De pie en la calle, cubriéndose las bolas con una mano, Christopher recordó que no podía despedir a Lily.
Las advertencias de su padre habían sido claras y, si se osaba a despedirla, él se iría con ella y no estaba listo para irse, mucho menos para fracasar.
La puerta se abrió y Christopher volteó asustado, con grandes ojos.
Suspiró cuando se encontró con el padre de Lily.
Él le dedicó un asentimiento de lamento y puso una manta gruesa sobre sus hombros. Christopher se aferró de ella con desespero. Estaba a punto de morir congelado.
—Quiere que le llame un taxi o…
—Quiero hablar con ella —exigió Christopher con valentía, aun cuando sabía que Lily era de armas tomar.
Pero no le tenía miedo. O al menos eso pensaba.
El señor Lopez negó y se rio.
—Mire, señor Rossi… —Quiso serle sincero sin ofenderlo—. No creo que mi Lily quiera…
—Solo necesito decirle algo. —Christopher se le adelantó él con urgencia.
El señor Lopez lo miró por unos segundos y, aunque no solía intervenir en las decisiones de sus hijas, puesto que todas eran mayores y muy buenas chicas, no podía ser inhumano y dejar a ese hombre en la calle, con el culo al aire y con nieve bañando las calles de la ciudad.
—Le aconsejo pedirle disculpas y de rodillas.
—¡¿Disculpas?! —gritó Rossi, ofendidísimo—. ¡Es ella la que tiene que disculparse!
El señor López negó con la cabeza.
Era un terco.
—Mire, yo entiendo que no esté acostumbrado a aceptar sus errores, me imagino que cree que roza la perfección, pero esta es mi casa y aquí somos humanos, comunes y corrientes y aceptamos que nos equivocamos —le dijo el padre de la muchacha con un tono sarcástico que a Christopher lo dejó boquiabierto.
Entendió entonces de donde la muchacha había sacado su lado resuelto.
Su padre era igual.
—Yo…
—O acepta su error, pide disculpas y le sirvo un delicioso cafecito o se queda aquí, esperando a convertirse en estatua decorativa de hielo…
Rossi reclamó entre dientes cuando entendió que, no lo iban a dejar entrar a coger abrigo, así como así. Tenía que ofrecer algo a cambio.
Para ellos, su grandeza, su herencia y su poder no significaban una m****a.
Ni siquiera les importaba lo poderoso que podía ser un Rossi.
—Nunca me arrodillaría —refunfuñó.
El padre de Lily se carcajeó.
—Nunca diga nunca —le dijo abriéndole la puerta para que entrara—. “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”… —cantó feliz mientras caminaron por la casa.
Lily estaba en la cocina, preparando una tortita dulce y, cuando se dio la vuelva, se encontró al hombre de pie en la puerta, con una mantita gruesa sobre los hombros, pero con el culo al aire.
Su padre que se había quedado unos pasos por detrás le regaló una sonrisa.
—¡Me traicionaste! —le gritó ofendida y se puso roja al verle la polla arrugada.
Se rio cuando entendió que todo se le había achicado, hasta el ego.
—Voy a disculparme, pero quiero que tú también lo hagas —advirtió Christopher.
Nunca se había disculpado. No sabía que tenía que hacerlo de corazón.
Lily alzó las cejas.
Él supo que la muchachita no cedería ni un solo milímetro.
—Voy a disculparme cuando usted aprenda lo que es el respeto y…
—¡Está bien! ¡Está bien, maldición! —gritó Christopher.
—¿Y con esa boquita besa a su madre? —lo regañó el señor Lopez. Christopher quiso decirle que estaba muerta, pero se arrepintió—. Aquí no maldecimos.
Christopher lo miró con el ceño apretado y se preguntó: ¿qué m****a le pasaba a esa familia?
Tras eso, suspiró y clavó sus ojos azules fríos en ella.
La m*****a latina que le estaba dando más de un dolor de cabeza y de bolas.
—Lo lamento, ¿sí? —dijo déspota—. ¿Feliz?
—No —le contestó ella y caminó decidida hacia él—. Dígalo de verdad, que lo sienta, que le salga del corazón.
Christopher rodó los ojos.
Como aborrecía su m*****a cursilería barata.
—Yo no siento, ¿acaso no te diste cuenta? —preguntó sarcástico.
Lily se rio.
—Cómo ignorar un detalle tan importante —le respondió tan sarcástica como él—. Siéntese, le voy a servir un café.
Rossi sonrió malévolo y con el culo al aire se sentó en una de las sillas. Miró toda la comida con mueca nauseabunda y cuando Lily se acercó, no vaciló en mostrar sus verdaderas intenciones.
—Entonces, ¿sigues siendo mi asistente? —preguntó Christopher, fingiendo una sonrisa.
Lily puso la taza frente a él y con cuidado le ofreció el agua hirviendo para que él se sirviera, pero como era un inútil y no sabía ni preparase un café, tuvo que hacerlo ella.
Por supuesto que pensó en su pregunta.
Le resultó extraña y empezó a intuir que algo más estaba sucediendo.
Rabiosa por su ineptitud y su carencia de humanidad, levantó la tetera humeante y le echó un chorro de agua en la taza.
No sabía por qué, de seguro él era el causante de todos sus males, pero su lado más perverso salía a flote cada vez que recordaba lo desgraciado que era.
Le dejó caer agua hirviendo en la mano. Lo quemó con toda la intención de hacerlo chillar y de verlo sufrir.
—Oops… —se rio malintencionada.
—¡Maldita sea, Lily! —gritó y corrió desnudo para remojarse la mano en agua helada—. ¡Como puedes ser tan inútil!
Ella se contuvo una risotada.
Desde la puerta, su padre los miraba con espanto. Cuando estaban juntos, eran terribles.
—Lo lamento tanto —dijo falsa—, pero usted dijo que no sentía nada… —Lo atacó con su propia mentira y, cuando sus ojos azules estuvieron sobre ella, deseó exterminarla por completo—. ¡Siéntese! —le ordenó.
Abrió la nevera y tomó una bolsa de gel para ponerla sobre su quemadura.
La piel le pintaba de color rojo, pero ella no sintió ni pizca de arrepentimiento.
—Vamos a dejar de fingir, no soy estúpida —le dijo ella y firme se sentó frente a él. Christopher le miró con grandes ojos. Eso ya lo sabía. Era inteligente, traviesa, decidida—. Yo sé porque está aquí, tratando de conseguir mi perdón y pidiéndome que regrese como su asistente.
Christopher tragó duro y se puso tan pálido que ella pudo notarlo.
—¿Por qué? —Fue lo único que pudo decir.
Ella le ofreció un trozo de su torta.
Él la aceptó gustoso. El aroma lo tenía embrujado.
—Su padre le dijo que no puede despedirme, ¿o me equivoco? —Los dos se miraron con agudeza—. Le puso alguna condición ¿o qué? —le preguntó. Él asintió aturdido—. Me lo imaginaba. —Pensó Lily, uniendo los hechos y tratando de entender qué era lo que el Señor Connor Rossi quería de los dos—. A mí también me ofreció algo —sinceró ella.
Christopher se levantó de la silla de un solo golpe.
—¡Lo sabía! —gritó sintiéndose orgulloso de haber acertado a algo.
Lily se quedó mirándole la polla y las bolas que colgaban sobre su tortita rosada y tuvo que resoplar cuando no supo cómo asimilar lo que veía.
—Señor Rossi… puedo ver su… su cosa —balbuceó ella, sin poder despegar sus ojos de su polla. Él seguía celebrando su acierto y la miró con lio—. Su aparato reproductor masculino —dijo formal.
Lo hizo reír tan fuerte que, ella tuvo que unirse a él y cuando se miraron a los ojos otra vez, se callaron abruptamente.
No querían reírse juntos.
Querían matarse.
—¿Cuánto dinero te ofreció? —la interrogó Rossi.Quería saber cuánto valía para su padre.—No me ofreció dinero —le refutó ella y Christopher se sintió peor—. Me ofreció cumplir un sueño.—¿Un sueño? —bufó descortés y con cara de fastidio—. ¿Acaso no sabes que los sueños también se cumplen con dinero? —preguntó déspota.Ella negó sonriente y chasqueó la lengua.Christopher maldijo cuando la vio sonreír así.Empezaba a gustarle cuando le mostraba ese gesto tan transparente y un hoyuelo que se le marcaba en la mejilla izquierda.Era perfecto.—No mi sueño —contestó ella, orgullosa de lo que quería en su vida y cómo lo quería—. Mi sueño no puede comprarse.Christopher suspiró fastidiado por su modo de ver las cosas.Era tan simplona que, le volvía loco. Y no de buena forma. —¿Qué condición le puso? —preguntó ella, metiéndole tres cucharadas de azúcar a su café.Rossi puso mueca nauseabunda y no vaciló en decirle:—Eso no es sano para ti, la diabetes…—Cállese, ¿quiere? —le refutó ella,
Se prepararon para regresar a las oficinas de Craze.Rossi pidió uno de sus elegantes trajes a domicilio y Lily dejó que su hermana le arreglara un poco el cabello, para no verse tan desastrosa.Viajaron durante cuarenta minutos en total silencio y solo cuando cruzaron el rio Hudson, Christopher tuvo el valor de mirarla y hablarle.—Mi padre estará esperándonos.Lily frunció el ceño.—¿Cómo está tan seguro? —preguntó ella, un tanto liada por la seguridad que su jefe le mostraba.Pero debajo de esa seguridad, también encontró miedo.Christopher se rio tenso y se pasó los dedos por el rostro, revisándose de forma minuciosa la barba y el aliento.Lily supo entonces que lo único que buscaba era impresionar a su padre y sintió lástima.Mucha lástima.—Siempre aparece para rescatarme en mis peores momentos —se lamentó Christopher sin mirarla.Sus ojos iban fijos en el recorrido.A Lily le fastidió saber que, Connor tenía el control absoluto. No solo de Revues y toda la industria editorial,
A París le sorprendió el atrevimiento de la recién llegada. No dijo más nada que pudiera ser usado en su contra y paciente esperó a que su padre quisiera retirarse.Fue un momento tenso, extraño. Ni siquiera pudieron entenderlo, porque jamás se habrían imaginado a Christopher apoyando y mucho menos defendiendo a una mujer como Lilibeth Lopez.Antes de dejar atrás las oficinas de Craze, hicieron una parada en la oficina privada de Wintour. A puerta cerrada, para que nadie pudiera oír lo que allí se orquestaba.Christopher los vio entrar allí y miró la puerta por largos y eternos veinte minutos, mientras todo lo que Lily había conseguido se convirtió en malos pensamientos.Se imaginó cada cosa horrible que decían de él y estuvo tan nervioso que, Lily pudo vislumbrarlo.—Ya concreté una cita con MissTrex para esta tarde, señor —le dijo Lily para tratar de sacarlo de ese estado de tortura en el que estaba inmerso.Christopher suspiró y, aunque al principio había creído que la idea de Lily
De pie en la entrada del pent-house, Lily se quedó boquiabierta y sin poder avanzar ni un solo paso más.El lugar era enorme, tan luminoso y blanco que Lily se vio encandilada por tanta luz y lujos.La sala era espaciosa, con un fondo de cristales de techo a piso que dejaban al descubierto la maravillosa vista del Central Park desde las alturas.A su derecha un piano de cola. Para Lily era negro, pero en realidad era pulido de ébano. Tras el gran piano se encontraba un comedor de dieciocho puestos.Lily imaginó que, tal vez, Rossi organizaba cenas para todos sus amigos. Si hubiese sabido que esa mesa de cristal jamás se había usado, se habría reído.—Bien —dijo el hombre detrás de ella—. De derecha a izquierda… —Señaló desde la esquina—. Aquí hay una habitación para invitados, tiene baño propio, por supuesto —se rio—, puedes quedarte aquí.Lily le miró con impaciencia.—¿Quiere que me quede aquí? —preguntó ella, sintiendo las mejillas más calientes de lo normal.Rossi levantó los hombr
La muchacha dio por terminada la discusión cuando le entregó a su jefe la bolsa con las compras que él mismo le había solicitado, aunque claro, un tanto adulterada para su propia diversión.Sabía que no ganaría y había aprendido desde muy joven que con burros no se discutía.Tras eso, se dio la media vuelta y se concentró en el trabajo, con ellos de fondo, besuqueándose y manoseándose.—Asquerosos voyeristas —reclamó Lily entre dientes.Ella podía verlos por el reflejo de los cristales y, peor aún, podía escucharlos gemir, así que, para evitar todo ese incómodo momento, se puso sus auriculares y escuchó un poco de música.Aprovechó también el momento de enviarle un mensaje a su hermana, explicándole que no llegaría a dormir y que trabajaría algunas horas extras.A Romy le resultó de muy mal gusto que su hermana pasara tantas horas en el trabajo y con Don Polla dulce.Mientras la rubia que había invitado a su noche pasional le lamía la polla endurecida y lo saboreaba a gusto, Christoph
Como siempre, a Lily le llegó el arrepentimiento tarde, cuando su jefe ya había sido registrado en fotografías escandalosas que, solo empeorarían el estado de su reputación.Como si pudiera ser peor. Entendió que todo se le había salido de las manos. El incendio no estaba entre sus planes, tampoco correr cien pisos con un hombre desnudo y erecto.Reaccionó más rápido que Christopher y lo agarró de la mano para arrastrarlo de regreso al fondo de las escaleras, donde pudieron refugiarse unos minutos.Los reporteros estaban más frenéticos que nunca y estaban preparados para atacar al heredero de Rossi con todo.Cuando se vieron a salvo, con las luces rojas de emergencia tintineantes sobre sus cabezas, se miraron a los ojos y jadearon aliviados al saber que estaban vivos e ilesos.Christopher miró sus manos enlazadas y, pese a que estaba furioso con ella, le gustó su contacto. Era tibio, delicado y espontáneo.Por otro lado, a Lily le sobresaltó tanto el contacto que se deshizo de su mano
El señor Lopez los dejó pasar porque no entendía nada.Ver a su hija en pocas prendas en la mitad de la noche y a su nuevo jefe tapándose apenas las pompis con el saco de Lily, le hizo creer que se habían ido de copas y estaban tan animosos que habían acabado así, como dos borrachos callejeros. Lily llevó a su jefe hasta el cuarto de baño de la segunda planta y le ofreció una toalla limpia y un pijama masculino para que se duchara y se pusiera cómodo.Aunque Christopher tenía millones de razones para estar furioso con ella, en ese momento, se olvidó de todas. Solo le importó sentir el agua caliente y dormir a salvo.Mientras su jefe se duchaba y se quitaba la anestesia de las bolas, Lily habló con su padre. No podía dejarlo fuera. Su casa, sus reglas.—Tuvimos algunos inconvenientes. Pasaremos la noche aquí —le confesó nerviosa, aunque no toda la verdad. Omitió la más importante: todo era su culpa—. No te molesta, ¿verdad?Su padre la miró con el ceño apretado. Quería saber cuál era l
Lily se despertó escuchando un extraño ruido de fondo.Abrió los ojos con pesadez y se incorporó por igual, notando que todo el lugar seguía oscuro.De seguro aun no amanecía.Sollozó infantil al entender que le habían arruinado su sueño e hizo un esfuerzo por abrir los ojos y tratar de descubrir qué demonios estaba ocurriendo.Se pulió todo el rostro cuando vio una figura masculina al fondo de su cuarto.Cuando se percató de que era su jefe el que estaba allí, revisando sus pertenencias, se levantó de sobresalto.—¡Christopher! —le gritó en modo de regaño y él se levantó de golpe.