Capitulo 2

Eliza

El señor Müller me había pedido que lo acompañara a la gala. A mí.

En tres años trabajando para él, nunca había sucedido algo parecido. Bastián Müller, el hombre más frío, distante y calculador que había conocido, acababa de pedirme que lo acompañara a un evento de beneficencia. ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que decidiera hacer semejante petición? Claro, como su asistente, mi trabajo era asistirlo en lo que necesitara, pero esto... esto no entraba en la descripción del puesto.

El desconcierto inicial pronto fue reemplazado por una avalancha de emociones, incredulidad, nervios y, lo peor de todo, una mezcla de tortura y emoción que no quería analizar demasiado. Pasar una noche a su lado fuera de la oficina, donde ya tenía el don de hacerme la vida imposible, sonaba como un desafío titánico.

Respiré hondo, intentando enfocar mi mente. Esto no era personal, me recordé. Era trabajo, puro y simple. Pero incluso en mi intento por mantener la profesionalidad, no podía ignorar el problema más inmediato y urgente, la gala era un evento de etiqueta, y mi armario estaba desesperadamente falto de opciones.

Elegancia, sofisticación… sí, claro, pero ¿cómo lograr eso cuando no tenía un solo vestido que encajara con esas palabras? Y encima, debía reflejar mi estilo, no el de alguien que estuviera intentando colarse al evento.

El pánico comenzó a escalar, apoderándose de mi pecho mientras salía de la oficina. Mi mente repasaba mi limitada colección de ropa y se estrellaba contra la cruda realidad: dos horas. ¿Cómo iba a lograr estar lista en tan poco tiempo?

Saqué mi teléfono apresuradamente y marqué el número de Emma, mi amiga y, en este momento, mi única esperanza.

― ¡Emma! Por favor, dime que no estás ocupada. Esto es una emergencia.

― ¿Qué pasa, Eliza? Respira y háblame, que no entiendo nada.

― ¡El señor Müller me pidió que lo acompañe a la gala! ― solté de golpe, mientras caminaba hacia mi apartamento.

― ¿El señor Müller? ― preguntó con tono incrédulo―. ¿Ese Müller?

― ¡Sí! Ese Müller. Y no tengo absolutamente nada que ponerme para un evento como ese. ¿Qué voy a hacer?

Hubo un breve silencio antes de que Emma hablara de nuevo.

―Ok, dame cinco minutos. Llego a tu casa en un abrir y cerrar de ojos. Deja la puerta abierta.

Suspiré, sintiendo cómo el peso del mundo disminuía ligeramente. Al menos Emma era buena en estas crisis de moda. Ahora solo faltaba sobrevivir a la próxima hora, vestirme para impresionar y, con suerte, no hacer el ridículo frente a Bastián Müller.

Colgué, dejando escapar un largo suspiro mientras entraba a mi apartamento. La adrenalina corría por mis venas, y todo parecía demasiado caótico. Sabía que Emma era mi salvación, pero incluso con su ayuda, ¿cómo iba a lograrlo a tiempo?

Dejé mi bolso sobre la mesa, soltando un suspiro que parecía llevarse una parte del peso de la jornada. Sin perder tiempo, me dirigí directamente al baño. Necesitaba una ducha urgente, no solo para refrescarme, sino para despejar mi mente, que parecía atrapada en una espiral de confusión y nerviosismo.

Abrí el grifo y esperé a que el agua caliente llenara la habitación con su vapor reconfortante. Me despojé de mi ropa y, al entrar bajo la ducha, sentí cómo el calor comenzaba a relajar mis músculos tensos. Mientras el agua corría por mi piel, cerré los ojos, intentando calmar el caos que se arremolinaba en mi cabeza.

Pero, cuanto más lo intentaba, más claro se hacía el recuerdo de la forma en que el señor Müller me había pedido que lo acompañara. Había algo extraño en su tono, algo que no podía definir. No era su habitual frialdad ni esa precisión calculada con la que manejaba cada conversación. Había sido diferente. ¿Sería una trampa? ¿Una estrategia? O, peor aún, ¿algo personal?

¿Y si quería empujarme al error y echarme?

Sacudí la cabeza, como si pudiera apartar esos pensamientos junto con las gotas de agua que caían de mi cabello. Respiré hondo. No tenía tiempo para analizarlo. La ducha era rápida, pero suficiente para darme la sensación de un nuevo comienzo.

Salí, envuelta en una nube de vapor, y tomé la bata que colgaba junto a la puerta. Apenas había ajustado el cinturón alrededor de mi cintura cuando la puerta principal de mi apartamento se abrió de golpe, el ruido resonando en el pequeño espacio como un estruendo.

― ¡Emma! ― grité sorprendida, sabiendo perfectamente quién era la culpable de aquella entrada dramática.

― ¡Tienes solo una hora, a partir de ahora! ― respondió, entrando sin siquiera cerrar la puerta detrás de ella. Su energía llenaba el espacio mientras dejaba ver varias bolsas, como si trajera consigo un arsenal para prepararme para la batalla.

― ¿Qué haces entrando así? ― pregunté con una mezcla de exasperación y diversión.

―No hay tiempo para formalidades― dijo con una sonrisa traviesa―. Vamos, déjate de preguntas y ponte a trabajar. Tenemos que transformarte en la versión más impresionante de ti misma.

Suspiré y me apoyé en el marco de la puerta del baño, sonriendo a pesar de mí misma. No importaba cuán caótica fuera Emma, siempre sabía cómo aparecer justo cuando más la necesitaba.

― ¡Eliza, cariño, estás oficialmente en modo emergencia! ― anunció mientras entraba a mi habitación, cargada con un arsenal de vestidos que comenzó a desplegar sobre mi cama con una eficiencia que me dejó boquiabierta.

― ¿De dónde sacaste todo eso? ― pregunté, todavía sujetándome la bata.

―Tengo mis recursos, ya lo sabes. Ahora, vamos a lo importante. ¿Qué imagen quieres proyectar? ¿Deslumbrante pero reservada? ¿Misteriosa y seductora? ¿Clásica y sofisticada?

―No lo sé, Emma. Algo que no sea demasiado formal, pero que tampoco parezca que me colé al evento. Y, ya que estamos, algo que no me haga sentir como un maniquí.

Ella asintió con una seriedad casi militar, sus ojos recorriendo los vestidos que había desplegado sobre la cama como si estuviera seleccionando armas para una batalla.

―No tienes idea de cómo me estás salvando― dije, abrazándola rápidamente―. No tenía ni la más mínima idea de qué hacer.

―Para eso estoy aquí. Esta noche, seré oficialmente tu hada madrina― declaró con una sonrisa, agitando un vestido en el aire como si fuera una varita mágica. Ambas nos echamos a reír, pero su tono cambió al instante―. Ahora, quítate la bata.

Suspiré mientras me deshacía de la prenda, buscando mi ropa interior entre el caos de mi cajón. Emma me miraba con el ceño fruncido cada vez que sacaba un conjunto.

―Demasiado decente, Eliza. Esto no es un funeral.

― ¡Emma!

―Y este... ― levantó otro par de bragas, negando con la cabeza―. Demasiado aburrido. ¿Es que no tienes algo más... atrevido?

Finalmente, opté por un sujetador sin tirantes y unas bragas negras a juego. Nada del otro mundo, pero práctico y cómodo.

―Clásico― murmuré, deslizándome el sujetador por los brazos―. De todas maneras, no es como si alguien fuera a verlo esta noche.

―Eso ya lo veremos—respondió mi amiga con un tono burlón que preferí ignorar.

Comenzamos el desfile de vestidos. El primero, un blanco satinado, recibió una inmediata desaprobación.

―Parecerías una novia. Próximo.

El segundo, un vestido negro ultracorto, voló directamente a la cama.

―Demasiado corto. Ni siquiera puedes sentarte con eso sin causar un escándalo.

Cuando llegó el turno del rojo ajustado, Emma lo descartó con un movimiento de mano.

―Muy obvio. Quieres destacar, no gritar por atención.

Finalmente, sostuve uno color verde en mis manos y me detuve frente al espejo.

― ¿Verde? ― preguntó Emma, alzando una ceja.

―Sí. ¿Por qué no? Es hermoso y sexy, justo como yo― respondí con una sonrisa autosuficiente. Ambas estallamos en carcajadas.

Me ayudó a ponérmelo y, cuando estuvo en su lugar, me volví hacia el espejo. Mi reflejo me dejó sin aliento.

El vestido era ceñido, sin tirantes y con una abertura que subía peligrosamente por mi pierna derecha. La tela parecía una segunda piel, acariciando cada curva de mi cuerpo como si hubiera sido hecho a medida.

―De acuerdo, quizás esto fue una mala idea― jadeé, intentando alisar el vestido con las manos.

― ¿Mala idea? ― Emma me miró como si hubiera perdido la cabeza―. ¡Eliza, pareces una diosa! Este vestido fue hecho para ti. Además, combina con tus hermosos ojos.

Tiró de mí hacia el tocador, donde me recogió el cabello en un moño elegante y aplicó un maquillaje sutil pero impecable. Los ojos ligeramente delineados y un labial nude realzaban mis rasgos sin opacarlos. Cuando terminó, colocó unos pendientes plateados en mis orejas y señaló un par de sandalias del mismo tono.

―Ahora sí, estás lista para deslumbrar.

Me puse de pie, tomando el bolso rosa que hacía juego con el vestido, y me dirigí hacia la puerta de la habitación. Justo cuando iba a salir, su voz me detuvo.

― ¡Alto ahí, Eliza!

Me giré para mirarla, confundida.

― ¿Qué pasa ahora?

―Quítate las bragas.

― ¿Qué? No. ¿Acaso estás loca?

―Se te notan las bragas, Eliza. Se ve fatal con este vestido― dijo mientras se acercaba con expresión de autoridad―. Quítatelas. No hay otra opción.

― ¡Emma, no voy a hacer eso! ― protesté, cruzando los brazos.

―Mira― insistió, señalando con un dedo el contorno de las costuras que se marcaban bajo la tela―. Estás a punto de entrar en una gala llena de gente elegante, incluido tu jefe, y no podemos arruinar esto por un detalle como ese.

Sabía que tenía razón, pero la idea de ir sin ropa interior me incomodaba.

―Esto es una locura... ― murmuré mientras finalmente cedía y me deslizaba las bragas por las piernas.

―Perfecto. Ahora sí estás lista para conquistar la noche― declaró Emma, triunfante.

No sé en cuántos idiomas maldije mientras me miraba nuevamente en el espejo. No me reconocí. El vestido era increíble, ceñido y elegante, un verde oscuro que brillaba ligeramente con la luz. La tela, probablemente seda o satén, acariciaba cada curva de mi cuerpo de una manera que me hacía sentir tan expuesta como fascinante.

El maquillaje sutil realzaba mis rasgos, y el recogido alto de mi cabello alargaba mi cuello, dándome una apariencia que no asociaba con mi reflejo habitual. Me veía distinta. ¿Más segura? No. Más audaz, quizá, pero también más vulnerable.

El timbre del apartamento sonó, anunciándome que el taxi que había pedido ya estaba abajo.

―Ok, ya es hora de irme― suspiré mientras tomaba mi bolso. Miré a Emma―. ¿Crees que no haré el ridículo?

―Claro que no― respondió, sacudiendo la cabeza con firmeza―. Vas a volarle la cabeza a cada persona allí como la m*****a diosa que eres.

Una ola de nervios me invadió, mi estómago se retorció como si hubiera ingerido un enjambre de abejas.

―Dios, esto es una locura. Jamás hice algo así, y tú sabes lo torpe que me pongo cuando estoy nerviosa.

―Vas a estar bien, Eliza. Tienes un don natural con las personas― aseguró, colocando sus manos sobre mis hombros para darme un último empujón de ánimo―. Arrasa con ellos, campeona.

Con un último vistazo al espejo, bajé al taxi.

Durante todo el trayecto, mis pensamientos no paraban de correr. Mi corazón palpitaba con fuerza, como si quisiera salir de mi pecho. Necesitaba verme sofisticada, profesional, impecable. No podía dar ni un solo paso en falso, no con el señor Müller. Si algo salía mal, sabía que tenía el despido asegurado.

Y no podía perder este trabajo. Por nada del mundo.

Diez minutos después, el taxi se detuvo frente al imponente Hotel Ritz. Las luces del edificio iluminaban la calle con un resplandor dorado, y desde mi asiento, observé la impresionante entrada. Elegante. Lujosa. Abrumadora.

Respiré hondo, contando hasta tres.

―Puedes hacerlo, Eliza― murmuré para mí misma, intentando calmar los nervios que sentía como un nudo en el estómago.

Ajusté el vestido una última vez, asegurándome de que estuviera en su lugar, y finalmente abrí la puerta del auto. La brisa fresca de la noche acarició mi piel, brindándome un mínimo consuelo en medio de mi ansiedad. Agradecí que, aunque ajustado, el vestido me permitiera moverme con cierta libertad.

Bajé del auto con cuidado, mis tacones resonando sobre el pavimento. Cada paso hacia la entrada del hotel me pareció un desafío, como si el sonido de mis pasos pudiera anunciar mi llegada y poner todas las miradas sobre mí. La fachada del hotel era majestuosa, iluminada con luces que resaltaban su arquitectura clásica y elegante.

Cruzando el umbral, el interior me dejó sin aliento. Era incluso más deslumbrante de lo que imaginaba. El salón principal parecía un escenario sacado de una película: enormes candelabros de cristal colgaban del techo, esparciendo destellos de luz cálida que danzaban sobre las paredes decoradas con detalles dorados y molduras exquisitas. Los arreglos florales, en tonos crema y dorado, estaban dispuestos en mesas impecables que brillaban bajo la luz, rodeadas por sillas adornadas con lazos de seda.

El murmullo de las conversaciones llenaba el aire, acompañado por suaves risas y el tintineo de copas de champán que chocaban en brindis discretos. La música, elegante y envolvente, fluía desde una orquesta ubicada en una esquina del salón, elevando aún más la atmósfera de sofisticación.

Mientras avanzaba por el vestíbulo hacia la entrada del salón principal, sentí cómo las miradas de algunos invitados se posaban sobre mí, evaluando, juzgando, o simplemente curiosos. La sensación de ser observada me hizo ajustar los hombros, levantando la barbilla en un intento por parecer más segura de lo que realmente me sentía.

Un camarero pasó a mi lado con una bandeja llena de copas de champán burbujeante. Aunque me habría gustado tomar una para calmar los nervios, decidí que lo último que necesitaba era tropezar con la copa en la mano. En cambio, seguí avanzando, recorriendo con la mirada el lugar, hasta llegar a la barra.

Entonces lo vi.

Bastián Müller estaba al otro lado del salón, con su porte imponente y su presencia magnética, conversando con un grupo de hombres trajeados que reían con moderación. Su impecable esmoquin parecía hecho a medida, resaltando la seriedad y perfección que lo caracterizaban.

Mi corazón latía con fuerza mientras me mezclaba con la gente antes de ir con él, deseando no tropezar, no meter la pata y, sobre todo, no dejar que la inseguridad arruinara esta noche.

Respiré hondo otra vez. No podía permitirme vacilar. Esto no era una cita ni una fiesta para disfrutar; esto eran horas extras de la oficina, y yo estaba aquí para cumplir mi trabajo.

Esta era mi oportunidad de demostrar que podía estar a la altura, incluso si todavía me costaba entender por qué había decidido traerme a esta gala.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP