ElizaLo había besado y se había sentido colosal.No lo planeé. No hubo estrategia, ni razonamiento detrás de ello. Simplemente me dejé llevar por su cercanía, por la intensidad de su mirada y por su maldito aroma, ese que me desarmaba sin remedio. Después de ese casi beso en la cocina y la forma en que se fue, había decidido dejarlo estar. Mantenerme firme en lo que esto realmente era: una farsa.Pero tenerlo tan cerca nubló mí ya escaso sentido común.Nada podría haberme preparado para la forma en que reaccionó. No se apartó, no me detuvo. Me devolvió el beso. Y lo hizo de una manera que me dejó sin aliento, como si por un instante todo lo demás hubiera desaparecido. Como si no existiera ni el acuerdo, ni las mentiras, ni el tiempo perdido. Solo nosotros.Y ahora… ¿qué significaba eso?Con el pulso aún acelerado y la mente enredada en la confusión, me obligué a moverme. En tiempo récord me metí bajo el agua fría de la ducha, intentando disipar el calor que su boca había encendido en
BastiánNo tenía suficiente de ella.No podía.A estas alturas, estaba seguro de que, aunque lo intentara, no podría arrancármela de la piel. Eliza se había instalado en mis huesos, en mis pensamientos más oscuros, en la parte de mi mente que nunca había permitido que nadie más tocara.Era jodidamente adictiva.Me convertía en un hombre que no reconocía, alguien guiado por impulsos que hasta ahora había mantenido a raya. Pero esta vez no lo hice. No cuando me miraba así, con esos ojos que parecían desarmarme y reconstruirme al mismo tiempo.Pero incluso en medio del deseo abrasador que me consumía, lo supe.Lo que estábamos haciendo en ese ascensor estaba mal. No por el acto en sí, porque joder, podría pasar toda la noche perdido en su cuerpo, ahogado en el calor de su piel, sino porque ese no era el lugar. No era el espacio en el que quería tenerla.Ella merecía más.La tomé de la mano con firmeza, envolviendo sus dedos en los míos antes de que pudiera protestar. Sus labios se entrea
ElizaMe desperté con una sensación extraña, como si el mundo a mi alrededor se hubiera ralentizado. El aire olía a él. A piel caliente, a deseo evaporado en sábanas revueltas. Sentí el peso cálido y firme de un cuerpo sobre el mío, una pierna entrelazada con la mía, un brazo fuerte rodeando mi cintura. Por un momento, mi mente, todavía atrapada entre el sueño y la vigilia, no comprendía qué estaba pasando.Y entonces, como un torrente que arrasa con todo a su paso, la memoria de la noche anterior se abrió paso en mi mente. Y me quedé sin aliento.Bastián.Mi jefe.El hombre que de alguna manera durante semanas había sido una constante en mis pensamientos más prohibidos. El hombre que me miraba con esa intensidad peligrosa y que, anoche, había cruzado la línea conmigo sin pedir permiso... y sin que yo lo detuviera.Lo primero que sentí fue sorpresa. Una especie de incredulidad mezclada con el eco de cada roce, cada jadeo, cada palabra gutural que había salido de su boca. Luego, algo i
ElizaMi mente no estaba donde tenía que estar. Me sentía rara, desconectada, con una lista kilométrica de tareas pendientes, pero ahí estaba; sentada en mi mesa, con los ojos desenfocados y la cabeza en las nubes.O más bien, en el señor Müller.No podía dejar de pensar en él. En su aroma, en su tacto, en su cuerpo junto al mío. En cómo se había sentido tenerlo así, tan cerca. El calor entre nosotros había sido abrasador. Y eso... solo había sido el principio.Sin temor a equivocarme, podía afirmar que me había dado el mejor sexo de toda mi vida.Toda. Mi. Vida.Nunca había tenido tantos orgasmos seguidos. Siempre había creído que eso de los orgasmos múltiples era un mito urbano, uno de esos cuentos entre amigas con mucho vino de por medio.Bueno, mito cancelado.Pero no fueron solo los orgasmos. Fue todo. La fiesta, la forma en que me sostenía al bailar, su mirada clavada en la mía, su habitación, las cosas que hizo... y las que le dejé hacerme. Sentí una conexión profunda, cruda, i
BastiánCon la cadera apoyada en la encimera, tomé un sorbo de whisky, el hielo tintineando suavemente contra el cristal. Desde donde estaba, no podía dejar de mirar a Eliza. Estaba acurrucada en el sofá, con un libro abierto sobre las rodillas y una copa de vino a punto de derramarse, sujeta con pereza entre sus dedos.Vestía una camiseta roja que dejaba un hombro al descubierto y unos shorts azul claro que enseñaban más pierna de la que cualquier hombre cuerdo podría soportar. Era un estallido de color en mi salón sobrio, como si la luz del sol se hubiera colado en medio de una tormenta.No solo iluminaba la habitación. También lo hacía con mi vida.Normalmente me habría servido el whisky y me habría ido directamente a mi despacho. No era de los que se quedaban en la cocina contemplando el panorama. Pero esa noche... no podía moverme. Mis ojos recorrían su piel y su cabello que caía salvajemente en ondas. Tenía una mezcla de deseo y desesperación.Y lo único en lo que podía pensar e
ElizaMe metí en la cama sin saber dónde demonios estaba Bastián. No había vuelto a la habitación y yo tampoco lo había buscado. Tal vez estaba en su despacho, tal vez se había largado de su casa, como si yo no existiera.Y ¿sabes qué? No importaba.No era su prometida, ni siquiera su novia. Él mismo se encargó de recordármelo, con esa frialdad suya que me sacaba de quicio y me rompía un poco por dentro cada vez que hablaba así.Pero joder… mentiría si dijera que no dolió. Porque sí, claro que había dolido.¿Y qué esperaba, en el fondo? ¿Qué solo porque me había invitado a esa maldita fiesta, porque me había provocado un orgasmo en ese ascensor y luego me había follado como si se le fuera la vida en ello, eso significaba que esto ya no era una farsa? ¿Que realmente había algo entre nosotros?Sí. Esa era la triste verdad, eso era exactamente lo que había empezado a pensar.Y me equivoqué. Como una idiota, me equivoqué en grande.Había intentado relajarme. El baño, el libro que no pude
ElizaMaldición.Lo supe desde el momento en que abrí los ojos esta mañana: hoy iba a ser un día horrible.Sentada en el asiento trasero de un taxi que olía a humedad y perfume barato, miré con exasperación al enorme todoterreno frente a nosotros. ¿Cuál era su maldito problema? Llevábamos atascados en la misma posición, en esta autopista, al menos los últimos diez minutos. Diez minutos de los que claramente, no disponía.Miré mi reloj y mascullé entre dientes.Estaba, sin duda, jodida.Al soltar un suspiro y girar la cabeza hacia la ventana, mis ojos se cruzaron con los del conductor en el auto de al lado. Un hombre de unos cuarenta años, con una sonrisa sucia y unos labios que formaban la palabra "guapa" mientras sus ojos me recorrían de arriba a abajo. Sentí un escalofrío de asco. ¿Por qué algunos hombres debían comportarse como cerdos? Como si ya no tuviera suficiente.Me hundí en el asiento del taxi y solté otro suspiro, dejándome envolver por la frustración. Toda esta debacle hab
ElizaEl señor Müller me había pedido que lo acompañara a la gala. A mí.En tres años trabajando para él, nunca había sucedido algo parecido. Bastián Müller, el hombre más frío, distante y calculador que había conocido, acababa de pedirme que lo acompañara a un evento de beneficencia. ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que decidiera hacer semejante petición? Claro, como su asistente, mi trabajo era asistirlo en lo que necesitara, pero esto... esto no entraba en la descripción del puesto.El desconcierto inicial pronto fue reemplazado por una avalancha de emociones, incredulidad, nervios y, lo peor de todo, una mezcla de tortura y emoción que no quería analizar demasiado. Pasar una noche a su lado fuera de la oficina, donde ya tenía el don de hacerme la vida imposible, sonaba como un desafío titánico.Respiré hondo, intentando enfocar mi mente. Esto no era personal, me recordé. Era trabajo, puro y simple. Pero incluso en mi intento por mantener la profesionalidad, no podía ignorar el pro