Eliza Harper lleva tres años como asistente personal de Bastián Müller, un hombre serio, frío y completamente volcado en su empresa. Alegre y optimista, Eliza ha encontrado estabilidad en su trabajo, aunque su vida sentimental es un desastre. Sin embargo, su rutina cambia radicalmente cuando Bastián le propone un acuerdo inesperado, fingir ser su novia para despertar los celos de su exnovia, a quien ha visto en un evento junto a su mayor rival comercial. Sin embargo, un mal entendido transforma el noviazgo en compromiso. Lo que debía ser un simple trato se complica, además, cuando el padre de Bastián impone una condición para cederle las acciones de la empresa: debe formalizar su compromiso. Obligados a convivir para que la farsa sea creíble, la cercanía entre ellos comienza a borrar los límites entre la realidad y la actuación. Bastián, acostumbrado a mantener a todos a distancia, se ve enfrentado a sus propios sentimientos mientras Eliza descubre un lado vulnerable y humano en su jefe, que jamás imaginó que existiera. Entre miradas furtivas, momentos cargados de tensión y una conexión inesperada, ambos se cuestionan si lo que sienten es real o solo parte del acuerdo. ¿Podrá Eliza derretir el corazón de Bastián, o él seguirá adelante con su plan inicial? En este juego de apariencias, los sentimientos se entremezclan y los dos deberán decidir si están dispuestos a arriesgarlo todo por un amor que ninguno de los dos esperaba encontrar.
Leer másElizaLo había besado y se había sentido colosal.No lo planeé. No hubo estrategia, ni razonamiento detrás de ello. Simplemente me dejé llevar por su cercanía, por la intensidad de su mirada y por su maldito aroma, ese que me desarmaba sin remedio. Después de ese casi beso en la cocina y la forma en que se fue, había decidido dejarlo estar. Mantenerme firme en lo que esto realmente era: una farsa.Pero tenerlo tan cerca nubló mí ya escaso sentido común.Nada podría haberme preparado para la forma en que reaccionó. No se apartó, no me detuvo. Me devolvió el beso. Y lo hizo de una manera que me dejó sin aliento, como si por un instante todo lo demás hubiera desaparecido. Como si no existiera ni el acuerdo, ni las mentiras, ni el tiempo perdido. Solo nosotros.Y ahora… ¿qué significaba eso?Con el pulso aún acelerado y la mente enredada en la confusión, me obligué a moverme. En tiempo récord me metí bajo el agua fría de la ducha, intentando disipar el calor que su boca había encendido en
BastiánLlevaba fuera de la oficina desde primera hora de la mañana, encadenando reuniones que exigían mi concentración y tomando decisiones que afectarían el rumbo de la empresa. Pero mientras caminaba de regreso a mi despacho, no era el último acuerdo cerrado ni los números en los informes lo que ocupaba mi mente.No.Lo que me atormentaba era el hecho de que ayer había estado a centímetros de besar a Eliza en mi cocina.Ese instante, breve pero cargado de tensión, seguía clavado en mi memoria con una claridad irritante. La forma en que sus labios entreabiertos parecían invitarme, el leve temblor en su respiración, la chispa de algo inconfesable en sus ojos. Pero, como el cobarde que era en lo que respectaba a mis propios sentimientos, había dado un paso atrás. Y después, en vez de enfrentar lo que había estado a punto de suceder, la había evitado todo el día.Me había refugiado en la soledad de mi despacho, enterrando mi cabeza en el trabajo como si eso fuera suficiente para callar
ElizaLa cama estaba vacía cuando desperté. Parpadeé un par de veces, tratando de disipar la neblina del sueño, y deslicé la mano por las sábanas frías, buscando alguna señal de que el señor Müller había estado allí hasta hace poco. Nada.Había algo casi irreal en estar compartiendo su cama, en haberme sentido tan cercana a un secreto que se negaba a ser completamente revelado.Con el sol asomándose tímidamente entre las cortinas, mis ojos se abrieron a una realidad diferente. Me incorporé lentamente, echando un vistazo alrededor del dormitorio. La puerta del baño estaba entreabierta, pero la luz apagada me confirmó que estaba sola. Eso significaba que era seguro levantarme sin la incómoda posibilidad de toparme con él medio desnudo o, peor aún, tener que mantener una conversación demasiado temprano en la mañana.Me dirigí al baño y me puse una camiseta vieja y mis fieles pantalones cortos de fin de semana. No eran elegantes ni sofisticados, pero eran cómodos, y en este momento, el
BastiánDormir con Eliza en mi cara era…No, no tenía palabras para describir aquello.Solo había sido una jodida noche, pero había trastornado mi cerebro de una manera absurda. ¿Qué carajo tenía ella que me hacía sentir así?¿Era su aroma dulce impregnado en mis sábanas? ¿El calor de su piel, que seguía ahí incluso cuando me acosté al filo del colchón intentando marcar una distancia? ¿O la forma en que murmuraba en sueños, completamente ajena al caos que me provocaba?No tenía idea, pero lo que sí sabía era que no había dormido. Ni un puto segundo.Solté un suspiro pesado y me pasé una mano por el rostro, agotado. Las letras de los documentos frente a mí parecían un borrón inútil. No importaba cuánto intentara concentrarme, mi cabeza volvía una y otra vez a la misma imagen: Eliza, dormida en mi cama, con su respiración tranquila, su cabello desparramado sobre mi almohada, su cuerpo pequeño, pero jodidamente invasivo a mi lado.Chasqueé la lengua, molesto conmigo mismo.Me levanté y f
ElizaLa noche había sido tensa y estaba cargada de palabras no dichas.Por no decir menos.En esa batalla con sus padres, había dejado clara mi posición. Mi actuación había sido tan convincente que hasta yo misma estuve a punto de creer mis propias palabras. Pero la tensión no terminaba ahí. Claro que no. Porque que sus padres se quedaran con nosotros unos días implicaba algo más. Algo mucho peor.Significaba que debía compartir la habitación con mi jefe.Y la cama.Sobre todo, la cama.El solo pensamiento me erizaba la piel por razones que prefería no analizar. Habría hecho cualquier cosa por evitarlo, pero él tenía razón. No era lógico que una pareja, aunque fuera una farsa, durmiera en habitaciones separadas. Y esta mentira tenía que ser perfecta. No podía haber fisuras, no con la manera en que su madre nos observaba, con esos ojos afilados de quien sospecha que algo no encaja, de quien huele la mentira en el aire y solo espera el momento oportuno para desenmascararla.No podía pe
ElizaEstaba nerviosa.No…Tacha eso, estaba aterrada.Hoy llegarían los padres de Bastián y, a estas alturas, dormir en la misma cama que él era el menor de mis problemas. ¿En qué momento todo se había complicado tanto?Quizás…Quizás en el preciso instante en que abrí la boca y solté aquella locura sobre el compromiso.Suspiré, sintiendo la opresión en mi pecho aumentar. No estaba segura de poder enfrentarme a su familia. Una cosa era lidiar con Venus y sus comentarios venenosos, pero sus padres…Dios.Eso era completamente diferente.Ellos lo conocían mejor que nadie. Cada gesto, cada mirada, cada palabra que saliera de su boca. Si había alguien capaz de ver a través de esta farsa, eran ellos.Nuestra actuación no solo debía ser creíble.Debía ser impecable.Majestuosa.Cualquier error, cualquier pequeño desliz… y todo se derrumbaría.El corazón me latía en los oídos mientras me miraba en el espejo una última vez. El vestido que había elegido era sencillo, pero elegante. Algo segur
BastiánLlevaba cinco días enteros dándole vueltas en la cabeza, buscando la manera de decirle a Eliza que mis padres vendrían. Y lo que era peor: que debíamos dormir juntos.Todavía no entendía cómo habíamos llegado a este punto. O bueno… sí lo entendía. No podía hacerme el idiota.Todo se había complicado más de lo que debía, y yo tenía gran parte de la culpa.El solo recuerdo de mi reacción cuando la vi con ese maldito anillo de compromiso me hacía soltar un suspiro pesado. ¿En qué momento me había convertido en ese tipo de hombre? Como si aquel simple anillo pudiera marcarla como mía. Como si eso tuviera algún sentido cuando, en el fondo, sabía que lo que realmente me quemaba por dentro era otra cosa. Algo que no tenía que ver con acuerdos o apariencias. Algo que no quería admitir.Me pasé una mano por la nuca con frustración y miré mi reloj por quinta vez en los últimos diez minutos.No podía seguir postergándolo.Era absurdo que un hombre como yo, acostumbrado a lidiar con invers
ElizaLa noche se había desbordado con la energía de la multitud. El bar, ruidoso y abarrotado, vibraba al ritmo de la música de fondo, mientras las luces de neón parpadeaban en tonos violetas y azules. Me acomodé en una mesa alta, sentándome de forma relajada, casi como si buscara el confort de un refugio en medio del caos. Sorbí el Martini, dejando que el frío líquido se deslizara por mi garganta. Mi tacón, en un impulso casi involuntario, comenzó a marcar el ritmo de una versión de una canción que no reconocía, pero que sonaba envolvente en el aire espeso de la noche.Emma aún no había llegado, y aunque disfrutaba de la gente a mi alrededor, una parte de mí ya ansiaba su presencia. La idea de que fuera una noche de chicas me aliviaba, algo normal en un torbellino de caos emocional. Habían sido unos días intensos, con demasiadas vueltas en mi cabeza y demasiadas preguntas sin respuesta, y ahora solo quería escapar, incluso si fuera por unas horas. Una noche sin complicaciones, sin p
BastiánHabían sido los dos días más largos de mi vida. Siempre había disfrutado viajar; la sensación de volar, el cambio de paisajes, la oportunidad de conocer otros lugares. Pero esta vez no fue así. Esta vez, no me resultó placentero.Todo el tiempo, una inquietud constante me revolvía el estómago, y aunque traté de ignorarla, cada vez que me sentaba a solas en un avión o en una sala de reuniones, mi mente siempre volvía al mismo lugar: a ella.No quería profundizar en lo que significaba.No quería pensar en el porqué.Me daba terror decirlo en voz alta, como si reconocerlo pudiera cambiarlo todo.Tan pronto como terminé lo necesario, me las arreglé para tomar el primer vuelo de regreso. Fue un viaje rápido, pero incluso en ese corto tiempo, la ansiedad por llegar se convirtió en un peso sofocante.La necesitaba.No sabía hasta qué punto, pero lo hacía.Era viernes por la noche cuando finalmente llegué a casa. La mansión estaba sumida en un silencio sepulcral, con las luces apagada