¿Qué Que pasa cuando el destino gira a favor del amor?Esta es una historia de dos jóvenes que iniciando sus carreras y con los corazones rotos, se cruzan frente a frente y emprenden un viaje de amor, para saber si ies realmente el destino o una casualidad el haberse conocido y sonreído haciendo que un hilo rojo de vidas pasadas se activara! Un hilo del que se puede hablar, enredar pero jamás cortar. Sofía viaja a una ciudad desconocida con la esperanza de un futuro mejor. Rayan, endurecido por la traición, se sumerge en su carrera militar, convencido de que no hay espacio para el amor en su vida. Sus caminos aún no se han cruzado. Pero el destino tiene una forma extraña de entrelazar almas que, sin saberlo, están destinadas a encontrarse. Y cuando lo hagan, ni Sofía ni Rayan volverán a ser los mismos.
Leer másRayan Sotomayor El reloj marcaba las 11:58 cuando recibí el mensaje que confirmaba que Sofía acababa de llegar al aeropuerto. Mi corazón latía con fuerza, no por los nervios comunes de un viaje, sino porque sabía que estábamos a punto de cruzar un umbral que cambiaría nuestras vidas para siempre. Yo ya me encontraba dentro del avión. No era un vuelo comercial cualquiera. Con esfuerzo, planificación, ayuda de algunas influencias y algo de dinero, logré reservarlo exclusivamente para nosotros. No era un capricho, era una declaración. El amor no merece menos que una entrega absoluta. En complicidad con su hermana, me aseguré de que Sofía llegara justo a tiempo, sin sospechar lo que le esperaba. Ella no tenía idea de lo que estaba por suceder. Quería sorprenderla. Quería regalarle un recuerdo imborrable. No había una fecha especial ni una razón externa… solo amor. El amor en su forma más pura y desbordante. Desde el interior del avión, revisé por última vez los detalles: los gira
Rayan Sotomayor El tiempo con Sofía volaba. Cada día junto a ella era un suspiro que se escapaba demasiado rápido, como si el universo mismo intentara recordarme que la felicidad, cuando es verdadera, siempre se siente breve. Las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina, y yo no podía estar más emocionado por lo que estábamos planeando: viajar juntos a la ciudad natal de Sofía… la ciudad donde nuestras almas se reconocieron por primera vez. Ella tenía una ilusión tan viva en los ojos por reencontrarse con sus padres, y para mí, esa visita también tenía un significado especial. Era la primera vez que ellos me conocerían, y aunque sabía que no debía ponerme nervioso, deseaba con todo mi ser que vieran en mí al hombre que su hija merecía. Que percibieran cuánto la amaba, cuánto deseaba cuidarla y construir un futuro a su lado. En más de una ocasión, Sofía y yo habíamos hablado de casarnos. De dejar atrás la capital, mi trabajo como militar y mudarnos a un lugar más tranquilo,
Rayan Sotomayor Habían pasado ya tres meses desde que Sofía y yo empezamos a vernos con regularidad. Todo fluía con la serenidad de una marea tranquila, sin prisa, sin presión… solo el suave vaivén de dos almas que se reconocen y se redescubren en cada mirada, en cada silencio cómodo, en cada pequeño gesto cotidiano. Nos habíamos besado un par de veces, sí. Pero aquellos besos no fueron simples roces de labios, sino promesas veladas. Eran besos que hablaban de futuro. Fue entonces cuando supe que el momento había llegado. Esa certeza que te sacude por dentro, como si el universo entero se alineara para darte una oportunidad única. Y yo… yo no estaba dispuesto a dejarla pasar. Pensé en la playa. No una cualquiera. Había una, no muy lejos de la ciudad, donde el viento acariciaba en lugar de empujar, donde el mar parecía guardar secretos y donde la arena era tan suave que caminar descalzo era un placer que te obligaba a sonreír. Allí la llevé en nuestra segunda salida, y por a
Rayan Sotomayor Esa noche, al dejarla en la puerta de su departamento, nos despedimos sin promesas. Le sonreí con calma y ella, antes de entrar, se acercó para darme ese beso en la mejilla que me dejó fuera de combate durante horas. El camino de regreso a mi departamento fue un viaje silencioso, no por la falta de palabras, sino por el exceso de pensamientos. Iba sumido en un remolino de emociones que se agitaban como hojas en otoño. Había sido, sin lugar a dudas, uno de los días más mágicos de mi vida. Y no porque estuviésemos en una montaña o frente a un lago escondido, sino porque la tenía a ella. A Sofía. Un simple beso en la mejilla bastó para hacerme sentir como un adolescente atrapado en su primer amor. Lo gracioso fue que empecé a reírme solo, como un idiota feliz, recordando su risa, sus gestos exagerados cuando se burlaba de mis frases románticas, y esa manera en la que me miraba… como si intentara descifrarme, aún con cautela. Y pensé: tal vez el secreto no es enco
Sofía Martínez Hoy era sábado. Uno de esos días absurdamente hermosos que parecen sospechosos por tanta perfección. El sol brillaba con descaro.. Eran exactamente las 9:00 a.m. y yo, Sofía, despertaba con un pequeño enjambre de mariposas hiperventilando en mi estómago. Nervios. Muchos nervios. Después de tantos años , sí, años de haber conocido a Rayan, hoy íbamos a tener nuestra primera cita oficial. La séptima vez que lo veía, pero la primera en que el aire cargaba con esa expectativa indiscutible… ¿esto es una cita-cita, verdad? Me preguntaba mirándome al gran espejo de mi habitación. Mientras me arreglaba, pensamientos del pasado se colaban sin permiso. Recordé aquel primer encuentro en el avión, su sonrisa torcida, la conexión instantánea. Fue tan poco lo que compartimos… y al mismo tiempo, tan potente. A veces pienso que lo nuestro fue como una chispa: breve, intensa, y con potencial de incendio forestal. Y claro, también recordé cuando se fue. El tipo se despi
9 meses después..... Rayan Sotomayor Había pasado casi un año desde que perdí contacto con Sofía, y aunque el tiempo parecía avanzar a un ritmo vertiginoso, su ausencia seguía siendo una presencia constante en los rincones más silenciosos de mi vida. No la busqué. No porque no la extrañara, aunque la verdad es que no ha habido un solo día en el que no lo hiciera; pero también comprendí que necesitábamos espacio. Ella, para encontrar su camino sanando su corazón. Yo, para recomponer mis actos del pasado. Mi trabajo, una vez más, se convirtió en mi refugio. Me dediqué con tal entrega que, sin buscarlo, fui reconocido como el mejor director que la Escuela Militar de Formación de Oficiales ha tenido en los últimos años. Paradójicamente, ese reconocimiento no vino acompañado de una promoción, sino de una permanencia: querían que siguiera liderando, formando, inspirando. Y acepté, no por ambición, sino porque en medio del uniforme, la rutina y la disciplina, encontraba la distracció
3 meses después..... Sofía Martínez Hoy es el día en que emprendo el viaje a Uruguay, a Punta del Este, ese rincón del mundo que Diego Jorge tanto amaba y del que tanto me hablaba con ilusión en los ojos y calidez en la voz. Por fin podré entregar sus cenizas a su familia. Han sido tres meses en los que su presencia me acompañó en una urna silenciosa… y aunque ya no está físicamente, a veces me basta cerrar los ojos para sentir el eco de su perfume, ese aroma sutil que me envolvía en los días felices. Hoy todo está listo. El equipaje está hecho, los papeles en orden… y mi corazón, aunque aún dolido, más fuerte que nunca. Durante este tiempo me he descubierto como una mujer distinta, no porque el dolor me haya cambiado, sino porque elegí transformarlo. Elegí honrar su memoria con la misma pasión con la que él vivió: amando intensamente, cuidando de los suyos y persiguiendo sus sueños. Diego me enseñó a vivir con propósito y a no dejar nada para mañana, y ese legado es demasia
Sofía Martínez Habían transcurrido ya dos semanas desde la partida de Diego. Su ausencia pesaba en el aire como un suspiro contenido. Durante ese tiempo me encargué, con una entereza que no sabía que poseía, de recoger sus pertenencias de su departamento en el que una vez compartimos tantas sonrisas y promesas no dichas. Poco antes de emprender este viaje, presenté mi renuncia oficial en el hospital. Era necesario cerrar capítulos, poner en orden los hilos sueltos de una historia que, aunque interrumpida, había dejado cicatrices dulces y punzantes en mi alma. Organicé documentos, hablé con su familia, y juntos tomamos la difícil decisión de vender el departamento. Nadie discutió que debía ser yo quien reuniera sus cosas. Tal vez porque fui parte esencial de su vida, o tal vez porque sabían que necesitaba despedirme, no con palabras, sino con gestos silenciosos. Esa tarde, el sol se filtraba por las cortinas con una tibieza extraña, como si el mundo tuviese la decencia de gu
Rayan Sotomayor Mientras compartíamos el postre favorito de Sofía, me di cuenta de que había momentos que, por simples que parecieran, podían marcar el alma. La risa suave que soltaba entre cucharadas, las bromas ligeras que surgían en medio de la conversación… todo parecía una tregua momentánea a la tormenta que habitaba en su corazón. Y en el mío. Me atreví a susurrarlo, sin saber de dónde saqué el valor: —Me encanta verte sonreír… tu sonrisa es la más bella que mis ojos han visto. No lo dije para halagarla. Lo dije porque era verdad. Porque esa sonrisa era mi lugar seguro, mi faro, el recuerdo más dulce de lo que alguna vez soñé tener con ella. Pero Sofía no respondió. Fingió no haberlo escuchado. Y en ese silencio entendí que aún dolía. Que su corazón seguía roto, que no había espacio para mí. —Sofía… —comencé con voz baja, casi temerosa. — ¿Has pensado qué harás con las cenizas de Diego? Ella guardó silencio unos segundos. Bajó la mirada y asintió lentamente. Un