19

De pie en la entrada del pent-house, Lily se quedó boquiabierta y sin poder avanzar ni un solo paso más.

El lugar era enorme, tan luminoso y blanco que Lily se vio encandilada por tanta luz y lujos.

La sala era espaciosa, con un fondo de cristales de techo a piso que dejaban al descubierto la maravillosa vista del Central Park desde las alturas.

A su derecha un piano de cola. Para Lily era negro, pero en realidad era pulido de ébano. Tras el gran piano se encontraba un comedor de dieciocho puestos.

Lily imaginó que, tal vez, Rossi organizaba cenas para todos sus amigos. Si hubiese sabido que esa mesa de cristal jamás se había usado, se habría reído.

—Bien —dijo el hombre detrás de ella—. De derecha a izquierda… —Señaló desde la esquina—. Aquí hay una habitación para invitados, tiene baño propio, por supuesto —se rio—, puedes quedarte aquí.

Lily le miró con impaciencia.

—¿Quiere que me quede aquí? —preguntó ella, sintiendo las mejillas más calientes de lo normal.

Rossi levantó los hombros y se puso tan incómodo como ella.

—Sí, solo pensé que… —Quiso decirle lo que pensaba, pero se retractó totalmente—. El viaje hasta tu casa es largo. Creí que esto te resultaría más cómodo.

Fue lo único que pudo decir y se alejó pisando firme, evadiendo también lo que empezaba a sentir por Lily, por la forma en que se sentía cuando estaba con ella.

Se sentía inexplicablemente seguro.

Claro, era un descubrimiento reciente. Apenas lo había percibido la noche de su borrachera.

No había ido a su casa para matarla por la humillación que lo había hecho atravesar, puesto que en el fondo sabía que se merecía lo peor del mundo, sino que había ido hasta ella para hallar seguridad.

Y la había encontrado, hasta que su lado cruel había actuado por él.

Lily lo vio partir y nada dijo. Solo buscó un lugar en el que acomodarse para empezar a trabajar.

Desde su cuarto, Christopher la escuchó hablar por teléfono y decidió que tenía que ser el jefe que ella necesitaba.

Dejó su escondite emocional y caminó decidido hacia donde Lily se encontraba.

Le gustó verla detrás de un improvisado escritorio, con su computadora a un costado y su agenda en el centro.

Era tan minuciosa que, apuntaba cada cosa, paralelamente le organizaba su agenda diaria.

Él cogió “él libro” y se sentó frente a ella.

Se miraron brevemente y se pusieron a trabajar.

Lily intentó no pensar en él. Evitó encontrarse con su mirada y se concentró totalmente en su agenda.

Por otro lado, él la miró de reojo cada vez que la escuchó reír. Empezaba a fascinarle su sonrisa con su hoyuelo único.

Ella habló por teléfono con los proveedores casi una hora, mientras que Christopher se armó de valor y se deshizo de todas las notas de Wintour, desechándolas para seguir su intuición como editor en jefe.  

Cuando Lily terminó, él cerró el libro y le preguntó:

—¿Comida china o sushi?

Lily se rio. Christopher se quedó embelesado.

—Creo que alcanzamos a pasar por comida china, pero tendremos que comer en la limosina —explicó y su jefe la miró con lío—. Tenemos una cita con un proveedor en una hora.

—Excelente.

Dejaron su nueva organizada oficina atrás y viajaron hasta el restaurante de comida china más cercano.

Como Lily le había anticipado, comieron encerrados en la limosina.

Para Rossi fue algo totalmente nuevo. Le costó mucho trabajo no ensuciarse y comer con palillos chinos, pero lo intentó y lo disfrutó cuando la charla y el viaje se tornaron verdaderamente amenos.

Lily nunca se callaba. Siempre tenía una historia divertida que contar y Christopher nunca dijo nada para interrumpirla, porque empezaba a descubrir lo mucho que le gustaba mirarla mientras platicaba.

Cuando llegaron a su reunión, Lily notó que apestaban a comida china y para evitar dar una primera impresión equivocada, se rociaron con el perfume que siempre llevaba en su cartera.

Cuando Christopher lo vio se quedó incrédulo y agarró la botellita rosada para leerlo.

—¿Givenchy? —le preguntó con el ceño apretado.

Ella le quitó su botella de perfume y la metió en su cartera.

—Nunca dije que no me gustaran los diseñadores —le dijo ella con total seriedad—. Además, me gusta oler bien.

Christopher se rio y se agarró una punta de su saco para oler el perfume de Lily impregnado en él.

Cerró los ojos para disfrutarlo.

No tardaron en reunirse con el primer proveedor de cosmética natural y sostenible.

A Christopher le encantó su propuesta y a Lily le encantó el representante que no dejaba de mirarla con seducción.

Tuvieron química inmediata e intercambiaron sus tarjetas para mantenerse en contacto.

Claro, Christopher notó como su asistente y el representante de la cosmética coqueteaban y se reservó sus comentarios hasta que estuvieron a solas en la limosina y de regreso a casa.

—No es bueno mezclar negocios con placer. Créeme, yo sé lo que digo —le dijo él desde su lugar.

Estaba serio, hasta con un toque amargado.

—Ojalá fuera placer —se rio Lily, pensando en la última vez que había tenido sexo.

Christopher la miró de reojo y se guardó sus comentarios para no confundirla, pero no pudo negar que estaba furioso y tan embrollado que no sabía cómo lidiar con todo.

Estaba celoso, pero como era demasiado incompetente en el ámbito emocional y no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba sintiendo, buscó refugio en lo único que bien conocía: el sexo.

En cuanto llegaron al pent-house, llamó a una de sus muchas amantes para tener una noche pasional y mostrarle a Lily que él era mejor.

Una manera estúpida de llamar su atención, pero él estaba seguro de que funcionaría.

En la tarde se reunieron exitosamente con MissTrex y llegaron a un acuerdo que los beneficiaría a ambos. Lily estuvo feliz y Christopher tuvo esperanzas de que su nuevo número fuera un éxito.

Regresaron al hogar de Rossi y trabajaron en una nueva carta del editor, donde se plantearían los nuevos propósitos de Craze. Escucharon música, cantaron y bebieron café mientras discutían sus ideas.

Aunque Lily estaba más motivada que nunca y podría haberse quedado a dormir allí, a las ocho en punto apareció una rubia preciosa que arruinó su noche de trabajo.

Lily se puso tensa cuando la mujer entró sin ser invitada y se paseó por el lugar como si fuera la dueña. Era claro que conocía cada rincón de ese pent-house.

Preparó una cubeta con hielo y champán, fresas y algunos quesos para disfrutar.

—Será mejor que yo me vaya —susurró Lily, complicada.

Se levantó para coger sus cosas y como Rossi la ignoró, agarró su abrigo.

Christopher se comportó como un desgraciado otra vez. Ignoró a Lily a sabiendas de que la estaba lastimando, pero no sabía demostrar interés o cariño de otra forma.

Así lo habían querido a él.

Cuando vio a Lily poniéndose su abrigo, la persiguió hasta la entrada.

Con seriedad la miró y le entregó una tarjeta negra de crédito.

—Tráeme preservativos y un gel retardante —le ordenó.

Lily lo miró a la cara con enojo y recordó entonces lo mucho que lo detestaba.

Era odio puro y se sintió estúpida al haber caído en sus juegos de amabilidad y falsedad. Quiso abofetearlo en ese segundo, pero seguía siendo su asistente y no podía echar por la borda la maravillosa tarde de trabajo que habían compartido.

Habían logrado cosas increíbles.

—¿Un gel qué? —preguntó ignorante.

—Un gel retardante —repitió él.

Como a Lily le entraba el demonio cada vez que él se comportaba así, no dudó en darle otra dosis de su propia medicina.

O veneno, en ese caso. 

—¡Oh, ya sé! —le dijo firme—. ¡Los geles que usan los eyaculares precoces! —exclamó ella aguantándose la risa.

La cara de Christopher fue todo un poema. Se puso rojo como tomate y negó avergonzado, cuidando que su amante de turno no los oyera.

Intentó manejarlo sin sentirse afectado, pero su ego de macho follador le decía lo contrario.

Estaba herido.

—No soy un maldito eyaculador precoz —le reclamó él con los dientes apretados y, por primera vez, se atrevió a intimidarla de otra forma—. ¿Quieres que te lo demuestre? —le preguntó mirándola agudamente a los ojos.

Lily se sorprendió con su pregunta, la alteró en todos los sentidos, pero volvió a su juego de siempre.

—Si usted quiere —le respondió traviesa y con desinterés, alfo que a él lo fastidió aún más—. Entonces añadiré viagra a la lista —burló.

Christopher gruñó.

—No necesito esa m****a —le dijo alterado—. Puedo follar toda la m*****a noche, Lily, sin eyacular. ¿Entendiste? —Le habló rudo y ella escondió la mirada al imaginárselo desnudo, en una cama, erecto.

De seguro tenía muy buenos movimientos.

La rubia estaba desesperada por tenerlo para ella sola. Desde el sofá la miraba con aborrecimiento.

—Si usted lo dice —le respondió ella y agarró la tarjeta para partir.

Se montó en el elevador bajo la intensa mirada de Christopher.

Ella, como siempre, prefirió evitarlo, sobre todo después de esas cosas intensas que le había dicho.

Encerrada en esa caja metálica el corazón se le apresuró al recordar su pregunta: «¿Quieres que te lo demuestre?» Se sintió acalorada y alterada, pero como estaba convencida de que Rossi jamás la miraría con “esos ojos”, se obligó a deshacerse de esos pensamientos errados.

Regresó casi una hora después. Se tomó su tiempo, porque estaba demasiado enojada como para darle en el gusto y correr a su antojo.

Para su sorpresa, los encontró desnudos en la sala, besándose apasionadamente y brindando con licor espumoso.

Carraspeó para llamar su atención, pero nunca miró más de la cuenta. Aunque ganas no le faltaron.

Rossi la vio desde su lugar y creyendo que la iba a volver loca, caminó hacia donde ella se encontraba con el torso desnudo, mostrándole sus perfectos y vigorosos atributos.

—Tardaste demasiado —le dijo él.

Lily lo miró con arrebato y con sarcasmo le respondió:

—De nada.

Rossi entendió que era lo que quería, pero se negó a dárselo. En vez de eso, prefirió torturarla un poquito más y a su estilo.

—Tienes que terminar de digitalizar los archivos de hoy, porque luego no tendrás tiempo.

Lily lo miró con las cejas alzadas.

—Puedo hacerlo mañana.

—Mañana no tendrás tiempo —refutó él—. Debes hacerlo ahora.

Lily respiró profundo para calmarse.

—Pero son más de cien páginas —le reclamó ella, sintiéndose frustrada.

Rossi le sonrió malicioso. Él quería que se quedara para que conociera su increíble rendimiento sexual. Creía que así la impresionaría, aun cuando ni siquiera sabía porque quería hacerlo.

—Entonces será mejor que empieces ahora.

La muchacha se preguntó dónde había quedado el hombre amable que había conocido en la tarde.

Se contuvo una sonrisa maliciosa cuando decidió que, así como él le había arruinado su noche, ella también le arruinaría la suya.

Lila Steph

Buenos días para todos, estoy muy agradecida por la oportunidad que le han dado a Lily y su jefe intenso. Muchas gracias por comentar, votar y dejar amor. Me ayudan mucho para crecer aquí *-* Recuerden seguirme para conocer otros de mis libros. C

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