Rayan Sotomayor :
Nuestros labios se encontraron. Al principio, fue solo un roce, apenas un contacto fugaz, pero el efecto que tuvo en mí fue inmediato, profundo… devastador. Como una descarga eléctrica recorriéndome la piel, encendiendo cada fibra de mi ser. No podía permitir que terminara ahí. Sin pensarlo, con la certeza de un hombre que sabe exactamente lo que quiere, la atraje hacia mí con firmeza, acomodándola en mi regazo. Mi mano derecha encontró el camino hasta su cuello, sintiendo el pulso acelerado bajo la yema de mis dedos, mientras que la otra se aferró a su cintura, como si temiera que en cualquier momento se esfumara. Y entonces, el beso cambió. Se volvió más profundo, más intenso. Ya no era solo un roce, sino una entrega. Sofía no se apartó. No retrocedió ni me detuvo. Al contrario, sentí cómo su cuerpo se relajaba contra el mío, cómo sus labios se entreabrían con un leve suspiro que se perdió entre los míos. Dulce y hambriento a la vez, nuestro beso era un descubrimiento. Sentí su calor envolviéndome, su aroma, una mezcla floral y algo que solo podía describir como puro encanto femenino, intoxicándome sin remedio. Su piel era suave bajo mis manos, su respiración errática y su rendición, aunque silenciosa, era un lenguaje que entendí con claridad. Por primera vez en mucho tiempo, algo dentro de mí despertó. No era solo deseo, era algo más. Algo que no comprendía del todo, pero que se aferraba a mi pecho con una intensidad feroz. Quizás era el destino o tal vez solo una casualidad que nos hizo coincidir en este tiempo y lugar. Pero fuera lo que fuera, en ese momento, con ella entre mis brazos y su boca encajando perfectamente con la mía, supe que no estaba dispuesto a dejarla ir al menos no por ahora. Perdidos en aquel instante mágico, nuestros labios se separaron por la necesidad de aire, pero el fuego que había encendido ese beso aún ardía en mi interior. Sofía seguía en mi regazo, con la respiración entrecortada y las mejillas sonrojadas, cuando la voz animada de Saúl rompió la burbuja en la que estábamos atrapados. —¡Estoy listo! El señor Roberto nos espera afuera —anunció con entusiasmo, completamente ajeno a la tensión que flotaba entre nosotros. Sofía, todavía indecisa sobre si quedarse con nosotros o no, tomó su pequeña maleta de viaje y nos siguió hasta la furgoneta. Una vez acomodados en los asientos, el trayecto nos llevó por el centro de la ciudad, donde el tráfico era caótico. Roberto nos explicó que la razón de semejante embotellamiento era un concierto de Ricardo Arjona. Al escuchar su nombre, Sofía dejó escapar un pequeño grito de emoción. —¡No puede ser! Me encanta su música. ¡Qué suerte tienen los que consiguieron entradas!— decía animada. Pude notar su emoción en cada palabra, en cada destello de su mirada. Le habría conseguido un boleto si hubiera sido posible, solo por el simple placer de verla sonreír así. Pero, en lugar de lamentarse, soltó una risa suave y negó con la cabeza, como si se dijera a sí misma que igual la estaba pasando bien. Fue en ese momento cuando, sin pensarlo demasiado, entrelacé mis dedos con los suyos. Su mano era pequeña, suave, cálida… Encajaba a la perfección en la mía. Sentí un ligero temblor en sus dedos, pero no retiró la mano. No me miró directamente, pero pude ver cómo su respiración se alteraba sutilmente. Ese simple contacto envió una corriente eléctrica a través de mi piel, acelerando mi corazón de una forma que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Era absurdo, incluso podía decir que hasta irracional, pero con cada segundo que pasaba, Sofía dejaba de ser solo una extraña para convertirse en algo más. Algo que aún no comprendía del todo, pero que empezaba a temer y desear al mismo tiempo. Sofía Martínez: ¡Wow! No sé cómo explicar lo maravillosas que han sido estas ultimas tres horas de mi vida. Me siento en un sueño del que no quiero despertar, del que no quiero regresar. Conocer a Rayan ha sido una de las mejores cosas que me han pasado en mucho tiempo, incluso yo misma me sorprendo de lo rápido y mágico que ha crecido este sentimiento dentro de mí. Nunca imaginé que algo así me pasaría, pero aquí estoy, viviendo lo que describe esa canción de Sin Bandera, “Entra en mi vida”. “Buenas noches, mucho gusto, eras una chica más Después de cinco minutos, ya eras alguien especial Sin hablarme, sin tocarme, algo dentro se encendió En tus ojos se hacía tarde y me olvidaba del reloj.” Siempre pensé que el amor a primera vista era un mito, una exageración de las películas románticas. Pero ahora lo sé… es real. Es la única explicación a esta locura que estoy cometiendo. Estoy aquí, sintiendo todo esto por un hombre que, hace apenas unas horas, era un completo desconocido. Ni siquiera tenemos amigos en común, pero algo en él me atrapa, me envuelve, me hace sentir viva. Mi corazón late acelerado y me grita que me deje llevar. No soy de las que tienen este tipo de aventuras, pero juro que esto no es pasajero ni un simple capricho. No para mí. Cuando me encontré con sus ojos supe que no pondría barreras entre nosotros. Si al final salgo lastimada, al menos me quedará este hermoso sentimiento y los recuerdos de este día. Porque ahora mismo, soy feliz, más de lo que he sido en mucho tiempo. Y por primera vez, me siento libre, como el viento. Perdida en mis pensamientos, apenas me doy cuenta de que hemos llegado al patio de comidas del centro comercial. Rayan, siempre atento y caballeroso, ha cargado mi pequeña maleta sin que se lo pida. Hay algo en él que me hace sentir protegida, sobre todo desde que tomó mi mano. No la ha soltado desde entonces, salvo cuando se ofreció a recoger nuestra comida. Pedimos una pizza mixta: mitad hawaiana, mitad embutidos. Una mezcla de dulce y salado, como si incluso en eso estuviéramos en sincronía. (Debo recalcar que las personas que conozco no aman la piña en la pizza como yo) Cuando Rayan regresa con la bandeja, me sonríe y por un instante olvido que tenía hambre. Nos sentamos, compartimos la pizza y entre risas y bromas, el tiempo pasa volando. Es tan fácil estar con él. Después de terminar, caminamos por el centro comercial, disfrutando de la compañía del otro, hasta que Saúl rompe nuestro paseo con una propuesta inesperada. —¿Qué les parece si vamos al cine? —pregunta, entusiasmado. Estoy tan distraída en mis pensamientos que ni siquiera escucho bien, pero Rayan, con su voz suave y firme, me saca de mi ensueño. —Sofy, ¿te parece bien la idea de Saúl? Sin procesarlo del todo, asiento en silencio. —¡Genial! —exclama Saúl. —Vamos a ver El Conjuro. Mi corazón se detiene un segundo. ¿Terror?, ese no es mi género favorito pienso para mi. —¿En serio? —lo miro con los ojos entrecerrados. —Vamos, Sofía, no seas miedosa —se burla. —No soy miedosa —me cruzo de brazos. — solo no disfruto ver cómo los demonios arruinan la vida de la gente.— dije sonriendo tímidamente. —Exactamente, eso es lo divertido —dice, dándome una palmada en la espalda. Rayan me mira con una sonrisa ladeada y se inclina un poco hacia mí. —Si te asustas, puedes agarrarte de mí —susurra. Mi corazón da un vuelco. ¿Cómo puede decir eso tan tranquilamente? Nos acomodamos en nuestros asientos y desde el primer momento, la película nos sumerge en su atmósfera aterradora. La música inquietante, los susurros en la oscuridad, las sombras moviéndose en los rincones… mi piel se eriza. Intento mantener la compostura, pero cuando la primera gran escena de susto ocurre, doy un brinco en mi asiento. No grité, lo juro. Solo salté… un poco. Rayan se ríe bajito y, sin decir nada, pasa un brazo por el respaldo de mi asiento. No me está abrazando exactamente, pero su cercanía me hace sentir más segura. A medida que avanza la película, hay momentos en los que me cubro los ojos con las manos, aunque dejo un pequeño espacio entre los dedos porque, aunque me aterra, también quiero ver qué pasa. —Sofy, ¿estás bien? —susurra Rayan cerca de mi oído cuando otra escena intensa ocurre. —Sí, sí… todo en orden —miento, con la respiración acelerada. —¿Seguro que no quieres aferrarte a mi brazo? —insiste, con un tono divertido. Lo miro de reojo y, sin decir palabra, entrecruzo mi brazo con el suyo y apoyo mi cabeza en su hombro. Él no dice nada. Solo siento cómo su respiración cambia levemente y cómo, poco a poco, sujeta mi mano con firmeza. En ese momento, ni los espíritus, ni los demonios, ni los sonidos aterradores pueden asustarme. Porque con Rayan a mi lado, el miedo desaparece. Cuando la película termina y las luces se encienden, me separo lentamente, sintiéndome un poco avergonzada por haberme acurrucado contra él. —¿Sobreviviste? —pregunta Rayan con una sonrisa tierna. —Apenas —susurro, acomodándome el cabello. Saúl nos mira con una expresión entre divertida y sospechosa. —Parece que la pasaste muy mal, Sofía —dice, arqueando una ceja. —No sé de qué hablas —respondo con falsa indiferencia, caminando hacia la salida con toda la dignidad posible. Pero sé la verdad. Sé lo que sentí en esa sala de cine. Y también sé que, sin importar lo que pase después, este momento, esta conexión con Rayan, es algo que jamás podré olvidar.Rayan Sotomayor Sofía me ha hecho sentir una felicidad que no experimentaba en mucho tiempo. Me encanta la energía con la que sonríe, esa luz que irradia y que, sin proponérselo, ilumina incluso los rincones más oscuros de mi alma. ¡Dios! Su sonrisa… esa que tiene el poder de hacerme olvidar mis cicatrices. No sé qué tiene esta mujer, pero lo que sea, me encanta. Como dije antes, no sé qué nos depara el futuro, pero no voy a permitir que eso empañe este presente que se siente tan bien. Todavía llevo en la mente el beso que compartimos esta tarde. Vaya, ¡qué beso! Sentí cosas que pensé que estaban enterradas bajo capas de desilusión y escepticismo. La verdad es que nunca fui fanático de la idea del amor a primera vista. Siempre me consideré alguien más racional, más analítico. Sé que lo que sentimos al inicio no es amor, sino atracción, química, lujuria… quizás hasta pasión, pero amor, lo dudo. Desde que terminé con Denis, dejé de creer en ese concepto tan idealizado. No pensé qu
Sofía Martínez Dicen que lo que no pasa en años puede suceder en segundos. Y ahí estaba yo, siendo la protagonista de una historia que, si me lo hubieran contado, no lo habría creído. ¿Conexión instantánea? ¿Un lazo irrompible desde el primer momento? ¡Por favor! Eso solo pasa en las películas románticas o en esas historias de novelas baratas que te venden en los supermercados. Pero, ¡oh, sorpresa! Aquí estaba yo, sintiendo que mi corazón latía a un ritmo alarmante por un hombre al que apenas conocía. Tal vez el amor a primera vista existía… o tal vez solo tenía una fascinación momentánea por los uniformes militares, después de todo nadie podía negarme lo llamativos que son. Sea como fuere, Rayan tenía un efecto extraño en mí. Y ahí estábamos, recostados en la cama, mirando el techo cubierto por esa tela amarilla improvisada, como si fuera el cielo más seguro del universo. Conversamos, reímos, bromeamos … como si nos conociéramos de toda la vida. ¿Era posible sentirse así con alg
Sofía Martínez: El momento de la despedida había llegado. Me llevaba conmigo la alegría de cada instante vivido, pero también un leve peso en el pecho, una opresión sutil que no podía ignorar. En el fondo, tenía miedo… miedo de que esto no tuviera un futuro, de que todo lo que habíamos compartido quedara reducido a un hermoso recuerdo. Sin embargo, no permitiría que la incertidumbre empañara el presente. No importaba cuánto durara lo nuestro; lo único que realmente tenía valor era lo feliz que había sido a su lado, aunque solo se redujera a estos únicos días. Nos miramos los cuatro, intercambiando sonrisas cargadas de emociones. El señor Roberto me informó que me llevaría al hotel, tal como Rayan lo había dispuesto. Asentí con gratitud antes de despedirme de Saúl con un beso en la mejilla. Y entonces llegó el momento más difícil. Frente a frente, mi soldado y yo nos contemplamos en silencio, como si quisiéramos grabar cada detalle del otro en nuestra memoria. Sus ojos, reflej
Tres semanas después… Rayan Sotomayor El trabajo ha sido intenso. Mis superiores me han delegado un sinfín de responsabilidades, aunque me mantengo ocupado, hay un pensamiento recurrente que no me deja en paz: Sofía. Nuestra comunicación ha sido constante y cada uno de sus mensajes tienen el poder de iluminar mis días, incluso en medio del agotamiento. Sin embargo, la distancia es un enemigo sigiloso. He fracasado antes en relaciones a distancia, a veces, mis propias dudas me atormentan. Pero entonces, Sofía aparece con su ternura, con esas fotos espontáneas de su día a día que me hacen sentir parte de su mundo. Es en esos momentos cuando decido que vale la pena intentarlo y juro que quiero poner de parte para que esto funcione. Hoy superviso un grupo de jóvenes aspirantes a soldados. Apenas tienen 18 años y están en la fase más dura del entrenamiento. Suelo ser estricto con ellos, pero me han demostrado resistencia y compromiso. El sol abrasador del mediodía nos obliga a hacer
Sofía Martínez Los días pasaban con una celeridad impresionante y ahora, sin apenas darme cuenta, había llegado el momento que tanto había imaginado. Mi llegada a esta ciudad marcaba el inicio de un nuevo capítulo, el comienzo del camino hacia mis sueños. Gracias a una agencia de bienes raíces, encontré un mini departamento perfecto para mí. Estaba ubicado cerca del hospital y tenía justo lo que necesitaba: comodidad, estilo y ese aire acogedor que transforma un simple espacio en un hogar. El departamento estaba ya amoblado, contaba con una cocina de estilo americano completamente equipada, con una pequeña isla que haría las veces de desayunador. Un poco más allá, un comedor redondo de vidrio con cuatro servicios aportaba elegancia y funcionalidad. Justo detrás, una puerta francesa blanca conducía a una pequeña terraza cubierta, desde la cual podía admirar el centro de la ciudad y el majestuoso cielo, que esa noche se teñía de tonos azulados y dorados. En la sala, un mueble de
Sofía Martínez: El tiempo pasó rápidamente entre la inducción que cada residente nuevo tenía sobre el manejo del sistema de historias clínicas, revisión de casos y la adaptación a la rutina del hospital. Me sentía como una esponja absorbiendo cada información, aunque mi estómago protestaba con insistencia, recordándome que era hora de almorzar. Apenas terminamos la sesión de la mañana, Irene apareció en la puerta de mi consultorio con una sonrisa cómplice. —Vamos a la cafetería antes de que termines desmayándote sobre un paciente. —bromeó. Acepté sin dudarlo y juntas nos dirigimos al área de comida estilo bufet. El aroma a platos recién preparados flotaba en el aire y no podía esperar para servirme algo sustancioso. Mientras seleccionábamos nuestros menús, una voz grave y varonil resonó detrás de nosotras. Era el tipo de voz que exigía atención sin esfuerzo, con un tono maduro y seguro. Irene y yo nos giramos casi al mismo tiempo, como si hubiéramos ensayado la sincronizaci
Sofía Martínez: Desde aquel día, no volvimos a tener contacto. En ocasiones, sentía el impulso de eliminar su número de mi lista de contactos, pero en otras, la nostalgia me detenía. Había una parte de mí que aún anhelaba que, de algún modo, él volviera a aparecer en mi vida. El tiempo siguió su curso y, sin darme cuenta, había llegado el día de mi cumpleaños. Hoy era jueves 2 de octubre y celebraba mis 24 años. Era mi primer cumpleaños lejos de mi familia, lo que inevitablemente me sumió en una ligera melancolía. Sin embargo, mis padres, como siempre, hicieron de este día algo especial. Su llamada llegó a las seis de la mañana, demasiado temprano para mi gusto, pero al escuchar sus voces llenas de amor, la incomodidad se disipó por completo. Mi madre, con su tono dulce pero firme, me recordó lo orgullosos que estaban de mí. —Estás volando con tus propias alas, hija —dijo mi padre con su característica voz cálida.—Mientras seas feliz, nosotros seremos felices. Aquellas palabras me
Sofía Martínez Llegó el amanecer, increíblemente estaba despierta antes de que el despertador sonara. Como cada mañana, me entregué a mi rutina con meticulosa precisión, buscando en ella un refugio contra la maraña de pensamientos que aún revoloteaban en mi mente. Trencé mi cabello en una perfecta trenza francesa, mi estilo favorito para el trabajo, pues mantenía mi larga melena bajo control durante toda la jornada. Luego elegí un suéter de invierno de cuello alto en un delicado tono rosa, unos jeans desgastados en las rodillas y mis fieles botines color café, ideales para el clima frío que abrazaba la ciudad. Desayuné en calma, saboreando el café caliente entre mis manos, mientras una sonrisa involuntaria se dibujaba en mis labios al recordar la llamada de Rayan la noche de mi cumpleaños. Su voz, su risa, la dulzura con la que me habló… Todo eso aún danzaba en mi mente como un eco reconfortante. El camino al hospital fue breve, como siempre, al llegar saludé con cortesía al pe