BastiánRevisaba los mensajes en mi teléfono mientras tomaba un sorbo de café. Era uno de esos raros momentos en los que la oficina estaba tranquila, un respiro después de una mañana interminable de reuniones. Como siempre, Eliza había estado impecable, eficiente hasta el punto de hacer que todo pareciera fácil.Esa pelirroja.Mi mirada se desvió de la pantalla, y sin darme cuenta, mis pensamientos ya estaban en ella. Desde que aceptó formar parte de este plan, no había dejado de desconcertarme. Antes, solo era mi asistente; competente, organizada, siempre un paso adelante. Pero ahora... ahora era más.Y el cambio me estaba jodiendo la cabeza.En el trabajo, seguía siendo la misma Eliza: inteligente, puntual, la definición misma de eficiencia. Pero en mi casa, era otra cosa. Allí no había trajes formales ni agendas perfectamente calculadas. Allí estaba la mujer, paseándose descalza por mis pisos, con esas camisetas de tirantes que dejaban demasiado a la vista, y esos pantalones cortos
ElizaTodo se había arruinado por mi gran bocota. Si era honesta, no era mi intención meter la pata de esa forma, pero escuchar a Venus hablar del señor Müller como si fuera lo peor del mundo me enfureció. No tenía derecho a hablar de él así. En todo caso, yo misma no era cercana a ese hombre, pero sabía perfectamente que no era el tipo de persona que lastima a otros a propósito.Y lo del compromiso... ¡madre mía! Eso fue una cagada monumental. Nunca estuvo en los planes. Había dicho lo primero que se me ocurrió para callar a esa víbora, y ahora, aquí estaba, con el estómago en un nudo, sintiéndome culpable.Mi jefe estaba tan molesto que hasta parecía más distante que de costumbre. Por supuesto, no me sorprendería si ya me estuviera odiando. Aquella mentira que se me escapó de los labios había hecho que nuestra relación de conveniencia subiera un par de niveles: ahora, por mi culpa, estábamos “falsamente comprometidos”.Lo peor de todo es que el señor Müller no había vuelto a casa ha
BastiánHabían sido los dos días más largos de mi vida. Siempre había disfrutado viajar; la sensación de volar, el cambio de paisajes, la oportunidad de conocer otros lugares. Pero esta vez no fue así. Esta vez, no me resultó placentero.Todo el tiempo, una inquietud constante me revolvía el estómago, y aunque traté de ignorarla, cada vez que me sentaba a solas en un avión o en una sala de reuniones, mi mente siempre volvía al mismo lugar: a ella.No quería profundizar en lo que significaba.No quería pensar en el porqué.Me daba terror decirlo en voz alta, como si reconocerlo pudiera cambiarlo todo.Tan pronto como terminé lo necesario, me las arreglé para tomar el primer vuelo de regreso. Fue un viaje rápido, pero incluso en ese corto tiempo, la ansiedad por llegar se convirtió en un peso sofocante.La necesitaba.No sabía hasta qué punto, pero lo hacía.Era viernes por la noche cuando finalmente llegué a casa. La mansión estaba sumida en un silencio sepulcral, con las luces apagada
ElizaLa noche se había desbordado con la energía de la multitud. El bar, ruidoso y abarrotado, vibraba al ritmo de la música de fondo, mientras las luces de neón parpadeaban en tonos violetas y azules. Me acomodé en una mesa alta, sentándome de forma relajada, casi como si buscara el confort de un refugio en medio del caos. Sorbí el Martini, dejando que el frío líquido se deslizara por mi garganta. Mi tacón, en un impulso casi involuntario, comenzó a marcar el ritmo de una versión de una canción que no reconocía, pero que sonaba envolvente en el aire espeso de la noche.Emma aún no había llegado, y aunque disfrutaba de la gente a mi alrededor, una parte de mí ya ansiaba su presencia. La idea de que fuera una noche de chicas me aliviaba, algo normal en un torbellino de caos emocional. Habían sido unos días intensos, con demasiadas vueltas en mi cabeza y demasiadas preguntas sin respuesta, y ahora solo quería escapar, incluso si fuera por unas horas. Una noche sin complicaciones, sin p
BastiánLlevaba cinco días enteros dándole vueltas en la cabeza, buscando la manera de decirle a Eliza que mis padres vendrían. Y lo que era peor: que debíamos dormir juntos.Todavía no entendía cómo habíamos llegado a este punto. O bueno… sí lo entendía. No podía hacerme el idiota.Todo se había complicado más de lo que debía, y yo tenía gran parte de la culpa.El solo recuerdo de mi reacción cuando la vi con ese maldito anillo de compromiso me hacía soltar un suspiro pesado. ¿En qué momento me había convertido en ese tipo de hombre? Como si aquel simple anillo pudiera marcarla como mía. Como si eso tuviera algún sentido cuando, en el fondo, sabía que lo que realmente me quemaba por dentro era otra cosa. Algo que no tenía que ver con acuerdos o apariencias. Algo que no quería admitir.Me pasé una mano por la nuca con frustración y miré mi reloj por quinta vez en los últimos diez minutos.No podía seguir postergándolo.Era absurdo que un hombre como yo, acostumbrado a lidiar con inver
ElizaEstaba nerviosa.No…Tacha eso, estaba aterrada.Hoy llegarían los padres de Bastián y, a estas alturas, dormir en la misma cama que él era el menor de mis problemas. ¿En qué momento todo se había complicado tanto?Quizás…Quizás en el preciso instante en que abrí la boca y solté aquella locura sobre el compromiso.Suspiré, sintiendo la opresión en mi pecho aumentar. No estaba segura de poder enfrentarme a su familia. Una cosa era lidiar con Venus y sus comentarios venenosos, pero sus padres…Dios.Eso era completamente diferente.Ellos lo conocían mejor que nadie. Cada gesto, cada mirada, cada palabra que saliera de su boca. Si había alguien capaz de ver a través de esta farsa, eran ellos.Nuestra actuación no solo debía ser creíble.Debía ser impecable.Majestuosa.Cualquier error, cualquier pequeño desliz… y todo se derrumbaría.El corazón me latía en los oídos mientras me miraba en el espejo una última vez. El vestido que había elegido era sencillo, pero elegante. Algo segur
ElizaMaldición.Lo supe desde el momento en que abrí los ojos esta mañana: hoy iba a ser un día horrible.Sentada en el asiento trasero de un taxi que olía a humedad y perfume barato, miré con exasperación al enorme todoterreno frente a nosotros. ¿Cuál era su maldito problema? Llevábamos atascados en la misma posición, en esta autopista, al menos los últimos diez minutos. Diez minutos de los que claramente, no disponía.Miré mi reloj y mascullé entre dientes.Estaba, sin duda, jodida.Al soltar un suspiro y girar la cabeza hacia la ventana, mis ojos se cruzaron con los del conductor en el auto de al lado. Un hombre de unos cuarenta años, con una sonrisa sucia y unos labios que formaban la palabra "guapa" mientras sus ojos me recorrían de arriba a abajo. Sentí un escalofrío de asco. ¿Por qué algunos hombres debían comportarse como cerdos? Como si ya no tuviera suficiente.Me hundí en el asiento del taxi y solté otro suspiro, dejándome envolver por la frustración. Toda esta debacle hab
ElizaEl señor Müller me había pedido que lo acompañara a la gala. A mí.En tres años trabajando para él, nunca había sucedido algo parecido. Bastián Müller, el hombre más frío, distante y calculador que había conocido, acababa de pedirme que lo acompañara a un evento de beneficencia. ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que decidiera hacer semejante petición? Claro, como su asistente, mi trabajo era asistirlo en lo que necesitara, pero esto... esto no entraba en la descripción del puesto.El desconcierto inicial pronto fue reemplazado por una avalancha de emociones, incredulidad, nervios y, lo peor de todo, una mezcla de tortura y emoción que no quería analizar demasiado. Pasar una noche a su lado fuera de la oficina, donde ya tenía el don de hacerme la vida imposible, sonaba como un desafío titánico.Respiré hondo, intentando enfocar mi mente. Esto no era personal, me recordé. Era trabajo, puro y simple. Pero incluso en mi intento por mantener la profesionalidad, no podía ignorar el pro