BastiánEra algo tarde cuando volví a casa, agotado. Lo único que deseaba era darme un buen baño, comer algo rápido y caer rendido en la cama. Pero sabía que no sería tan sencillo.Desde que Eliza se había mudado, mis días eran un maldito infierno. Y ya había perdido la cuenta de cuántas noches esta semana no había dormido bien. Porque ahora, en lugar de solo fantasear con ella en aquel vestido que la hacía ver simplemente irresistible, la tenía al alcance de mi mano.Nunca antes, en todo el tiempo que habíamos trabajado juntos, me había permitido mirarla de otra forma. Pero ahora, siendo sincero, nunca había estado tan cerca de ella durante tanto tiempo. Su aroma, dulce y cálido, nada abrumador, me envolvía a cada instante. Era algo que jamás habría considerado atractivo en una mujer antes de conocerla. Pero con Eliza, lo era. Y, joder, lo era demasiado.Y no solo era su aroma. La había visto desnuda.El recuerdo me golpeó como una corriente eléctrica, haciendo que el cansancio se es
ElizaEstaba sentada en el sofá, acurrucada con una taza de café caliente entre mis manos, mientras intentaba procesar un día extraño y agotador en el trabajo. La suavidad del terciopelo bajo mis piernas y el aroma del café recién hecho eran reconfortantes, pero no lo suficiente para silenciar el bullicio en mi cabeza.Habían pasado cinco días desde que el Señor Müller y yo habíamos comenzado con esta extraña dinámica de fingir ser pareja, y aún me resultaba difícil comprender cómo estábamos logrando mantener este teatro sin fisuras evidentes. Cada día era una mezcla entre lo surrealista y lo inquietante, como si caminara sobre una cuerda floja que podía romperse en cualquier momento.En la oficina, todo parecía más o menos normal en la superficie. Él seguía siendo el hombre frío, autoritario y metódico que siempre había conocido, pero había pequeños gestos que ahora me descolocaban. Un "buenos días" que sonaba inesperadamente cálido cuando pasaba por mi mesa, o un "gracias" pronuncia
ElizaMe levanté temprano, aunque decir que había dormido sería una exageración. Apenas había conciliado el sueño, y cuando lo hacía, las mismas preguntas seguían rondando en mi cabeza. La idea de tener una cita con mi jefe todavía me ponía inquieta, por más que intentara convencerme de que solo era una farsa.Bajé rápidamente por un café, rezando para no cruzármelo en ninguna parte. La casa estaba en silencio, y aproveché para volver a mi habitación antes de que él apareciera. Cerré la puerta detrás de mí como si eso pudiera aislarme de mis propios pensamientos.No podía dejar de pensar en cómo sería esa cena.No conocía al señor Müller en lo que se refería a lo personal. Todo lo que sabía de él estaba limitado al trabajo, su precisión impecable, su dedicación obsesiva y su carácter frío. Pero esta noche no seríamos jefe y asistente, al menos no oficialmente. ¿Cómo sería tener una conversación con él fuera de las formalidades laborales?Suspiré y me dejé caer en la cama, mirando el t
BastiánRevisaba los mensajes en mi teléfono mientras tomaba un sorbo de café. Era uno de esos raros momentos en los que la oficina estaba tranquila, un respiro después de una mañana interminable de reuniones. Como siempre, Eliza había estado impecable, eficiente hasta el punto de hacer que todo pareciera fácil.Esa pelirroja.Mi mirada se desvió de la pantalla, y sin darme cuenta, mis pensamientos ya estaban en ella. Desde que aceptó formar parte de este plan, no había dejado de desconcertarme. Antes, solo era mi asistente; competente, organizada, siempre un paso adelante. Pero ahora... ahora era más.Y el cambio me estaba jodiendo la cabeza.En el trabajo, seguía siendo la misma Eliza: inteligente, puntual, la definición misma de eficiencia. Pero en mi casa, era otra cosa. Allí no había trajes formales ni agendas perfectamente calculadas. Allí estaba la mujer, paseándose descalza por mis pisos, con esas camisetas de tirantes que dejaban demasiado a la vista, y esos pantalones cortos
ElizaTodo se había arruinado por mi gran bocota. Si era honesta, no era mi intención meter la pata de esa forma, pero escuchar a Venus hablar del señor Müller como si fuera lo peor del mundo me enfureció. No tenía derecho a hablar de él así. En todo caso, yo misma no era cercana a ese hombre, pero sabía perfectamente que no era el tipo de persona que lastima a otros a propósito.Y lo del compromiso... ¡madre mía! Eso fue una cagada monumental. Nunca estuvo en los planes. Había dicho lo primero que se me ocurrió para callar a esa víbora, y ahora, aquí estaba, con el estómago en un nudo, sintiéndome culpable.Mi jefe estaba tan molesto que hasta parecía más distante que de costumbre. Por supuesto, no me sorprendería si ya me estuviera odiando. Aquella mentira que se me escapó de los labios había hecho que nuestra relación de conveniencia subiera un par de niveles: ahora, por mi culpa, estábamos “falsamente comprometidos”.Lo peor de todo es que el señor Müller no había vuelto a casa ha
BastiánHabían sido los dos días más largos de mi vida. Siempre había disfrutado viajar; la sensación de volar, el cambio de paisajes, la oportunidad de conocer otros lugares. Pero esta vez no fue así. Esta vez, no me resultó placentero.Todo el tiempo, una inquietud constante me revolvía el estómago, y aunque traté de ignorarla, cada vez que me sentaba a solas en un avión o en una sala de reuniones, mi mente siempre volvía al mismo lugar: a ella.No quería profundizar en lo que significaba.No quería pensar en el porqué.Me daba terror decirlo en voz alta, como si reconocerlo pudiera cambiarlo todo.Tan pronto como terminé lo necesario, me las arreglé para tomar el primer vuelo de regreso. Fue un viaje rápido, pero incluso en ese corto tiempo, la ansiedad por llegar se convirtió en un peso sofocante.La necesitaba.No sabía hasta qué punto, pero lo hacía.Era viernes por la noche cuando finalmente llegué a casa. La mansión estaba sumida en un silencio sepulcral, con las luces apagada
ElizaLa noche se había desbordado con la energía de la multitud. El bar, ruidoso y abarrotado, vibraba al ritmo de la música de fondo, mientras las luces de neón parpadeaban en tonos violetas y azules. Me acomodé en una mesa alta, sentándome de forma relajada, casi como si buscara el confort de un refugio en medio del caos. Sorbí el Martini, dejando que el frío líquido se deslizara por mi garganta. Mi tacón, en un impulso casi involuntario, comenzó a marcar el ritmo de una versión de una canción que no reconocía, pero que sonaba envolvente en el aire espeso de la noche.Emma aún no había llegado, y aunque disfrutaba de la gente a mi alrededor, una parte de mí ya ansiaba su presencia. La idea de que fuera una noche de chicas me aliviaba, algo normal en un torbellino de caos emocional. Habían sido unos días intensos, con demasiadas vueltas en mi cabeza y demasiadas preguntas sin respuesta, y ahora solo quería escapar, incluso si fuera por unas horas. Una noche sin complicaciones, sin p
BastiánLlevaba cinco días enteros dándole vueltas en la cabeza, buscando la manera de decirle a Eliza que mis padres vendrían. Y lo que era peor: que debíamos dormir juntos.Todavía no entendía cómo habíamos llegado a este punto. O bueno… sí lo entendía. No podía hacerme el idiota.Todo se había complicado más de lo que debía, y yo tenía gran parte de la culpa.El solo recuerdo de mi reacción cuando la vi con ese maldito anillo de compromiso me hacía soltar un suspiro pesado. ¿En qué momento me había convertido en ese tipo de hombre? Como si aquel simple anillo pudiera marcarla como mía. Como si eso tuviera algún sentido cuando, en el fondo, sabía que lo que realmente me quemaba por dentro era otra cosa. Algo que no tenía que ver con acuerdos o apariencias. Algo que no quería admitir.Me pasé una mano por la nuca con frustración y miré mi reloj por quinta vez en los últimos diez minutos.No podía seguir postergándolo.Era absurdo que un hombre como yo, acostumbrado a lidiar con inver