15

De pie en la calle, cubriéndose las bolas con una mano, Christopher recordó que no podía despedir a Lily.

Las advertencias de su padre habían sido claras y, si se osaba a despedirla, él se iría con ella y no estaba listo para irse, mucho menos para fracasar.

La puerta se abrió y Christopher volteó asustado, con grandes ojos.

Suspiró cuando se encontró con el padre de Lily.

Él le dedicó un asentimiento de lamento y puso una manta gruesa sobre sus hombros. Christopher se aferró de ella con desespero. Estaba a punto de morir congelado.

—Quiere que le llame un taxi o…

—Quiero hablar con ella —exigió Christopher con valentía, aun cuando sabía que Lily era de armas tomar.

Pero no le tenía miedo. O al menos eso pensaba.

El señor Lopez negó y se rio.

—Mire, señor Rossi… —Quiso serle sincero sin ofenderlo—. No creo que mi Lily quiera…

—Solo necesito decirle algo. —Christopher se le adelantó él con urgencia.

El señor Lopez lo miró por unos segundos y, aunque no solía intervenir en las decisiones de sus hijas, puesto que todas eran mayores y muy buenas chicas, no podía ser inhumano y dejar a ese hombre en la calle, con el culo al aire y con nieve bañando las calles de la ciudad.

—Le aconsejo pedirle disculpas y de rodillas.

—¡¿Disculpas?! —gritó Rossi, ofendidísimo—. ¡Es ella la que tiene que disculparse!

El señor López negó con la cabeza.

Era un terco.

—Mire, yo entiendo que no esté acostumbrado a aceptar sus errores, me imagino que cree que roza la perfección, pero esta es mi casa y aquí somos humanos, comunes y corrientes y aceptamos que nos equivocamos —le dijo el padre de la muchacha con un tono sarcástico que a Christopher lo dejó boquiabierto.

Entendió entonces de donde la muchacha había sacado su lado resuelto.

Su padre era igual.

—Yo…

—O acepta su error, pide disculpas y le sirvo un delicioso cafecito o se queda aquí, esperando a convertirse en estatua decorativa de hielo…

Rossi reclamó entre dientes cuando entendió que, no lo iban a dejar entrar a coger abrigo, así como así. Tenía que ofrecer algo a cambio.

Para ellos, su grandeza, su herencia y su poder no significaban una m****a.

Ni siquiera les importaba lo poderoso que podía ser un Rossi.

—Nunca me arrodillaría —refunfuñó.

El padre de Lily se carcajeó.

—Nunca diga nunca —le dijo abriéndole la puerta para que entrara—. “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”… —cantó feliz mientras caminaron por la casa.

Lily estaba en la cocina, preparando una tortita dulce y, cuando se dio la vuelva, se encontró al hombre de pie en la puerta, con una mantita gruesa sobre los hombros, pero con el culo al aire.

Su padre que se había quedado unos pasos por detrás le regaló una sonrisa.

—¡Me traicionaste! —le gritó ofendida y se puso roja al verle la polla arrugada.

Se rio cuando entendió que todo se le había achicado, hasta el ego.

—Voy a disculparme, pero quiero que tú también lo hagas —advirtió Christopher.

Nunca se había disculpado. No sabía que tenía que hacerlo de corazón.

Lily alzó las cejas.

Él supo que la muchachita no cedería ni un solo milímetro.  

—Voy a disculparme cuando usted aprenda lo que es el respeto y…

—¡Está bien! ¡Está bien, maldición! —gritó Christopher.

—¿Y con esa boquita besa a su madre? —lo regañó el señor Lopez. Christopher quiso decirle que estaba muerta, pero se arrepintió—. Aquí no maldecimos.  

Christopher lo miró con el ceño apretado y se preguntó: ¿qué m****a le pasaba a esa familia?

Tras eso, suspiró y clavó sus ojos azules fríos en ella.

La m*****a latina que le estaba dando más de un dolor de cabeza y de bolas.

—Lo lamento, ¿sí? —dijo déspota—. ¿Feliz?

—No —le contestó ella y caminó decidida hacia él—. Dígalo de verdad, que lo sienta, que le salga del corazón.

Christopher rodó los ojos.

Como aborrecía su m*****a cursilería barata.

—Yo no siento, ¿acaso no te diste cuenta? —preguntó sarcástico.

Lily se rio.

—Cómo ignorar un detalle tan importante —le respondió tan sarcástica como él—. Siéntese, le voy a servir un café.

Rossi sonrió malévolo y con el culo al aire se sentó en una de las sillas. Miró toda la comida con mueca nauseabunda y cuando Lily se acercó, no vaciló en mostrar sus verdaderas intenciones.

—Entonces, ¿sigues siendo mi asistente? —preguntó Christopher, fingiendo una sonrisa.

Lily puso la taza frente a él y con cuidado le ofreció el agua hirviendo para que él se sirviera, pero como era un inútil y no sabía ni preparase un café, tuvo que hacerlo ella.

Por supuesto que pensó en su pregunta.

Le resultó extraña y empezó a intuir que algo más estaba sucediendo.

Rabiosa por su ineptitud y su carencia de humanidad, levantó la tetera humeante y le echó un chorro de agua en la taza.

No sabía por qué, de seguro él era el causante de todos sus males, pero su lado más perverso salía a flote cada vez que recordaba lo desgraciado que era.

Le dejó caer agua hirviendo en la mano. Lo quemó con toda la intención de hacerlo chillar y de verlo sufrir.

—Oops… —se rio malintencionada.

—¡Maldita sea, Lily! —gritó y corrió desnudo para remojarse la mano en agua helada—. ¡Como puedes ser tan inútil!

Ella se contuvo una risotada.

Desde la puerta, su padre los miraba con espanto. Cuando estaban juntos, eran terribles.

—Lo lamento tanto —dijo falsa—, pero usted dijo que no sentía nada… —Lo atacó con su propia mentira y, cuando sus ojos azules estuvieron sobre ella, deseó exterminarla por completo—. ¡Siéntese! —le ordenó.

Abrió la nevera y tomó una bolsa de gel para ponerla sobre su quemadura.

La piel le pintaba de color rojo, pero ella no sintió ni pizca de arrepentimiento.

—Vamos a dejar de fingir, no soy estúpida —le dijo ella y firme se sentó frente a él. Christopher le miró con grandes ojos. Eso ya lo sabía. Era inteligente, traviesa, decidida—. Yo sé porque está aquí, tratando de conseguir mi perdón y pidiéndome que regrese como su asistente.

Christopher tragó duro y se puso tan pálido que ella pudo notarlo.

—¿Por qué? —Fue lo único que pudo decir.

Ella le ofreció un trozo de su torta.

Él la aceptó gustoso. El aroma lo tenía embrujado.

—Su padre le dijo que no puede despedirme, ¿o me equivoco? —Los dos se miraron con agudeza—. Le puso alguna condición ¿o qué? —le preguntó. Él asintió aturdido—. Me lo imaginaba. —Pensó Lily, uniendo los hechos y tratando de entender qué era lo que el Señor Connor Rossi quería de los dos—. A mí también me ofreció algo —sinceró ella.

Christopher se levantó de la silla de un solo golpe.

—¡Lo sabía! —gritó sintiéndose orgulloso de haber acertado a algo.

Lily se quedó mirándole la polla y las bolas que colgaban sobre su tortita rosada y tuvo que resoplar cuando no supo cómo asimilar lo que veía.

—Señor Rossi… puedo ver su… su cosa —balbuceó ella, sin poder despegar sus ojos de su polla. Él seguía celebrando su acierto y la miró con lio—. Su aparato reproductor masculino —dijo formal.

Lo hizo reír tan fuerte que, ella tuvo que unirse a él y cuando se miraron a los ojos otra vez, se callaron abruptamente.

No querían reírse juntos.

Querían matarse.

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