Eliza
El señor Müller me había pedido que lo acompañara a la gala. A mí. En tres años trabajando para él, nunca había sucedido algo parecido. Bastián Müller, el hombre más frío, distante y calculador que había conocido, acababa de pedirme que lo acompañara a un evento de beneficencia. ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que decidiera hacer semejante petición? Claro, como su asistente, mi trabajo era asistirlo en lo que necesitara, pero esto... esto no entraba en la descripción del puesto. El desconcierto inicial pronto fue reemplazado por una avalancha de emociones, incredulidad, nervios y, lo peor de todo, una mezcla de tortura y emoción que no quería analizar demasiado. Pasar una noche a su lado fuera de la oficina, donde ya tenía el don de hacerme la vida imposible, sonaba como un desafío titánico. Respiré hondo, intentando enfocar mi mente. Esto no era personal, me recordé. Era trabajo, puro y simple. Pero incluso en mi intento por mantener la profesionalidad, no podía ignorar el problema más inmediato y urgente, la gala era un evento de etiqueta, y mi armario estaba desesperadamente falto de opciones. Elegancia, sofisticación… sí, claro, pero ¿cómo lograr eso cuando no tenía un solo vestido que encajara con esas palabras? Y encima, debía reflejar mi estilo, no el de alguien que estuviera intentando colarse al evento. El pánico comenzó a escalar, apoderándose de mi pecho mientras salía de la oficina. Mi mente repasaba mi limitada colección de ropa y se estrellaba contra la cruda realidad: dos horas. ¿Cómo iba a lograr estar lista en tan poco tiempo? Saqué mi teléfono apresuradamente y marqué el número de Emma, mi amiga y, en este momento, mi única esperanza. ― ¡Emma! Por favor, dime que no estás ocupada. Esto es una emergencia. ― ¿Qué pasa, Eliza? Respira y háblame, que no entiendo nada. ― ¡El señor Müller me pidió que lo acompañe a la gala! ― solté de golpe, mientras caminaba hacia mi apartamento. ― ¿El señor Müller? ― preguntó con tono incrédulo―. ¿Ese Müller? ― ¡Sí! Ese Müller. Y no tengo absolutamente nada que ponerme para un evento como ese. ¿Qué voy a hacer? Hubo un breve silencio antes de que Emma hablara de nuevo. ―Ok, dame cinco minutos. Llego a tu casa en un abrir y cerrar de ojos. Deja la puerta abierta. Suspiré, sintiendo cómo el peso del mundo disminuía ligeramente. Al menos Emma era buena en estas crisis de moda. Ahora solo faltaba sobrevivir a la próxima hora, vestirme para impresionar y, con suerte, no hacer el ridículo frente a Bastián Müller. Colgué, dejando escapar un largo suspiro mientras entraba a mi apartamento. La adrenalina corría por mis venas, y todo parecía demasiado caótico. Sabía que Emma era mi salvación, pero incluso con su ayuda, ¿cómo iba a lograrlo a tiempo? Dejé mi bolso sobre la mesa, soltando un suspiro que parecía llevarse una parte del peso de la jornada. Sin perder tiempo, me dirigí directamente al baño. Necesitaba una ducha urgente, no solo para refrescarme, sino para despejar mi mente, que parecía atrapada en una espiral de confusión y nerviosismo. Abrí el grifo y esperé a que el agua caliente llenara la habitación con su vapor reconfortante. Me despojé de mi ropa y, al entrar bajo la ducha, sentí cómo el calor comenzaba a relajar mis músculos tensos. Mientras el agua corría por mi piel, cerré los ojos, intentando calmar el caos que se arremolinaba en mi cabeza. Pero, cuanto más lo intentaba, más claro se hacía el recuerdo de la forma en que el señor Müller me había pedido que lo acompañara. Había algo extraño en su tono, algo que no podía definir. No era su habitual frialdad ni esa precisión calculada con la que manejaba cada conversación. Había sido diferente. ¿Sería una trampa? ¿Una estrategia? O, peor aún, ¿algo personal? ¿Y si quería empujarme al error y echarme? Sacudí la cabeza, como si pudiera apartar esos pensamientos junto con las gotas de agua que caían de mi cabello. Respiré hondo. No tenía tiempo para analizarlo. La ducha era rápida, pero suficiente para darme la sensación de un nuevo comienzo. Salí, envuelta en una nube de vapor, y tomé la bata que colgaba junto a la puerta. Apenas había ajustado el cinturón alrededor de mi cintura cuando la puerta principal de mi apartamento se abrió de golpe, el ruido resonando en el pequeño espacio como un estruendo. ― ¡Emma! ― grité sorprendida, sabiendo perfectamente quién era la culpable de aquella entrada dramática. ― ¡Tienes solo una hora, a partir de ahora! ― respondió, entrando sin siquiera cerrar la puerta detrás de ella. Su energía llenaba el espacio mientras dejaba ver varias bolsas, como si trajera consigo un arsenal para prepararme para la batalla. ― ¿Qué haces entrando así? ― pregunté con una mezcla de exasperación y diversión. ―No hay tiempo para formalidades― dijo con una sonrisa traviesa―. Vamos, déjate de preguntas y ponte a trabajar. Tenemos que transformarte en la versión más impresionante de ti misma. Suspiré y me apoyé en el marco de la puerta del baño, sonriendo a pesar de mí misma. No importaba cuán caótica fuera Emma, siempre sabía cómo aparecer justo cuando más la necesitaba. ― ¡Eliza, cariño, estás oficialmente en modo emergencia! ― anunció mientras entraba a mi habitación, cargada con un arsenal de vestidos que comenzó a desplegar sobre mi cama con una eficiencia que me dejó boquiabierta. ― ¿De dónde sacaste todo eso? ― pregunté, todavía sujetándome la bata. ―Tengo mis recursos, ya lo sabes. Ahora, vamos a lo importante. ¿Qué imagen quieres proyectar? ¿Deslumbrante pero reservada? ¿Misteriosa y seductora? ¿Clásica y sofisticada? ―No lo sé, Emma. Algo que no sea demasiado formal, pero que tampoco parezca que me colé al evento. Y, ya que estamos, algo que no me haga sentir como un maniquí. Ella asintió con una seriedad casi militar, sus ojos recorriendo los vestidos que había desplegado sobre la cama como si estuviera seleccionando armas para una batalla. ―No tienes idea de cómo me estás salvando― dije, abrazándola rápidamente―. No tenía ni la más mínima idea de qué hacer. ―Para eso estoy aquí. Esta noche, seré oficialmente tu hada madrina― declaró con una sonrisa, agitando un vestido en el aire como si fuera una varita mágica. Ambas nos echamos a reír, pero su tono cambió al instante―. Ahora, quítate la bata. Suspiré mientras me deshacía de la prenda, buscando mi ropa interior entre el caos de mi cajón. Emma me miraba con el ceño fruncido cada vez que sacaba un conjunto. ―Demasiado decente, Eliza. Esto no es un funeral. ― ¡Emma! ―Y este... ― levantó otro par de bragas, negando con la cabeza―. Demasiado aburrido. ¿Es que no tienes algo más... atrevido? Finalmente, opté por un sujetador sin tirantes y unas bragas negras a juego. Nada del otro mundo, pero práctico y cómodo. ―Clásico― murmuré, deslizándome el sujetador por los brazos―. De todas maneras, no es como si alguien fuera a verlo esta noche. ―Eso ya lo veremos—respondió mi amiga con un tono burlón que preferí ignorar. Comenzamos el desfile de vestidos. El primero, un blanco satinado, recibió una inmediata desaprobación. ―Parecerías una novia. Próximo. El segundo, un vestido negro ultracorto, voló directamente a la cama. ―Demasiado corto. Ni siquiera puedes sentarte con eso sin causar un escándalo. Cuando llegó el turno del rojo ajustado, Emma lo descartó con un movimiento de mano. ―Muy obvio. Quieres destacar, no gritar por atención. Finalmente, sostuve uno color verde en mis manos y me detuve frente al espejo. ― ¿Verde? ― preguntó Emma, alzando una ceja. ―Sí. ¿Por qué no? Es hermoso y sexy, justo como yo― respondí con una sonrisa autosuficiente. Ambas estallamos en carcajadas. Me ayudó a ponérmelo y, cuando estuvo en su lugar, me volví hacia el espejo. Mi reflejo me dejó sin aliento. El vestido era ceñido, sin tirantes y con una abertura que subía peligrosamente por mi pierna derecha. La tela parecía una segunda piel, acariciando cada curva de mi cuerpo como si hubiera sido hecho a medida. ―De acuerdo, quizás esto fue una mala idea― jadeé, intentando alisar el vestido con las manos. ― ¿Mala idea? ― Emma me miró como si hubiera perdido la cabeza―. ¡Eliza, pareces una diosa! Este vestido fue hecho para ti. Además, combina con tus hermosos ojos. Tiró de mí hacia el tocador, donde me recogió el cabello en un moño elegante y aplicó un maquillaje sutil pero impecable. Los ojos ligeramente delineados y un labial nude realzaban mis rasgos sin opacarlos. Cuando terminó, colocó unos pendientes plateados en mis orejas y señaló un par de sandalias del mismo tono. ―Ahora sí, estás lista para deslumbrar. Me puse de pie, tomando el bolso rosa que hacía juego con el vestido, y me dirigí hacia la puerta de la habitación. Justo cuando iba a salir, su voz me detuvo. ― ¡Alto ahí, Eliza! Me giré para mirarla, confundida. ― ¿Qué pasa ahora? ―Quítate las bragas. ― ¿Qué? No. ¿Acaso estás loca? ―Se te notan las bragas, Eliza. Se ve fatal con este vestido― dijo mientras se acercaba con expresión de autoridad―. Quítatelas. No hay otra opción. ― ¡Emma, no voy a hacer eso! ― protesté, cruzando los brazos. ―Mira― insistió, señalando con un dedo el contorno de las costuras que se marcaban bajo la tela―. Estás a punto de entrar en una gala llena de gente elegante, incluido tu jefe, y no podemos arruinar esto por un detalle como ese. Sabía que tenía razón, pero la idea de ir sin ropa interior me incomodaba. ―Esto es una locura... ― murmuré mientras finalmente cedía y me deslizaba las bragas por las piernas. ―Perfecto. Ahora sí estás lista para conquistar la noche― declaró Emma, triunfante. No sé en cuántos idiomas maldije mientras me miraba nuevamente en el espejo. No me reconocí. El vestido era increíble, ceñido y elegante, un verde oscuro que brillaba ligeramente con la luz. La tela, probablemente seda o satén, acariciaba cada curva de mi cuerpo de una manera que me hacía sentir tan expuesta como fascinante. El maquillaje sutil realzaba mis rasgos, y el recogido alto de mi cabello alargaba mi cuello, dándome una apariencia que no asociaba con mi reflejo habitual. Me veía distinta. ¿Más segura? No. Más audaz, quizá, pero también más vulnerable. El timbre del apartamento sonó, anunciándome que el taxi que había pedido ya estaba abajo. ―Ok, ya es hora de irme― suspiré mientras tomaba mi bolso. Miré a Emma―. ¿Crees que no haré el ridículo? ―Claro que no― respondió, sacudiendo la cabeza con firmeza―. Vas a volarle la cabeza a cada persona allí como la m*****a diosa que eres. Una ola de nervios me invadió, mi estómago se retorció como si hubiera ingerido un enjambre de abejas. ―Dios, esto es una locura. Jamás hice algo así, y tú sabes lo torpe que me pongo cuando estoy nerviosa. ―Vas a estar bien, Eliza. Tienes un don natural con las personas― aseguró, colocando sus manos sobre mis hombros para darme un último empujón de ánimo―. Arrasa con ellos, campeona. Con un último vistazo al espejo, bajé al taxi. Durante todo el trayecto, mis pensamientos no paraban de correr. Mi corazón palpitaba con fuerza, como si quisiera salir de mi pecho. Necesitaba verme sofisticada, profesional, impecable. No podía dar ni un solo paso en falso, no con el señor Müller. Si algo salía mal, sabía que tenía el despido asegurado. Y no podía perder este trabajo. Por nada del mundo. Diez minutos después, el taxi se detuvo frente al imponente Hotel Ritz. Las luces del edificio iluminaban la calle con un resplandor dorado, y desde mi asiento, observé la impresionante entrada. Elegante. Lujosa. Abrumadora. Respiré hondo, contando hasta tres. ―Puedes hacerlo, Eliza― murmuré para mí misma, intentando calmar los nervios que sentía como un nudo en el estómago. Ajusté el vestido una última vez, asegurándome de que estuviera en su lugar, y finalmente abrí la puerta del auto. La brisa fresca de la noche acarició mi piel, brindándome un mínimo consuelo en medio de mi ansiedad. Agradecí que, aunque ajustado, el vestido me permitiera moverme con cierta libertad. Bajé del auto con cuidado, mis tacones resonando sobre el pavimento. Cada paso hacia la entrada del hotel me pareció un desafío, como si el sonido de mis pasos pudiera anunciar mi llegada y poner todas las miradas sobre mí. La fachada del hotel era majestuosa, iluminada con luces que resaltaban su arquitectura clásica y elegante. Cruzando el umbral, el interior me dejó sin aliento. Era incluso más deslumbrante de lo que imaginaba. El salón principal parecía un escenario sacado de una película: enormes candelabros de cristal colgaban del techo, esparciendo destellos de luz cálida que danzaban sobre las paredes decoradas con detalles dorados y molduras exquisitas. Los arreglos florales, en tonos crema y dorado, estaban dispuestos en mesas impecables que brillaban bajo la luz, rodeadas por sillas adornadas con lazos de seda. El murmullo de las conversaciones llenaba el aire, acompañado por suaves risas y el tintineo de copas de champán que chocaban en brindis discretos. La música, elegante y envolvente, fluía desde una orquesta ubicada en una esquina del salón, elevando aún más la atmósfera de sofisticación. Mientras avanzaba por el vestíbulo hacia la entrada del salón principal, sentí cómo las miradas de algunos invitados se posaban sobre mí, evaluando, juzgando, o simplemente curiosos. La sensación de ser observada me hizo ajustar los hombros, levantando la barbilla en un intento por parecer más segura de lo que realmente me sentía. Un camarero pasó a mi lado con una bandeja llena de copas de champán burbujeante. Aunque me habría gustado tomar una para calmar los nervios, decidí que lo último que necesitaba era tropezar con la copa en la mano. En cambio, seguí avanzando, recorriendo con la mirada el lugar, hasta llegar a la barra. Entonces lo vi. Bastián Müller estaba al otro lado del salón, con su porte imponente y su presencia magnética, conversando con un grupo de hombres trajeados que reían con moderación. Su impecable esmoquin parecía hecho a medida, resaltando la seriedad y perfección que lo caracterizaban. Mi corazón latía con fuerza mientras me mezclaba con la gente antes de ir con él, deseando no tropezar, no meter la pata y, sobre todo, no dejar que la inseguridad arruinara esta noche. Respiré hondo otra vez. No podía permitirme vacilar. Esto no era una cita ni una fiesta para disfrutar; esto eran horas extras de la oficina, y yo estaba aquí para cumplir mi trabajo. Esta era mi oportunidad de demostrar que podía estar a la altura, incluso si todavía me costaba entender por qué había decidido traerme a esta gala.BastiánCuando entré al gran salón, me detuve un instante en la entrada. El espacio era imponente, un derroche de lujo en cada detalle. Las lámparas de araña colgaban majestuosas del techo alto, bañando todo con una luz cálida que hacía brillar las joyas y las copas de cristal en las manos de los invitados. Las paredes estaban decoradas con molduras doradas, y el suelo de mármol reflejaba la opulencia de la sala. Hombres y mujeres conversaban en pequeños grupos, vestidos impecablemente con trajes y vestidos de gala que parecían sacados de un desfile de alta costura.Moví la mirada de un lado a otro, buscando sin demasiado entusiasmo a mi asistente. La ausencia de esa mujer solo confirmaba lo que ya sospechaba, seguramente estaba en alguna esquina del lugar, evitando hacer su trabajo y disfrutando de la velada más de lo que debería.Sin embargo, sacando el episodio de esta mañana que era el primero que había tenido en tres Años. Era raro que Eliza no estuviera puntual; porque nunca fal
ElizaDefinitivamente, me había vuelto loca. O tal vez esto era un mal sueño del que no podía despertar, porque no había manera de que la persona que más detestaba en este mundo estuviera frente a mí, pidiéndome que fingiera ser su novia.Su jodida novia.Lo miré fijamente, cruzándome de brazos, mientras mi cerebro intentaba asimilar lo que acababa de escuchar.―Perdón, pero creo que me acabo de volver loca y estoy empezando a alucinar― dije con una incredulidad calculada―. ¿Qué acaba de decir?La mandíbula de Bastián se tensó, igual que sus hombros. Esa era una de sus expresiones más características, una mezcla de autoridad inquebrantable y paciencia al borde del colapso. En cualquier otra circunstancia, esa mirada habría sido suficiente para hacerme retroceder. Él tenía esa habilidad de hacerte sentir como un niño regañado con tan solo un gesto.Pero no esta noche.No después de haberme sacado de mi casa, haberme hecho vestirme como si fuera una modelo de revista, y ahora soltarme s
ElizaMe desperté sintiéndome peor que cuando finalmente había apoyado la cabeza en la almohada. Era como si no hubiera dormido nada, aunque estaba segura de que, en algún momento, el agotamiento había ganado la batalla.La realidad era simple, no había conseguido descansar. Mi mente había estado atrapada en un bucle interminable de pensamientos que me arrastraban una y otra vez a la noche anterior. Una noche que se sentía surrealista, como una película de esas que te dejan preguntándote si realmente sucedió o si solo fue un sueño extraño y complicado.¿De verdad había pasado?Porque, honestamente, no había forma de que mi vida se hubiera convertido en esto: fingir ser la novia de mi jefe. Mi jefe. El ser más irritante, insufrible y arrogante que existía en el planeta.Solté un bufido, hundiendo la cara en la almohada antes de girarme sobre la cama. A pesar de todo, no podía dejar de pensar en la forma en que su mano había estado apoyada en mi espalda baja durante toda la noche. Era u
BastiánDecir que había podido dormir las últimas dos noches era casi un eufemismo. Mis párpados pesaban como si llevaran el peso de mil pensamientos no resueltos, y mi cuerpo estaba atrapado en un entumecimiento tan profundo que ni diez tazas de café podrían arrancarme de esta pesadilla disfrazada de resaca emocional.Cada vez que cerraba los ojos, el mismo sueño regresaba, burlándose de mí con su cruel insistencia. Una y otra vez, aparecía ella, una pelirroja despampanante, con su risa burbujeante, sus ojos verdes y sus labios curvados en esa sonrisa burlona que nunca antes había asociado con alguien como Eliza.Mi asistente.Sacudí la cabeza con fuerza, intentando arrancar esas imágenes que se arremolinaban en mi mente como un huracán. ¿Cómo no la había visto antes? ¿Cómo pude ser tan ciego? Tal vez porque durante tres años había estado convencido de que era la mujer más irritante, insufrible e insolente que había tenido la desgracia de conocer.Sin embargo, sería un imbécil si neg
ElizaMe había despertado con una sensación extraña, una mezcla entre anticipación y un leve nudo en el estómago, como si algo inevitable estuviera por suceder. ¿Sería bueno o malo? No tenía idea. Pero ahí estaba, como una presencia latente que no podía ignorar.Decidí comenzar mi día más temprano de lo habitual, con la esperanza de que mantenerme ocupada disipara esta incomodidad. Me di una ducha larga y caliente, dejando que el agua resbalara por mi cuerpo, tratando de relajar los músculos tensos. Luego elegí un vestido bonito, uno de esos que me hacían sentir segura. Quizás si me veía bien, lograría engañar a mi mente para sentirme mejor.Preparé mi café, exactamente como me gustaba: fuerte, con una pizca de canela. El aroma llenó mi pequeña cocina, y por un instante, pensé que funcionaría. Pero no. Esa sensación seguía allí, flotando en el aire como una nube pesada y densa que no podía disipar. Era frustrante. ¿Por qué estaba tan inquieta?Intenté sacudir esa idea de mi mente mien
ElizaEstábamos en el centro comercial, y mientras caminaba junto a Emma, todavía esperaba la explosión que estaba segura vendría en cualquier momento. Hacía unos minutos, entre el bullicio de la gente y las vitrinas llenas de luces, le había contado brevemente el trato que mi jefe, el señor Müller, me había propuesto días atrás.Emma había reaccionado como esperaba, en completo silencio, pero su lenguaje corporal era un libro abierto. Sus hombros estaban tensos, sus labios apretados, y aunque estaba distraída buscando un tono específico de labial en una tienda de cosméticos, podía notar su frustración contenida.No pasó mucho tiempo antes de que dejáramos la tienda con su compra en mano. Caminamos hasta una cafetería cercana y tomamos asiento en una mesa junto al ventanal. Pedimos nuestras bebidas, y el aroma del café recién hecho llenó el aire mientras un silencio incómodo se extendía entre nosotras.Emma fue la primera en romperlo.― ¿Es broma? ― preguntó finalmente, con su bebida
ElizaMaldición.Lo supe desde el momento en que abrí los ojos esta mañana: hoy iba a ser un día horrible.Sentada en el asiento trasero de un taxi que olía a humedad y perfume barato, miré con exasperación al enorme todoterreno frente a nosotros. ¿Cuál era su maldito problema? Llevábamos atascados en la misma posición, en esta autopista, al menos los últimos diez minutos. Diez minutos de los que claramente, no disponía.Miré mi reloj y mascullé entre dientes.Estaba, sin duda, jodida.Al soltar un suspiro y girar la cabeza hacia la ventana, mis ojos se cruzaron con los del conductor en el auto de al lado. Un hombre de unos cuarenta años, con una sonrisa sucia y unos labios que formaban la palabra "guapa" mientras sus ojos me recorrían de arriba a abajo. Sentí un escalofrío de asco. ¿Por qué algunos hombres debían comportarse como cerdos? Como si ya no tuviera suficiente.Me hundí en el asiento del taxi y solté otro suspiro, dejándome envolver por la frustración. Toda esta debacle hab