Sofía Martínez
Mi nombre es Sofía, y esta es mi historia: un camino trazado por la esperanza y el desencanto, por la ternura y la decepción. Es la historia de una mujer que se atrevió a creer en el amor y que, tras haber sido herida, encontró en sí misma la fortaleza para seguir adelante, sin dejar de creer que el destino ya está escrito y que el dolor es parte del aprendizaje. —————❤️————— Hace algunos años atrás , lleve una relación con la ingenuidad de quien cree haber encontrado su destino en otra persona. Al principio, todo era perfecto: mensajes inesperados que iluminaban mis días, largas conversaciones nocturnas llenas de risas, promesas que parecían inquebrantables. Creí en cada palabra, en cada gesto, en la ilusión de un futuro juntos.. Pero con el tiempo, la relación dio un paso a la indiferencia, la ternura se tornó frialdad y el amor que creía inmutable comenzó a desvanecerse como arena entre los dedos. Al principio, intenté ignorarlo. Me repetía a mí misma que eran simples altibajos, que todas las relaciones pasan por momentos difíciles. Pero las señales eran cada vez más evidentes. Las conversaciones se volvieron escasas y superficiales; las sonrisas, forzadas; los silencios, incómodos. Había días en los que apenas nos dirigíamos la palabra, noches en las que dormíamos sin saber el uno del otro, sintiendo la distancia de un abismo entre nosotros. Yo intentaba rescatar lo que quedaba, aferrarme a los fragmentos de lo que una vez fue. Pero el amor no es una batalla que se pueda ganar sola y tampoco es algo a lo que uno debe aferrarse. Cuando finalmente reuní el valor para acabar con una relación que me marchitaba el corazón, sentí que me rompía en mil pedazos. La soledad me envolvió con un manto pesado y frío, haciéndome cuestionar mi valía. Me preguntaba si no había sido suficiente, si el problema había sido yo. Pero el tiempo, en su infinita sabiduría, me enseñó una verdad innegable: el amor no debe doler, no debe reducirte ni hacerte dudar de quién eres, el verdadero amor te hace mejor. En medio de mi reconstrucción, encontré apoyo en alguien inesperado: el Dr. José. Había sido mi profesor en el último año de la universidad, un hombre brillante y apasionado por su trabajo. Siempre lo admiré por su inteligencia y disciplina, pero fue su humanidad lo que terminó por cautivarme. Nuestra amistad floreció en momentos de vulnerabilidad. Con él aprendí a verme con otros ojos, a reconocer mi propio valor. Me impulsó a redescubrirme, a perseguir mis metas sin miedo. Gracias a él, volví a creer en mí. Hoy es mi último día en su consultorio. Aquí di mis primeros pasos en el mundo profesional, pero ahora es momento de avanzar. He conseguido una entrevista en un hospital de renombre en una ciudad grande y desconocida. Estoy nerviosa, pero también emocionada. Me visto con esmero: un pantalón negro moderno y una camiseta de rayas blancas y negras que estiliza mi figura. Mi cabello liso cae con naturalidad sobre mis hombros y un maquillaje sutil resalta mis facciones. Unas bailarinas beige complementan mi atuendo, junto con un cárdigan negro por si el clima decide sorprenderme. Con la maleta lista para tres días, me despido de mi hermana y salgo de casa con el corazón latiendo con fuerza. Sin embargo, el tiempo juega en mi contra. Llego al consultorio con diez minutos de retraso, pero me apresuro a poner todo en orden antes de marcharme. Al terminar mis tareas, me detengo frente a la ventana. El día es hermoso, perfecto para viajar. Con una taza de café en la mano, sonrío con esperanza. Hasta que miro la hora. ¡Dios mío! Son las 11:40 a.m. Si no salgo ahora mismo, perderé mi vuelo. Tomo mis cosas y salgo corriendo con la adrenalina impulsando mis pasos. La falta de taxis me obliga a caminar dos cuadras bajo el ardiente sol, sintiendo cómo la ansiedad crece en mi pecho. Pero justo cuando empiezo a temer lo peor, un taxi se detiene frente a mí. El destino, parece, aún está de mi lado. Sonrió al pensar como el universo gira a mi favor. Rayan Sotomayor Mi nombre es Rayan Sotomayor y pertenezco al ilustre ejército de mi país. Con solo 24 años, he alcanzado el rango de subteniente, un logro que me llena de orgullo. He dedicado mi vida a la disciplina, al honor, al sacrificio. Pero nada de eso pudo prepararme para la traición que destrozó mi corazón. Han pasado seis meses desde que descubrí que la mujer a la que amaba esperaba un hijo que no era mío. Recuerdo el momento con una claridad desgarradora. Caminaba por la capital del país, cuando un fortuito encuentro con pun amigo, con una sonrisa sincera, me felicitó por el embarazo de mi novia. Mi mente se quedó en blanco. La noticia me golpeó como un balazo en el pecho. Dennis vivía en un pequeño pueblo al sur del país, donde había jurado esperarme. No nos habíamos visto en ocho meses debido a mi formación militar, una etapa que exigía distancia y sacrificio. Entonces, ¿cómo podía estar embarazada? La respuesta era obvia. Demoledora. Sonreí, fingí alegría, pero por dentro sentí cómo mi mundo se derrumbaba. El dolor era insoportable, una herida que se abría sin piedad dentro de mí. Esa noche, la llamé. Necesitaba escuchar su voz, confirmar con sus propias palabras la traición que ya intuía. Ella contestó con la misma dulzura de siempre. —Amor, ¿cómo estás? ¡Te extraño tanto! Una risa amarga se escapó de mis labios. ¿Cómo podía mentir con tanta facilidad? ¿Cómo podía pronunciar esas palabras sabiendo lo que había hecho? —Estoy mejor que nunca —respondí con ironía. Quería ver hasta dónde era capaz de llegar con su farsa. Quería escucharla intentar sostener su mentira, tal vez para convencerme, o quizás para convencerse a sí misma de que no había hecho nada malo. —Siento que algo pasa, amor — me dijo con voz baja. A lo largo del tiempo que compartimos, ella llegó a conocerme con una profundidad inquietante, esa que solo se alcanza cuando el alma se desnuda ante otro ser. Era perspicaz y no tardó en notar que algo dentro de mí no estaba bien. No tenía sentido prolongar lo inevitable. Inspiré profundamente, tratando de contener la rabia que hervía en mi interior, y solté la verdad con una frialdad que hasta a mí me sorprendió. —Hoy me encontré con Pablo por casualidad —dije, modulando mi voz con un tono neutro, carente de emoción. — En nuestra conversación, mencionó lo bien que te encuentras. El silencio al otro lado de la línea se prolongó por unos segundos que me parecieron eternos. Sentí su nerviosismo en la forma en que su respiración se volvió errática, en la vacilación de su voz cuando, intentando disimular, preguntó: —Que bueno, amor¿Te dijo algo que te haya dejado en ese estado tan serio con el que me hablas? Su intento torpe de evadir la verdad me irritó profundamente. ¿Cuántas veces más intentaría verme la cara de tonto? ¿Cuánto más pensaba prolongar su farsa? Algo dentro de mí se quebró en ese instante, la paciencia que con tanto esfuerzo había sostenido finalmente se extinguió. —Sí, Dennis, me dijo algo bastante interesante —solté con ironía, apretando los puños. —Me felicitó por tu embarazo. Cuatro meses, ¿verdad? Cuatro meses ocultándome la verdad de lo que estaba pasando contigo, pues sabes tan bien como yo que ese bebé no es mío. Las palabras escaparon de mi boca con la fuerza de un disparo, cargadas de rencor, de decepción, de un dolor que se clavó en mi pecho como una daga afilada. Al otro lado de la línea, un sollozo ahogado rompió el silencio. Su respiración se entrecortó, en un acto desesperado comenzó a suplicarme perdón. Me ofreció una historia torpe y desordenada, una versión de los hechos que se tambaleaba con cada palabra. Me dijo que el padre del bebé era su exnovio. Según ella, una noche salió con sus amigas, quienes, en complicidad con él, la embriagaron hasta el punto de hacerla caer en su trampa. Escuché su relato con el ceño fruncido, debatiéndome entre la incredulidad y el desconcierto. ¿Era posible? Quizás. ¿Era cierto? No podía asegurarlo. Lo único que sabía con certeza era que en el pequeño pueblo donde ella vivía, los rumores sobre su cercanía con su exnovio nunca se habían disipado. Mi instinto me gritaba que no debía creerle. Con el corazón hecho pedazos, me aferré a la poca dignidad que me quedaba y, con voz firme, pronuncié las palabras que marcarían el fin de todo. —Dennis, esta relación ha llegado a su fin. Sé feliz… Yo intentaré hacer lo mismo. No le di oportunidad de responder. No quería más excusas, más mentiras, más intentos de manipulación. Antes de que pudiera replicar, colgué la llamada. Ese día, el dolor que sentí fue insoportable. Era un vacío en el pecho, una presión constante en el alma, una agonía silenciosa que me carcomía desde adentro. Me acerqué a la ventana mientras hablaba con ella. Afuera, la lluvia caía con furia, oscureciendo la ciudad con su manto gris. Cada gota que golpeaba el cristal parecía reflejar la tormenta que rugía en mi interior. La escuché tantas veces decir que me amaba, que no podía esperar a verme de nuevo. Cerré los ojos, inhalé profundamente y sentí cómo mi corazón se endurecía. El hombre que era antes de esa llamada murió esa noche. En su lugar, nació alguien más fuerte, más frío. ¿Cómo sobreviví? Fácil. Nada que dos botellas de tequila, tres fines de semana sumido en bares oscuros y cinco cajas de cigarrillos no pudieran curar. Aunque, si soy sincero, no lo curaron. Solo anestesiaron el sufrimiento, lo acallaron temporalmente, hasta que la resaca y el humo disipado me recordaban que el dolor seguía ahí. No es que quisiera autodestruirme, pero en ese momento no encontré otra forma de lidiar con la herida que me consumía. Desde entonces, decidí no volver a enamorarme. El amor solo traía sufrimiento, y yo no estaba dispuesto a permitir que me destrozara de nuevo. Desde ese día, he enfocado cada gramo de mi ser en mi carrera. El amor es una distracción peligrosa, un lujo que ya no estoy dispuesto a permitirme. No era exactamente la vida que había soñado, pero encontrar satisfacción en el servicio a mi país fue suficiente para seguir adelante. El destino, caprichoso y burlón, aún tiene planes para mí. Y aunque ahora pienso que el amor es una debilidad, hay encuentros que tienen el poder de cambiarte.Rayan Sotomayor: El paso del tiempo fue rápido y quizá despiadado con mi dolor, mi graduación llegó, apenas días después nos anunciaron las plazas de trabajo, los destinos en los que serviríamos durante los próximos dos años antes de ascender de rango. Cuando pronunciaron mi nombre, sentí una extraña mezcla de alivio y emoción: había sido asignado a la región costa del país , en una hermosa ciudad junto al mar. Sería mi nuevo hogar. El inicio de una nueva etapa. No viajaría solo. Mi amigo Saúl, quien también había sido asignado al mismo destacamento, juntos planificamos el viaje. Optamos por un aeropuerto más pequeño, evitando el bullicio de la capital. Queríamos un traslado tranquilo, lejos del caos y las multitudes. Saúl pasó por mí temprano en la mañana, juntos nos dirigimos al aeropuerto con tiempo de sobra. Como siempre, llegamos media hora antes del vuelo, lo que nos permitió registrarnos sin apuros. Me relajé al notar la calma del aeropuerto. En este lugar no exis
Rayan Sotomayor: Sentado en mi asiento, aguardaba con impaciencia la llegada de Saúl ; no comprendía la razón de su demora. Mientras tanto, observaba a los pasajeros que abordaban el avión, cuando una joven apareció en el pasillo, buscando su lugar. Para mi sorpresa, su asiento estaba justo frente al mío. Me sorprendió gratamente su capacidad para sonreír con tanta facilidad, a pesar de no conocernos. Su sonrisa era dulce y me recordó lo mucho que había pasado desde la última vez que vi una sonrisa que me inspirara a sonreír o que despertara algo en mí que me impulsara a mirarla. Sin embargo, solo la miré con fingida indiferencia. Poco después, llegó mi amigo y compañero, Saúl, con una amplia sonrisa, aunque algo agitado, ya que él se había encargado de nuestro equipaje. Para mi sorpresa, parecía conocer a la joven risueña que se encontraba allí. Sumido en mis pensamientos, apenas noté cuando ella extendió su mano y, con una voz melodiosa, dijo: —Soy Sofía, un placer conocer
Sofía Martínez: Mis mejillas ardían y mi corazón latía con tal fuerza que juraría que Rayan podía escucharlo. La emoción me embargaba de una manera casi peligrosa, como si mi propio cuerpo estuviera al borde del colapso. ¡Cálmate, Sofía! No puedes dejarte convencer por meras palabras bonitas, me repetía en un intento desesperado por aferrarme a la razón. Pero, ¿cómo hacerlo cuando cada vez que sus ojos se encontraban con los míos sentía que todo en él era genuino? Con una sonrisa que trataba de ocultar mi vulnerabilidad, respondí con ligereza: —¡Qué gracioso eres! Menos mal que esos delitos no son castigados. Pero Rayan no estaba dispuesto a dejarme salir tan fácil de su juego. —Eso es lo que tú crees —replicó con severidad fingida.—Hay un castigo y, claro está, deberás cumplirlo cuando lleguemos. Su tono desafiante despertó en mí un instinto travieso, una necesidad de igualar su picardía. Si él quería jugar, yo no pensaba quedarme atrás. —En vista de este juici
Rayan Sotomayor : Nuestros labios se encontraron. Al principio, fue solo un roce, apenas un contacto fugaz, pero el efecto que tuvo en mí fue inmediato, profundo… devastador. Como una descarga eléctrica recorriéndome la piel, encendiendo cada fibra de mi ser. No podía permitir que terminara ahí. Sin pensarlo, con la certeza de un hombre que sabe exactamente lo que quiere, la atraje hacia mí con firmeza, acomodándola en mi regazo. Mi mano derecha encontró el camino hasta su cuello, sintiendo el pulso acelerado bajo la yema de mis dedos, mientras que la otra se aferró a su cintura, como si temiera que en cualquier momento se esfumara. Y entonces, el beso cambió. Se volvió más profundo, más intenso. Ya no era solo un roce, sino una entrega. Sofía no se apartó. No retrocedió ni me detuvo. Al contrario, sentí cómo su cuerpo se relajaba contra el mío, cómo sus labios se entreabrían con un leve suspiro que se perdió entre los míos. Dulce y hambriento a la vez, nuestro beso era un
Rayan Sotomayor Sofía me ha hecho sentir una felicidad que no experimentaba en mucho tiempo. Me encanta la energía con la que sonríe, esa luz que irradia y que, sin proponérselo, ilumina incluso los rincones más oscuros de mi alma. ¡Dios! Su sonrisa… esa que tiene el poder de hacerme olvidar mis cicatrices. No sé qué tiene esta mujer, pero lo que sea, me encanta. Como dije antes, no sé qué nos depara el futuro, pero no voy a permitir que eso empañe este presente que se siente tan bien. Todavía llevo en la mente el beso que compartimos esta tarde. Vaya, ¡qué beso! Sentí cosas que pensé que estaban enterradas bajo capas de desilusión y escepticismo. La verdad es que nunca fui fanático de la idea del amor a primera vista. Siempre me consideré alguien más racional, más analítico. Sé que lo que sentimos al inicio no es amor, sino atracción, química, lujuria… quizás hasta pasión, pero amor, lo dudo. Desde que terminé con Denis, dejé de creer en ese concepto tan idealizado. No pensé qu
Sofía Martínez Dicen que lo que no pasa en años puede suceder en segundos. Y ahí estaba yo, siendo la protagonista de una historia que, si me lo hubieran contado, no lo habría creído. ¿Conexión instantánea? ¿Un lazo irrompible desde el primer momento? ¡Por favor! Eso solo pasa en las películas románticas o en esas historias de novelas baratas que te venden en los supermercados. Pero, ¡oh, sorpresa! Aquí estaba yo, sintiendo que mi corazón latía a un ritmo alarmante por un hombre al que apenas conocía. Tal vez el amor a primera vista existía… o tal vez solo tenía una fascinación momentánea por los uniformes militares, después de todo nadie podía negarme lo llamativos que son. Sea como fuere, Rayan tenía un efecto extraño en mí. Y ahí estábamos, recostados en la cama, mirando el techo cubierto por esa tela amarilla improvisada, como si fuera el cielo más seguro del universo. Conversamos, reímos, bromeamos … como si nos conociéramos de toda la vida. ¿Era posible sentirse así con alg
Sofía Martínez: El momento de la despedida había llegado. Me llevaba conmigo la alegría de cada instante vivido, pero también un leve peso en el pecho, una opresión sutil que no podía ignorar. En el fondo, tenía miedo… miedo de que esto no tuviera un futuro, de que todo lo que habíamos compartido quedara reducido a un hermoso recuerdo. Sin embargo, no permitiría que la incertidumbre empañara el presente. No importaba cuánto durara lo nuestro; lo único que realmente tenía valor era lo feliz que había sido a su lado, aunque solo se redujera a estos únicos días. Nos miramos los cuatro, intercambiando sonrisas cargadas de emociones. El señor Roberto me informó que me llevaría al hotel, tal como Rayan lo había dispuesto. Asentí con gratitud antes de despedirme de Saúl con un beso en la mejilla. Y entonces llegó el momento más difícil. Frente a frente, mi soldado y yo nos contemplamos en silencio, como si quisiéramos grabar cada detalle del otro en nuestra memoria. Sus ojos, reflej
Tres semanas después… Rayan Sotomayor El trabajo ha sido intenso. Mis superiores me han delegado un sinfín de responsabilidades, aunque me mantengo ocupado, hay un pensamiento recurrente que no me deja en paz: Sofía. Nuestra comunicación ha sido constante y cada uno de sus mensajes tienen el poder de iluminar mis días, incluso en medio del agotamiento. Sin embargo, la distancia es un enemigo sigiloso. He fracasado antes en relaciones a distancia, a veces, mis propias dudas me atormentan. Pero entonces, Sofía aparece con su ternura, con esas fotos espontáneas de su día a día que me hacen sentir parte de su mundo. Es en esos momentos cuando decido que vale la pena intentarlo y juro que quiero poner de parte para que esto funcione. Hoy superviso un grupo de jóvenes aspirantes a soldados. Apenas tienen 18 años y están en la fase más dura del entrenamiento. Suelo ser estricto con ellos, pero me han demostrado resistencia y compromiso. El sol abrasador del mediodía nos obliga a hacer