8

Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.

Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.

—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es…

—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.

Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.

Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.

—Señor, yo…

—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.

Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.

—Nada, Señor —respondió ella y quiso enterrarse viva en ese preciso instante.

Era pésima mintiendo y lo peor era que, no tenían que conocerla mucho para saber cuándo mentía. Hasta el más ciego podía darse cuenta.

—¿Dinero, propiedades, residencia permanente en el país? —atacó Rossi a toda prisa.

Lily le miró ofendida.

Claro, le había ofrecido algo a cambio, pero también le había pedido que no se refiriera con nadie más sobre ese acuerdo secreto.

—No me ofreció nada —repitió Lily con firmeza, ofendida por sus ofensas—. Y si está insinuando que estoy en este país ilegalmente, esta muy equivocado. —Le ofreció un desaire—. Ofende a mi familia con esas suposiciones y no voy a permitírselo.

Los dos se miraron brevemente con agudeza. Rossi no podía creer que, una simple asistente tuviera el valor de hablarle así. Él acostumbraba a que bajaran la cabeza y se arrodillaran a sus pies.

Tras eso, Rossi regresó a su escritorio sin decir palabra y buscó ordenar sus ideas.

Caminó de lado a lado por la amplia oficina y en frente de Lily, mientras trató de entender y descubrir a qué acuerdo había llegado la latinoamericana con su padre, pero, aunque intentó mirarla a la cara para intimidarla y descubrir la verdad, le resultaba tan espantosa que, el que terminaba intimidado por su fealdad, era él.

—No quise ofenderla, ni a usted ni a su familia. Me disculpo —se excusó el hombre, sorprendiendo a Lily con su cambió.

Pero también haciéndola ponerse en alerta.

—Disculpas aceptadas —le contestó ella, aunque muy desconfiada.

No era normal el cambio que presentaba, no después de haberla acusado con tanta seguridad.

—¿Por cuánto tiempo la contrataron? —preguntó Christopher.

—Seis meses, Señor —contestó Lily con seriedad.

La cara de Christopher cambió a horror. No podía creer que iba a tener que aguantar por seis meses a la panzoncita latina.

Se rascó el cuello con rabia y soltó un gran suspiro de derrota.

—Le voy a mostrar su escritorio, donde pasará los siguientes seis meses —le dijo él y la invitó a caminar afuera de su oficina.

Lily lo siguió sin dudar, pero se mantuvo refugiada en su espalda, un tanto desconfiada del lugar que le iba a ofrecer.

Para su suerte, su despacho estaba frente al suyo, con una linda vista y una zona de trabajo que, según el criterio de Lily, estaba bastante bien.

Tenía flores en la esquina, organizadores, una silla cómoda y muchos lápices de colores.

Lily sonrió.

—Computadora, las claves, accesos al correo de asistente, teléfono, agenda personal, agenda de trabajo, agenda de teléfonos, mi anexo… —Señaló Rossi a toda prisa y, tras creer que había terminado de explicarle lo más importante, le dijo—: A ver por cuánto soporta los flagelos de la moda, señorita. —Acentuó bien la palabra “señorita”, incomodando a Lily.

Él le guiñó un ojo y tras ofrecerle una seductora sonrisa, caminó para refugiarse en su oficina otra vez.

Lily lo siguió con la mirada y, aunque en un principio le había gustado la idea de que solo cristales los separaran, en ese momento, se le hizo terriblemente incómodo.

Frente a ella, tenía todo el tiempo a Christopher Rossi, mirándola con esos ojos claros y profundos que la amilanaban.

Decidida a demostrarle de lo que era capaz, encendió a toda prisa la computadora e ingresó las claves que allí se indicaban, mientras hojeó las agendas del hombre. Cuando pudo acceder al correo electrónico de la revista, se espantó al ver que habían más de quinientos correos en espera.

Decidió que los revisaría uno a uno, del más antiguo, pero, cada vez que abría uno, el contador no disminuía, muy por el contrario, solo crecía y crecía.

506, 508, 512, 525.

En un pestañeo ya tenía 550 correos pendientes.

Lily sintió que se ahogaba y eso que recién empezaba. Cuando los teléfonos empezaron a timbrar, la cabeza se le hizo un lio y estuvo a punto de tener un colapso mental.

Christopher apareció por la puerta para empeorarlo todo.

—López, consígueme un café con leche de soya y un sándwich de cebolla, tomate y serrano —ordenó y regresó a encerrarse, sin pedir “por favor” ni añadir un simple “gracias”.

Lily asintió obediente, pero la vedad era que, no recordaba nada de lo que el hombre le había dicho. De fondo, los teléfonos seguían timbrando, el número en la bandeja de entrada de correo seguía creciendo y, sus nuevos compañeros la miraban desde la distancia con muecas burlescas.

Cogió su cartera, sin saber qué era lo que iba a comprar y se puso el teléfono en la oreja para recibir una última llamada antes de partir.

—Oficina del señor Christopher Rossi, en que puedo ayudarle —dijo jadeante.

—Señorita López, soy Connor Rossi —le saludó el padre del demonio y la jovencita suspiró aliviada—. Veo que ya está cumpliendo sus funciones.

—Eso intento —le dijo ella, toda agobiada—, pero es muy difícil.

—Es organización —la alentó al hombre—. Y, como le dije, mi hijo se lo hará más difícil que nunca.

—Tengo que salir, señor Rossi. Su hijo me envió a comprarle algo que no recuerdo —susurró ella, al borde de un colapso.

Connor Rossi se carcajeó al oírla tan complicada y supo que tendría que ayudarla un poco para que no sufriera tanto en las garras de su hijo.

—Apunte, por favor —le dijo el señor Rossi. Ella abrió grandes ojos y cogió una pequeña libreta para apuntar lo que el hombre le iba a decir—. Café con leche de soya, le gusta el vaso bien lleno y un emparedado de pan de cebolla, no con cebolla, rodajas de tomate sin cáscara y solo aliño de oliva, nada de sal o limón y con largas lonchas de jamón serrano.

Lily suspiró tan aliviada que, el señor Rossi sintió que la había salvado de una desgracia.

—No sé cómo agradecerle —susurró ella y, desde los cristales, pudo sentir la mirada intensa de Christopher—. Ya tengo que irme, si supiera como su hijo me mira.

—Puedo imaginármelo —le respondió Connor riéndose.

Lily terminó la llamada y dejó su despacho a toda prisa.

Salió corriendo de la oficina, sin percatarse en los demás trabajadores que la miraban con espanto y como cuchicheaban en su contra.

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