ElizaEstábamos en el centro comercial, y mientras caminaba junto a Emma, todavía esperaba la explosión que estaba segura vendría en cualquier momento. Hacía unos minutos, entre el bullicio de la gente y las vitrinas llenas de luces, le había contado brevemente el trato que mi jefe, el señor Müller, me había propuesto días atrás.Emma había reaccionado como esperaba, en completo silencio, pero su lenguaje corporal era un libro abierto. Sus hombros estaban tensos, sus labios apretados, y aunque estaba distraída buscando un tono específico de labial en una tienda de cosméticos, podía notar su frustración contenida.No pasó mucho tiempo antes de que dejáramos la tienda con su compra en mano. Caminamos hasta una cafetería cercana y tomamos asiento en una mesa junto al ventanal. Pedimos nuestras bebidas, y el aroma del café recién hecho llenó el aire mientras un silencio incómodo se extendía entre nosotras.Emma fue la primera en romperlo.― ¿Es broma? ― preguntó finalmente, con su bebida a
BastiánEstaba en mi oficina, los minutos pasaban como si estuvieran en mi contra, lentos, irritantes. Miré el reloj por quinta vez en los últimos cinco minutos. A través del vidrio tintado, observé a Eliza sentada en su escritorio, completamente inmersa en su trabajo, con la misma concentración feroz que siempre tenía. Esa mujer no sabía tomarse un descanso, algo que, aunque me molestaba, también me fascinaba.Desde que le propuse aquel acuerdo insólito, las cosas entre nosotros habían estado, como mínimo, raras. No había otra palabra para describir la extraña tensión que parecía flotar en el aire cada vez que estábamos en la misma habitación. A veces, sentía que incluso el silencio entre nosotros tenía su propio peso.Eliza me sacaba de mis casillas. Siempre lo había hecho. Con su manera de responder a todo, su incesante necesidad de tener la última palabra, y esa manera irritante de estar siempre un paso adelante. Ella no era, ni por asomo, el tipo de mujer que me atraía, por mucho
Eliza¿Cómo fue que terminé metida en esto?Ah, sí, porque había aceptado.Era fácil recordarlo ahora, con el tiempo suficiente para reflexionar, pero no podía negar que mi decisión había sido impulsiva. ¿Qué otra cosa podía ser? Una mezcla de necesidad, desesperación y tal vez una pizca de curiosidad. Pero ahora, aquí, viviendo en su casa, la magnitud de lo que había hecho comenzaba a hacerse evidente.Anoche, cuando regresé a mi habitación después del recorrido por la casa, me tomé el tiempo para acomodar mis cosas. Ordené cada prenda y objeto con una meticulosidad casi exagerada, como si al hacerlo pudiera calmar la inquietud que me invadía. No volví a salir de la habitación. La idea de cruzarme con él, me hacía sentir demasiado expuesta.Esta mañana, cuando desperté, después de ducharme y vestirme con algo cómodo pero presentable, me armé de valor y bajé a la cocina en busca de algo de comer. El estómago vacío no ayudaba a mis pensamientos acelerados.Me sentía como una intrusa.T
BastiánEra algo tarde cuando volví a casa, agotado. Lo único que deseaba era darme un buen baño, comer algo rápido y caer rendido en la cama. Pero sabía que no sería tan sencillo.Desde que Eliza se había mudado, mis días eran un maldito infierno. Y ya había perdido la cuenta de cuántas noches esta semana no había dormido bien. Porque ahora, en lugar de solo fantasear con ella en aquel vestido que la hacía ver simplemente irresistible, la tenía al alcance de mi mano.Nunca antes, en todo el tiempo que habíamos trabajado juntos, me había permitido mirarla de otra forma. Pero ahora, siendo sincero, nunca había estado tan cerca de ella durante tanto tiempo. Su aroma, dulce y cálido, nada abrumador, me envolvía a cada instante. Era algo que jamás habría considerado atractivo en una mujer antes de conocerla. Pero con Eliza, lo era. Y, joder, lo era demasiado.Y no solo era su aroma. La había visto desnuda.El recuerdo me golpeó como una corriente eléctrica, haciendo que el cansancio se es
ElizaEstaba sentada en el sofá, acurrucada con una taza de café caliente entre mis manos, mientras intentaba procesar un día extraño y agotador en el trabajo. La suavidad del terciopelo bajo mis piernas y el aroma del café recién hecho eran reconfortantes, pero no lo suficiente para silenciar el bullicio en mi cabeza.Habían pasado cinco días desde que el Señor Müller y yo habíamos comenzado con esta extraña dinámica de fingir ser pareja, y aún me resultaba difícil comprender cómo estábamos logrando mantener este teatro sin fisuras evidentes. Cada día era una mezcla entre lo surrealista y lo inquietante, como si caminara sobre una cuerda floja que podía romperse en cualquier momento.En la oficina, todo parecía más o menos normal en la superficie. Él seguía siendo el hombre frío, autoritario y metódico que siempre había conocido, pero había pequeños gestos que ahora me descolocaban. Un "buenos días" que sonaba inesperadamente cálido cuando pasaba por mi mesa, o un "gracias" pronuncia
ElizaMe levanté temprano, aunque decir que había dormido sería una exageración. Apenas había conciliado el sueño, y cuando lo hacía, las mismas preguntas seguían rondando en mi cabeza. La idea de tener una cita con mi jefe todavía me ponía inquieta, por más que intentara convencerme de que solo era una farsa.Bajé rápidamente por un café, rezando para no cruzármelo en ninguna parte. La casa estaba en silencio, y aproveché para volver a mi habitación antes de que él apareciera. Cerré la puerta detrás de mí como si eso pudiera aislarme de mis propios pensamientos.No podía dejar de pensar en cómo sería esa cena.No conocía al señor Müller en lo que se refería a lo personal. Todo lo que sabía de él estaba limitado al trabajo, su precisión impecable, su dedicación obsesiva y su carácter frío. Pero esta noche no seríamos jefe y asistente, al menos no oficialmente. ¿Cómo sería tener una conversación con él fuera de las formalidades laborales?Suspiré y me dejé caer en la cama, mirando el t
BastiánRevisaba los mensajes en mi teléfono mientras tomaba un sorbo de café. Era uno de esos raros momentos en los que la oficina estaba tranquila, un respiro después de una mañana interminable de reuniones. Como siempre, Eliza había estado impecable, eficiente hasta el punto de hacer que todo pareciera fácil.Esa pelirroja.Mi mirada se desvió de la pantalla, y sin darme cuenta, mis pensamientos ya estaban en ella. Desde que aceptó formar parte de este plan, no había dejado de desconcertarme. Antes, solo era mi asistente; competente, organizada, siempre un paso adelante. Pero ahora... ahora era más.Y el cambio me estaba jodiendo la cabeza.En el trabajo, seguía siendo la misma Eliza: inteligente, puntual, la definición misma de eficiencia. Pero en mi casa, era otra cosa. Allí no había trajes formales ni agendas perfectamente calculadas. Allí estaba la mujer, paseándose descalza por mis pisos, con esas camisetas de tirantes que dejaban demasiado a la vista, y esos pantalones cortos
ElizaTodo se había arruinado por mi gran bocota. Si era honesta, no era mi intención meter la pata de esa forma, pero escuchar a Venus hablar del señor Müller como si fuera lo peor del mundo me enfureció. No tenía derecho a hablar de él así. En todo caso, yo misma no era cercana a ese hombre, pero sabía perfectamente que no era el tipo de persona que lastima a otros a propósito.Y lo del compromiso... ¡madre mía! Eso fue una cagada monumental. Nunca estuvo en los planes. Había dicho lo primero que se me ocurrió para callar a esa víbora, y ahora, aquí estaba, con el estómago en un nudo, sintiéndome culpable.Mi jefe estaba tan molesto que hasta parecía más distante que de costumbre. Por supuesto, no me sorprendería si ya me estuviera odiando. Aquella mentira que se me escapó de los labios había hecho que nuestra relación de conveniencia subiera un par de niveles: ahora, por mi culpa, estábamos “falsamente comprometidos”.Lo peor de todo es que el señor Müller no había vuelto a casa ha