Rayan Sotomayor Esa noche, al dejarla en la puerta de su departamento, nos despedimos sin promesas. Le sonreí con calma y ella, antes de entrar, se acercó para darme ese beso en la mejilla que me dejó fuera de combate durante horas. El camino de regreso a mi departamento fue un viaje silencioso, no por la falta de palabras, sino por el exceso de pensamientos. Iba sumido en un remolino de emociones que se agitaban como hojas en otoño. Había sido, sin lugar a dudas, uno de los días más mágicos de mi vida. Y no porque estuviésemos en una montaña o frente a un lago escondido, sino porque la tenía a ella. A Sofía. Un simple beso en la mejilla bastó para hacerme sentir como un adolescente atrapado en su primer amor. Lo gracioso fue que empecé a reírme solo, como un idiota feliz, recordando su risa, sus gestos exagerados cuando se burlaba de mis frases románticas, y esa manera en la que me miraba… como si intentara descifrarme, aún con cautela. Y pensé: tal vez el secreto no es enco
Rayan Sotomayor Habían pasado ya tres meses desde que Sofía y yo empezamos a vernos con regularidad. Todo fluía con la serenidad de una marea tranquila, sin prisa, sin presión… solo el suave vaivén de dos almas que se reconocen y se redescubren en cada mirada, en cada silencio cómodo, en cada pequeño gesto cotidiano. Nos habíamos besado un par de veces, sí. Pero aquellos besos no fueron simples roces de labios, sino promesas veladas. Eran besos que hablaban de futuro. Fue entonces cuando supe que el momento había llegado. Esa certeza que te sacude por dentro, como si el universo entero se alineara para darte una oportunidad única. Y yo… yo no estaba dispuesto a dejarla pasar. Pensé en la playa. No una cualquiera. Había una, no muy lejos de la ciudad, donde el viento acariciaba en lugar de empujar, donde el mar parecía guardar secretos y donde la arena era tan suave que caminar descalzo era un placer que te obligaba a sonreír. Allí la llevé en nuestra segunda salida, y por a
Rayan Sotomayor El tiempo con Sofía volaba. Cada día junto a ella era un suspiro que se escapaba demasiado rápido, como si el universo mismo intentara recordarme que la felicidad, cuando es verdadera, siempre se siente breve. Las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina, y yo no podía estar más emocionado por lo que estábamos planeando: viajar juntos a la ciudad natal de Sofía… la ciudad donde nuestras almas se reconocieron por primera vez. Ella tenía una ilusión tan viva en los ojos por reencontrarse con sus padres, y para mí, esa visita también tenía un significado especial. Era la primera vez que ellos me conocerían, y aunque sabía que no debía ponerme nervioso, deseaba con todo mi ser que vieran en mí al hombre que su hija merecía. Que percibieran cuánto la amaba, cuánto deseaba cuidarla y construir un futuro a su lado. En más de una ocasión, Sofía y yo habíamos hablado de casarnos. De dejar atrás la capital, mi trabajo como militar y mudarnos a un lugar más tranquilo,
Rayan Sotomayor El reloj marcaba las 11:58 cuando recibí el mensaje que confirmaba que Sofía acababa de llegar al aeropuerto. Mi corazón latía con fuerza, no por los nervios comunes de un viaje, sino porque sabía que estábamos a punto de cruzar un umbral que cambiaría nuestras vidas para siempre. Yo ya me encontraba dentro del avión. No era un vuelo comercial cualquiera. Con esfuerzo, planificación, ayuda de algunas influencias y algo de dinero, logré reservarlo exclusivamente para nosotros. No era un capricho, era una declaración. El amor no merece menos que una entrega absoluta. En complicidad con su hermana, me aseguré de que Sofía llegara justo a tiempo, sin sospechar lo que le esperaba. Ella no tenía idea de lo que estaba por suceder. Quería sorprenderla. Quería regalarle un recuerdo imborrable. No había una fecha especial ni una razón externa… solo amor. El amor en su forma más pura y desbordante. Desde el interior del avión, revisé por última vez los detalles: los gira
Rayan Sotomayor Los días que siguieron en Ciudad G estuvieron colmados de una ilusión serena, casi mágica. Era como si el destino, finalmente complacido, comenzara a escribir con tinta dorada las nuevas páginas de nuestra historia. Cada amanecer traía consigo la promesa de que los fantasmas del pasado serían borrados con la fuerza de un presente luminoso, uno que se tejía con cada mirada cómplice, con cada risa compartida entre Sofía y yo. Poco después, regresamos a la capital para retomar nuestros trabajos, conscientes de que aquello sería solo transitorio. Ya habíamos tomado una decisión: una vez casados, comenzaríamos de nuevo lejos del caos, en el pueblo que me vio nacer. Un rincón de tierra serena, rodeado de montañas y cielos limpios, donde el tiempo parece transcurrir más despacio, como si quisiera saborearse. Ambos deseábamos lo mismo: una vida tranquila, lejos del ajetreo que nos robaba el alma poco a poco en la ciudad. Nuestra boda se realizaría en su ciudad nat
Sofía Martínez Mi nombre es Sofía, y esta es mi historia: un camino trazado por la esperanza y el desencanto, por la ternura y la decepción. Es la historia de una mujer que se atrevió a creer en el amor y que, tras haber sido herida, encontró en sí misma la fortaleza para seguir adelante, sin dejar de creer que el destino ya está escrito y que el dolor es parte del aprendizaje. —————❤️————— Hace algunos años atrás , lleve una relación con la ingenuidad de quien cree haber encontrado su destino en otra persona. Al principio, todo era perfecto: mensajes inesperados que iluminaban mis días, largas conversaciones nocturnas llenas de risas, promesas que parecían inquebrantables. Creí en cada palabra, en cada gesto, en la ilusión de un futuro juntos.. Pero con el tiempo, la relación dio un paso a la indiferencia, la ternura se tornó frialdad y el amor que creía inmutable comenzó a desvanecerse como arena entre los dedos. Al principio, intenté ignorarlo. Me repetía a mí misma que
Rayan Sotomayor: El paso del tiempo fue rápido y quizá despiadado con mi dolor, mi graduación llegó, apenas días después nos anunciaron las plazas de trabajo, los destinos en los que serviríamos durante los próximos dos años antes de ascender de rango. Cuando pronunciaron mi nombre, sentí una extraña mezcla de alivio y emoción: había sido asignado a la región costa del país , en una hermosa ciudad junto al mar. Sería mi nuevo hogar. El inicio de una nueva etapa. No viajaría solo. Mi amigo Saúl, quien también había sido asignado al mismo destacamento, juntos planificamos el viaje. Optamos por un aeropuerto más pequeño, evitando el bullicio de la capital. Queríamos un traslado tranquilo, lejos del caos y las multitudes. Saúl pasó por mí temprano en la mañana, juntos nos dirigimos al aeropuerto con tiempo de sobra. Como siempre, llegamos media hora antes del vuelo, lo que nos permitió registrarnos sin apuros. Me relajé al notar la calma del aeropuerto. En este lugar no exis
Rayan Sotomayor: Sentado en mi asiento, aguardaba con impaciencia la llegada de Saúl ; no comprendía la razón de su demora. Mientras tanto, observaba a los pasajeros que abordaban el avión, cuando una joven apareció en el pasillo, buscando su lugar. Para mi sorpresa, su asiento estaba justo frente al mío. Me sorprendió gratamente su capacidad para sonreír con tanta facilidad, a pesar de no conocernos. Su sonrisa era dulce y me recordó lo mucho que había pasado desde la última vez que vi una sonrisa que me inspirara a sonreír o que despertara algo en mí que me impulsara a mirarla. Sin embargo, solo la miré con fingida indiferencia. Poco después, llegó mi amigo y compañero, Saúl, con una amplia sonrisa, aunque algo agitado, ya que él se había encargado de nuestro equipaje. Para mi sorpresa, parecía conocer a la joven risueña que se encontraba allí. Sumido en mis pensamientos, apenas noté cuando ella extendió su mano y, con una voz melodiosa, dijo: —Soy Sofía, un placer conocer