18

A París le sorprendió el atrevimiento de la recién llegada. No dijo más nada que pudiera ser usado en su contra y paciente esperó a que su padre quisiera retirarse.

Fue un momento tenso, extraño. Ni siquiera pudieron entenderlo, porque jamás se habrían imaginado a Christopher apoyando y mucho menos defendiendo a una mujer como Lilibeth Lopez.

Antes de dejar atrás las oficinas de Craze, hicieron una parada en la oficina privada de Wintour. A puerta cerrada, para que nadie pudiera oír lo que allí se orquestaba.

Christopher los vio entrar allí y miró la puerta por largos y eternos veinte minutos, mientras todo lo que Lily había conseguido se convirtió en malos pensamientos.

Se imaginó cada cosa horrible que decían de él y estuvo tan nervioso que, Lily pudo vislumbrarlo.

—Ya concreté una cita con MissTrex para esta tarde, señor —le dijo Lily para tratar de sacarlo de ese estado de tortura en el que estaba inmerso.

Christopher suspiró y, aunque al principio había creído que la idea de Lily era buena, tras el enfrentamiento con su padre solo sentía inseguridades al respecto.

—Mira, Lily, no sé si sea buena idea…

—Oye, Christopher —lo llamó la encargada de finanzas, interrumpiéndolos—. Roux envió un cobro por cinco mil dólares… ¿lo autorizamos o qué?

Christopher asintió y Lily se quedó pensando en la forma fría y poco respetuosa en la que se dirigían a él.

¡Era el editor en jefe, por el amor de Dios!, merecía un poco de respeto.

La recepcionista apareció entonces y dejó caer en su escritorio la correspondencia del día. Tuvo una actitud tan altanera que Lily se le quedó mirando un largo rato.

Cuando estuvieron a solas otra vez, Lily se apuró para hablar, puesto que intuía que algo lo había hecho cambiar de opinión.

—Mire, señor, con todo respeto… —susurró ella y Christopher la miró con sus tristes y fríos ojos azules—, no voy a aceptar su negativa, porque si lo hago, sería aceptar que se rinde. —Christopher escondió la mirada—. Y no quiere eso, ¿verdad?

—No lo sé, Lily… —suspiró y rodeó su escritorio con pesimismo—. Estoy cansado de esta lucha…

Lily corrió a cerrar la puerta para que pudieran hablar en privado.

—Señor, con todo respeto —repitió Lily—, no conozco su lucha y las cosas difíciles por las que ha atravesado, pero creo que tiene todas las oportunidades para triunfar. Posición e idoneidad. Un apellido respetado y una carrera sólida. —Los dos se miraron con agudeza.

Christopher quiso abrazarla en ese momento, cuando alabó su talento y capacidad. Nadie se había detenido en ese punto en el que tanto había trabajado.

Todos se limitaban a ver su apellido, su gran herencia y su belleza hombruna.

Lo demás les importaba un pepino.  

—¿Quiere saber lo que es estar cansado y sin oportunidades? —le preguntó ella. Christopher le miró con angustia y asintió—. Cansada estoy de conseguir trabajos mediocres para poder pagar la renta cada mes y que nadie me dé una oportunidad de verdad para escribir. Dios, ¡muero por escribir! —empezó sincera—, estoy cansada de escuchar a mi hermana llorar cada noche porque perdió a su hijo y no sabe cómo afrontarlo. —Suspiró—. Cansada estoy de fingir que soy feliz para que mi padre pueda ser feliz. ¡Y estoy harta de fingir que respeto a mi madre, cuando lo único que siento es desilusión y…! —La muchachita no pudo continuar.

Frunció los labios y se contuvo las lágrimas.

Tuvo que reservarse el resto de sus palabras para sí misma y se recompuso antes de que alguien los interrumpiera otra vez. Además, no quería mostrarle a él su lado más débil.   

—Mierda, López… —masculló Christopher y, aunque hubiese querido dedicarle algunas palabras por su verdadero padecimiento diario, no tenía ni la más mínima idea de cómo tener empatía.

Era incapaz de comprender las emociones de Lily.

Ni siquiera era capaz de comprender las suyas.

—En mi diccionario personal no está incluida la palabra rendirse. —Lily le miró decidida.

Christopher entrevió lo persuasiva que podía ser su asistente y le dedicó una de sus seductoras sonrisas.

Claro, en ella no surgió el mismo efecto que causaba en las mujeres con las que se acostaba, pero entendieron al menos que seguirían adelante.

Y juntos.

Lily hizo reservaciones en una bonita cafetería para reunirse con MissTrex y preparó algunas ideas para que Christopher pudiera hablar con ella.

Como tenían que vender a través de los anuncios para mantener a la revista en pie, contactó con algunos pequeños proveedores que estaban en lista de espera.

Craze los descartaba por ser nuevos, con capitales pequeños y por no tener la cantidad necesarias de clientes. Lily pensaba que era correcto darles una oportunidad.

Mientras Lily trabajaba y conversaba por teléfono con los proveedores, cerrando acuerdos para ir a conocer sus productos, la asistente de Wintour la rodeó como un tiburón que embosca a su presa.

Se paseó a su lado en repetidas veces, escuchando sus conversación y tratando de leer la información que tenía en la pantalla de su computadora.

Como no pudo obtener nada valioso, se sentó en uno de los escritorios cercanos e intervino su línea telefónica, de seguro con algunas de sus artimañas sucias.

Lily lo notó, pero actuó como si no. Siguió conversando con soltura, pero apuró todo para despedirse.

Al terminar la llamada, agarró la agenda y la información en la que estaban trabajando y la escondió en su bolso.

—¿Te puedo ayudar en algo? —le preguntó Lily a la asistente personal de Wintour y la miró con rabia—. ¿Estás perdida o qué? —insistió dura, marcando su territorio.

Estaba cansada de ser el hazmerreír de todos.

La joven se rio y rodó los ojos.

—Me harías un gran favor si desapareces… y, querida, la que está perdida eres tú. —La miró de pies a cabeza con mueca lastimera.

Lily agarró su bolso, se lo acomodó sobre el hombro y apagó la computadora para llevársela también.  

—Bueno, deseo concedido —le respondió y marchó apurada hasta la oficina de Christopher.

Él estaba revisando “el libro”, leyendo las anotaciones finales y las críticas de Wintour. Claro, estaba hecho una furia, porque a la mujer nada le parecía bien y le había criticado cada palabra e idea que había concebido para ese número.

Lily invadió su espacio y cerró la puerta detrás de ella.

Christopher la miró con fastidio, pero ella no lo dejó ni objetar:

—No diga nada y escúcheme atentamente: Wintour ha enviado a su asistente a ver qué estamos haciendo. ¡Se atrevió a intervenir mi llamada! —le dijo ella, tan agitada que Christopher se quedó boquiabierto—. No es seguro que trabajemos aquí. No sé qué clase de personas son y de lo bajo que serían capaces de caer, pero estoy segura de que querrán sabotearnos para que sea su hermana la que ocupe su lugar.

Christopher se tomó todo con mesura, puesto que, a través de los cristales de su oficina, pudo comprobar lo que Lily le decía.

La asistente de Wintour estaba allí, registrando el escritorio de Lily con total descaro.

—¿Y qué podemos hacer? —Christopher trató de pensar.

—Alquilar alguna oficina o usar algún almacén de sesiones… —Lily le dio algunas ideas.

Christopher se puso de pie para actuar.

—Craze tiene control de todos los almacenes, por ende, Wintour también. —Pensó Rossi en voz alta—. A donde sea que vayamos, van a encontrarnos, pero no en mi pent-house.

Lily le miró con preocupación y se alteró de solo pensar que irían a su casa.

—¿Quiere que vayamos a su… pent-house? —le preguntó con el ceño arrugado.

—Sí, ¿qué tiene de malo? —le preguntó él, como si fuera algo normal y se mostró tan seguro que, Lily no pudo negarse, aun cuando sabía que eso no era buena idea.

—No, nada —respondió ella, con las mejillas calientes y rojas.

No le quedó de otra que aceptar.

Claro, se abochornó al imaginarse a solas con ese hombre, en un espacio tan privado, pero en la limosina se obligó a entender que solo era trabajo.

Allí no existía interés de ningún tipo, solo era trabajo.

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