BastiánEstaba en mi oficina, los minutos pasaban como si estuvieran en mi contra, lentos, irritantes. Miré el reloj por quinta vez en los últimos cinco minutos. A través del vidrio tintado, observé a Eliza sentada en su escritorio, completamente inmersa en su trabajo, con la misma concentración feroz que siempre tenía. Esa mujer no sabía tomarse un descanso, algo que, aunque me molestaba, también me fascinaba.Desde que le propuse aquel acuerdo insólito, las cosas entre nosotros habían estado, como mínimo, raras. No había otra palabra para describir la extraña tensión que parecía flotar en el aire cada vez que estábamos en la misma habitación. A veces, sentía que incluso el silencio entre nosotros tenía su propio peso.Eliza me sacaba de mis casillas. Siempre lo había hecho. Con su manera de responder a todo, su incesante necesidad de tener la última palabra, y esa manera irritante de estar siempre un paso adelante. Ella no era, ni por asomo, el tipo de mujer que me atraía, por mucho
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