11

Lily se fue a casa repasando otra vez el manual de Craze, luchando contra su voluntad para memorizarse al pie de la letra cada regla descabellada que allí se detallaba, incluso la de los carbohidratos.

No iba a permitirle a Christopher Rossi que le ganara en su propio juego y si quería salir victoriosa de eso, debía estar preparada para todo.

Desconociéndose a sí misma, llegó a su casa más empoderada que nunca y ayudó a su padre con las quehaceres del hogar, que se acumulaban en exuberancia.

Cuando creyó que era conveniente, le contó la verdad.

—Ya lo sabía, hija —reveló su padre y, desde el otro lado de la mesa le regaló una sonrisa.

Lily dejó el maíz que picaba a un lado y se puso seria.

—¿Fue Romy? —quiso saber Lily, aunque no podía enojarse con su hermana.

Su padre negó y dejó también la carne que trozaba para hablar con ella con franqueza.

—Ellos llamaron esta mañana, apenas te fuiste —le contó su padre—. Querían confirmar tu dirección para enviarte algunos paquetes, cosas que no entendí y me explicaron que eras su nueva empleada y que era parte del protocolo. —Suspiró y Lily se mantuvo tiesa ante él. Quiso decirle que lo sentía, pero su padre se le adelantó—: no le metimos a la familia, Lilibeth.

—Lo sé, papi, es solo que... —La jovencita suspiró—. Todo fue un error, iba a renunciar, pero surgió algo y…

—¿A renunciar? ¿Y eso por qué? —la interrumpió su padre, pero no le dio oportunidad de explicarse cuando añadió—: Le pregunté a Romy si era verdad y me ayudó a entender un poco, aunque no del todo porque no tiene paciencia —dijo el viejo—. Ella dice que por fin trabajas para Revues y que eso es todo lo que importa.

Lily puso mueca divertida y, como poseía buen sentido del humor, se echó a reír con ganas, más después de ese primer día tan tenso y descabellado.

—¿Sabes, papá? Es muy irónico —se rio la jovencita de grandes ojos marrones—. Siempre quise trabajar en Revues y ojalá en la época dorada de Connor Rossi, antes de que se retirara, pero no en Craze…

—¿Y eso que es? —se rio su padre, tratando de entender de qué le hablaba su moderna hija.

—Craze es parte de Revues, y es la revista que mantiene a Revues y a todo el conglomerado a flote.

—Vaya, eso se oye importante —silbó su padre, notando que su hija había logrado algo grande.

Lily se puso triste y levantó los hombros.

—Lo es, pero no es el camino que quiero para mí —susurró—. Y sé que hay cientos de chicas, tal vez con más experiencia que yo, que matarían por estar en mi lugar… pero a mí me gustaría estar en Revues y ojalá en Nature —explicó soñadora.

Su padre formó una “o” con sus labios cuando logró entender todo el asunto.

—Ya veo… —Se puso de pie para besarla y felicitarla—. Felicidades, hija, es un logro muy grande y a veces es bueno apartarnos un poco del camino —la aconsejó y ella trató de verle el lado bueno a todo el drama—. Y recuerda llamar a tu madre para contarle.

La cara de Lily cambió de simpatía a desencanto.

No estaba en la mejor etapa de relación con su madre, no desde que los había abandonado para “ser feliz” junto a su “colágeno”, un jovencito que había conocido gracias a Victoria, su hermana menor, la que se encontraba en la universidad.

—No se me antoja hablar con ella —refutó la muchacha con cierta inmadurez.

Su padre la miró con severidad.

—Lilibeth... —la llamó su padre—, sigue siendo tu madre y sigue preocupándose por ti.

La muchacha refunfuñó y apuñaló el pimentón con rabia, desquitándose con el cuchillo que tenía en la mano.

—Le voy a dejar un audio, con eso basta —finiquitó Lily, tan corta de paciencia como lo era Romy.

Su padre suspiró y asintió para continuar con sus pendientes. No iba a interferir en los sentimientos de su hija, ni tampoco se iba a esforzar en hacerla cambiar de parecer, porque él también estaba enojado con su exesposa y por todas las mentiras con las que tanto daño les había causado.

Más que enojado, estaba desilusionado.

Lily subió a su cuarto tras terminar la comida y se encontró con Romy escondida en su armario. Como entendía el dolor con el que su hermana cargaba, se sentó frente a ella en la alfombra y cerró la puerta del armario para acompañarla.

Nunca la había cuestionado, ni siquiera por su miedo de salir de casa y se había encargado de apoyarla en todo.

—Al final me quedé en Craze —confesó Lily.

Su hermana le sonrió feliz.

—Me alegra, no te veía como la chica de los pollos fritos…

Las dos se rieron.

—Pero hice una maldad —musitó Lily.

Romy encendió la linterna de su teléfono y alumbró el encerrado lugar.

—Cuéntame, por favor. Necesito reírme un poco —le rogó Romy, dejando entrever que algo malo había ocurrido durante el día.

Lily se rio y se arrancó los zapatos que le apretaban los pies.

—Mi jefe me pidió que le enviara flores y notas de despedida a todas las mujeres con las que se ha acostado este mes… o esta semana, no lo sé… —detalló Lily—. Ya sabes, el típico: “no eres tú, soy yo, bla, bla, bla…”

—Oh no… —se adelantó Romy, imaginándose algo terrible a sabiendas de que su hermana detestaba ese tipo de juegos.

—Oh, sí —se rio Lily con tono burlesco—. Las pobres llaman una y otra vez, esperando desesperadas a que el desconsiderado de Rossi les dé una segunda oportunidad, pero parece que tiene una regla de una sola noche y, tras usarlas, las desecha.

—Desgraciado —reconoció Romina, ofendida.

—Ajá, es un rompecorazones en todo su esplendor.

—Y también debe romper catres —se rio Romy.

Lily tuvo que acompañarla.

—Sí —suspiró Lily—, no se puede negar que es perfecto. —Se rio coqueta.

Romy se cruzó de brazos y la miró con las cejas en alto. Con la luz de la linterna se veía más diabólica que divertida.

—Sabes que no caería en las redes de un sexista que solo rompería mi corazón. Ya tengo suficiente con mamá y su novio veinteañero —reclamó Lily.

Romy se rio tan fuerte que, se le escaparon unas lagrimitas.

Lily sonrió satisfecha de verla feliz, tal vez, olvidando por un instante sus miedos.

—¿Y qué le hiciste al pobre polla dulce de Rossi? —Romy preguntó.

Ya no aguantaba la intriga.

—Les envíe flores a todas sus amantes, tal cual me pidió, pero las invité a todas a la fiesta de esta noche y, para más inri, me encargué de ponerlas a todas en la lista de invitados. —Sonrió.

—Mierda, se le va a juntar el ganado —susurró Romy, riéndose impresionada—. Buena jugada, hermanita. Salud por eso.

Alzó una copa imaginaria y Lily la acompañó, pero, tras celebrar brevemente su jugada maestra, Lily se entristeció.

—Me va a despedir.

—¡¿Qué?! Pero... —Romy balbuceó—, pero no te entiendo. Esta mañana querías renunciar, pero te quedaste ¿y ahora buscas que te despida? —la increpó furiosa, pero también confundida—. Ya ponte de acuerdo.

Lily se puso las manos en la cara y se escondió detrás de sus pequeñitos dedos.

—Ay, no… —Romy entendió que su hermana algo le estaba ocultando—. ¿Es malo?

—Es turbio —musitó Lily. No quería que nadie las escuchara—. Hice un pacto con su padre a escondidas. Me ofreció cualquier puesto en Revues, a cambio de pasar seis meses con su hijo. —Reveló todo de golpe y, aunque era bueno decirlo en voz alta, no logró sentirse más aliviada. Romy la miró con sospecha—. No pude negarme. ¡Es el maldito Connor Rossi!

Romy se quedó con una ceja enarcada.

—Pero es un pacto que te beneficia, ¿o no? —preguntó Romy.

Lily frunció los labios.

—Ajá, ¿y por qué beneficiar a una don nadie como yo? ¿Y por qué seis meses? —preguntó Lily, dejando entrever que, tras entregarle su alma al diablo, le había llegado el arrepentimiento de sus desesperadas decisiones.

Romy encontró que tenía razón y especularon un largo rato sobre lo sucedido en su primer día en Craze.

Como no encontraron respuestas a nada, dejaron el armario atrás, se ducharon antes de irse a la cama y, si bien, Romy se durmió rápido, Lily se quedó despierta, siendo consumida por su remordimiento de conciencia.

Nunca había sido una mala chica, pero Christopher Rossi sacaba lo peor de ella.

Mientras ella se peleaba a oscuras con su conciencia, Christopher peleaba con todas sus amantes reunidas en un solo lugar.

Como era de esperarse, todas las jovencitas que alguna vez pasaron por la cama de Rossi asistieron a la fiesta de inicio de temporada de Marlene Wintour y, cuando la prensa contempló dicho espectáculo, no vacilaron en fotografiar a Christopher en el que llamaron: el peor de sus momentos.

Casi cuarenta muchachitas reclamando una polla sin dueña.

Casi cuarenta modelos que causaron un escándalo del que hablarían por semanas.

Para su desgracia, se había acostado también con las novias de sus clientes y cuando todos se encontraron allí, dejando al descubierto las infidelidades y los juegos repugnantes del mundo de la moda, al pobre de Christopher le llovieron los golpes, los insultos y los carterazos, cortesía Hermés Birkin y Chanel.  

Se escapó de la fiesta por un tocador al fondo del gran salón y, para su desgracia, se encontró de frente con Marlene, la protagonista de la fiesta.

La mujer, elegante desde la cuna, le miró los golpes y la sangre en la cara y con una burlesca sonrisa en el rostro le preguntó:

—¿Problemas de faldas?

Rossi gruñó.

—Lo tengo todo bajo control —reclamó entre dientes, sorbiendo agua para quitarse toda la sangre que tenía en la lengua y paladar.

La mujer lo rodeó pisando suave con sus sandalias opyum. Agarró un poco de papel y se lo ofreció para ayudarlo.

—Puedes decirle eso a todo el mundo y repetirlo las veces que quieras, pero todos sabemos que estás hundido, Christopher —le dijo amenazante y le dio unos golpecitos en la espalda, que Rossi sintió como puñaladas.

El hombre la miró a través del reflejo del espejo con furor.

—No tienes idea de lo que estás hablando —le refutó Rossi—. ¡Todo es culpa de mi m*****a asistente! —gritó furioso, pensando en Lily y las miles de formas en que la castigaría.

Marlene lo miró con las cejas en alto y, tras estudiarlo brevemente, se largó a reír.

—¿Sí? —preguntó desconfiada—. ¿Estás seguro de que es su culpa?

—La muy estúpida…

—Recuérdame enviarle mis felicitaciones, una mente maestra —se rio Marlene, dejando entrever que no estaba de su lado.

—¿Qué insinúas? —inquirió Christopher, mirándola con sospecha.

—No insinúo nada, niño —le escupió la madura mujer con consistencia—. ¿Sabes, Christopher? Siento mucha lástima por tu padre. El pobre se esfuerza tanto en hacerle creer a todos que eres digno de ocupar su lugar, pero todos sabemos que, no sabes ni atarte las agujetas tu solo —lo humilló y sin darle tiempo para que se defendiera, añadió—: Mejor hazte a un lado y deja a los adultos trabajar. Tenemos una revista que sacar adelante.

Tras eso, se marchó, pisando con firmeza con sus tacones dorados.

Si bien, salió por la puerta, se quedó para escuchar el arrebato que ahogó a Christopher en el baño. El hombre gritó y golpeó los espejos con ira, dejando entrever que, no había ni pizca de madurez en él.

—Te voy a matar, Lily López —reclamó entre dientes, imaginándose su rostro ensangrentado en todas las portadas de los periódicos.

Y, peor aún, imaginándose el rostro de decepción de su padre.

Lila Steph

MUCHAS GRACIAS a todos por darle una oportunidad a Rossi y su intensidad, también a Lily. Gracias por leer, darle me gusta, comentar y dejar su amor. *-*

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