Lily se fue a casa repasando otra vez el manual de Craze, luchando contra su voluntad para memorizarse al pie de la letra cada regla descabellada que allí se detallaba, incluso la de los carbohidratos.
No iba a permitirle a Christopher Rossi que le ganara en su propio juego y si quería salir victoriosa de eso, debía estar preparada para todo.
Desconociéndose a sí misma, llegó a su casa más empoderada que nunca y ayudó a su padre con las quehaceres del hogar, que se acumulaban en exuberancia.
Cuando creyó que era conveniente, le contó la verdad.
—Ya lo sabía, hija —reveló su padre y, desde el otro lado de la mesa le regaló una sonrisa.
Lily dejó el maíz que picaba a un lado y se puso seria.
—¿Fue Romy? —quiso saber Lily, aunque no podía enojarse con su hermana.
Su padre negó y dejó también la carne que trozaba para hablar con ella con franqueza.
—Ellos llamaron esta mañana, apenas te fuiste —le contó su padre—. Querían confirmar tu dirección para enviarte algunos paquetes, cosas que no entendí y me explicaron que eras su nueva empleada y que era parte del protocolo. —Suspiró y Lily se mantuvo tiesa ante él. Quiso decirle que lo sentía, pero su padre se le adelantó—: no le metimos a la familia, Lilibeth.
—Lo sé, papi, es solo que... —La jovencita suspiró—. Todo fue un error, iba a renunciar, pero surgió algo y…
—¿A renunciar? ¿Y eso por qué? —la interrumpió su padre, pero no le dio oportunidad de explicarse cuando añadió—: Le pregunté a Romy si era verdad y me ayudó a entender un poco, aunque no del todo porque no tiene paciencia —dijo el viejo—. Ella dice que por fin trabajas para Revues y que eso es todo lo que importa.
Lily puso mueca divertida y, como poseía buen sentido del humor, se echó a reír con ganas, más después de ese primer día tan tenso y descabellado.
—¿Sabes, papá? Es muy irónico —se rio la jovencita de grandes ojos marrones—. Siempre quise trabajar en Revues y ojalá en la época dorada de Connor Rossi, antes de que se retirara, pero no en Craze…
—¿Y eso que es? —se rio su padre, tratando de entender de qué le hablaba su moderna hija.
—Craze es parte de Revues, y es la revista que mantiene a Revues y a todo el conglomerado a flote.
—Vaya, eso se oye importante —silbó su padre, notando que su hija había logrado algo grande.
Lily se puso triste y levantó los hombros.
—Lo es, pero no es el camino que quiero para mí —susurró—. Y sé que hay cientos de chicas, tal vez con más experiencia que yo, que matarían por estar en mi lugar… pero a mí me gustaría estar en Revues y ojalá en Nature —explicó soñadora.
Su padre formó una “o” con sus labios cuando logró entender todo el asunto.
—Ya veo… —Se puso de pie para besarla y felicitarla—. Felicidades, hija, es un logro muy grande y a veces es bueno apartarnos un poco del camino —la aconsejó y ella trató de verle el lado bueno a todo el drama—. Y recuerda llamar a tu madre para contarle.
La cara de Lily cambió de simpatía a desencanto.
No estaba en la mejor etapa de relación con su madre, no desde que los había abandonado para “ser feliz” junto a su “colágeno”, un jovencito que había conocido gracias a Victoria, su hermana menor, la que se encontraba en la universidad.
—No se me antoja hablar con ella —refutó la muchacha con cierta inmadurez.
Su padre la miró con severidad.
—Lilibeth... —la llamó su padre—, sigue siendo tu madre y sigue preocupándose por ti.
La muchacha refunfuñó y apuñaló el pimentón con rabia, desquitándose con el cuchillo que tenía en la mano.
—Le voy a dejar un audio, con eso basta —finiquitó Lily, tan corta de paciencia como lo era Romy.
Su padre suspiró y asintió para continuar con sus pendientes. No iba a interferir en los sentimientos de su hija, ni tampoco se iba a esforzar en hacerla cambiar de parecer, porque él también estaba enojado con su exesposa y por todas las mentiras con las que tanto daño les había causado.
Más que enojado, estaba desilusionado.
Lily subió a su cuarto tras terminar la comida y se encontró con Romy escondida en su armario. Como entendía el dolor con el que su hermana cargaba, se sentó frente a ella en la alfombra y cerró la puerta del armario para acompañarla.
Nunca la había cuestionado, ni siquiera por su miedo de salir de casa y se había encargado de apoyarla en todo.
—Al final me quedé en Craze —confesó Lily.
Su hermana le sonrió feliz.
—Me alegra, no te veía como la chica de los pollos fritos…
Las dos se rieron.
—Pero hice una maldad —musitó Lily.
Romy encendió la linterna de su teléfono y alumbró el encerrado lugar.
—Cuéntame, por favor. Necesito reírme un poco —le rogó Romy, dejando entrever que algo malo había ocurrido durante el día.
Lily se rio y se arrancó los zapatos que le apretaban los pies.
—Mi jefe me pidió que le enviara flores y notas de despedida a todas las mujeres con las que se ha acostado este mes… o esta semana, no lo sé… —detalló Lily—. Ya sabes, el típico: “no eres tú, soy yo, bla, bla, bla…”
—Oh no… —se adelantó Romy, imaginándose algo terrible a sabiendas de que su hermana detestaba ese tipo de juegos.
—Oh, sí —se rio Lily con tono burlesco—. Las pobres llaman una y otra vez, esperando desesperadas a que el desconsiderado de Rossi les dé una segunda oportunidad, pero parece que tiene una regla de una sola noche y, tras usarlas, las desecha.
—Desgraciado —reconoció Romina, ofendida.
—Ajá, es un rompecorazones en todo su esplendor.
—Y también debe romper catres —se rio Romy.
Lily tuvo que acompañarla.
—Sí —suspiró Lily—, no se puede negar que es perfecto. —Se rio coqueta.
Romy se cruzó de brazos y la miró con las cejas en alto. Con la luz de la linterna se veía más diabólica que divertida.
—Sabes que no caería en las redes de un sexista que solo rompería mi corazón. Ya tengo suficiente con mamá y su novio veinteañero —reclamó Lily.
Romy se rio tan fuerte que, se le escaparon unas lagrimitas.
Lily sonrió satisfecha de verla feliz, tal vez, olvidando por un instante sus miedos.
—¿Y qué le hiciste al pobre polla dulce de Rossi? —Romy preguntó.
Ya no aguantaba la intriga.
—Les envíe flores a todas sus amantes, tal cual me pidió, pero las invité a todas a la fiesta de esta noche y, para más inri, me encargué de ponerlas a todas en la lista de invitados. —Sonrió.
—Mierda, se le va a juntar el ganado —susurró Romy, riéndose impresionada—. Buena jugada, hermanita. Salud por eso.
Alzó una copa imaginaria y Lily la acompañó, pero, tras celebrar brevemente su jugada maestra, Lily se entristeció.
—Me va a despedir.
—¡¿Qué?! Pero... —Romy balbuceó—, pero no te entiendo. Esta mañana querías renunciar, pero te quedaste ¿y ahora buscas que te despida? —la increpó furiosa, pero también confundida—. Ya ponte de acuerdo.
Lily se puso las manos en la cara y se escondió detrás de sus pequeñitos dedos.
—Ay, no… —Romy entendió que su hermana algo le estaba ocultando—. ¿Es malo?
—Es turbio —musitó Lily. No quería que nadie las escuchara—. Hice un pacto con su padre a escondidas. Me ofreció cualquier puesto en Revues, a cambio de pasar seis meses con su hijo. —Reveló todo de golpe y, aunque era bueno decirlo en voz alta, no logró sentirse más aliviada. Romy la miró con sospecha—. No pude negarme. ¡Es el maldito Connor Rossi!
Romy se quedó con una ceja enarcada.
—Pero es un pacto que te beneficia, ¿o no? —preguntó Romy.
Lily frunció los labios.
—Ajá, ¿y por qué beneficiar a una don nadie como yo? ¿Y por qué seis meses? —preguntó Lily, dejando entrever que, tras entregarle su alma al diablo, le había llegado el arrepentimiento de sus desesperadas decisiones.
Romy encontró que tenía razón y especularon un largo rato sobre lo sucedido en su primer día en Craze.
Como no encontraron respuestas a nada, dejaron el armario atrás, se ducharon antes de irse a la cama y, si bien, Romy se durmió rápido, Lily se quedó despierta, siendo consumida por su remordimiento de conciencia.
Nunca había sido una mala chica, pero Christopher Rossi sacaba lo peor de ella.
Mientras ella se peleaba a oscuras con su conciencia, Christopher peleaba con todas sus amantes reunidas en un solo lugar.
Como era de esperarse, todas las jovencitas que alguna vez pasaron por la cama de Rossi asistieron a la fiesta de inicio de temporada de Marlene Wintour y, cuando la prensa contempló dicho espectáculo, no vacilaron en fotografiar a Christopher en el que llamaron: el peor de sus momentos.
Casi cuarenta muchachitas reclamando una polla sin dueña.
Casi cuarenta modelos que causaron un escándalo del que hablarían por semanas.
Para su desgracia, se había acostado también con las novias de sus clientes y cuando todos se encontraron allí, dejando al descubierto las infidelidades y los juegos repugnantes del mundo de la moda, al pobre de Christopher le llovieron los golpes, los insultos y los carterazos, cortesía Hermés Birkin y Chanel.
Se escapó de la fiesta por un tocador al fondo del gran salón y, para su desgracia, se encontró de frente con Marlene, la protagonista de la fiesta.
La mujer, elegante desde la cuna, le miró los golpes y la sangre en la cara y con una burlesca sonrisa en el rostro le preguntó:
—¿Problemas de faldas?
Rossi gruñó.
—Lo tengo todo bajo control —reclamó entre dientes, sorbiendo agua para quitarse toda la sangre que tenía en la lengua y paladar.
La mujer lo rodeó pisando suave con sus sandalias opyum. Agarró un poco de papel y se lo ofreció para ayudarlo.
—Puedes decirle eso a todo el mundo y repetirlo las veces que quieras, pero todos sabemos que estás hundido, Christopher —le dijo amenazante y le dio unos golpecitos en la espalda, que Rossi sintió como puñaladas.
El hombre la miró a través del reflejo del espejo con furor.
—No tienes idea de lo que estás hablando —le refutó Rossi—. ¡Todo es culpa de mi m*****a asistente! —gritó furioso, pensando en Lily y las miles de formas en que la castigaría.
Marlene lo miró con las cejas en alto y, tras estudiarlo brevemente, se largó a reír.
—¿Sí? —preguntó desconfiada—. ¿Estás seguro de que es su culpa?
—La muy estúpida…
—Recuérdame enviarle mis felicitaciones, una mente maestra —se rio Marlene, dejando entrever que no estaba de su lado.
—¿Qué insinúas? —inquirió Christopher, mirándola con sospecha.
—No insinúo nada, niño —le escupió la madura mujer con consistencia—. ¿Sabes, Christopher? Siento mucha lástima por tu padre. El pobre se esfuerza tanto en hacerle creer a todos que eres digno de ocupar su lugar, pero todos sabemos que, no sabes ni atarte las agujetas tu solo —lo humilló y sin darle tiempo para que se defendiera, añadió—: Mejor hazte a un lado y deja a los adultos trabajar. Tenemos una revista que sacar adelante.
Tras eso, se marchó, pisando con firmeza con sus tacones dorados.
Si bien, salió por la puerta, se quedó para escuchar el arrebato que ahogó a Christopher en el baño. El hombre gritó y golpeó los espejos con ira, dejando entrever que, no había ni pizca de madurez en él.
—Te voy a matar, Lily López —reclamó entre dientes, imaginándose su rostro ensangrentado en todas las portadas de los periódicos.
Y, peor aún, imaginándose el rostro de decepción de su padre.
MUCHAS GRACIAS a todos por darle una oportunidad a Rossi y su intensidad, también a Lily. Gracias por leer, darle me gusta, comentar y dejar su amor. *-*
A la medianoche, Lily le mandó un audio a su madre, informándole sobre su nuevo trabajo y lo mucho que eso significaba para ella. La verdad, hacía mucho que había dejado de importarle si su madre le respondía o no. A ella solo le importaba la estabilidad de su padre.Y si su padre le pedía que hablara con su madre, ella lo hacía.Aunque creyó que con eso se quitaría un peso de encima y lograría dormir un poco antes de que el despertador sonara en pocas horas, sucedió todo lo contrario y se dio tantas vueltas en la cama que, sacó las sábanas y se tuvo que levantar para arreglarla de nuevo.Se escabulló hasta el baño y se aplicó un exfoliante nocturno que su hermana menor le había obsequiado. Tal vez, así se quitaba algunas impurezas para entrar con la frente en alto y sin puntos negros a Craze.Con la cama estirada y con la piel exfoliada, se metió a la cama, anhelando dormirse de golpe, pero no lo consiguió.Tenía un presentimiento tan malo que, a las dos de la mañana, empezó a camina
A Lily le vino la verdadera preocupación y no dudó en auxiliarlo, aun cuando le dolía la espalda por la caída. Sabía que tener a Christopher enojado y borracho en su casa era su culpa, y tenía que asumir las consecuencias de sus malos actos. —Señor… señor lo lamento tanto, yo…Rossi escuchó su voz cantarina y gruñó con tanta rabia que, la jovencita se levantó alarmada y se alejó de él, puesto que no sabía cómo iba a reaccionar.El hombre estaba furioso, lleno de sangre, mojado entero y tan destartalado que, Lily se acordó de los vagabundos que rondaban sus calles.Con lástima lo miró desde su lugar e intentó acercarse otra vez, a sabiendas de que él estaba así por su culpa.—Lily, ¿quién es este hombre? ¿Tú lo conoces? —preguntó su padre con insistencia.Lily asintió y con vergüenza reconoció la verdad:—Es mi jefe.Su padre abrió grandes ojos y la miró con horror. Romy no se quedó atrás y contempló al pobre de Rossi tumbado en el piso con preocupación.—¿Está borracho? —preguntó Rom
Desde que su esposa lo había dejado por un “colágeno”, el señor López se había convertido en un entusiasta de la vida y se levantaba cada mañana con música latina, abría todas las cortinas de la casa y cantaba a todo pulmón mientras limpiaba sus muchos retratos familiares.A Cristopher le tocó despertar con eso y, aunque no recordaba nada de lo que había sucedido en la noche anterior, el dolor de cabeza que lo golpeó en cuanto abrió los ojos, le aclaró un poquito la mente.—Buenos días, Señor Rossi —lo saludó el padre de Lily y desde el mesón lo miró sonriente.Sostenía una taza de café y con cuidado se acercó a él para ofrecerle una taza también.Rossi miró el café con los ojos apenas abiertos y luchó para alzar la vista, pero la cocina estaba tan luminosa que sintió que se moría.—Bébase este cafecito, cura corazones rotos —le cuchicheó divertido y le puso la taza en frente para alentarlo. Tras eso, empezó a cantar a todo pulmón otra vez—: “Si te vienen a contar cositas malas de mí,
De pie en la calle, cubriéndose las bolas con una mano, Christopher recordó que no podía despedir a Lily.Las advertencias de su padre habían sido claras y, si se osaba a despedirla, él se iría con ella y no estaba listo para irse, mucho menos para fracasar.La puerta se abrió y Christopher volteó asustado, con grandes ojos.Suspiró cuando se encontró con el padre de Lily.Él le dedicó un asentimiento de lamento y puso una manta gruesa sobre sus hombros. Christopher se aferró de ella con desespero. Estaba a punto de morir congelado.—Quiere que le llame un taxi o…—Quiero hablar con ella —exigió Christopher con valentía, aun cuando sabía que Lily era de armas tomar.Pero no le tenía miedo. O al menos eso pensaba.El señor Lopez negó y se rio.—Mire, señor Rossi… —Quiso serle sincero sin ofenderlo—. No creo que mi Lily quiera…—Solo necesito decirle algo. —Christopher se le adelantó él con urgencia.El señor Lopez lo miró por unos segundos y, aunque no solía intervenir en las decisione
—¿Cuánto dinero te ofreció? —la interrogó Rossi.Quería saber cuánto valía para su padre.—No me ofreció dinero —le refutó ella y Christopher se sintió peor—. Me ofreció cumplir un sueño.—¿Un sueño? —bufó descortés y con cara de fastidio—. ¿Acaso no sabes que los sueños también se cumplen con dinero? —preguntó déspota.Ella negó sonriente y chasqueó la lengua.Christopher maldijo cuando la vio sonreír así.Empezaba a gustarle cuando le mostraba ese gesto tan transparente y un hoyuelo que se le marcaba en la mejilla izquierda.Era perfecto.—No mi sueño —contestó ella, orgullosa de lo que quería en su vida y cómo lo quería—. Mi sueño no puede comprarse.Christopher suspiró fastidiado por su modo de ver las cosas.Era tan simplona que, le volvía loco. Y no de buena forma. —¿Qué condición le puso? —preguntó ella, metiéndole tres cucharadas de azúcar a su café.Rossi puso mueca nauseabunda y no vaciló en decirle:—Eso no es sano para ti, la diabetes…—Cállese, ¿quiere? —le refutó ella,
Se prepararon para regresar a las oficinas de Craze.Rossi pidió uno de sus elegantes trajes a domicilio y Lily dejó que su hermana le arreglara un poco el cabello, para no verse tan desastrosa.Viajaron durante cuarenta minutos en total silencio y solo cuando cruzaron el rio Hudson, Christopher tuvo el valor de mirarla y hablarle.—Mi padre estará esperándonos.Lily frunció el ceño.—¿Cómo está tan seguro? —preguntó ella, un tanto liada por la seguridad que su jefe le mostraba.Pero debajo de esa seguridad, también encontró miedo.Christopher se rio tenso y se pasó los dedos por el rostro, revisándose de forma minuciosa la barba y el aliento.Lily supo entonces que lo único que buscaba era impresionar a su padre y sintió lástima.Mucha lástima.—Siempre aparece para rescatarme en mis peores momentos —se lamentó Christopher sin mirarla.Sus ojos iban fijos en el recorrido.A Lily le fastidió saber que, Connor tenía el control absoluto. No solo de Revues y toda la industria editorial,
A París le sorprendió el atrevimiento de la recién llegada. No dijo más nada que pudiera ser usado en su contra y paciente esperó a que su padre quisiera retirarse.Fue un momento tenso, extraño. Ni siquiera pudieron entenderlo, porque jamás se habrían imaginado a Christopher apoyando y mucho menos defendiendo a una mujer como Lilibeth Lopez.Antes de dejar atrás las oficinas de Craze, hicieron una parada en la oficina privada de Wintour. A puerta cerrada, para que nadie pudiera oír lo que allí se orquestaba.Christopher los vio entrar allí y miró la puerta por largos y eternos veinte minutos, mientras todo lo que Lily había conseguido se convirtió en malos pensamientos.Se imaginó cada cosa horrible que decían de él y estuvo tan nervioso que, Lily pudo vislumbrarlo.—Ya concreté una cita con MissTrex para esta tarde, señor —le dijo Lily para tratar de sacarlo de ese estado de tortura en el que estaba inmerso.Christopher suspiró y, aunque al principio había creído que la idea de Lily
De pie en la entrada del pent-house, Lily se quedó boquiabierta y sin poder avanzar ni un solo paso más.El lugar era enorme, tan luminoso y blanco que Lily se vio encandilada por tanta luz y lujos.La sala era espaciosa, con un fondo de cristales de techo a piso que dejaban al descubierto la maravillosa vista del Central Park desde las alturas.A su derecha un piano de cola. Para Lily era negro, pero en realidad era pulido de ébano. Tras el gran piano se encontraba un comedor de dieciocho puestos.Lily imaginó que, tal vez, Rossi organizaba cenas para todos sus amigos. Si hubiese sabido que esa mesa de cristal jamás se había usado, se habría reído.—Bien —dijo el hombre detrás de ella—. De derecha a izquierda… —Señaló desde la esquina—. Aquí hay una habitación para invitados, tiene baño propio, por supuesto —se rio—, puedes quedarte aquí.Lily le miró con impaciencia.—¿Quiere que me quede aquí? —preguntó ella, sintiendo las mejillas más calientes de lo normal.Rossi levantó los hombr