Eliza
Definitivamente, me había vuelto loca. O tal vez esto era un mal sueño del que no podía despertar, porque no había manera de que la persona que más detestaba en este mundo estuviera frente a mí, pidiéndome que fingiera ser su novia.
Su jodida novia.
Lo miré fijamente, cruzándome de brazos, mientras mi cerebro intentaba asimilar lo que acababa de escuchar.
―Perdón, pero creo que me acabo de volver loca y estoy empezando a alucinar― dije con una incredulidad calculada―. ¿Qué acaba de decir?
La mandíbula de Bastián se tensó, igual que sus hombros. Esa era una de sus expresiones más características, una mezcla de autoridad inquebrantable y paciencia al borde del colapso. En cualquier otra circunstancia, esa mirada habría sido suficiente para hacerme retroceder. Él tenía esa habilidad de hacerte sentir como un niño regañado con tan solo un gesto.
Pero no esta noche.
No después de haberme sacado de mi casa, haberme hecho vestirme como si fuera una modelo de revista, y ahora soltarme semejante bomba sin previo aviso.
―Sé que esto se ve mal― comenzó, con ese tono grave que usaba cuando intentaba controlarlo todo, incluida la conversación―. Pero no tengo tiempo para explicarte los detalles. Solo tienes que fingir ser mi novia cuando te presente.
Mis ojos se entrecerraron mientras procesaba sus palabras.
― ¿Perdón? ― dije, dejando salir una pequeña risa incrédula mientras señalaba mi vestido y luego a él―. Esto no tiene sentido. Soy su asistente, ¿debo fingir ser otra persona? ¿Cambiarme el nombre o algo así?
Por un breve momento, sus ojos se suavizaron, casi como si hubiera algo humano detrás de esa fachada de perfección. Fue tan rápido que apenas lo noté.
―No― respondió con un suspiro exasperado, como si tuviera que explicarle algo obvio a un niño―. Sigues siendo tú, Eliza. Solo finges tener una relación conmigo.
Ah, claro, eso lo hacía mucho más lógico.
―Entendido― dije, alargando la palabra con sarcasmo mientras alzaba una ceja―. Entonces vamos a pretender que tiene una aventura con su asistente.
Su ceño se frunció al instante, y no pude evitar disfrutarlo. Hacerlo rabiar de esa manera era un pequeño placer que no pensaba perderme.
―No tengo una aventura con mi asistente, Eliza― replicó con fastidio, su tono de voz cargado de autoridad―. Eres mi novia esta noche. ¿Puedes hacerlo o no?
Lo miré durante unos segundos, dejando que el silencio se extendiera mientras evaluaba mis opciones. Todo en su lenguaje corporal me decía que odiaba estar en esta situación. Él no era el tipo de hombre que pedía favores, y el hecho de que lo estuviera haciendo ahora decía mucho. Por otro lado, ¿cuántas oportunidades más tendría de hacerlo enojar así?
Finalmente, suspiré y dejé caer los brazos con resignación teatral.
―De acuerdo, estoy dentro― dije, tratando de parecer más molesta de lo que realmente estaba.
Él exhaló con algo que parecía alivio, aunque su ceño permanecía fijo en su rostro.
―Perfecto.
―Pero esto le saldrá caro, señor Müller― añadí, levantando una ceja con picardía mientras jugaba con mis dedos, completamente fuera de mi zona de confort―. Mucho más caro que horas extras.
Por primera vez en todo el tiempo que llevábamos trabajando juntos, vi cómo sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa. No me lo esperaba. Era una sonrisa sutil, pero auténtica, y me dejó momentáneamente desarmada.
―Vas a tener que tutearme todo el tiempo, Eliza― murmuró, su tono bajo y algo cargado de significado―. Se supone que eres mi novia esta noche. Y lo que quieras, lo tendrás.
Levanté una ceja, tratando de recuperar mi compostura.
―Genial― respondí con una sonrisa sarcástica―. Te lo haré saber más tarde.
Él extendió su mano hacia mí, y por un instante dudé antes de ofrecérsela. Su agarre fue firme y cálido, manteniendo el contacto visual más tiempo del que parecía necesario. Algo en su mirada me atrapó, un destello que no había visto antes, y que hizo que mi respiración se volviera un poco más pesada.
Cuando finalmente soltó mi mano, aparté la vista y me ajusté el vestido, intentando ignorar el calor que me había subido hasta las mejillas.
Lo odiaba debía recordar eso. Dios, definitivamente, iba a necesitar una copa.
No había forma de sobrevivir a esta noche sin un poco de alcohol en mi sistema.
Tragué saliva cuando Bastián soltó mi mano, solo para posarla con firmeza en mi espalda baja. Su toque irradiaba un calor imposible de ignorar, al igual que lo impecable que se veía en ese smoking negro perfectamente ajustado. Quería no notarlo, de verdad quería, pero era una tarea titánica. ¿Cómo ignorar la presencia de un hombre como él?
Bastián Müller era el tipo de persona que capturaba la atención de cualquiera, y yo, a pesar de los años trabajando para él, no era inmune a eso.
Incluso detestándolo tanto como lo hacía.
Había pasado años aprendiendo a ignorar lo estúpidamente atractivo que era. Al igual que muchas otras mujeres, yo no era de piedra ni ciega. Pero mi profesionalismo había sido siempre mi escudo, eso y el solo hecho de que me caía pésimo y no podíamos congeniar ni por medio minuto.
Me enfoqué en lo importante, en mi trabajo, y no en sus encantos físicos ni en ese cuerpo que el traje apenas podía ocultar.
Sin embargo, esta noche se sentía diferente. Esta noche, con su mano en mi espalda y su proximidad envolviéndome, todo se sentía demasiado... presente.
Mientras cruzábamos el salón, Bastián se movía con una confianza que no podía ser fabricada. No solo caminaba; él dominaba. Cada mirada en la habitación gravitaba hacia él como si fuera el único imán en un campo de metal. No era arrogancia, tampoco ostentación; era algo más sutil, más profundo. Era la certeza de un hombre que sabía que controlaba cada situación, cada interacción.
Joder, fue inevitable sentir cómo un sudor frío comenzaba a recorrer mi espalda.
Bastián era una tormenta, y yo estaba atrapada en el ojo del huracán.
Cuando se detuvo a conversar con un hombre mayor que llevaba un traje gris, aproveché el momento para apartarme unos pasos. Mis ojos buscaron desesperadamente una bandeja con copas de champán, y en cuanto una pasó junto a mí, tomé una sin dudarlo.
El líquido burbujeante bajó por mi garganta, proporcionando un pequeño pero necesario alivio. Observé de reojo cómo mi jefe hablaba, cada movimiento de su cuerpo calculado, cada palabra cuidadosamente pronunciada. Era un maestro en su elemento, y yo... yo estaba fuera de mi zona de confort.
Apreté la copa entre mis dedos mientras me repetía mentalmente que tenía que mantener la compostura. Solo era una noche. Solo tenía que fingir un poco.
Pero cuando Bastián terminó su conversación y su mirada se encontró con la mía, la intensidad en sus ojos me robó el aire. Caminó hacia mí con una fluidez que hacía parecer que el resto del salón se detenía para mirarlo.
― ¿Todo bien? ― preguntó, su voz baja y cargada de esa autoridad que parecía inherente en él.
―Perfectamente― respondí, con una sonrisa que esperaba no se viera tan falsa como se sentía.
Él inclinó ligeramente la cabeza, evaluándome como si pudiera leer cada pensamiento que cruzaba por mi mente. Luego, con una leve curva en los labios, me ofreció su brazo.
―Vamos, tenemos más personas a quienes impresionar.
Y con eso, volví a su órbita, preguntándome si lograría sobrevivir a esta noche sin perder completamente la cabeza.
Sin embargo, no llegamos demasiado lejos. Apenas avanzamos unos pasos cuando Bastián se detuvo de repente, su postura rígida como si hubiera sentido un cambio en el aire. Su rostro, que hasta hace un segundo era una mezcla de seriedad y cortesía fingida, se transformó en esa expresión fría y distante que conocía tan bien.
Curiosa por su reacción, me giré lentamente para entender la razón de su cambio. Y ahí estaban.
Lucien Kingston, su archirrival, caminaba hacia nosotros con esa seguridad altiva que parecía ser su sello personal. A su lado, una mujer con un vestido que gritaba lujo, elegancia, y una arrogancia palpable.
Venus White. La ex prometida de Bastián.
Sentí cómo su tensión se trasladaba a través del contacto de su mano en mi espalda, su agarre firme ahora era casi una advertencia para que no me moviera.
―Müller, parece que tu cita finalmente llegó― dijo Kingston con una sonrisa cargada de condescendencia. Su mirada se deslizó hacia mí, evaluándome de arriba abajo sin ningún pudor―. Espera, ¿te conozco? Tengo la sensación de haberte visto antes.
―Es su asistente― intervino Venus con un tono que destilaba veneno―. Tan predecible, Bastián.
Reprimí las ganas de rodar los ojos y mantenerme estoica. No era el momento de perder la compostura.
―Ella es Eliza Harper, mi novia― replicó Bastián con una calma que me sorprendió, entrelazando nuestros dedos en un gesto deliberado.
La reacción de Kingston fue inmediata, sus cejas se levantaron ligeramente, incapaz de ocultar la sorpresa. Pero el verdadero espectáculo estaba en Venus, cuya sonrisa se desdibujó al instante, transformándose en una línea delgada de frustración.
―El cliché del jefe y la secretaria― rió Kingston, como si hubiera dicho la mejor broma de la noche―. Pero debo reconocerte algo Bastián, tiene un gusto exquisito. Es bellísima.
El comentario, aunque envuelto en halagos, era una puñalada dirigida tanto a Bastián como a mí. Pude sentir la tensión en él, su mandíbula apretada, los dedos ligeramente rígidos en mi mano. Si no hacía algo, esto terminaría mal.
―Bueno, bien dicen que uno encuentra el amor donde menos lo espera, ¿no? ― intervine con una sonrisa amable, deslizando mi mano por su brazo en un gesto casual pero intencionado.
Bastián me miró por el rabillo del ojo, claramente sorprendido por mi iniciativa, pero no me detuvo. Venus, por su parte, se mordió el interior de la mejilla, incapaz de ocultar su molestia.
Y luego ocurrió algo que no esperaba.
―Ella es mi mejor historia de amor― dijo Bastián de repente, su voz firme, pero con un matiz suave que nunca antes había oído. Se volvió hacia mí y me miró directamente a los ojos―. No sé qué hice para que me diera una oportunidad, pero fue lo mejor que me pasó en la vida.
Mis labios se separaron, sorprendida por la intensidad en su mirada. Era mentira, claro, pero por un segundo se sintió demasiado real.
Kingston frunció el ceño, claramente incómodo, mientras Venus, incapaz de mantener su fachada, clavó las uñas en el brazo de su acompañante. Sin más, ambos se retiraron con excusas triviales, dejando tras de sí un aire tenso y pesado.
Cuando se marcharon, Bastián soltó un suspiro bajo, liberando también mi mano.
―Eso fue... ― comencé, tratando de recomponerme―. Interesante.
―Lo sé― murmuró él, su tono volviendo a su neutralidad habitual, aunque sus ojos seguían fijos en el lugar donde Kingston y Venus habían desaparecido.
―Lucien y Venus― dije, intentando entender mejor lo que acababa de suceder―. ¿Están comprometidos?
Bastián asintió ligeramente, pero su mandíbula volvió a tensarse.
―Sí, créeme, lo sé― respondió con frialdad. Su tono no dejaba lugar a preguntas.
Durante un momento, nos quedamos en silencio, ambos procesando lo ocurrido. Quería decir algo para romper la tensión, pero las palabras no llegaban. Finalmente, él se aclaró la garganta y me miró, su expresión impenetrable.
―Gracias por esto, Eliza. Has hecho más de lo que puedo pedir.
Comenzamos a circular nuevamente entre los grupos de invitados, las conversaciones se mezclaban con el murmullo constante, pero yo me mantenía al lado de Bastián, sonriendo cuando era necesario y proyectando la seguridad que él reflejaba con tanta naturalidad. Mi papel de "novia" era tan fácil de interpretar como cualquier otro rol en esta puesta en escena. Al menos, en apariencia.
Su mano, siempre firme y cálida, descansaba sobre mi espalda baja, guiándome con una seguridad casi palpable, como si fuéramos una unidad perfectamente ensamblada. A veces, su mano rozaba mi cintura, o mi brazo, en gestos que parecían más una estrategia calculada que una simple casualidad. Su cercanía, esa constante y deliberada proximidad, me descolocaba cada vez más. En su mundo, todo parecía tan perfecto, tan impecablemente controlado.
Desde el otro lado del salón, Venus no dejaba de lanzarme miradas envenenadas, y aunque intenté ignorarlas, era imposible no notar cómo sus ojos se clavaban en mí con una intensidad peligrosa cada vez que Bastián se acercaba a mi oído, susurros aparentemente inofensivos, pero que, en el aire cargado de tensión de esa noche, se sentían como una declaración de guerra. El juego se había elevado a un nivel del que ya no podía escapar.
El cansancio comenzó a pesar en mis piernas y, por alguna razón, Bastián lo notó antes que nadie. La leve vacilación en mi caminar fue suficiente para que, sin previo aviso, se ofreciera a llevarme a casa.
Me negué automáticamente, aunque mi respuesta fue casi una formalidad. Sin embargo, antes de que pudiera articular otro "no", ya estábamos fuera del hotel, mi espalda baja alineada con su mano, firme y constante. El toque me quemaba, pero de una manera sutil, que no podía desentrañar por completo.
El coche que nos esperaba era exactamente lo que esperaba de alguien como él: elegante, discreto y perfecto en cada detalle. Tan impecable que casi me sentí como si respirara en exceso dentro de él. El aire acondicionado me rodeaba con un frío inesperado que contrastaba con el calor que había dejado su mano sobre mi piel. Bastián abrió la puerta y me permitió entrar primero, sin prisa, sin duda alguna de que este era su control de la situación.
El silencio en el interior del coche era abrumador. Yo estaba atrapada entre las luces de la ciudad que parpadeaban a través de la ventana y la presencia de Bastián junto a mí, tan cerca, tan tangible. Cada segundo que pasaba en esa cápsula de lujo me hacía sentir más nerviosa de lo que me atrevía a admitir, mi cuerpo aún resonando con la electricidad de la noche. Mis pensamientos parecían retorcerse dentro de mi mente, y cada vez que intentaba ordenar lo que había sucedido, algo se me escapaba, dejándome más confusa y vulnerable.
De repente, lo que más deseaba era alejarme de todo esto, del peso de su cercanía, de la seducción no dicha que había marcado la velada. Pero sabía que no podría simplemente ignorar cómo su mano, tan casualmente, había hecho que mi corazón latiera con una fuerza inesperada, como si cada toque fuera un recordatorio de lo que no debía sentir.
Sacudí la cabeza, intentando salir de la espiral en la que me había metido. El lunes él volvería a ser el mismo Bastián Müller, distante y profesional, pero mientras tanto… Emma iba a perder la cabeza cuando le contara todo lo que había sucedido esta noche. Aunque, honestamente, yo misma todavía no podía comprenderlo por completo.
ElizaMe desperté sintiéndome peor que cuando finalmente había apoyado la cabeza en la almohada. Era como si no hubiera dormido nada, aunque estaba segura de que, en algún momento, el agotamiento había ganado la batalla.La realidad era simple, no había conseguido descansar. Mi mente había estado atrapada en un bucle interminable de pensamientos que me arrastraban una y otra vez a la noche anterior. Una noche que se sentía surrealista, como una película de esas que te dejan preguntándote si realmente sucedió o si solo fue un sueño extraño y complicado.¿De verdad había pasado?Porque, honestamente, no había forma de que mi vida se hubiera convertido en esto: fingir ser la novia de mi jefe. Mi jefe. El ser más irritante, insufrible y arrogante que existía en el planeta.Solté un bufido, hundiendo la cara en la almohada antes de girarme sobre la cama. A pesar de todo, no podía dejar de pensar en la forma en que su mano había estado apoyada en mi espalda baja durante toda la noche. Era u
BastiánDecir que había podido dormir las últimas dos noches era casi un eufemismo. Mis párpados pesaban como si llevaran el peso de mil pensamientos no resueltos, y mi cuerpo estaba atrapado en un entumecimiento tan profundo que ni diez tazas de café podrían arrancarme de esta pesadilla disfrazada de resaca emocional.Cada vez que cerraba los ojos, el mismo sueño regresaba, burlándose de mí con su cruel insistencia. Una y otra vez, aparecía ella, una pelirroja despampanante, con su risa burbujeante, sus ojos verdes y sus labios curvados en esa sonrisa burlona que nunca antes había asociado con alguien como Eliza.Mi asistente.Sacudí la cabeza con fuerza, intentando arrancar esas imágenes que se arremolinaban en mi mente como un huracán. ¿Cómo no la había visto antes? ¿Cómo pude ser tan ciego? Tal vez porque durante tres años había estado convencido de que era la mujer más irritante, insufrible e insolente que había tenido la desgracia de conocer.Sin embargo, sería un imbécil si neg
ElizaMe había despertado con una sensación extraña, una mezcla entre anticipación y un leve nudo en el estómago, como si algo inevitable estuviera por suceder. ¿Sería bueno o malo? No tenía idea. Pero ahí estaba, como una presencia latente que no podía ignorar.Decidí comenzar mi día más temprano de lo habitual, con la esperanza de que mantenerme ocupada disipara esta incomodidad. Me di una ducha larga y caliente, dejando que el agua resbalara por mi cuerpo, tratando de relajar los músculos tensos. Luego elegí un vestido bonito, uno de esos que me hacían sentir segura. Quizás si me veía bien, lograría engañar a mi mente para sentirme mejor.Preparé mi café, exactamente como me gustaba: fuerte, con una pizca de canela. El aroma llenó mi pequeña cocina, y por un instante, pensé que funcionaría. Pero no. Esa sensación seguía allí, flotando en el aire como una nube pesada y densa que no podía disipar. Era frustrante. ¿Por qué estaba tan inquieta?Intenté sacudir esa idea de mi mente mien
ElizaEstábamos en el centro comercial, y mientras caminaba junto a Emma, todavía esperaba la explosión que estaba segura vendría en cualquier momento. Hacía unos minutos, entre el bullicio de la gente y las vitrinas llenas de luces, le había contado brevemente el trato que mi jefe, el señor Müller, me había propuesto días atrás.Emma había reaccionado como esperaba, en completo silencio, pero su lenguaje corporal era un libro abierto. Sus hombros estaban tensos, sus labios apretados, y aunque estaba distraída buscando un tono específico de labial en una tienda de cosméticos, podía notar su frustración contenida.No pasó mucho tiempo antes de que dejáramos la tienda con su compra en mano. Caminamos hasta una cafetería cercana y tomamos asiento en una mesa junto al ventanal. Pedimos nuestras bebidas, y el aroma del café recién hecho llenó el aire mientras un silencio incómodo se extendía entre nosotras.Emma fue la primera en romperlo.― ¿Es broma? ― preguntó finalmente, con su bebida
ElizaMaldición.Lo supe desde el momento en que abrí los ojos esta mañana: hoy iba a ser un día horrible.Sentada en el asiento trasero de un taxi que olía a humedad y perfume barato, miré con exasperación al enorme todoterreno frente a nosotros. ¿Cuál era su maldito problema? Llevábamos atascados en la misma posición, en esta autopista, al menos los últimos diez minutos. Diez minutos de los que claramente, no disponía.Miré mi reloj y mascullé entre dientes.Estaba, sin duda, jodida.Al soltar un suspiro y girar la cabeza hacia la ventana, mis ojos se cruzaron con los del conductor en el auto de al lado. Un hombre de unos cuarenta años, con una sonrisa sucia y unos labios que formaban la palabra "guapa" mientras sus ojos me recorrían de arriba a abajo. Sentí un escalofrío de asco. ¿Por qué algunos hombres debían comportarse como cerdos? Como si ya no tuviera suficiente.Me hundí en el asiento del taxi y solté otro suspiro, dejándome envolver por la frustración. Toda esta debacle hab
ElizaEl señor Müller me había pedido que lo acompañara a la gala. A mí.En tres años trabajando para él, nunca había sucedido algo parecido. Bastián Müller, el hombre más frío, distante y calculador que había conocido, acababa de pedirme que lo acompañara a un evento de beneficencia. ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que decidiera hacer semejante petición? Claro, como su asistente, mi trabajo era asistirlo en lo que necesitara, pero esto... esto no entraba en la descripción del puesto.El desconcierto inicial pronto fue reemplazado por una avalancha de emociones, incredulidad, nervios y, lo peor de todo, una mezcla de tortura y emoción que no quería analizar demasiado. Pasar una noche a su lado fuera de la oficina, donde ya tenía el don de hacerme la vida imposible, sonaba como un desafío titánico.Respiré hondo, intentando enfocar mi mente. Esto no era personal, me recordé. Era trabajo, puro y simple. Pero incluso en mi intento por mantener la profesionalidad, no podía ignorar el pro
BastiánCuando entré al gran salón, me detuve un instante en la entrada. El espacio era imponente, un derroche de lujo en cada detalle. Las lámparas de araña colgaban majestuosas del techo alto, bañando todo con una luz cálida que hacía brillar las joyas y las copas de cristal en las manos de los invitados. Las paredes estaban decoradas con molduras doradas, y el suelo de mármol reflejaba la opulencia de la sala. Hombres y mujeres conversaban en pequeños grupos, vestidos impecablemente con trajes y vestidos de gala que parecían sacados de un desfile de alta costura.Moví la mirada de un lado a otro, buscando sin demasiado entusiasmo a mi asistente. La ausencia de esa mujer solo confirmaba lo que ya sospechaba, seguramente estaba en alguna esquina del lugar, evitando hacer su trabajo y disfrutando de la velada más de lo que debería.Sin embargo, sacando el episodio de esta mañana que era el primero que había tenido en tres Años. Era raro que Eliza no estuviera puntual; porque nunca fal