y deseó no estar en ese encierro tan tortuoso. El corazón se le disparó con frenesí.

—Señor Rossi, no es correcto… —Lily se puso roja como tomate y la respiración se le tornó trabajosa.

Quiso culpar al encierro, pero en el fondo sabía que era el efecto de su jefe sobre ella.

—Tenemos que trabajar duro para terminar todo lo que nos propusimos —aclaró él cuando supo y sintió que todo se estaba tornando acalorado—. Tenemos que trabajar día y noche para terminar con el número de este mes.

—Sí —unió ella, poniendo los pies sobre la tierra.

Había flotado ligeramente.

—Pero hasta ahora, poco hemos logrado avanzar —le recordó ella, preocupada.

—Es porque eres una asistente terrible —se río él.

Ella se hizo la ofendida.

—Usted no ha sido el mejor jefe que digamos —le respondió.

Christopher se carcajeó y caminó detrás de ella cuando el elevador los llevó hasta el piso principal.

Para él fue lindo caminar por la ciudad sin el acoso constante de los reporteros, pero más junto a Lily. Era tan natural que le hacía olvidar la carga que tenía sobre sus hombros.

Encontraron un pequeño parque a pocas manzanas de allí y le dieron una sepultura al hámster que juntos habían asesinado.

Por primera vez asumieron que los dos tenían la culpa y trabajaron en equipo.

Lily usó la tapa de un vaso de café para cavar y, tras terminar, ella cortó algunas flores coloridas y la puso sobre la improvisada tumba que juntos habían preparado.

Regresaron a casa tras comprar un poco de comida para pasar el resto del día trabajando, pero, cuando estuvieron de pie frente al nuevo edificio en el que Christopher viviría, el hombre tuvo un extraño deseo y no vaciló en comunicárselo a su asistente:

—Creo que quiero un hámster nuevo.

Lily le miró con emoción.

—¿Está seguro? —preguntó feliz, a punto de dar brinquitos por lo emocionada que se sentía.

—Sí, pero yo quiero escogerlo —dijo él y, como Lily no podía decirle que no a su jefe, lo llevó hasta la tiendita que había visitado esa mañana.

La dependienta del lugar no tuvo que preguntar nada para saber que el pobre hámster había pasado a mejor vida.

Le bastaba con ver a la pareja dispareja que los visitaba.

Christopher se acercó a la gran vitrina llena de bolas peludas y los miró con mueca de horror. Aun así, quiso llevarse uno a casa. 

—El marrón —solicitó él, señalando con su dedo al hámster que quería.

La mujer hundió su mano entre todos los hámsteres que se movían de lado a lado y agarró el que Rossi quería.

Lo puso en una pequeña caja de cartón y se la ofreció con cuidado.

Rossi lo miró satisfecho y Lily se acercó para mirarlo también. Le resultó que era una cosa peluda muy adorable.

—¿Ya sabe cómo va a llamarlo? —le preguntó ella caminando a su lado por la calle.

Rossi sonrió feliz y la miró con una risita atascada en los labios.

—Sí… —le dijo campante. Ella le miró con impaciencia, marcando bien esa bonita sonrisa que a él tanto mal le hacía—. Tronquitos —le dijo después con tono divertido.

Lily borró su sonrisa por completo y se le quedó mirando con horror. Trató de convencerse que todo era una mera coincidencia.

—¿Tronquitos? —preguntó haciéndose la confundida—. ¿Y por qué ese nombre tan… extraño? —insistió nerviosa.

Christopher la miró travieso y se rio cuando ella supo lo que estaba pensando.

—Tú sabes muy bien porqué escogí ese nombre —le respondió él, aguantándose las carcajadas.

Lily se plantó frente a él y lo miró con sobresalto.

—¿Se está vengando? —le preguntó seria.

—¿Vengando? —le respondió él, liado—. ¿Por qué tendría que vengarme, Lily?

Se movió a un lado y avanzó por la calle, dejándola un par de pasos atrás. Entró al edificio con calma, pero con la seguridad de que ella lo alcanzaría.

Lily corrió detrás de él y desde su lugar lo miró con desconfianza.

—Porque le adormecí las bolas, le incendié el pent-house y…

—Tranquila, Lilibeth —la interrumpió él y se montó en el elevador—: ya me masturbé pensando en ti. Estamos a mano.

Le guiñó un ojo.

Lily no supo cómo montarse en el mismo elevador y someterse a ese encierro por casi ochenta pisos, no después de esa declaración tan impetuosa. 

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