—¿Cuánto dinero te ofreció? —la interrogó Rossi.
Quería saber cuánto valía para su padre.
—No me ofreció dinero —le refutó ella y Christopher se sintió peor—. Me ofreció cumplir un sueño.
—¿Un sueño? —bufó descortés y con cara de fastidio—. ¿Acaso no sabes que los sueños también se cumplen con dinero? —preguntó déspota.
Ella negó sonriente y chasqueó la lengua.
Christopher maldijo cuando la vio sonreír así.
Empezaba a gustarle cuando le mostraba ese gesto tan transparente y un hoyuelo que se le marcaba en la mejilla izquierda.
Era perfecto.
—No mi sueño —contestó ella, orgullosa de lo que quería en su vida y cómo lo quería—. Mi sueño no puede comprarse.
Christopher suspiró fastidiado por su modo de ver las cosas.
Era tan simplona que, le volvía loco. Y no de buena forma.
—¿Qué condición le puso? —preguntó ella, metiéndole tres cucharadas de azúcar a su café.
Rossi puso mueca nauseabunda y no vaciló en decirle:
—Eso no es sano para ti, la diabetes…
—Cállese, ¿quiere? —le refutó ella, firme—. Nadie va a decirme cómo puedo tomar mi café. Me gusta con azúcar, con tortitas y pan.
Fue tan violenta que, Christopher la miró largo rato y muchas preguntas invadieron sus pensamientos, pero prefirió hacerlas a un lado y centrarse en lo que verdaderamente era importante: él.
—Si te vas, me voy contigo.
Lily dibujó una gran “o” con sus labios y le miró con espanto.
—De patitas en la calle —especuló la joven y pensó.
Pensaba mucho. Se lo atribuía a su ansiedad. Sobrepensar era grave. A veces hasta creaba escenarios que nunca sucedían, pero se tranquilizaba diciéndose que era bueno estar preparar para todo.
—No quiero irme. Sería fracasar —le dijo Christopher y escondió la mirada.
Le avergonzaba ser reconocido como el fracasado de los Rossi. Y, tal vez lo era, solo que no se atrevía a aceptarlo en voz alta.
—Fracasamos solo cuando dejamos de intentarlo —le dijo Lily para consolarlo.
Él la miró con los ojos brillantes y tuvo que aceptar algo que le dolía en el fondo del pecho:
—Él dice que nunca lo he intentado.
Lily entendió con claridad lo que él trataba de decirle.
Su padre lo creía un total fracasado.
Lily se relamió los labios y se levantó de su lugar para agarrar una botella de whisky de su padre.
Christopher la miró con espanto cuando ella se osó a ponerle un largo chorrito de alcohol a su café y, tras terminar, se atrevió a ponerle a su café.
—Pasamos de nivel —le dijo ella, dejando la botella a un lado—. Yo leí su primera carta como editor en jefe —susurró y escondió la mirada—. Era real, como quiso abordar el luto y las despedidas… creo que tiene potencial y que será un editor en jefe genial. —Le sinceró con sus bonitos ojos marrones.
Christopher sintió un nudo en su garganta cuando tuvo que aceptar que, quién más detestaba, había entendido mejor que nadie sus letras, y levantó su café con alcohol para bebérselo todo de un solo golpe.
—Pues, creo que ya no lo seré. Todo se arruinó. No tenemos suplementos y sin anuncios Wintour se pondrá al frente.
—Tengo una idea —le dijo ella, chispeante.
Christopher arrugó el ceño.
Lily se levantó rápido de su puesto y corrió a buscar su teléfono. Abrió su cuenta de Instapics y le mostró a una influenciadora con casi diez millones de seguidores.
Christopher silbó al ver sus cifras, pero no entendía porque le mostraba eso.
—La conocí en la universidad. Hablamos seguido y me debe unos cuantos favores —dijo Lily con orgullo—. Podemos usar su imagen y creo que sería perfecta…
Christopher negó, sin dejarla continuar.
—Es una idea genial, pero nuestros suscriptores no quieren a una don nadie… —le dijo Rossi, mirando a la influenciadora con recelo.
—Disculpe que sea yo quien lo lleve a la realidad, pero ¿ya leyó las estadísticas de sus suscriptores mensuales? —preguntó Lily. El hombre frente a ella apenas negó—. Yo sí. Y decaen cada mes y las ventas de sus suplementos son mínimas —le confirmó ella. Había hecho su tarea—. La venta cruzada no está funcionando.
—¿Estás insinuando que nuestros suscriptores son… pobres? —preguntó Rossi con horror.
Lily quiso reírse por lo sorprendido que parecía.
—Sí —le dijo Lily con firmeza. Rossi la miró con grandes ojos—. Si vende veinte mil copias en el país, esas veinte mil copias no pertenecen solo al Upper East Side, también pertenecen…
—Aquí —susurró Christopher y miró su entorno con grandes ojos—. M****a…
Romy había escuchado toda su conversación.
—Es real —le dijo ella y se acercó con una de las revistas de Craze—. Llevo tres años queriendo comprarme una pieza que mostraron en su lanzamiento navideño del 2020. —Se rio mientras hojeó la revista—. Es ridículo. —Le mostró la página y la prenda. Cinco mil dólares en letras pequeñas—. Si tan solo promocionaran cosas reales, cosas que “los normales” podemos pagar.
—Los normales —se rio Lily.
Las dos hermanas se rieron divertidas.
—Los normales —repitió Christopher y, aunque era la idea más descabellada que había escuchado nunca, tuvo que aceptar que Lily tenía razón.
Aun cuando eso significaba ir contra las reglas de su padre y, peor aún, contra Wintour.
Se prepararon para regresar a las oficinas de Craze.Rossi pidió uno de sus elegantes trajes a domicilio y Lily dejó que su hermana le arreglara un poco el cabello, para no verse tan desastrosa.Viajaron durante cuarenta minutos en total silencio y solo cuando cruzaron el rio Hudson, Christopher tuvo el valor de mirarla y hablarle.—Mi padre estará esperándonos.Lily frunció el ceño.—¿Cómo está tan seguro? —preguntó ella, un tanto liada por la seguridad que su jefe le mostraba.Pero debajo de esa seguridad, también encontró miedo.Christopher se rio tenso y se pasó los dedos por el rostro, revisándose de forma minuciosa la barba y el aliento.Lily supo entonces que lo único que buscaba era impresionar a su padre y sintió lástima.Mucha lástima.—Siempre aparece para rescatarme en mis peores momentos —se lamentó Christopher sin mirarla.Sus ojos iban fijos en el recorrido.A Lily le fastidió saber que, Connor tenía el control absoluto. No solo de Revues y toda la industria editorial,
A París le sorprendió el atrevimiento de la recién llegada. No dijo más nada que pudiera ser usado en su contra y paciente esperó a que su padre quisiera retirarse.Fue un momento tenso, extraño. Ni siquiera pudieron entenderlo, porque jamás se habrían imaginado a Christopher apoyando y mucho menos defendiendo a una mujer como Lilibeth Lopez.Antes de dejar atrás las oficinas de Craze, hicieron una parada en la oficina privada de Wintour. A puerta cerrada, para que nadie pudiera oír lo que allí se orquestaba.Christopher los vio entrar allí y miró la puerta por largos y eternos veinte minutos, mientras todo lo que Lily había conseguido se convirtió en malos pensamientos.Se imaginó cada cosa horrible que decían de él y estuvo tan nervioso que, Lily pudo vislumbrarlo.—Ya concreté una cita con MissTrex para esta tarde, señor —le dijo Lily para tratar de sacarlo de ese estado de tortura en el que estaba inmerso.Christopher suspiró y, aunque al principio había creído que la idea de Lily
De pie en la entrada del pent-house, Lily se quedó boquiabierta y sin poder avanzar ni un solo paso más.El lugar era enorme, tan luminoso y blanco que Lily se vio encandilada por tanta luz y lujos.La sala era espaciosa, con un fondo de cristales de techo a piso que dejaban al descubierto la maravillosa vista del Central Park desde las alturas.A su derecha un piano de cola. Para Lily era negro, pero en realidad era pulido de ébano. Tras el gran piano se encontraba un comedor de dieciocho puestos.Lily imaginó que, tal vez, Rossi organizaba cenas para todos sus amigos. Si hubiese sabido que esa mesa de cristal jamás se había usado, se habría reído.—Bien —dijo el hombre detrás de ella—. De derecha a izquierda… —Señaló desde la esquina—. Aquí hay una habitación para invitados, tiene baño propio, por supuesto —se rio—, puedes quedarte aquí.Lily le miró con impaciencia.—¿Quiere que me quede aquí? —preguntó ella, sintiendo las mejillas más calientes de lo normal.Rossi levantó los hombr
La muchacha dio por terminada la discusión cuando le entregó a su jefe la bolsa con las compras que él mismo le había solicitado, aunque claro, un tanto adulterada para su propia diversión.Sabía que no ganaría y había aprendido desde muy joven que con burros no se discutía.Tras eso, se dio la media vuelta y se concentró en el trabajo, con ellos de fondo, besuqueándose y manoseándose.—Asquerosos voyeristas —reclamó Lily entre dientes.Ella podía verlos por el reflejo de los cristales y, peor aún, podía escucharlos gemir, así que, para evitar todo ese incómodo momento, se puso sus auriculares y escuchó un poco de música.Aprovechó también el momento de enviarle un mensaje a su hermana, explicándole que no llegaría a dormir y que trabajaría algunas horas extras.A Romy le resultó de muy mal gusto que su hermana pasara tantas horas en el trabajo y con Don Polla dulce.Mientras la rubia que había invitado a su noche pasional le lamía la polla endurecida y lo saboreaba a gusto, Christoph
Como siempre, a Lily le llegó el arrepentimiento tarde, cuando su jefe ya había sido registrado en fotografías escandalosas que, solo empeorarían el estado de su reputación.Como si pudiera ser peor. Entendió que todo se le había salido de las manos. El incendio no estaba entre sus planes, tampoco correr cien pisos con un hombre desnudo y erecto.Reaccionó más rápido que Christopher y lo agarró de la mano para arrastrarlo de regreso al fondo de las escaleras, donde pudieron refugiarse unos minutos.Los reporteros estaban más frenéticos que nunca y estaban preparados para atacar al heredero de Rossi con todo.Cuando se vieron a salvo, con las luces rojas de emergencia tintineantes sobre sus cabezas, se miraron a los ojos y jadearon aliviados al saber que estaban vivos e ilesos.Christopher miró sus manos enlazadas y, pese a que estaba furioso con ella, le gustó su contacto. Era tibio, delicado y espontáneo.Por otro lado, a Lily le sobresaltó tanto el contacto que se deshizo de su mano
El señor Lopez los dejó pasar porque no entendía nada.Ver a su hija en pocas prendas en la mitad de la noche y a su nuevo jefe tapándose apenas las pompis con el saco de Lily, le hizo creer que se habían ido de copas y estaban tan animosos que habían acabado así, como dos borrachos callejeros. Lily llevó a su jefe hasta el cuarto de baño de la segunda planta y le ofreció una toalla limpia y un pijama masculino para que se duchara y se pusiera cómodo.Aunque Christopher tenía millones de razones para estar furioso con ella, en ese momento, se olvidó de todas. Solo le importó sentir el agua caliente y dormir a salvo.Mientras su jefe se duchaba y se quitaba la anestesia de las bolas, Lily habló con su padre. No podía dejarlo fuera. Su casa, sus reglas.—Tuvimos algunos inconvenientes. Pasaremos la noche aquí —le confesó nerviosa, aunque no toda la verdad. Omitió la más importante: todo era su culpa—. No te molesta, ¿verdad?Su padre la miró con el ceño apretado. Quería saber cuál era l
Lily se despertó escuchando un extraño ruido de fondo.Abrió los ojos con pesadez y se incorporó por igual, notando que todo el lugar seguía oscuro.De seguro aun no amanecía.Sollozó infantil al entender que le habían arruinado su sueño e hizo un esfuerzo por abrir los ojos y tratar de descubrir qué demonios estaba ocurriendo.Se pulió todo el rostro cuando vio una figura masculina al fondo de su cuarto.Cuando se percató de que era su jefe el que estaba allí, revisando sus pertenencias, se levantó de sobresalto.—¡Christopher! —le gritó en modo de regaño y él se levantó de golpe.
Tras terminar de comer, Rossi pidió uno de sus muchos trajes a domicilio. Estaba tan acostumbrado a hacerlo que, hasta conocía el número telefónico de memoria.Escogieron viajar en taxi para no llamar la atención de los reporteros, que de seguro estaban esperando su aparición del día y viajaron en silencio los primeros minutos, hasta que Christopher quiso romper el silencio.—Cincuenta mil dólares me costará la reparación del pent-house —le dijo él y la miró con agudeza.Lily lo miró también y con mueca temerosa le dijo:—Oops.—¿Oops? —preguntó él con sarcasmo—. ¿Incendiaste la clínica del odontólog