13

A Lily le vino la verdadera preocupación y no dudó en auxiliarlo, aun cuando le dolía la espalda por la caída. Sabía que tener a Christopher enojado y borracho en su casa era su culpa, y tenía que asumir las consecuencias de sus malos actos. 

—Señor… señor lo lamento tanto, yo…

Rossi escuchó su voz cantarina y gruñó con tanta rabia que, la jovencita se levantó alarmada y se alejó de él, puesto que no sabía cómo iba a reaccionar.

El hombre estaba furioso, lleno de sangre, mojado entero y tan destartalado que, Lily se acordó de los vagabundos que rondaban sus calles.

Con lástima lo miró desde su lugar e intentó acercarse otra vez, a sabiendas de que él estaba así por su culpa.

—Lily, ¿quién es este hombre? ¿Tú lo conoces? —preguntó su padre con insistencia.

Lily asintió y con vergüenza reconoció la verdad:

—Es mi jefe.

Su padre abrió grandes ojos y la miró con horror. Romy no se quedó atrás y contempló al pobre de Rossi tumbado en el piso con preocupación.

—¿Está borracho? —preguntó Romy, mirándolo nauseabunda.

Para el padre de las jóvenes fue confuso que el jefe de su hija los visitara en la madrugada, borracho, lleno de sangre, empapado y actuando como un perro rabioso sin vacuna, pero no pudo actuar egoísta y tuvo que acercarse a él para ayudarlo.

—Ayúdenme a llevarlo al sofá —ordenó el hombre y Lily no vaciló en ayudarlo.

Entre los dos lograron sacarlo del piso y con difíciles movimientos lo llevaron hasta el sillón, donde lo sentaron pese a que estaba empapado y le acomodaron las piernas para que estuviera más cómodo.

Christopher estaba tan borracho que, la cabeza se le caía para todos lados, por lo que Lily tuvo que sentarse a su lado y sostenérsela.

Christopher la encontró blandita y calentita, así que se acurrucó a su lado. Lily se quedó tiesa mientras el hombre la escarbaba, la olfateaba y se hundía en sus carnes como si fuese un cojín en el que quería descansar.

—Tal vez deberíamos llamar una ambulancia —pensó Lily en voz alta.

—¡No! —gritó Christopher y luchó por levantarse—. No más humillaciones para esta noche… no más… —reclamó borracho y, cuando enfocó la vista, se dio cuenta de que su almohada tenía la cara de su asistente.

Le tomó un largo rato darse cuenta de que, esa no era una almohada, sino, que era ella.

De carne y huesos.

Miró su entorno poco elegante con el ceño apretado. Ese no era su pent-house, con su vista espectacular de toda la ciudad. Esa era la casa de su m*****a asistente.

Volvió a enfocar su vista en su rostro y, aunque estaba verdaderamente enojado y pensaba dejar caer toda su furia sobre ella, cuando la vio a los ojos, se echó a llorar con desconsuelo.

—Lo que nos faltaba. Borracho sentimental —pensó Lily con un susurro y trató de consolar a su jefe, el que lloraba melancólico sobre ella.

Le dio palmaditas en la espalda intimando de consolarlo, pero estaba tan mojado y oloroso a mar que, sintió un poco de asco.

—¡Esta ha sido la peor noche de mi vida, López! —lloró con angustita y siguió recostado sobre su hombro soltando lágrimas.

Lily y su hermana se miraron complicadas, sin saber qué hacer. Su padre no tardó en aparecer por la puerta, ofreciéndole un vaso con agua al jefe de su hija, además de un sándwich contundente de carne curada, queso y carne, a ver si así se le espantaba la borrachera.

Rossi abrió grandes ojos al ver la amabilidad del hombre y se secó las lágrimas para recibirlo con gusto.

Actúo muy diferente a lo que Lily había visto antes y la tuvo tan confundida que, ella creía que se trataba de otro hombre.

—Es muy amable señor. —Le dio un mordisco al pan—. ¡Está delicioso! —gritó y se lo atascó en cuestión de segundos—. Muchas gracias, es el sándwich más delicioso que he comido en mi vida.  

Lily lo miró confundida, incómoda de tenerlo allí, en su casa, en su privacidad. Deseó más que nunca que Rossi tuviera una perdida repentina de memoria para que se olvidara de todo eso.

Para que se olvidara de ella.

—Señor Rossi, voy a llamarle un taxi para que vaya a casa, para que descanse y así mañana puede despedirme…

—¡No, no! —le reclamó Rossi, enojado—. No me voy a ir hasta que me digas cuánto te pagó Wintour por humillarme así, ¡¿cuánto?! —exigió con la lengua enredada y la agarró por la nuca para mirarla a los ojos.

Lily luchó por liberarse de su agarre firme, todo bajo el escrudiño de su padre, quien no tardó en aniquilarla. Era demasiado correcto como para que escuchara algo así y, aunque no era verdad lo que Rossi decía, él tenía derecho a dudar, más después de ocultarle la verdad sobre su trabajo.

—No sé de qué está hablando, señor —le refutó ella y se agachó para soltarse de su agarre—. La señorita Wintour no me pagó nada. Lo que hice, lo hice yo solita y asumo toda mi culpa —dijo firme, también valiente.

Christopher la miró fijamente y se tambaleó de lado a lado, aun cuando estaba sentado. Se apoyó otra vez en ella, hipando por todo el alcohol que tenía en la sangre.

—¿Qué hiciste, Lily? —preguntó su padre, medio decepcionado.

—Este señor es un polla dulce —acusó Romy, enojada—. Ella le juntó el ganado en una fiesta y parece que no salió bien…

Lily y su padre se miraron espinosos.

Rossi estaba tan borracho que, no entendía ni una sola palabra de lo que decían.

—Wintour te mandó felicitaciones… —se rio Rossi, pensando en lo que Marlene le había dicho—. Te llamó “mente maestra”.

Tras eso, tras revivir su conversación tensa y humillante con Marlene, se echó a llorar otra vez, alterando a las muchachitas que le miraban con lio, deseosas porque se fuera a pasar su borrachera y sus penas a otro lado.

—Señor…

—¡Estrellé mi coche y se hundió en el mar! ¡Desapareció! Glu, glu, glu… —exclamó borracho. Lily abrió grandes ojos al escuchar aquello—. Quise entrar al edificio de Revues, pero apareció la policía, rompí unos cristales y me escapé…

Las sirenas de la policía se escucharon en las afuera de la casa de Lily.

Su padre se levantó con sobresalto cuando oyó la puerta otra vez.

—¡Genial, lo que nos faltaba! —reclamó Romy cuando vio las luces rojas a través de las cortinas.

—Papá, no… —Lily se negó y quiso ponerse de pie para detener a su padre, pero Christopher la agarró por las caderas y la sentó a su lado.

La quería ahí. Con él.

Romy se escabulló entre los muebles para mirar por una de las ventanas y vio a la policía aparcada frente a su casa.

—La policía está aquí —susurró muerta del miedo—. Lily… están buscando a Don Polla dulce.

—No les digas que él está aquí —suplicó Lily, mirando a su padre con angustia—. Todo esto es mi culpa, yo lo llevé a esto… —Se mostró culpable y arrepentida.

Su padre, quien nunca había mentido en su vida, miró al jefe de su hija con cierta misericordia y, a regañadientes, les pidió a sus hijas que se lo llevaran a la cocina, donde podrían ocultarlo mientras él hablaba con la policía.

Lily y Romy lo cargaron como pudieron y lo acomodaron en una de las sillas de la cocina, donde las hermanas solían pasar sus tardes bebiendo chocolate caliente.

—Mañana, mañana seré el hazmerreír de toda la ciudad —hipó Rossi, comiéndose con los dedos la pasta de maíz que ellas habían preparado para la comida—. No puedo ir a trabajar así. Los clientes van a renunciar porque me follé a todas sus esposas, no tendremos suplementos y mi papá me va a castigar…

—Ay, ya madura. No tienes cinco años…  —le reclamó Romy, cansada de su lloriqueo.

Ella quería irse a dormir.

—¿No? —preguntó Rossi y le miró con ojos de niño.

Lily lo miró con angustia.

—Señor Rossi, no se preocupe, yo le diré a todos que fue mi culpa y lo arreglaré, ¿sí? —le habló Lily, preocupada y le acarició la mejilla llena de pasta de maíz con los dedos.

Le regaló una sonrisa dulce mientras lo limpió con una servilleta.

El hombre la miró desde su lugar con una sonrisa y, aunque estaba borracho, no pudo negar lo mucho que le gustaba cuando le decía: “Señor Rossi”.

Era una m****a insignificante, pero, para él, simbolizaba mucho.

Era el maldito editor en jefe de Craze, pero ninguna de las personas que trabajaban para él, lo llamaban así. Se limitaban a llamarlo por su nombre, dejándole en claro que no lo respetaban.

Y, detrás de todo eso, Christopher no pudo negar que le fascinaba su sonrisa.

Después de eso y como por arte de magia, Christopher se quedó dormido con la cara metida en la budinera repleta de crema de maíz, haciendo sentir peor a Lily, quien se quedó a su lado todo lo que restaba de noche.

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