ElizaLa cama estaba vacía cuando desperté. Parpadeé un par de veces, tratando de disipar la neblina del sueño, y deslicé la mano por las sábanas frías, buscando alguna señal de que el señor Müller había estado allí hasta hace poco. Nada.Había algo casi irreal en estar compartiendo su cama, en haberme sentido tan cercana a un secreto que se negaba a ser completamente revelado.Con el sol asomándose tímidamente entre las cortinas, mis ojos se abrieron a una realidad diferente. Me incorporé lentamente, echando un vistazo alrededor del dormitorio. La puerta del baño estaba entreabierta, pero la luz apagada me confirmó que estaba sola. Eso significaba que era seguro levantarme sin la incómoda posibilidad de toparme con él medio desnudo o, peor aún, tener que mantener una conversación demasiado temprano en la mañana.Me dirigí al baño y me puse una camiseta vieja y mis fieles pantalones cortos de fin de semana. No eran elegantes ni sofisticados, pero eran cómodos, y en este momento, el
BastiánLlevaba fuera de la oficina desde primera hora de la mañana, encadenando reuniones que exigían mi concentración y tomando decisiones que afectarían el rumbo de la empresa. Pero mientras caminaba de regreso a mi despacho, no era el último acuerdo cerrado ni los números en los informes lo que ocupaba mi mente.No.Lo que me atormentaba era el hecho de que ayer había estado a centímetros de besar a Eliza en mi cocina.Ese instante, breve pero cargado de tensión, seguía clavado en mi memoria con una claridad irritante. La forma en que sus labios entreabiertos parecían invitarme, el leve temblor en su respiración, la chispa de algo inconfesable en sus ojos. Pero, como el cobarde que era en lo que respectaba a mis propios sentimientos, había dado un paso atrás. Y después, en vez de enfrentar lo que había estado a punto de suceder, la había evitado todo el día.Me había refugiado en la soledad de mi despacho, enterrando mi cabeza en el trabajo como si eso fuera suficiente para callar
ElizaLo había besado y se había sentido colosal.No lo planeé. No hubo estrategia, ni razonamiento detrás de ello. Simplemente me dejé llevar por su cercanía, por la intensidad de su mirada y por su maldito aroma, ese que me desarmaba sin remedio. Después de ese casi beso en la cocina y la forma en que se fue, había decidido dejarlo estar. Mantenerme firme en lo que esto realmente era: una farsa.Pero tenerlo tan cerca nubló mí ya escaso sentido común.Nada podría haberme preparado para la forma en que reaccionó. No se apartó, no me detuvo. Me devolvió el beso. Y lo hizo de una manera que me dejó sin aliento, como si por un instante todo lo demás hubiera desaparecido. Como si no existiera ni el acuerdo, ni las mentiras, ni el tiempo perdido. Solo nosotros.Y ahora… ¿qué significaba eso?Con el pulso aún acelerado y la mente enredada en la confusión, me obligué a moverme. En tiempo récord me metí bajo el agua fría de la ducha, intentando disipar el calor que su boca había encendido en
ElizaMaldición.Lo supe desde el momento en que abrí los ojos esta mañana: hoy iba a ser un día horrible.Sentada en el asiento trasero de un taxi que olía a humedad y perfume barato, miré con exasperación al enorme todoterreno frente a nosotros. ¿Cuál era su maldito problema? Llevábamos atascados en la misma posición, en esta autopista, al menos los últimos diez minutos. Diez minutos de los que claramente, no disponía.Miré mi reloj y mascullé entre dientes.Estaba, sin duda, jodida.Al soltar un suspiro y girar la cabeza hacia la ventana, mis ojos se cruzaron con los del conductor en el auto de al lado. Un hombre de unos cuarenta años, con una sonrisa sucia y unos labios que formaban la palabra "guapa" mientras sus ojos me recorrían de arriba a abajo. Sentí un escalofrío de asco. ¿Por qué algunos hombres debían comportarse como cerdos? Como si ya no tuviera suficiente.Me hundí en el asiento del taxi y solté otro suspiro, dejándome envolver por la frustración. Toda esta debacle hab
ElizaEl señor Müller me había pedido que lo acompañara a la gala. A mí.En tres años trabajando para él, nunca había sucedido algo parecido. Bastián Müller, el hombre más frío, distante y calculador que había conocido, acababa de pedirme que lo acompañara a un evento de beneficencia. ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que decidiera hacer semejante petición? Claro, como su asistente, mi trabajo era asistirlo en lo que necesitara, pero esto... esto no entraba en la descripción del puesto.El desconcierto inicial pronto fue reemplazado por una avalancha de emociones, incredulidad, nervios y, lo peor de todo, una mezcla de tortura y emoción que no quería analizar demasiado. Pasar una noche a su lado fuera de la oficina, donde ya tenía el don de hacerme la vida imposible, sonaba como un desafío titánico.Respiré hondo, intentando enfocar mi mente. Esto no era personal, me recordé. Era trabajo, puro y simple. Pero incluso en mi intento por mantener la profesionalidad, no podía ignorar el pro
BastiánCuando entré al gran salón, me detuve un instante en la entrada. El espacio era imponente, un derroche de lujo en cada detalle. Las lámparas de araña colgaban majestuosas del techo alto, bañando todo con una luz cálida que hacía brillar las joyas y las copas de cristal en las manos de los invitados. Las paredes estaban decoradas con molduras doradas, y el suelo de mármol reflejaba la opulencia de la sala. Hombres y mujeres conversaban en pequeños grupos, vestidos impecablemente con trajes y vestidos de gala que parecían sacados de un desfile de alta costura.Moví la mirada de un lado a otro, buscando sin demasiado entusiasmo a mi asistente. La ausencia de esa mujer solo confirmaba lo que ya sospechaba, seguramente estaba en alguna esquina del lugar, evitando hacer su trabajo y disfrutando de la velada más de lo que debería.Sin embargo, sacando el episodio de esta mañana que era el primero que había tenido en tres Años. Era raro que Eliza no estuviera puntual; porque nunca fal
ElizaDefinitivamente, me había vuelto loca. O tal vez esto era un mal sueño del que no podía despertar, porque no había manera de que la persona que más detestaba en este mundo estuviera frente a mí, pidiéndome que fingiera ser su novia.Su jodida novia.Lo miré fijamente, cruzándome de brazos, mientras mi cerebro intentaba asimilar lo que acababa de escuchar.―Perdón, pero creo que me acabo de volver loca y estoy empezando a alucinar― dije con una incredulidad calculada―. ¿Qué acaba de decir?La mandíbula de Bastián se tensó, igual que sus hombros. Esa era una de sus expresiones más características, una mezcla de autoridad inquebrantable y paciencia al borde del colapso. En cualquier otra circunstancia, esa mirada habría sido suficiente para hacerme retroceder. Él tenía esa habilidad de hacerte sentir como un niño regañado con tan solo un gesto.Pero no esta noche.No después de haberme sacado de mi casa, haberme hecho vestirme como si fuera una modelo de revista, y ahora soltarme s
ElizaMe desperté sintiéndome peor que cuando finalmente había apoyado la cabeza en la almohada. Era como si no hubiera dormido nada, aunque estaba segura de que, en algún momento, el agotamiento había ganado la batalla.La realidad era simple, no había conseguido descansar. Mi mente había estado atrapada en un bucle interminable de pensamientos que me arrastraban una y otra vez a la noche anterior. Una noche que se sentía surrealista, como una película de esas que te dejan preguntándote si realmente sucedió o si solo fue un sueño extraño y complicado.¿De verdad había pasado?Porque, honestamente, no había forma de que mi vida se hubiera convertido en esto: fingir ser la novia de mi jefe. Mi jefe. El ser más irritante, insufrible y arrogante que existía en el planeta.Solté un bufido, hundiendo la cara en la almohada antes de girarme sobre la cama. A pesar de todo, no podía dejar de pensar en la forma en que su mano había estado apoyada en mi espalda baja durante toda la noche. Era u