BastiánLlevaba cinco días enteros dándole vueltas en la cabeza, buscando la manera de decirle a Eliza que mis padres vendrían. Y lo que era peor: que debíamos dormir juntos.Todavía no entendía cómo habíamos llegado a este punto. O bueno… sí lo entendía. No podía hacerme el idiota.Todo se había complicado más de lo que debía, y yo tenía gran parte de la culpa.El solo recuerdo de mi reacción cuando la vi con ese maldito anillo de compromiso me hacía soltar un suspiro pesado. ¿En qué momento me había convertido en ese tipo de hombre? Como si aquel simple anillo pudiera marcarla como mía. Como si eso tuviera algún sentido cuando, en el fondo, sabía que lo que realmente me quemaba por dentro era otra cosa. Algo que no tenía que ver con acuerdos o apariencias. Algo que no quería admitir.Me pasé una mano por la nuca con frustración y miré mi reloj por quinta vez en los últimos diez minutos.No podía seguir postergándolo.Era absurdo que un hombre como yo, acostumbrado a lidiar con invers
ElizaEstaba nerviosa.No…Tacha eso, estaba aterrada.Hoy llegarían los padres de Bastián y, a estas alturas, dormir en la misma cama que él era el menor de mis problemas. ¿En qué momento todo se había complicado tanto?Quizás…Quizás en el preciso instante en que abrí la boca y solté aquella locura sobre el compromiso.Suspiré, sintiendo la opresión en mi pecho aumentar. No estaba segura de poder enfrentarme a su familia. Una cosa era lidiar con Venus y sus comentarios venenosos, pero sus padres…Dios.Eso era completamente diferente.Ellos lo conocían mejor que nadie. Cada gesto, cada mirada, cada palabra que saliera de su boca. Si había alguien capaz de ver a través de esta farsa, eran ellos.Nuestra actuación no solo debía ser creíble.Debía ser impecable.Majestuosa.Cualquier error, cualquier pequeño desliz… y todo se derrumbaría.El corazón me latía en los oídos mientras me miraba en el espejo una última vez. El vestido que había elegido era sencillo, pero elegante. Algo segur
ElizaLa noche había sido tensa y estaba cargada de palabras no dichas.Por no decir menos.En esa batalla con sus padres, había dejado clara mi posición. Mi actuación había sido tan convincente que hasta yo misma estuve a punto de creer mis propias palabras. Pero la tensión no terminaba ahí. Claro que no. Porque que sus padres se quedaran con nosotros unos días implicaba algo más. Algo mucho peor.Significaba que debía compartir la habitación con mi jefe.Y la cama.Sobre todo, la cama.El solo pensamiento me erizaba la piel por razones que prefería no analizar. Habría hecho cualquier cosa por evitarlo, pero él tenía razón. No era lógico que una pareja, aunque fuera una farsa, durmiera en habitaciones separadas. Y esta mentira tenía que ser perfecta. No podía haber fisuras, no con la manera en que su madre nos observaba, con esos ojos afilados de quien sospecha que algo no encaja, de quien huele la mentira en el aire y solo espera el momento oportuno para desenmascararla.No podía pe
BastiánDormir con Eliza en mi cara era…No, no tenía palabras para describir aquello.Solo había sido una jodida noche, pero había trastornado mi cerebro de una manera absurda. ¿Qué carajo tenía ella que me hacía sentir así?¿Era su aroma dulce impregnado en mis sábanas? ¿El calor de su piel, que seguía ahí incluso cuando me acosté al filo del colchón intentando marcar una distancia? ¿O la forma en que murmuraba en sueños, completamente ajena al caos que me provocaba?No tenía idea, pero lo que sí sabía era que no había dormido. Ni un puto segundo.Solté un suspiro pesado y me pasé una mano por el rostro, agotado. Las letras de los documentos frente a mí parecían un borrón inútil. No importaba cuánto intentara concentrarme, mi cabeza volvía una y otra vez a la misma imagen: Eliza, dormida en mi cama, con su respiración tranquila, su cabello desparramado sobre mi almohada, su cuerpo pequeño, pero jodidamente invasivo a mi lado.Chasqueé la lengua, molesto conmigo mismo.Me levanté y f
ElizaLa cama estaba vacía cuando desperté. Parpadeé un par de veces, tratando de disipar la neblina del sueño, y deslicé la mano por las sábanas frías, buscando alguna señal de que el señor Müller había estado allí hasta hace poco. Nada.Había algo casi irreal en estar compartiendo su cama, en haberme sentido tan cercana a un secreto que se negaba a ser completamente revelado.Con el sol asomándose tímidamente entre las cortinas, mis ojos se abrieron a una realidad diferente. Me incorporé lentamente, echando un vistazo alrededor del dormitorio. La puerta del baño estaba entreabierta, pero la luz apagada me confirmó que estaba sola. Eso significaba que era seguro levantarme sin la incómoda posibilidad de toparme con él medio desnudo o, peor aún, tener que mantener una conversación demasiado temprano en la mañana.Me dirigí al baño y me puse una camiseta vieja y mis fieles pantalones cortos de fin de semana. No eran elegantes ni sofisticados, pero eran cómodos, y en este momento, el
BastiánLlevaba fuera de la oficina desde primera hora de la mañana, encadenando reuniones que exigían mi concentración y tomando decisiones que afectarían el rumbo de la empresa. Pero mientras caminaba de regreso a mi despacho, no era el último acuerdo cerrado ni los números en los informes lo que ocupaba mi mente.No.Lo que me atormentaba era el hecho de que ayer había estado a centímetros de besar a Eliza en mi cocina.Ese instante, breve pero cargado de tensión, seguía clavado en mi memoria con una claridad irritante. La forma en que sus labios entreabiertos parecían invitarme, el leve temblor en su respiración, la chispa de algo inconfesable en sus ojos. Pero, como el cobarde que era en lo que respectaba a mis propios sentimientos, había dado un paso atrás. Y después, en vez de enfrentar lo que había estado a punto de suceder, la había evitado todo el día.Me había refugiado en la soledad de mi despacho, enterrando mi cabeza en el trabajo como si eso fuera suficiente para callar
ElizaLo había besado y se había sentido colosal.No lo planeé. No hubo estrategia, ni razonamiento detrás de ello. Simplemente me dejé llevar por su cercanía, por la intensidad de su mirada y por su maldito aroma, ese que me desarmaba sin remedio. Después de ese casi beso en la cocina y la forma en que se fue, había decidido dejarlo estar. Mantenerme firme en lo que esto realmente era: una farsa.Pero tenerlo tan cerca nubló mí ya escaso sentido común.Nada podría haberme preparado para la forma en que reaccionó. No se apartó, no me detuvo. Me devolvió el beso. Y lo hizo de una manera que me dejó sin aliento, como si por un instante todo lo demás hubiera desaparecido. Como si no existiera ni el acuerdo, ni las mentiras, ni el tiempo perdido. Solo nosotros.Y ahora… ¿qué significaba eso?Con el pulso aún acelerado y la mente enredada en la confusión, me obligué a moverme. En tiempo récord me metí bajo el agua fría de la ducha, intentando disipar el calor que su boca había encendido en
ElizaMaldición.Lo supe desde el momento en que abrí los ojos esta mañana: hoy iba a ser un día horrible.Sentada en el asiento trasero de un taxi que olía a humedad y perfume barato, miré con exasperación al enorme todoterreno frente a nosotros. ¿Cuál era su maldito problema? Llevábamos atascados en la misma posición, en esta autopista, al menos los últimos diez minutos. Diez minutos de los que claramente, no disponía.Miré mi reloj y mascullé entre dientes.Estaba, sin duda, jodida.Al soltar un suspiro y girar la cabeza hacia la ventana, mis ojos se cruzaron con los del conductor en el auto de al lado. Un hombre de unos cuarenta años, con una sonrisa sucia y unos labios que formaban la palabra "guapa" mientras sus ojos me recorrían de arriba a abajo. Sentí un escalofrío de asco. ¿Por qué algunos hombres debían comportarse como cerdos? Como si ya no tuviera suficiente.Me hundí en el asiento del taxi y solté otro suspiro, dejándome envolver por la frustración. Toda esta debacle hab